By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 29 de junio de 2013

Las dos expediciones de Álvaro de Mendaña a las Islas Salomón 5

Expediciones y Rutas

De Álvaro de Mendaña y Neira o Neyra se saben muchas cosas de su dilatada vida llevada en la Nueva España. Embarcó hacia el Perú con el nombre de Álvaro Rodríguez y Neira y en ocasiones se lo denomina Mendaña y Castro. Mendaña acompañó a su tío Lope en 1567 cuando éste fue nombrado presidente de la Real Audiencia de Lima.
Los españoles supieron de boca de los
incas la leyenda que decía que hacia el oeste se encontraban unas islas llenas de oro. Inmediatamente se compararon estas islas con la Tierra de Ofir, donde estaban las minas de oro del rey Salomón. Como el cargo de virrey del Perú se hallaba vacante, el presidente de la Audiencia, Lope García de Castro, ejercía las funciones de virrey y encargó la dirección de la expedición a su sobrino Mendaña, en contra de las aspiraciones de Pedro Sarmiento de Gamboa, que reivindicaba la iniciativa de la expedición.
Las naves de la expedición eran Los Reyes y Todos los Santos, de 300 y 200 toneladas, respectivamente. Los capitanes eran
Pedro Sarmiento de Gamboa y Pedro de Ortega Valencia y el piloto mayor Hernán Gallego. La tripulación constaba de unos 150 hombres, incluidos marineros, soldados, cuatro frailes franciscanos y una veintena de esclavos. El objetivo de la expedición era buscar la supuesta Terra Australis Incognita, explorar sus recursos y estudiar las posibilidades de colonización. Mendaña llevaba la orden de fundar un establecimiento.
La expedición partió de
El Callao, el puerto de Lima, el 20 de noviembre de 1567. Después de pasar el 15 de enero de 1568 por delante de la isla de Jesús (Nui), en las islas Tuvalu, llegó sin escalas a la primera de las islas Salomón, Santa Isabel, el 7 de febrero, en donde una parte de la expedición construyó un bergantín y otra parte exploró las islas cercanas: Ramos, La Galera, Buena Vista, Flores, San Dunas, San Germán, Guadalupe, Guadalcanal , San Jorge, San Nicolás, Arrecifes y San Marcos, llegando el 25 de mayo de retorno a Santa Isabel. El mar entre el Perú y la isla Nui fue bautizado como golfo de la Concepción y golfo de la Candelaria. Durante seis meses permanecieron en la isla de Santa Isabel, Guadalcanal y San Cristóbal (Makira) y exploraron una veintena de islas. Aunque no encontraron oro, el nombre de islas Salomón ya había hecho fortuna. El viaje de vuelta lo hicieron por la ruta utilizada por el Galeón de Manila hasta Acapulco, pasando por la isla de San Francisco (isla Wake).

Ruta del primer viaje.- El Callao, puerto de Lima, 20 de noviembre de 1567, Isla de Jesús (hoy
Nui, en Tuvalu), 15 de enero de 1568 Islas Salomón: Baxos de la Candelaria (Ontong Java), 1 de febrero Santa Ysabel, del 7 de febrero al 17 de agosto, Isla de Ramos (Malaita), San Jorge (al sur de Isabel), las islas Florecida, Galera, Buenavista, San Dimas, y Guadalupe (grupo de islas Florida o Nggela Sule), Guadalcanal, Sesarga (Savo), islas San Nicolás, San Jerónimo y Arrecifes (grupo Nueva Georgia), San Marcos (Choiseul), San Cristóbal (Makira), Treguada (Ulawa), Tres Marías (Olu Malua), San Juan (Uki Ni Masi), San Urbán (Rennell), Santa Catalina, Santa Ana. Baxos de San Bartolomé (atolón Maloelap, islas Marshall). Isla de San Francisco (hoy islas Wake). El Callao, 22 de julio de 1569.

Segundo viaje.- Durante veinticinco años Mendaña intentó hacer un segundo viaje para colonizar las islas Salomón. Aunque tenía la aprobación del rey, se encontró con el rechazo de las autoridades coloniales, descontentas con los resultados del primer viaje, y con la de los enemigos de su tío, que había muerto. Fue el nuevo virrey,
García Hurtado de Mendoza Marqués de Cañete, quien patrocinó la nueva expedición gracias a la influencia de la mujer de Mendaña, Isabel de Barreto. Se organizó como una expedición privada donde el virrey aportaba los efectivos militares, en tanto que Mendaña convencía a mercaderes y colonos para participar en la aventura. El objetivo era establecer una colonia en las islas Salomón impidiendo que los piratas ingleses encontraran un refugio en el Pacífico desde donde pudieran atacar las Filipinas o la costa americana.
Se embarcaron unas 400 personas, entre las que se encontraban pasajeros con sus mujeres y esclavos dispuestos a fundar una colonia. Acompañaban al general su mujer Isabel de Barreto y tres cuñados. El piloto mayor de la expedición, y capitán de la nave capitana, era el portugués
Pedro Fernández de Quirós. Los cuatro barcos eran:
San Gerónimo, nave capitana, galeón de 200 a 300 toneladas. Capitán y piloto mayor: Pedro Fernández de Quirós. Santa Ysabel, nave almirante, galeón de 200 a 300 toneladas. Capitán: Lope de Vega. Desaparece el 7 de septiembre de 1595. San Felipe, galeota de 30 a 40 toneladas. Propietario y capitán: Felipe Curzo. Desaparece el 10 de diciembre de 1595. Santa Catalina, fragata de 30 a 40 toneladas. Propietario y capitán: Alonso de Leyra. Desaparece el 19 de diciembre de 1595.
La segunda expedición partió también del puerto de El Callao y, después de hacer escala en Paita, encontró las
islas Marquesas que bautizó en honor al virrey, el Marqués de Cañete. Durante diez días exploró las islas del sur del archipiélago. De nuevo de camino hacia el oeste, pasa por delante de una de las islas Cook y de una de lasTuvalu hasta que llega a las islas de Santa Cruz, archipiélago del sur de las islas Salomón. Al pasar junto a Tinakula, un volcán que se encontraba en actividad, desaparece la Santa Ysabel.
Fundó una colonia en la
Islas Santa Cruz pero, enfermo de malaria, pierde el control de la situación. Los soldados cometen crímenes y excesos con los indígenas y se produce un intento de rebelión. El 18 de octubre de 1595 murió Mendaña y se hizo cargo de la expedición su mujer Isabel de Barreto. Al deteriorarse la situación, deciden abandonar la colonia y poner rumbo a las Filipinas. Por el camino se pierden la San Felipe y la Santa Catalina y sólo llega a puerto la San Gerónimo, guiada por Pedro Fernández de Quirós.

Ruta del segundo viaje.-
Paita, Perú, 16 de junio de 1595.Las Marquesas de Mendoza (islas Marquesas), 21 de julio a 5 de agosto. Magdalena (Fatu Hiva). Dominica (Hiva Oa). Santa Cristina (Tahuata). San Pedro (Moho Tani). San Bernardo (Pukapuka, islas Cook), 20 de agosto
La Solitaria (
Niulakita, Tuvalu), 29 de agosto.
Islas Salomón:
Tinakula, volcán en actividad. Desaparece la Santa Ysabel, 7 de septiembre. La Huerta (Tomotu Noi), Recifes (grupo de las islas Swallow), 8 de septiembre. Santa Cruz (hoy Ndende o Nendo en las islas de Santa Cruz), 8 de septiembre a 18 de noviembre. El 18 de octubre muere Mendaña.
Guam, 1 de enero de 1596. Sólo llega la San Gerónimo.
Manila, 11 de febrero.

