By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 29 de agosto de 2015

Inicio, auge y decadencia de las minas de Guadalcanal 71

 
La vida de los trabajadores en la mina y 3

Asistencia médica, medicinas y dieta alimenticia eran costeados por la administración minera y resultaban gratuitos para el enfermo. El médico acudía diariamente a hacer una visita a las minas y realizaba las curas de urgencia a administrativos, trabajadores y esclavos. En su contrato puede apreciarse el interés de la administración por contratar a un buen profesional; en 1560-70, el médico era “el que en mejor posesión esta tenido en Guadalcanal” y el único “letrado” de entre los galenos de la zona.
El servicio sanitario era relativamente eficaz en cuanto a su asistencia; las relaciones dicen del físico que le hacen
“venir de día y de noche cuando le llaman y anda dos leguas porque los enfermos de aquí son muchos...”.
Para las urgencias, especialmente los accidentes, el alcaide de la cárcel era también barbero y
“sangra a los esclavos de V.M. y cura las escalabraduras de los dichos esclavos y de otras gentes en ausencia del médico”.
Ambos se servían de la botica existente en las minas, a la que se surtía periódicamente de medicinas en Sevilla. Al igual que en tantos otros aspectos de la administración de la mina real, el fraude y la corrupción también afectaban a la asistencia sanitaria; si ésta era gratuita para los trabajadores, los funcionarios utilizaban también el servicio para sus criados y familiares, a quienes reglamentariamente no afectaba tal gratuidad
En el caso, por otra parte muy frecuentemente, de que los enfermos sobrepasan el número de los que la enfermería de la mina en la vivienda del médico pudiera acoger —para 10 ó 12 camas un máximo de 36 enfermos, la utilización de una cama por enfermo es un lujo del siglo XX—, los dolientes eran enviados a uno de los hospitales de Guadalcanal, con el que existía una especie de concierto para su acogida 111
A cambio de esta facilidad, la administración entrega una limosna anual al concejo de Guadalcanal, el mayordomo y cofradía de la Hermandad de la Santa Trinidad, para que compren ropa de cama “para los pobres enfermos que se curan en el hospital y señaladamente para los que en] de los que trabajan en las minas”;
La existencia de una cierta previsión social en el aspecto sanitario no evita el drama humano del enfermo, que deja de percibir el salario durante el tiempo que dura su enfermedad y que, en una buena parte de los casos, queda inútil para desempeñar cualquier clase de trabajo. A pesar de todo, la administración real, siempre un tanto paterna dicta unas normas que no aparecen en las empresas privadas para ayuda de aquellos que resulten inválidos por accidente o enfermedad laboral. En 1557 escribía la Princesa gobernadora al administrador Mendoza:
“a todos los que enfermaren por causa de las minas, o trabajando en ellas que los curen en Guadalcanal y que se les den camas y casas convenientes y médicos e personas que los sirvan e curen y las medicinas y dietas nescesaría, y los mantenimientos que fueren menester, y a los que murieren que los entierren, todo esto a nuestra costa, sin que el tienpo que estuvieren enfermos dieren el dicho recaudo, gocen de ningún salario ni jornal, pues serán nescesario para otras personas que sirvan e trabajen en su lugar, pero si la enfermedad fuese larga y pasara de tres a cuatro meses, de manera que no pueda tornar a trabajar en las minas que trabajó, si tuviese disposición para ir a buscar su vida a otra parte, dársele ha alguna limosna la que a vos paresciere para su camino”
Evidentemente, el problema se plantea con aquellos que no tienen esa “disposición” memoriales de antiguos mineros solicitando que se les ayuden porque como consecuencia de su inutilidad se han visto reducidos a extrema pobreza son innumerables y todos contestados en sentido negativo. Sirva como ejemplo el de Pedro Querines, vecino de Ciempozuelos y natural de Talavera, quien envía un memorial al Rey explicando que le había ido en las minas de Guadalcanal y Aracena
“en la dificultad del seruicio dellas, de lo que me sucedió grandes enfermedades y gastos, porque serví más de seis años en el ensayar de los metales y desde que salí de allí estoy enfermo y en muy extrema nescesidad y pobreza. (...) Suplico a V.M. por amor de Dios me haga limosna para ayuda de ella (...)” 112
Dentro del área sanitaria es preciso considerar también la asistencia veterinaria, imprescindible dada la cantidad considerable de animales de tiro que llegan a concentrarse en la explotación, al servicio de los “ingenios” y los transportes de la mina. Las curas veterinarias eran aseguradas por un albeitar que al mismo tiempo ejerce el oficio de herrador, residente en Guadalcanal pero contratado por la administración de igual forma el médico. 113
Si importante era la asistencia sanitaria en una empresa donde accidentes y enfermedes profesionales eran muy frecuentes, no lo era menos para los usos de la época la religiosa. La administración se sentía obligada a cuidar por igual de la salud del cuerpo y alma de los trabajadores a su cargo.
La asistencia religiosa se aseguraba por la presencia en nómina de un capellán fijo, más de otro que acudía desde Guadalcanal los días festivos a fin de celebrar una segunda misa que permitiera el cumplimiento dominical a los dos turnos de trabajadores. además de los cultos habituales, el capellán aseguraba la enseñanza de la doctrina cristiana  a los niños, “que son muchos”, administraba los sacramentos, oficiaba
“los enterramientos de los muertos, que son muchos y los más pobres, y en las exequias en misas de difuntos”.
Para todos ellos se construye una iglesia con aportaciones de la propia administración minera y aplicando al culto las penas de cámara y condenaciones que se imponen en la fábrica 114