Conclusión final.-
El que estos viajes se organizaran desde el Perú no era casual, ya que desde su conquista y planificación se habían preparado jornadas descubridoras de grandes islas y tierras que se creían próximas al Virreinato peruano, no faltando tampoco tradiciones incaicas que recordaban la existencia de grandes imperios al otro lado del ignoto océano, referidas seguramente al archipiélago de las Galápagos.
Las noticias de islas y tierras por descubrir, solicitando a las autoridades permisos para organizar expediciones, abundan en extremo. Posiblemente la más antigua es la del maestresala Gómez de Solís, en carta al Emperador, que lleva fecha de 16 de agosto de 1550, y aunque el célebre pacificador La Gasca autorizara la expedición, ésta no se llevó a cabo. El mismo La Gasca, en carta al Consejo de Indias, da cuenta del viaje del piloto Francisco López, antiguo compañero de Orellana, que viniendo en una galera el año 1548, fue apartado de la costa peruana 150 leguas y estando en catorce grados y medio de la Equinoccial hacia el Sur, vieron que traía muchos maderos el agua de la parte de Poniente, que es señal de tierra donde bahía ríos de mucha agua... cerca de la Especeria, pues están en el mismo clima que los de las Malucos.
También circulaban por el Perú, y se mantenían vivos, recuerdos de las expediciones marítimas para conquistar las Galápagos, que, naturalmente, eran islas llenas de tesoros. Será sobre todo Sarmiento de Gamboa el que da mayores noticias de estas expediciones conquistadoras, en tiempo de Topa Inca Yupanqui.
Si la fabulosa conquista del Perú había dado pie para que las mentes calenturientas de los conquistadores concibieran tierra adentro la existencia del mítico imperio de El Dorado, es lógico creer que allí se concibiera la idea de que más allá de las aguas del océano existiese el Ophir, las tierras a donde iba el mismo rey Salomón a cargar sus naves. El misterio del mito, inalcanzable, se va desplazando hacia lo desconocido, manteniendo así su vigencia.
Fue precisamente Colón el que resucitó la leyenda de Ophir en sus viajes al creer localizar las minas del rey Salomón, próximas a Catay y Cipango. Ahora que Catay y Cipango habían sido definitivamente localizadas, que el Maluco y la Especiería eran un emporio de riquezas, ¿por qué no creer que aquellas misteriosas islas no pudieran ser las del rey bíblico? Es curiosa la explicación que del nombre de islas de Salomón aparece en un manuscrito de don Gabriel Fernández de Villalobos, conservado en la Biblioteca Nacional: Las islas que llaman de Salomón, por una tradición que yo tengo por tonta... como es decir que una nao de Philipinas, viniendo de Acapulco, arribó con un temporal a una de ellas, que está en 11º de altura australes, llegado derrotada, hizo fogón en ellas, echó, como es costumbre, un terraplén de tierra para hacer lumbre, y cuando llegó a Acapulco, halló que se había fundido un tejo de oro. De aquí se tomó de decir que esta tierra era donde enviaba Salomón a cargar sus flotas de oro.
El último de los proyectos frustrados será el que pretenda organizar el soldado Pedro Aedo, con la colaboración del rico Maldonado, que a su costa y con sólo cuatro mil ducados de ayuda real pretenden ir a las Salomón, y que en un principio autoriza y apoya el gobernador García de Castro en 1565.
Pero este viaje, que se comienza a preparar rápidamente, con idéntica celeridad quedará bruscamente paralizado, porque el gobernador manda detener a Maldonado, pues es considerado miembro de una conspiración contra su persona a causa del problema de las encomiendas; y a Pedro Aedo, por una pretendida intención de alzarse contra él. Todo muy oscuro, que cuando con posterioridad se realice el juicio de residencia contra el gobernador, éste será castigado a pagar una indemnización a Pedro de Aedo. Pero la realidad es que Aedo se quedó sin viaje


Juan Cesar Acevedo Ipía
Huancayo, Departamento de Junín (Perú) 

miércoles, 26 de junio de 2013

Primavera 1998


El Senti en los lagos del Serrano

En esta mañana, soleada y templada me vuelve a visitar mi amigo "El Senti". Aquí donde radica este "Rincón del fígaro" que está en la planta alta de una casa blanca llena de luz y rodeada de jaras, encinas y múltiples plantas autóctonas y que siempre está abierta para los buenos amigos. Hemos decidido aposentarnos sobre el poyo que rodea el tronco de la encina más próxima, a modo de brocal de pozo, para iniciar nuestra acostumbrada charla de viejos amigos. La mañana lo apetece. Hay un silencio absoluto y “no se mueve ni una hoja”, como decimos los serranos; tan sólo es interrumpido este maravilloso silencio por el graznido de algún arrendajo próximo o por el repiquetear constante de un diminuto "verderón" sobre las ramas del granado.
Mi amigo "El Senti" se queda pensativo y tras restregar sus manos comenta: “¡Ojú que mañanita dichosa de frío! Ahora me estoy acordando de nuestro Maestro de Escuela, que repetía la misma expresión en aquellos tan fríos inviernos de los años cuarenta en nuestro querido Alanís. Recuerdo que, seguido a esta frase agregaba, ¡Quien me mandaría a mí a este pueblo tan frío en plena Sierra Morena! Claro, es que este buen enseñante era un castizo andaluz en su hablar y de un pueblecito más templado de la provincia sevillana, concretamente de Salteras. Además, por añadidura, en el estómago llevaba poco refuerzo, al igual que todos nosotros, un cafelillo de "recontras" (se le llamaba así porque se aprovechaban los residuos del café servido); y como sólido un pequeño trozo de pan, migado o en tostada, si se había podido agenciar algún aceite, pues ambas cosas escaseaban bastante en aquellos imborrables años de posguerra. Mas a pesar de todo, ¡qué buen Maestro era! Todavía recuerdo su nombre con bastante cariño y eso que han pasado más de cincuenta años. Se llamaba Don José Florencio Reina. También recuerdo que, a pesar de lo exigua que era la merienda en casa, muchas veces la compartimos con sus hijos. Tampoco se me han olvidado sus nombres: Pepito y María Eugenia, el tercero, creo que Manolito, murió muy niño, como otros muchos amigos míos, en una terrible epidemia de tifus. Las bancas de madera, ya muy viejas, eran para cada dos alumnos. Tenían un tablón para sentarse y otro mas alto y más ancho para escribir, leer, dibujar, etcétera. Con un tintero de plomo empotrado en el centro que servía para los dos y que más de una vez nos lo echamos encima gracias a las travesuras que cometíamos, mientras Don José se iba un ratito al corral para "pescar un poco de sol" como él decía. Era un gran matemático, para aquellos tiempos, por tanto, a todos los que nos prestamos enseñó mucho de esta disciplina”. "El Senti", hace una breve pausa y continúa: “A mí me iban más las letras, pero como tenía mucho amor propio, apechaba estoico con los números, gracias al empeño de este gran Maestro. Había que tener mucha voluntad para enseñar en aquellas condiciones tan precarias, frío, hambre escasos y deficientes materiales educativos. Y servicios, no digamos; un grifo sobre una pileta llena de grietas, en un cuarto inmundo que, por cierto, el agua salía helada. Un agujero, como de cuarta y media de diámetro sobre un poyo que se le llamaba "el retrete". Por cierto, siempre estaba atascado y con un olor fétido insoportable”.
“Por aquellos tiempos, si no había ni para comer... ¡cómo pasar de la primaria al bachiller! ¡Imposible! Ni Gobierno, ni Diputación, ni Ayuntamiento, ni siquiera entidades privadas se preocupaban de algo tan imprescindible. Estudiar estaba absolutamente reservado para los pudientes. Si había rara vez alguna excepción, proporcionada por una señora muy rica oriunda del pueblo, era para Cura. U sea, directamente al Seminario de Sevilla. Desde la Segunda República no se habían vuelto a iniciar estudios de segundo grado, hasta que llegó Don José Florencio, aquel pequeño, pero gran hombre y mejor Maestro que, con su esfuerzo denodado convenció a más de un padre para que mandaran a sus hijos a la capital e iniciaran el bachiller o estudios mercantiles, carrera media, muy de moda a la sazón”. Por cierto, me encara "El Senti": “A ti te consta que yo, a pesar de los esfuerzos de mis magníficos padres, no pasé del primero (entiéndase bachiller) pues, si se estudiaba, no se comía y ¡puñetas! éramos entonces tres hermanos y los demás no tenían culpa de mi fiebre por los estudios”.
El “Senti”, tras un respiro profundo continúa: “¡Ay! los jóvenes de ahora... tienen otros problemas, pero al que trabaja sobre los libros y quiere; no hay "quien lo frene". Cualquier carrera está a su alcance”. Pausa y sigue “¡Oye! estoy cayendo en la cuenta que, a este sacrificado y buen Maestro, que junto a su familia, pasó por tantas necesidades en aquellos desgraciados años cuarenta, y que puso tanta fe en inculcar la cultura, enseñar las letras y las matemáticas a tantos hijos de pobres campesinos y jornaleros, que eran la gran mayoría...¿No te parece que se ganó sobradamente un homenaje del Ayuntamiento y de todo el pueblo? Quizás se debió rotular con su nombre alguna calle. Han pasado como dirigentes municipales de distintas ideologías, varios alcaldes. ¿Es posible que ninguno cayera en la cuenta? ¿Ni siquiera lo propusieron algunos ciudadanos de los muchos que se beneficiaron del buen hacer de este Maestro? ¡Qué ingratos somos los humanos!.
Amigo "cuenta cuentos" del "Rincón del Fígaro", como no me dices nada, te recuerdo que, fíjate si el hombre de mi pequeña historia de hoy, dejó honda huella en mí, cuando tanto insistía; "hay que estudiar como sea” que, cuarenta y tantos años después, no sin antes vencer enormes dificultades, de toda índole, pude conseguir ¡por fin! ser licenciado por la Universidad Hispalense. Y lo más triste, después de tanta alegría, es que no pude brindar tal acontecimiento, ni con mis padres, a quienes tanto amé, ni con aquél "mi Maestro" a quien tanto admiré. Aunque aquí, en plena sierra, en una noche serena y muy oscura, cuando brillaban fulgurantes las estrellas, escogí la que veía mayor, imaginé que desde allí me observaban los tres y levantando mis brazos hacia ella, con gran emoción grité: ¡Va por vosotros! En la soledad y el absoluto silencio de esa maravillosa noche estrellada, que es un privilegio de nuestra Sierra Norte sevillana, al chocar mis voces sobre la ladera de enfrente, el eco repetía... ¡Va por vosotros!..¡vosotros!...¡vosotros!...” El “Senti", que sabe me gusta aprovechar las mañanas para mis quehaceres plásticos y de ordenador, se levanta lentamente y tras darme unas cariñosas palmaditas en la espalda, me dice: “Hasta otro ratito, amigo Fede. Que Dios permita prolongar lo más posible nuestras sencillas y agradables tertulias”. Con ese cierto aire de nostalgia que ha dejado prendido en mí, este buen amigo, le contesto: “Hasta siempre que tú quieras “Senti”. ¡Adiós!”
Se marcha muy pausadamente, esta vez, por el camino de la izquierda, que se adentra entre hermosas encinas y brillantes jaras manchadas con sus peculiares y lindas flores blancas. Estamos en primavera. "El Senti", como es muy aficionado a la poesía, va musitando: "La guitarra es un pozo con viento en vez de agua (…)"


Federico Serradilla Spínola

"EL APRENDIZ DE BARBERO"
alasdealanis2.blogspot.com

sábado, 22 de junio de 2013

Guadalcanal y el Priorato de San Marco de León

Encomienda Santiaguista de Azuaga


 
La Orden de Santiago gobernaba a finales del siglo XV un territorio de unos 23.000 kilómetros cuadrados, integrado por más de 200 localidades, poblado por cerca de 200.000 personas y cuyas rentas totales podían ascender a más de 30 millones de maravedíes.
Sus dominios y riquezas tienen su origen en donaciones de reyes y príncipes, donaciones privadas, diezmos cedidos por los Papas, botín de guerra, cobro de derechos de tránsito, peajes y portazgos, en sus tierras, la explotación ganadera y el derecho de montazgo.
Como fundador de la Orden de Santiago aparece el noble don Pedro Fernández, que en el reino leonés, en el año 1170 con el apoyo y aprobación del obispo de Salamanca y el patrocinio del rey Fernando II, fundó el 1 de agosto de ese año una nueva orden militar para defender la frontera de la Extremadura leonesa frente al Islam.
Con la misma fecha el rey leonés Fernando II confiaba a la nueva orden la ciudad de Cáceres, recién arrebatada al poder musulmán; en ella se establecía la casa principal de la Orden, por lo que esta en un principio sería designada como la Orden de Cáceres, y sus miembros como freires o milites de Cáceres.
El 31 de enero de 1171 el maestre y fundador de los freires de Cáceres concertó una hermandad con el arzobispo de Santiago: el fundador y maestre de la Orden era recibido, con el consentimiento de los canónigos, como compañero y canónigo en su cabildo, y los freires como “vasallos  y caballeros del apóstol Santiago, para luchar bajo su bandera para honra de la Iglesia y propagación de su fe”. El arzobispo por su parte tomaba a los freires bajo su protección, les entregaba el estandarte de Santiago, prometía ayudarles con armas, hombre y dinero y era acogido en la orden como freire honorario. Así, desde sus mismos orígenes, la Orden de Cáceres se colocaba bajo el nombre y el patrocinio del apóstol Santiago.
Aunque la Orden de Santiago había nacido en el reino de León, se extendió por el reino de Castilla, Portugal, Aragón, Francia, Inglaterra, Lombardía y Antioquia; aunque su expansión fundamental se limitará a los reinos de León y Castilla. 
La aprobación definitiva de la Orden llegaría el 5 de julio de 1175, en que una bula de Alejandro III otorgaba esta aprobación y confirmaba el modo de vida y la regla, tomando a sus freires y a sus bienes bajo la protección de San Pedro. En esa regla se delineaban sus instituciones fundamentales: la existencia de freires caballeros y freires clérigos, estos segundos siguiendo una regla agustiniana; la organización interna con su Maestre a la cabeza, el Consejo de los Trece, en el que recaía la elección del Maestre, las encomiendas, y el prior de los freires clérigos. Sus freires profesaban los tres votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, pero el voto de castidad para los freires no clérigos no incluía abstenerse de contraer matrimonio, sino que sólo prometían la castidad total antes del matrimonio o acabado éste, y las castidad y fidelidad conyugal mientras durare. Esta será una nota exclusiva de la Orden de Santiago, sin precedentes ni imitaciones en otras órdenes: los caballeros santiaguistas, con licencia del maestre, podían contraer matrimonio y vivir con sus esposas e hijos en los conventos de la orden. La Orden de Santiago fundó conventos femeninos de comendadoras, apelativo utilizado para designar a las monjas.
La Orden de Santiago estaba dirigida por un Maestre, elegido y asesorado por el Consejo de los Trece, y por un Capítulo General. El Maestre era elegido por el Consejo de los Trece, pero desde el siglo XIV la elección recayó en un personaje de la familia real o próximo a la corte. Desde el siglo XV la elección se consideraba un derecho de la Corona. Durante este siglo el maestrazgo estará en manos de los magnates y privados de los reyes: Enrique de Aragón, hijo del regente de Castilla, Fernando de Antequera; don Álvaro de Luna, privado de Juan II; el infante don Alfonso;  Beltrán de la Cueva y Juan Pacheco, marqués de Villena, privados de Enrique IV; y Diego López Pacheco, marqués de Villena. 
La Orden estaba dividida en varias provincias, pero las más importantes por sus propiedades y vasallos eran las de Castilla y León. Al frente de cada provincia había un Comendador Mayor, con sede respectivamente en Segura de León (León) y Segura de la Sierra (Castilla). La Provincia de León estaba dividida en dos partidos, Mérida y Llerena. Cada una de ellas con varias encomiendas. En el partido de Llerena se encontraba la encomienda de Azuaga y la de Guadalcanal.
La subdivisión interna más importante de las órdenes militares eran las llamadas encomiendas, que eran unidades de carácter local a cuyo frente se encontraba un comendador. La encomienda podía asentar la sede o residencia del comendador en un castillo o fortaleza o en una villa; era un centro administrativo o económico en el que se cobraban y percibían las rentas de los predios y heredades atribuidas a esa encomienda; era el lugar habitual de residencia del comendador y de algún freire más. 
Cada encomienda con sus rentas debía sostener no sólo al comendador y a los otros freires que en ella residían, sino también pagar y armar a un determinado número de lanzas, que debían acudir a los llamamientos de su maestre perfectamente equipados para tomar parte en aquellas acciones militares que quisiera emprender. Todos ellos formaban las mesnada o el ejército de la orden, que respondía a las órdenes de su maestre. Las rentas de las tierras, pastos, industrias, portazgos y derechos de paso, junto con los impuestos y el diezmo constituía los ingresos de que se mantenía la Orden. Se repartían entre rentas de la encomienda respectiva y rentas de la Mesa maestral que financiaban al Maestre de la Orden.
Eclesiásticamente, la Orden estaba dirigida desde sendos prioratos de San Marcos de León para León y de Uclés para Castilla. En la provincia de León, al estar muy alejado el convento de San Marcos del grueso de las posesiones santiaguistas en Extremadura, el convento de trasladó primero a Calera de León y luego a Mérida. Finalmente regresó de nuevo a San Marcos de León.
El priorato de León estaba dividido en tres vicarías con sede en Mérida, Llerena-Judía y Jerez de los Caballeros. Los pueblos y encomiendas de la Orden estaban atendidos por curas presentados por el maestre y colacionados por el prior. Las tierras de Guadalcanal, Azuaga y Reina dependían del Arzobispo de Sevilla, que nombraba el Arcediano de Reina que dirigía estos territorios.
Cada cuatro años, dos visitadores de la Orden acompañados de un vicario, debían realizar una visita de inspección por todas las encomiendas y territorios para comprobar el estado de las propiedades, rentas y gobierno de las posesiones. De estas visitas se levantaba el acta en los llamados Libros de Visitas.
 