111 En 1558 un informe sobre la mina daba cuenta de que:
“el hospital que está en Guadalcanal, a donde se curan los enfermos desta fábrica, la orden se tiene es que el teniente de administrador da cédulas a quien él quiere, y en ella dice el físico destas minas a donde está el dicho hospital, que resciba a fulano que ha enfermado, de la comida, dietas y medicinas y a otros dándoles dietas y medicinas, y por esta cédula de físico y quando sana o muere el enfermo, trae la cédula al juez Alfaro, a quien está col que tome la quenta al físico y pone en la dicha cédula que se le libre tanto al físico, y este a la contaduría y se le haze la libranza (...) y quando le paree que hay enfermos se pone una enfermera con dos reales cada día (...). Hay en el dicho hospital 12 camas con 12 colchones con 12 mantas y 12 fracadas y 12 almoadas y 24 sábanas y sus bancos y cañizos para cada cama  y más las basijas nescesarias para cosa de botica con las medicinas que de Sevilla se han (...). Cuando los enfermos son muchos se llevan al hospital de la Sangre de Guadalcanal donde se a concertado para que los resciban”.
cfr. A.G.S. Escribanía Mayor de Rentas, Minas, Leg.° 1, fol. 6. A.G.S. Diversos de Castilla, Le fol. 21
112 Cfr. A.G.S. Contadurías Generales, Leg.° 3.072, s.f., de la Princesa Gobernadora a Mendoza, 21 Inero de 1558. El memorial, en A.G.S. Consejo y Juntas de Hacienda, Leg.° 160, fol. 7.
113 GONZÁLEZ, T.: Noticia histórica..., vol. II, p. 238. Sobre asistencia sanitaria y enfermedades en eral, cfr. además de las notas anteriores, A.G.S. Consejo y Juntas de Hacienda, Leg.° 36, fol. 143; ;.° 41, fol. 21; Leg.° 48, fol. 63; Leg.° 51, fol. 18; Leg.° 66, fols. 20 y 23; Leg.° 68, fol. 124; Leg.° 96, 38. A.G.S. Escribanía Mayor de Rentas, Minas, Leg.° 1, fol. 10. A.G.S. Diversos de Castilla, Leg.° ol. 29.
114 La asistencia religiosa en la mina resulta muy bien descrita en la información de A. de Zárate: “demás de Juan Carrasco, clérigo que administra los sacramentos en estas minas, proveímos algún tienpo a otro clérigo que se llama Cristóbal Núñez, vecino de Guadalcanal, para que los domingos y fiestas viniese a decir otra misa demás de la que dice el dicho Juan Carrasco, porque como se trabaja también los domingos y fiestas en los pozos, no podría toda la gente hallarse a oir una misa. Pero hállase gran falta en no haber de ordinario más de un clérigo, porque si aquel enferma no hay quien celebre el oficio divino, y demás desto no se puede decir fácilmente los domingos y días solennes misa cantada, ni hay quien ayude los enterramientos de los muertos, que son muchos (...) ni en las exequias y misas de difunto, ni en la administración de los sacramentos; lo cual todo se proveería convenientemente si el dicho Cristóbal Núñez residiese de asiento en esta fábrica, con cargo de dezir misa todos los domingos y fiestas y tres días de cada semana, rogando a Dios por la salud y vida y prosperos sucesos de V.M. y de su casa real y sirviendo el oficio de sacristán y ayudando a dezir las misas cantadas los domingos y fiestas y enseñando a leer y la dotrina christiana a los niños que son muchos”;
A.G.S. Consejo y Juntas de Hacienda, Leg.° 115, fol. 5.
 