RUIZ MATEOS, A., “Encomienda santiaguista de Azuaga”, en Revista de la Feria de
Azuaga, agosto de 1984



miércoles, 19 de junio de 2013

Las dos espediciones de Álvaro de Mendaña a las Islas Salomón 4


PEDRO ORTEGA VALENCIA Y LA ISLA DE GUADALCANAL
(1567-1568) Tercera cuarta parte

La alegría de la tripulación de la capitanía quedó un poco entristecida al no ver su nave hermana en Santiago de Colima. Probablemente ellos tampoco la esperaban, sabiendo que la suya era mas grande y mas marinera que la de Sarmiento y Ortega. Al principio no podían creerse al observar tres días después como la maltrecha Todos los Santos entraba al puerto sin mástil, ni velas y con una sola garrafa de agua dulce. Sarmiento y -Ortega desembarcaron y contaron las pericias del penoso viaje de regreso y de todos los sufrimientos pasados durante los tres meses de travesía. El alguacil mayor de la ciudad de Méjico, Samano, estaba presente durante esta narración de los catorce meses de navegación por el lago de los españoles. En el tornaviaje perdieron cerca de treinta hombres, además de los nueve asesinados en Guadalcanal. Cuarenta días permanecieron ambas embarcaciones en el puerto mexicano, tratando de poner tanto a la tripulación como a los barcos en condiciones de navegabilidad antes de reemprender la última parte de su viaje a El Callao. Durante esta espera algunos de los hombres de la tripulación murieron en Santiago de Colima a causa de la dureza del viaje. Cuando las embarcaciones y los hombres se recuperaron, ambas naves Levaron anclas y emprendieron el 2 de marzo hacia su punto de partida, El Callao. La expedición atraco en Realejo en la costa nicaragüense, punto de avituallamiento para la ciudad de León y lugar ideal para la reparación de los barcos por su excelente madera. Una vez las naos listas, Mendaña ordenó proseguir la navegación. El 22 de julio pasaron por la península de Santa Elena (Ecuador) y el 11 de septiembre de 1569 atracaron en el puerto de El Callao después de una increíble expedición de mas de veintidós meses y de muchas millas navegadas, durante la cual las islas Salomón fueron primeramente exploradas por los españoles y la isla de Guadalcanal por el Maestre de Campo Pedro Ortega Valencia y bautizada en honor a su pueblo natal.
Sarmiento estaba muy contento al encontrar que el tío de Mendaña había sido reemplazado de su cargo de Virrey del Perú por Francisco de Toledo aunque no por ello zanjasen las disputas entre él y Mendaña que continuaron durante largos años hasta llegar a los tribunales del virreinato. Pedro Sarmiento de Gamboa, el gran marino de Pontevedra, finalmente pudo cumplir con su sueño y embarcar como comandante de su propia expedición al estrecho de Magallanes. Este hombre era uno de esos marinos que se encontraban igualmente bien en tierra como en el mar o incluso con la pluma, como muestra su gran obra La Historia de los Incas.
Sobre nuestro personaje, en el Archivo Histórico Nacional, sección de Consejos Suprimidos, legajos 4409, n° 92 y 4415, n° 193, existen dos raros documentos que informan sobre buena parte de la vida, hasta entonces desconocida del descubridor de Guadalcanal — Pedro Ortega Valencia. Este documento reza que nació alrededor de 1522 en la villa Sevillana de Guadalcanal. Su padre, Gonzalo de Ortega, y su tatarabuelo por vía paterna, Gonçalianes Ortega, nació al comienzo del siglo XIV en Guadalcanal, cuando dio un breve informe de apoyo de hidalguía de la familia: Ortega de Guadalcanal. Pedro Ortega menciona que cuando nació, su villa natal estaba bajo la jurisdiccion administrativa de la Orden Militar de Santiago. Es sumamente interesante que dos siglos después un famoso virrey de Nueva España, Francisco Fernández de la Cueva (X Duque de Alburquerque), envió una expedición a Nueva México, y fundó en 1706 la actual ciudad de Albuquerque en honor del promotor de la expedición, quien ostentaba la Encomienda de Guadalcanal. Curiosamente, en esta villa andaluza murió en 1626 el primer gobernador de Nueva México, Juan de Oñate, mientras desempeñaba el cargo de Adelantado General de Minas de España.
El joven Ortega abandono su ciudad en 1540, embarcando a las Indias en busca de fama y fortuna. En 1558 tomó parte en la expedición del gobernador de la provincia de Tierra Firme Francisco Vázquez que apagó la sublevación de los soldados rebeldes en esa región. Mas tarde Ortega participó en la fundación de la ciudad de La Concepción en la provincia de Vergara (hoy en Panamá en la costa pacifica, cerca de la frontera con Costa Rica). Trabajó en las minas de oro de Panamá y de 1567 al 69 participó en la anteriormente descrita expedición de las Salomón. En 1573 luchó contra la incursión en Panamá de los ingleses al mando de Sir Francis Drake. Tres años mas tarde Ortega luchó contra los corsarios y cimarrones cerca del Pacifico. En 1578 consta como factor de S.M. para la provincia de Tierra Firme, y en ese mismo año el 23 de mayo, la Orden Real, firmada por Felipe en El Escorial, ordenaba al Doctor Loarte, presidente de la Audiencia de Panamá y de Tierra Firme, nombrar a Ortega capitán general de la expedición compuesta de 120 hombres y barcos para contener a los intrusos. En agosto de 1584 siendo general en Panamá, solicito el titulo de hidalgo para el y su único hijo Jerónimo Ortega Valencia. Así reconoce que un antepasado suyo había renunciado a este titulo en el siglo XIV en Guadalcanal.
La carrera de Pedro Ortega se vio interrumpida en 1593 con el levantamiento de las acábalas en Quito. Aparentemente el septuagenario militar todavía se encontraba en forma para la lucha, y así mando la expedición española en una marcha de más de mil kilómetros a Quito, donde Ortega y sus hombres contaron con la ayuda de las fuerzas leales aseguraron la autoridad real con la imposición de los impuestos. Como resultado, a los cinco años su renta anual ascendió a 5.000 pesos y se le concedió a perpetualidad la hidalguía que hasta entonces solamente poseía para él y su hijo Jerónimo, además obtuvo el prestigioso rango militar de mariscal. Poco después el 24 de octubre de 1598, el Consejo de Indias dio permiso a su nieto (hijo de Jerónimo) con el mismo nombre, Pedro Ortega Valencia, para quedarse en España hasta tener cumplidos los catorce años y poder entonces suceder a su abuelo en los repartimientos que tenia en Cuenca en el virreinato del Perú. En 1636, este nieto de Ortega Valencia ostentaba la Encomienda de Cuenca.
Pedro Ortega Valencia vivió una larga vida llena de vicisitudes lejos de su patria andaluza, y bien debe de ser recordado en la historia como el español que descubrió una isla del archipiélago de las Salomón a la que denominó Guadalcanal en honor a su pueblo natal.
Guadalcanal no solo es origen de la isla en el Pacifico, sino también el nombre de un portaviones norteamericano, por lo que en el día 7 de Septiembre de 1964 (3a y 3b) una delegación de distinguidos marinos españoles y norteamericanos visitaron la villa, y en una ceremonia descubrieron una placa en la fachada de su Ayuntamiento. El objeto de esta placa era rendir el merecido homenaje a uno de sus hijos Pedro de Ortega Valencia- descubridor de la isla del Pacifico, que el llamo Guadalcanal en recuerdo de su pueblo natal. La placa dice lo siguiente:

EL MAESE DE CAMP0 PEDRO ORTEGA VALENCIA HIJO PREDILECTO DE ESTA VILLA DESCUBRIO LA ISLA DE GUADALCANAL Y OTRAS EN EL OCEANO PACIFICO.
EN LOS XXV AÑOS DE PAZ LA MARINA ESPAÑOLA Y NORTEAMERICANA
REMEMORAN SU IMPERECEDERA GESTA
                                                    1567 — 1964
Por Eric Beerman



Revista de feria 2004


sábado, 15 de junio de 2013

Cinco sentidos extasiados a la vez


El sexto sentido


La Fiesta es un banquete de sensibilidad que sirve de alimento para los sentidos. En una tarde de toreo caro, el humo del puro envuelve bajo un manto de sabor añejo al olfato, el oído se enloquece al golpe unísono del olé, la vista se pierde en el interminable natural que devora al propio espacio, el gusto paladea el aroma de compartir copa con el vecino de localidad y el tacto derrite la mano cuando toca la chaquetilla el torero, que tras el triunfo, es portado a hombros al pasar por el dintel de la puerta grande.
Cinco sentidos extasiados a la vez. Cinco sentidos rotos por la inexplicable consagración del rito. Cinco sentidos que desmaterializan al propio hombre y que lo convierten en felicidad etérea.
Porque el toreo es generoso y es capaz de parar el reloj, y entregar el tiempo a quien goza de sensibilidad para amarlo.
Pero al toreo le falta el sexto sentido, el sentido común. Unas veces por anclarse en la dejadez y la desidia. Otras por el inmovilismo de la tradición mal entendida. Y muchas veces, muchas, por los que se lucran desde el poder de un sistema que necesita no evolucionar para seguir parasitando sobre sus lomos.
Y es que no hay sentido común cuando se arroja a la cantera a las fauces de novilladas desproporcionadas en plazas de postín, que sirven de mal ejemplo para cosos de categoría mas modesta.
No hay sentido común cuando la televisión ha impuesto un modelo de feria Standard, si en la idiosincrasia de cada ciudad, país o plaza, con su toro, su toreo y sus toreros.
No hay sentido común cuando en la plaza, se presenta al toro de lidia bajo el reflejo de una tablilla, donde el peso pretende devaluar al bravo como si fuese animal de abasto.
No hay sentido común cuando un toro, después de ser criado durante 4 ó 5 años bajo los máximos cuidados de su ganadero, sea dejado a su suerte una vez es sacado de la finca portado en un cajón, dejando ser "responsabilidad" de su criador para ser juzgado y, en muchos casos sentenciado, por tecnócratas de carrera faltos de afición.
No hay sentido común cuando muchos de los que reclaman los llamados "encastes minoritarios" hayan sido los culpables de su extinción, denostando su presentación y estandarizando su tipo sin tener en cuenta la procedencia hasta convertirlos en la sombra de lo que un día fueron.
No hay sentido común cuando el mercado dicta el futuro inminente de las vacadas, sin reparar en que cuando una ganadería no es del favor del público, toreros o empresas, dejando de lidiarse, acaba desapareciendo y con ello su patrimonio genético.
No hay sentido común cuando se deja en manos de políticos de paso, y algunos interesados, el futuro de plazas y ferias, obligando a que el sector trague con pliegos ilógicos, abusivos y en muchos casos anti taurinos.
 No hay sentido común cuando un torero no gana su sitio delante del toro, y el despacho impone su cromo a cuenta de la sangre que otros derramaron el año anterior.
No hay sentido común cuando a un matador, después de liquidar su tarde, no le queden monedas ni para tomar un café. No hay sentido común cuando un ganadero se ve en la obligación de vender corridas por la tercera parte del coste de su producción.
No hay sentido común cuando estos dos actores principales —torero y ganadero- son los "sacrificados en el reparto del parné y los primeros en recibir la pasta sean los actores secundarios y hasta incluso los tramoyistas.
No hay sentido común cuando el sistema empuja a que toreros buenos no toreen nada, las figuras recorten su temporada, los nuevos sean medidos como viejos y los malos tratados como buenos.
Pero ante todo, el toreo es capaz de revolucionar un cuerpo entero, penetrando hasta en su alma. Es capaz de cambiar el estado de ánimo de miles de personas a la vez convirtiendo los tendidos de una plaza de toros en epicentro de la felicidad (¿verdad Morante?).
Para ello se necesitan sentidos receptivos a la sensibilidad, que sepan desnudarse ante la emoción y la estética -épicas o líricas—y no tengan miedo a expresarse.
Pero ese mismo toreo es incapaz de reconocerse ante su propia realidad, la cual pisa terrenos comprometidos al hilo del pitón de un sistema que cada vez le da más la espalda, ayuno del sexto sentido, el sentido común.


Juan Iranzo
Tauromaquia- La fragua del pensamiento

miércoles, 12 de junio de 2013

La dos expediciones de Álvaro de Mendaña a las Islas Salomón 3

PEDRO ORTEGA VALENCIA Y LA ISLA DE GUADALCANAL
(1567-1568) Tercera parte

En el diario de a bordo se observa el creciente conflicto entre el capitán Mendaña y su segundo en el mando Sarmiento de Gamboa, cuyo origen debió comenzar probablemente en el Perú al no recibir Sarmiento el mando de la expedición y ser reemplazado por el joven Mendaña. Años mas tarde Sarmiento escribió un despacho a Felipe II, donde relataba que sus esfuerzos no habían sido reconocidos por Mendaña y que sus servicios únicamente fueron requeridos cuando la situación era tan critica que ningún otro marino podía resolverla.
El comandante, cansado por las frecuentes escaramuzas de los nativos de Guadalcanal y deseando reconocer detenidamente el sudeste, ordeno el 13 de junio a las tres naves abandonar Puerto la Cruz y hacerse a la vela. Pronto pasaron por el punto más septentrional de Malaita. Costeando el sudeste, divisaron un grupo de tres pequeñas islas que llamaron las Tres Marías. De aquí Mendaña torció hacia el sur y a 25 millas, divisó la costa norte de la Isla que el llamó San Cristóbal, nombre que conserva hasta nuestros días, siendo la isla principal del archipiélago de las islas sureñas de Salomón. De allí alcanzaron un buen puerto que al tomar tierra el día de la Visitación de Nuestra Señora, así lo nombraron. Como Mendaña deseaba explorar detenidamente esta isla, y al tener Los Reyes y Todos los Santos demasiado calado para esta misión, envío a Francisco Muñoz Rico y Gallego con trece marinos y doce soldados en el bergantín, saliendo el 4 de Julio, permaneciendo las dos naves ancladas en el puerto.
Tras el reconocimiento del bergantín, regreso a puerto donde comprobó como Mendaña ya estaba listo para emprender el tornaviaje después de haber permanecido seis meses en las islas Salomón, momento que empezó un periodo tirante y conflictivo en la expedición que duró durante toda la travesía del Océano Pacifico, etapa de la que existen varias versiones contradictorias sobre lo que verdaderamente ocurrió. Parece que Mendaña estaba indeciso entre regresar directamente al Perú o establecerse temporalmente en las islas Salomón, como había recomendado el Virrey. La tierra parecía buena y entre la tripulación había algunos campesinos, de gran ayuda en caso de crear un asentamiento. Además los españoles habían comprobado vestigios de yacimientos auríferos en la isla, y esto era señal suficiente para abrir el apetito de cualquier marino, pues pensaban enriquecerse de por vida con las minas de oro del rey Salomón. Leyendo la versión de Sarmiento de los acontecimientos en su despacho a Felipe II fechado en Cuzco 1572, se comprende sus diferencias con Mendaña sobre este punto. Sarmiento habla de una reunión mantenida en San Cristóbal entre los 58 mejores hombres de la expedición con el fin de decidir el curso a seguir; bien establecer una colonia o emprender el tornaviaje y explica que Mendaña deseaba regresar al Perú lo antes posible para contraer matrimonio, prometiendo a la tripulación que serian recompensados por su tío el virrey tan pronto pisasen Lima. Sarmiento continua, que el maestre de campo Ortega fue uno de los pocos entre los 58 elegidos que respaldaban a Mendaña.
Aunque este no contaba con la mayoría no hace falta decir que se decidió partir de las islas Salomón y emprender el tornaviaje, momento que surgió un segundo problema, o regresar vía la ruta sureña rumbo a Chile, o por el norte, rumbo a México aprovechando los vientos. Nuevamente Mendaña y Sarmiento estaban enfrentados; el primero pensó que la ruta del sur era mas corta y por ello mas rápida, mientras que el experimentado marino Sarmiento era contrario a esa navegación debido al clima antártico de los meses invernales contrarios a una navegación segura, abogando a favor de la ruta mas protegida, aunque mas larga, del norte, por Méjico. Nuevamente el jefe de la expedición ordenó, sin escuchar la opinión de los demás, el regresar por el sur.
El miércoles 11 de agosto, las dos naves levaron anclas en San Cristóbal y se hicieron a la mar, abandonando el bergantín en Santiago que tan buen servicio había prestado a Pedro Ortega en la exploración de la isla de Guadalcanal. Los barcos enfilaron hacia el sur bordeando la costa y al pasar por el punto mas septentrional de la isla enfilaron hacia el mar abierto y como había predicho el experimentado Sarmiento, se encontraron con un gran temporal de fuertes vientos y grandes olas y flotando muchos troncos de palmeras y enmarañadas masas de algas que el viejo marino Gallego insistía, habían sido empujados desde la isla de Nueva Guinea a unas millas al oeste. De acuerdo con un despacho de Ortega al rey, de regreso en Lima, escribió que Gallego era el marino mas experimentado de toda la expedición, habiendo pasado más de 45 años en la mar. Al enfilar las embarcaciones mar abierto, con solo el amplio horizonte por testigo, pronto se dieron cuenta, tal como Sarmiento había predicho, que era imposible tomar la ruta del sur, por lo que Mendaña ordenó cambiar el curso trazado y tomar la ruta norte hacia Méjico. La navegación fue mas tranquila cruzando ambas naves el 4 de septiembre el ecuador, aunque los vientos reinantes les llevaron un poco hacia el oeste. La tripulación estaba desesperada la mordedura del hambre se hacia sentir por la escasez de agua y víveres como describe Mendaña en su diario de navegación “... y por la escasez de pan y agua muchos sufrían y algunos murieron”, por lo que decidieron desembarcar para ver si podrían proveerse de algunos alimentos y agua y fue cuando observaron que por allí, debió haber pasado una embarcación española, por los restos existentes en la playa. Ni agua, ni víveres había en la isla, aunque un gran numero de pájaros marinos sobrevolaban. Las provisiones eran desesperadamente- escasas, por lo que Mendaña ordenó reducir la ración a “un cuarto de agua y 12 onzas de pan”. Sin más éxito, volvieron a embarcar a esperar que la próxima parada fuese más fructífera.
Aquí la rivalidad entre Mendaña y Sarmiento volvió a surgir, aunque ambos comandantes iban embarcados en sus respectivas naves Mendaña en la nave capitanía Los reyes y Sarmiento con Ortega en la menos marinera Todos los Santos. De acuerdo con el diario de navegación de Sarmiento, a 33 grados de Lat. N. el barco de Mendaña mas rápido, empezó a alejarse de Sarmiento y Ortega, empujado por los vientos alisios. Así la víspera de San Lucas (Octubre 18), una fuerte tempestad estalló y separo definitivamente a las dos embarcaciones que no volvieron a juntarse hasta tres meses mas tarde en un puerto mejicano. El temporal duró una semana y estuvo a punto de acabar con la travesía. Fue una experiencia horrible para los sedientos y hambrientos marinos; sin embargo, la Providencia quiso que ambas embarcaciones navegasen correctamente aun sin las arboladuras.
EI 9 de diciembre Los Reyes alcanzó 310 lat. N. cerca de la costa mejicana. Troncos de pinos flotaban, muchas gaviotas y ánades sobrevolaban —señales seguras que tierra estaba cerca— después de una increíble navegación a través del Océano no tan Pacifico. La tripulación pronto divisó una pequeña isla, probablemente la actual isla de San Martín a una legua de tierra firme, que ellos no pudieron claramente distinguir. No hace falta decir que la tripulación estaba loca de contenta de ver tierra después de los acontecimientos de una larga navegación. Mendaña, continúo el curso sudeste costeando la península de Baja California. El 23 de enero de 1569, catorce meses después de haber partido de El Callao, la nave capitanía alcanzo el puerto de Santiago de Colima, cerca del hoy en día puerto mexicano de Manzanillo. La llegada de Los Reyes fue patética —sin palos, ni veladuras— tras completar su épico viaje.
Por Eric Beerman
Revista de feria 2004

sábado, 8 de junio de 2013

Trazos, letras y acordes


Agustín Capitán Álvarez, Poeta


Guadalcanal

 I 
Allí nací, allí soñé ventura,
Allí la sugestión del universo
Me hizo sentir el amónico del verso
Que eleva el alma a la celeste altura.

Allí soñé el halago y la dulzura
Como  niño pacífico o travieso,
Y allí me adormecí al embeleso
De una madre feliz, que era ternura.

Sus sierras me elevaron hasta el cielo,
Sus arroyos me dieron el consuelo
De su voz, que el pesar amargo quita.
Y su aire aromado y rumoroso,
Vigorizó mi cuerpo en el reposo
De una paz bienhechora e infinita

II
Tu ensoñador paisaje, sosegado,
Lleno de luz, aroma y alegría,
En ambiente y de poesía
 Envuelve al que de lejos te ha mirado.
Mi corazón que en ti siempre ha soñado,
Hoy llega a ti como  en lejano día
A sentir en silencio la armonía
Y rumor de tus auras en el prado.
Conozco tus paisajes  y senderos,
Tus fuentes, y el balar de tus corderos,
Por tus sierras, colinas y praderas.