De Minería, Metalúrgica y Comercio de Metales
Julio Sánchez Gómez
 

miércoles, 26 de agosto de 2015

Guadalcanal en la carta de ajuste

Televisión en Sevilla

Con total éxito técnico quedó incorporada ayer Andalucía a la TVE
 
Ayer, la emisora andaluza de Guadalcanal enlazó con los equipos centrales de Televisión Española en Madrid para retransmitir, con toda normalidad, el programa extraordinario que, desde Burgos, ofrecía los actos conmemorativos del XXV aniversario de la exaltación del caudillo a la Jefatura del Estado.
De esta manera el Generalísimo Franco inauguraba, a larga distancia, con la imagen y su palabra en los receptores andaluces, las nuevas rutas de la televisión por el Sur de la península.
 
La puesta a punto de la torre emisora de Guadalcanal en un tiempo record, ha supuesto un total éxito debido al esfuerzo de un meritorio cuerpo técnico digno de los mayores elogios. Ayer, al fin, después de trabajar durante toda la noche poniendo los cinco enlaces intermedios desde nuestra provincia a Madrid, y a las 12,15 de la mañana se recibía en Guadalcanal la carta de ajuste de la central madrileña y a las 12,30 se estaba reflejando en las pantallas sevillanas con toda nitidez y eso que la emisora andaluza trabaja actualmente, en emisión de prueba, con sólo un tercio de su potencia normal.
A la emisora sevillana del Radio Nacional de España están llegando numerosos controles de distintos puntos geográficos de Andalucía, Granada, Córdoba, Ceuta, Mérida y Baena; en alguno de estos puntos con solo antenas interiores.

En Sevilla, donde ya son numerosos los receptores que funcionan, la noticia de nuestra incorporación a TVE, corrió como la pólvora y  fueren muchas las personas que pudieron seguir el programa transmitido desde Burgos y luego el programa normal desde Madrid que anoche ofreció la audio visión de “Gran Paradas”,  un supe espectáculo en el que intervinieron Antonio y su Ballet Español.
Esta mañana se han captado parcialmente los programas en nuestra ciudad que, a parir de ayer, quedó definitivamente unida a la televisión española.

 
Sevilla, Diario de la Tarde
Página 10, lunes 2 de Octubre de 1961

sábado, 22 de agosto de 2015

López de Ayala o el figurón político-literario 6

Cándido Nocedal
Capitulo 6
Inicia las definiciones
 A las Cortes convocadas por el Ministerio Narváez en 1857 asistió Adelardo López de Ayala, al cargo de representante del país por los trabajos que realizó con sus paisanos mientras estuvo retirado (¿?) en Guadalcanal y por la ayuda del gobierno. Esta, que fué factor decisivo en la elección, se la prestó el ministro Nocedal, tanto para premiar al defensor de El Padre Cobos como para dar, relieve en el partido a un escritor de fama.
Trajo, pues, Ayala a las Cortes filiación ministerial, y correspondió a ella no sólo sentándose en los escaños de la mayoría, sino dando su voto favorable a la a la contestación al discurso de la Corona y votando en contra de una proposición de D. Federico Santa Cruz, que pedía se investigase la conducta de los agentes del Gobierno durante las elecciones.
Pero el nuevo diputado no pasó de ahí. Vió Ayala que el camino de la lealtad es largo, y quiso echar por el atajo de la defección. El partido moderado, lo mismo que el partido progresista, tenía elementos contrarios al escalafón riguroso. Y estos elementos jóvenes de ambos viejos partidos iban a ponerse de acuerdo para crear un partido flamante. En él esperaban hallar todos acomodo fácil y preeminente.
Esta era la razón. Y era el pretexto constituir un grupo gobernante de gran amplitud. Ni tan retrógrado como el moderado ni tan avanzado como el progresista, y, por ende, más abierto a todas las ideas y a todos los idealistas. Ese partido sería la Unión Liberal, que implantaría leyes modernas dentro del orden antiguo, eterno. Vamos, un partido en el que pudiesen formar cuantos quisieran. ¡Cuantos quisieran mejorar de puesto!
Y Ayala quería. Siendo diputado del montón, se subiría al montón pateándolo, claro es, pues tal había de hacerse para quedar encima. A la primera ocasión daría las patadas.
El Gobierno dió un proyecto de Ley de Imprenta, bastante amordazador, desde luego. Pero ¿qué iba a esperarse del general Narváez, interpretado por D. Cándido Nocedal?... Ayala, sin embargo, hizo como que no esperaba eso.
Eso iba contra sus convicciones. ¿No había defendido él la libertad de la Prensa al hacer la defensa del popular libelo tantas veces citado?... Cierto que, al hacer semejante cosa, fué contra las ideas del partido moderado, para asunto meramente ocasional. Y cierto que, si triunfó, consiguió la victoria porque el adversario combatía contra su propia bandera. Los progresistas no podían pelear bien atacando una libertad, pues que las preconizaban todas. Como resultaba absurdo que los moderados -!con Nocedal y Narváez, gran Dios!- dejasen a los periódicos hablar libremente. Pero Ayala se olvidaría de tan lógico proceder. El defendió la libertad de Imprenta, y la seguiría defendiendo.
Así vistió de consecuencia lo que inconsecuencia era, pues el Gobierno le dió el acta, y con el Gobierno acudió al Parlamento, votando el programa gubernamental y rechazando incluso la investigación de los atropellos que para traer a los diputados de la mayoría —61 uno de tantos— se cometieron. Y así realizó el acto único en nuestra historia parlamentaria —con tener ésta infinitos ejemplos para excusa de convertidos— de que un novel diputado ministerial, la primera vez que hacía uso de la palabra, atacase ferozmente al Ministerio, poniéndole en trance de sucumbir.
Pues tanto consiguió Ayala con su imprevista agresión. En su estudio sobre estas; Cortes, dice Nido y Segalerva: "Sólo consiguió el señor Nocedal hacer triunfar la Ley de Imprenta; pero la discusión de aquella ley fué el golpe de gracia para la situación." Y añade que ese golpe lo dió "la voz vibrante y enérgica de Ayala".
Desde luego, la voz de Ayala era vibrante y enérgica. Mas aunque hubiese sido apagada y temblorosa, efecto igual habría producido. Un Gobierno contra quien se alzaba uno de los recién nacidos diputados ministeriales tenía que caer. Y el Gobierno moderado cayó a. poco. Las Cortes en que debutó Ayala sólo durarán meses.
Mas para Ayala no duraron ni eso. Ya no volvió a hablar en ellas, ni siquiera a asistir a sus sesiones. Otras Cortes habían de convocarse y a preparar la próxima elección se retire De nuevo partió para Guadalcanal, ¡yendo a deshacer las organizaciones electorales del Gobierno! Con lo que demostró que su discurso de oposición rabiosa no era un arranque en defensa de la libertad de escribir, sino todo un proyecto de destrozar al partido moderado. Tanto más cuanto que en ese tiempo no escribía nada. Única y exclusivamente se dedicó entonces a organizar las fuerzas extremeñas para la Unión Liberal. Sacando estos elementos de las agrupaciones que en Extremadura acaudillaban el general Infante y D. Antonio González, jefes moderados que en su elección le ayudaron. La traición de Ayala era total.