¡Como te he, de olvidar, si en ti la vida
Me llenó de ilusión, ya fenecida
Con el vuelo de tantas primaveras! 

Mi gran interés por la búsqueda de libros antiguos me llevó hace unos años en una de mis visitas a Madrid a una vieja librería de la Cuesta Moyano, como Guadalcanalense bucee entre los libros editados referentes a nuestra villa, en la ficha de autores encontré la referencia a Agustín Capitán Álvarez, reconozco mi ignorancia, no conocía este autor, tampoco su nacimiento a finales del siglo XIX en Guadalcanal.
Lamentablemente solo pude comprar el libro de Poemas "A  Orillas del Guadalquivir” por setecientas de las añoradas pesetas.
Mi gran frustración fue que el librero puso en mis manos el único ejemplar que le quedaba de “Rayos de Luz”, le pedí precio pero aquel viejo librero de bata gris y gruesas gafas me dijo que no estaba a la venta. 



He recopilado algunos datos de la biografía de nuestro ilustre paisano.-
Nace en Guadalcanal el 15 de diciembre de 1896, día de San Maximino y Venancio, pasó su infancia en la calle Jurado, hijo de José María y Concepción, fue conocido como el Poeta Mariano por su devociones marianas y religiosas.
Posteriormente se trasladó a Sevilla y después del instituto ingresó en el seminario, no llegó a cantar misa, ingresó como sacristán en la Iglesia del Convento de Santa María, en la calle Águilas de Sevilla, se dedicó a la enseñanza en el Colegio de San Diego, en la calle Pino Montano de la barriada del mismo nombre.
Finalmente sacó las oposiciones en del antiguo Instituto Nacional de Previsión donde trabajó hasta su jubilación, falleció en Sevilla el día 28 de Febrero de 1978, día de la Comunidad Andaluza.
Publicó varios libros, entre ellos, el libro de poesía Rayos de Luz en su primera edición en 1929, prologado por Eduardo Paradas Agüera, presbítero de la Real Academia de Bellas Artes de Sevilla, el poemario A Orillas del Guadalquivir, publicado en 1972 y prologado por canónigo Federico Mª  Pérez-Estudillo Sánchez y el libro póstumo Sevilla, Jerusalén de Occidente, publicado en 1981.
En la biblioteca de nuestro pueblo hay una colección de libros donados por el poeta.
Rafael Spínola R.

miércoles, 5 de junio de 2013

Las dos expediciones de Álvaro de Mendaña a las Islas Salomón 2

PEDRO ORTEGA VALENCIA Y LA ISLA DE GUADALCANAL
(1567-1568) Sengunda parte
Probablemente Ortega debió pisar tierra cerca de punta Lunga, donde sus hombres permanecieron hasta el oscurecer, cuando regresaron a bordo como era la costumbre. Con el alba la tripulación despertó por el griterío de hombres, mujeres y niños que embarcados en canoas rodeaban al bergantín. No fue un despertar pacifico, ya que los nativos arrojaban piedras y flechas a los “intrusos”. Los marinos contestaron, hiriendo e incluso matando a algunos, por lo que los indígenas tuvieron que huir de estampida. Al día siguiente la situación cambio y fue de calma, por lo que Ortega decidió desembarcar con un grupo de marinos y explorar los alrededores. Sorprendidos, encontraron a los apaciguados nativos, lo que aprovecharon para examinar la botánica isleña. En su exploración, alcanzó un río que el comandante sin ninguna modestia bautizo Ortega  el nombre de la isla de Guadalcanal perdura en la historia, pero no así el del río que tuvo una existencia efímera. Ortega decidió que ya habían cumplido con su misión en Guadalcanal y era tiempo de regresar con sus compañeros a bahía Estrella en la Isla Santa Isabel, pues pensaba que se encontrarían al cuidado por la tardanza.
Pensado y hecho, y así salieron en descubierta. A unas 160 millas de Lunga observaron una pequeña isla que llamaron San Jorge, que forma un canal con la Isla de Santa Isabel al norte. Ortega penetró en el canal desde la entrada sudeste y así lo especifica su diario de navegación, anotando las dimensiones del canal: longitud seis leguas por una de ancho, con una profundidad de ocho a doce brazas, y según reza su diario con un excelente fondeadero donde mas de mil barcos podían anclar. Cerca de la salida noroccidental del canal existía un pueblo indígena con cerca de treinta chozas de paja, y también atrajo a los españoles las joyas y largas filas de perlas con las que se adornaban el cuello. Saliendo del canal, Ortega decidió regresar a bahía Estrella. Durante su regreso a unas seis leguas observaron una Isla que bautizaron, San Nicolás. En su navegación de retorno noroccidental, hallaron otra Isla que llamaron San Marcos. Al alcanzar la punta norte de Santa Isabel, Ortega enfiló rumbo este, pero como el viento les era desfavorable el bergantín no avanzaba, y dándose cuenta que habían tardado mucho en esta misión, decidió enviar una avanzadilla en una pequeña lancha para realizar el viaje de vuelta de cien millas a bahía Estrella y explicar la razón del retraso del bergantín. Nada mas zarpar y debido al mal tiempo, esta pequeña lancha tuvo la desgracia de chocar contra unos arrecifes y naufragar, y los hombres forzados a alcanzar tierra a nado. A pesar de ese percance, la suerte no fue completamente contraria a Ortega y unas horas mas tarde, el viento cambio y el bergantín pudo hacerse a la mar con gran progreso, divisando pronto los restos de la lancha. Ortega con tristeza comprobó que tres soldados y el guía habían perdido la vida. Los supervivientes estaban contentos de abordar el bergantín y con brisa favorable regresaron a bahía Estrella.
Mendaña estaba preocupado con el retraso, por lo que se alegró al divisar el maltrecho bergantín entrando en la bahía y más tarde con las historias sobre sus descubrimientos de Guadalcanal e Islas cercanas que la tripulación contó. El 8 de mayo después de un breve descanso de la marinería del bergantín, Mendaña ordenó a las tres embarcaciones elevar anclas y dirigirse hacia la recientemente descubierta isla por su maestre de campo Ortega —Isla de Guadalcanal— a unas 200 millas al sur. El mismo deseaba comprobar estas historias. Las fantásticas narraciones habían despertado el apetito aventurero de Mendaña, quien era insaciable y deseaba inspeccionar la Isla el mismo y ver si la suerte le acompañaba encontrando oro y perlas.
Después de una travesía tranquila, sin grandes acontecimientos, la expedición alcanzó Guadalcanal cerca de su actual capital Honiara, donde vieron un puerto que nombraron Puerto La Cruz y al río cercano le llamaron con el nombre de su valeroso jefe piloto —Gallego. Tras desembarcar, los hombres clavaron con gran solemnidad en la playa una cruz y el padre franciscano canto misa y de esa forma, los españoles tomaron posesión de la isla. Aparentemente los nativos de Guadalcanal estaban impresionados con todos estos rituales, disparando al aire una ráfaga de flechas, obligando a los españoles a terminar rápidamente la ceremonia y a responder de la misma forma al ataque. Dos nativos murieron, otros cayeron heridos, y el resto huyó, adentrándose en la isla. Los españoles, como era su costumbre, durmieron a bordo y al alcanzar tierra a la mañana siguiente, descubrieron que la cruz había desaparecido.
El 19 de mayo Mendaña envío al experimentado alférez general Fernando Enríquez con treinta hombres a reconocer el río Gallego y al regresar a Puerto la Cruz, no terminaban de contar sobre las maravillas y tesoros encontrados. El general comandante deseaba aun continuar la exploración sistemática para una futura colonización, cuya tierra parecía rica, por lo que al alba despacho a Enríquez y Gallego en el bergantín. Al abandonar Puerto la Cruz costeando una legua, hallaron un arroyo con muchas chozas en sus márgenes y a otra legua, Enríquez observo el anteriormente descubierto río Ortega. Bordeando hacia el sur a unas diez leguas del río, Enríquez vio otro arroyo al este de la actual localidad de Roroni. Aquí el bergantín fondeo y una partida desembarco, siendo sorprendidos los hombres por unos doscientos nativos que se les acercaban, y sin estar seguros de sus intenciones y sin querer arriesgar, Enríquez ordenó emprender el regreso. Tras cuatro leguas de navegación con una brisa favorable, Gallego fue el primero en ver la desembocadura de un gran río, localizado actualmente al este de la presente Aola. Al río Io bautizaron San Bernardino en honor a la festividad del día, 20 de mayo, donde algunos hombres desembarcaron, siendo efusivamente recibidos por los indígenas. Conociendo la predilección de los españoles por el cerdo, estos estaban encantados con el regalo que los nativos les hicieron de un cerdo, además de algunos cocos y cantaros de agua. Tras una amistosa despedida, la expedición partió rumbo sudeste hasta alcanzar el punto mas oriental de Guadalcanal, cerca de la actual isla de Marapa, que los españoles nombraron San Urbano en honor del santo del día, 25 de mayo.
San Urbano fue el punto mas oriental que vieron durante esta exploración y de allí, cumpliendo las ordenes de Enríquez, regresaron a Puerto la Cruz, donde arribaron el 5 de junio y donde les esperaban ansiosos por oír las fantásticas historias que relataron de sus descubrimientos y de las maravillas que vieron, sobre los lujosos adornos de oro de los nativos y sobre los pájaros jamás vistos antes. Sin embargo, Enríquez estaba consternado al oír que durante la ausencia del bergantín, los nativos habían matado a nueve de la tripulación. Parece que al principio las relaciones con los indígenas eran buenas, pero estas se deterioraron por la prolongada estancia de los españoles y por su continua demanda de provisiones. Al día siguiente Mendaña envío a su hombre de confianza, Sarmiento de Gamboa, con cincuenta hombres en una misión de castigo, veinte indígenas murieron y fueron arrasados los poblados cerca de Puerto la Cruz.
 