¿Y a quién se acercaba cuando de los moderados alejábase?... No a los progresistas, ciertamente; pero porque el partido progresista se deshacía en la oposición, igual que el moderado en el Poder. Sin embargo, a un progresista iba aproximándose. ¡Y qué progresista! El general O'Donnell. Aquel general O'Donnell, segundo de Espartero, tan cariñosamente tratado por Ayala en su artículo Relinchos. Ya no le importaba al articulista de El Padre Cobos que "presidiera la dirección de los negocios públicos de España. la raza caballar". Con que le fuese permitido montar en la grupa...
O'Donnell se lo permitió. Al formarse la Unión Liberal el mesías de los unionistas acogió amoroso al que había sido su profeta. Para semejante Cristo resultaba el Bautista correspondiente. Sobre que en un grupo de tránsfugas, como era esa asociación de ex moderados y ex progresistas, Ayala encuadraba bien. Por eso permaneció largo tiempo a ella acoplado, consecuente en su inconsecuencia. Aunque, para no olvidarse de traicionar, traicionó una significación propia. ¡La actitud de defensor de la libertad de Imprenta!
Elevada al Poder la Unión Liberal, el Gobierno de O'Donnell trajo a Ayala al Parlamento. No pudo ser ya diputado por Mérida, donde los electores de la derecha estaban dolidos con él y los de la izquierda de él desconfiaban. Pero logró el acta por Castuera, donde se le conocía menos y el influjo gubernamental no encontraba rencores ni recelos.
Sobre el lugar en el escaño, otro puesto tenían para Ayala las Cortes del 58. El Gobierno de O'Donnell había de modificar la Ley de Imprenta, de Nocedal. Y Ayala fué nombrado miembro de la Comisión encargada de preparar el nuevo proyecto de ley.
Esto era lógico. Ayala combatió ¡y de qué modo! la ley que de derogar se trataba. Pero lo que no era tan lógico fué el resultado de los trabajos de aquella Comisión. Vamos, lógico si era... En fin, diremos qué sucedió.
El Gobierno se encontraba muy bien defendido con la ley de los moderados, y no tenía excesivas ganas de derogarla. Por eso lo primero que procuró fué dar largas al asunto. Y así, la Comisión, de que Ayala era o debía ser verbo encendido, dejó pasar toda la primera legislatura sin emitir dictamen. Sólo al final de la legislatura segunda, ya en el año 61, dictaminó.
Este dictamen venía tarde, ¿verdad? Pero además, venía con daño. La nueva Ley de Imprenta dejaba vigentes los principales extremos de la anterior, combatida por Ayala. ¡Y Ayala afirmaba la propuesta de tal proyecto de ley! Ya se olvidó del amor a la libertad tan querida, que había defendido defendiendo a El Padre Cobos. Del Gobierno de los moderados se apartó por ese amor. Olvidaba, sin embargo, ese amor para seguir adherido al Gobierno de los unionistas. Mas es que este Gobierno prometía mucho al diputado de la mayoría... Hacía algo mejor que prometer: daba.
Sin obligarle a hablar —¿ qué hubiese podido decir, justificando la eternización de aquel dictamen, primero, y, luego, la forma en que se presentaba?— le iba colocando, situaciones preeminentes. Y, por fin, tras de haberlo ido pasando por puestos parlamentarios diversos, entre otros el preciado de miembro de la Comisión del Mensaje, le dió setenta y dos votos para una vicepresidencia del Congreso en la tercera legislatura. Esto equivalía a señalarle para ministro futuro, ya que entonces regía el criterio de conceder las carteras en las crisis parciales a los miembros de la mesa .presidencial.
Ayala, correspondiendo a estos favores, fué un ministerial, perfecto. Votaba en las Cortes con el Gobierno siempre y estrechaba su relación personal con O'Donnell. Hasta rompió a hablar en favor del uno y del otro.
La proposición de apoyo al jefe político y caudillo guerrero que pedía apelar a las armas contra el infiel marroquí, fué por Ayala defendida, y pudo el Gabinete sostenerse, con el entusiasmo que la campaña provocaba, y conquistar laureles el general, tejidos en forma de ducal corona.
Esperaba así, tranquilamente, Ayala subir hasta las cúspides de la política. Aun cuando preparado para alcanzar ésas como fuese. Ya sabía dar la vuelta, si el camino se cerraba, y con aplicar semejante método... Según se verificó, que dijo el clásico.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932