sábado, 1 de junio de 2013

Guiris a por la plata extremeña


Minas de Guadalcanal  siglo XIX

Si existe un especial terreno para guiris en Extremadura, éste viene a ser el del siglo XIX, y en concreto el mundo de la minería. De las minas dependió como uno de los pilares fundamentales la economía del país pero, para su explotación, ingeniería, transporte y aprovechamiento, vinieron multitud de extranjeros.
Así en las
“Relationi Universali” consagra Juan Botero de Brenes en 1591 a Extremadura una alusión que, por su relevancia transcribimos a continuación: “Ha recato gran reputatione a questa provincia a`tempi nostri la terra di Guadalcanal per una uena richissima d`argento: conciosia que se ne cauano ordinariamente sino a 600. Scudi al die si estima, che in tutto había frutato intorno a tre miglioni di scudi, cosa raríssima anche nelle minere della nova Spagna, del Perú”.Guadalcanal, en este momento y hasta 1833, con la remodelación territorial de las provincias introducida por Javier de Burgos, pertenecía aún a Badajoz, según podemos apreciar en el mapa de la provincia de Extremadura dedicado al Excelentísimo Sr. D. Pedro de Alcántara por Tomás López en 1766.
La historia de las minas de Guadalcanal es un verdadero mosaico de extranjeros, según nos informa la
página de Geología de Ignacio Benvenuty.
Las minas de plata fueron descubiertas en 1555 por Martín Delgado, paisano de la villa. El rendimiento de la mina fue bueno y, a finales de 1556, a la vista de los numerosos registros mineros surgidos en torno a la población, se nombra inspector General a Francisco de Mendoza.
Con él se variaron los procesos de tratamiento, se instalaron molinos de caballerías y se empezaron a usar esclavos, sobre todo en las operaciones de desagüe. Poco después la mina empezó a decaer por los problemas de inundación, y se comenzaron a aplicar procesos de amalgamación para la recuperación de la plata descubiertos por el sevillano Bartolomé de Medina.
Sin embargo, los derrumbamientos e inundaciones acaban con la actividad en 1576. No volvió a haber actividad importante hasta 1632 en que se hicieron cargo de las minas
los banqueros alemanes Fuggers (castellanizado a Fúcares), pero la explotación duró sólo dos años. A fines del siglo XVII encontramos al Estado laborando las minas por su cuenta.
En 1725,
el súbdito sueco Liberto Wolters Vonsiohielm obtuvo licencia para explotar las minas de Guadalcanal, junto con las de Cazalla, Riotinto, Aracena y Galaroza, durante treinta años. Para ello proyectó la formación de una compañía explotadora que interesó especialmente a la clase alta de la Corte, levantando una gran polémica.
Con el informe favorable sobre los criaderos debido al alemán Roberto Shee, se constituyó la Compañía de Minas que pronto se dividió en dos: una para Guadalcanal y la otra para Riotinto. La Compañía de Guadalcanal verificó el desagüe de las labores y, tras un sinfín de pleitos, se extinguió a los dos años.
Tras varias tentativas de reactivación, en 1768 una compañía francesa volvió a intentar el beneficio de estas minas, construyendo a tal efecto edificios e instalaciones. La falta de resultados favorables, tras una inversión estimada en ochenta mil ducados, obligó a la compañía a contratar en 1775 al perito sajón
Juan Martín Hoppensak, quien, tras reconocer la mina, organizó el desagüe e investigó el cruce de los filones, anunciando además la proximidad de la falla en las labores más profundas del sur.
A pesar de los esfuerzos, las dificultades del desagüe hicieron fracasar la empresa en 1778. Pero en 1796 Hoppensak tomaba las minas por su cuenta, junto con las de Cazalla.
Las minas de Guadalcanal fueron visitadas por el físico y naturalista
Guillermo Bowles, venido de Alemania en 1752 por encargo de Carlos III, y en su “Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España” (1775), da cuenta del reconocimiento practicado en el Pozo Rico y en el Campanilla.
Además, hace una reseña histórica de las minas y refiere la existencia de dos planos antiguos, uno con diez pozos y otro con once, entre 80 y 120 pies de profundidad. Describe también otras minas de Guadalcanal, así como las de Puerto Blanco y Cañada de los Conejos (Cazalla), Alanís y Fuente de la Reina (Constantina), todas de plata.
Hoppensak continuó los trabajos de Guadalcanal y Cazalla al menos hasta 1806. En 1822 la Comisión Especial de Recaudación del Crédito Público encargó un informe que no consiguió abrir nuevos horizontes al criadero de Guadalcanal. De nuevo, en 1830 se encarga al presbítero Tomás González el reconocimiento de la bibliografía concerniente a las minas. En la década de 1840 una compañía inglesa reanuda las labores, que fueron abandonadas en breve a pesar del informe favorable que dio el
capitán John Rule, como resultado de su visita personal.
Mucho más tarde, en 1911, se vuelve a reanudar el desagüe por parte de un grupo de mineros particulares, mediante la instalación de un grupo de bombas eléctricas alimentadas por una central a boca de mina; se perforaron 100 metros de pozo llegándose a los 200 metros de profundidad, a la que se encontraban las labores antiguas. Se proyectó un aumento de los equipos de desagüe que no se llevó a cabo al sobrevenir la I Guerra Mundial. En 1919 y sin que hubiera actividad minera, el yacimiento estaba cubierto por concesiones a cargo de la Compañía del Pozo Rico, la Cuprífera Española y
Rodolfo Goetz Phillipi.
Por Cecilio j venegas