miércoles, 19 de agosto de 2015

Descendencia Real de Dña. Blanca 2/2

Sobre el supuesto linaje judaico de los Enríquez

La expulsión de judíos de los reinos hispánicos fue ordenada por los Reyes Católicos en un edicto publicado en Granada el 31 de marzo de 1.492. La medida fue acogida en toda Europa corno un evidente signo de modernidad, e incluso existe una carta a los reyes enviada por la Universidad de la Soborna, la de máximo prestigio de la época, felicitando a la corona por haber tomado la medida.
Aunque en el mismo Edicto de Granada, que indica la amplitud de la orden que incluyó los reinos de Castilla y Aragón y sus dominios y territorios, como los italianos (Sicilia), pertenecientes a la corona de Aragón, para el reino de Nápoles, conquistado en idas, existirá un edicto posterior de Fernando II.
Durante mucho tiempo la bibliografía ha incidido en la importancia de la reina sobre el rey en la toma de la decisión, influida por algunos de sus principales consejeros como el padre Hernando de Talavera que estuvo a su lado durante 29 años. Estudios recientes han dado la vuelta a esta teoría e indican que fue el Rey Fernando quien más interés puso en la expulsión, aún cuando los judíos habían prestado muchos y buenos servicios a la corona de Aragón durante el reinado de su padre Juan II.
También en la corona de Castilla su contribución había sido destacable: sobre las finanzas del reino por medio de préstamos y ayudas, sobre la buena marcha del comercio y en llevar con diligencia y esmero la burocracia real.

En la corte y en los medios aristocráticos no había existido antisemitismo en el siglo XIV ni en siglo XV, aunque entre las clases populares eran mirados con rencor y desconfianza, y en diferentes épocas se habían vivido episodios de persecuciones y asesinatos de poblaciones judías en lugares concretos de los dos reinos. Quizás en ese empeño del rey influyera una manera de lavar las raíces judías de su linaje. Según algunos testimonios y documentos a los que vamos a referirnos la madre del rey, Doña Juana Enríquez, hermana del Almirante de Castilla, perteneciente a la más importante nobleza castellana, emparentada con los Trastámara, tenía ascendencia judía por parte de madre, lo que biológicamente afectaba a Doña Juana esa ascendencia era mínimo, pero algo de sangre judía quedaba.
No solo es el caso de doña Juana sino también de su hermana Doña María cuyo hijo era el Duque de Alba, así que también la Casa de Alba recogería esa mancha en su blasón. Según un memorial anónimo de la mitad del siglo XVI, el bisabuelo de la madre del rey Fernando, D. Fadrique, maestre de Santiago, uno de los numerosos hijos bastardos de Alfonso XI y de Doña Leonor de Guzmán (miembros de la futura dinastía reinante de los Trastámara), se casó con Doña Paloma, una mujer judía nacida en la población sevillana de Guadalcanal, cuyos descendientes según testimonios de la época procrearon en abundancia "de manera que en Castilla casi no hay señor que descienda de Doña Paloma" según decía un romance de la época.
Uno de ellos sería un tal Martí  de Rojas, que solía acompañar al rey Fernando en sus jornadas de caza de altanería. En una de éstas, el halcón soltó una vez una garza que había apresado y se fue tras una paloma: "El rey que vio volver a Martín con las manos vacías, le preguntó por su halcón. Martín de Rojas le contestó: Señor allá va tras nuestra abuela". Porque este Martín era también descendiente de la misma Doña Paloma.
En 1481, Fadrique Enríquez, primo del rey Fernando, es protagonista de un suceso acaecido en la corte. Ante damas principales y bellas, ante nobles y caballeros y ante el cardenal primado Pedro González de Mendoza, un joven noble Don Ramiro Núñez de Guzmán entre chanzas e insultos, le recuerda a Fadrique sus antepasados judíos. La reina Isabel enterada del suceso ordena confinar a ambos en sus dominios. A Ramiro Núñez, hombres emboscados le dan una soberana paliza, por orden de Fadrique, la reina indignada pide al padre, el Almirante, que le entregue al joven rebelde, a lo que este responde: "Señora, no le tengo, ni sé dónde está". La reina pide que en el acto le sean entregadas las fortalezas de Simancas y de Rioseco.
Fernando de Pulgar, cronista oficial del reino nos cuenta todos estos sucesos en un manuscrito fechado en 1535 que se conserva en la Biblioteca Nacional, donde aparece un fragmento del romance que se cantaba en los reinos sobre estos sucesos (sic): "caballeros de Castilla, no me lo tengáis a mal, porque hice dar de palos a Ramiro de Guzmán, porque me llamó judío delante del Cardenal". Fadrique Enríquez dijo en la discusión a su rival: "i Vete, para allá escudero"!, y así insultado respondió: "¡Vete, tú judío!", aludiendo según el ilustre historiador Menéndez Pidal a una tatarabuela de "casta hebrea". Con estos datos, elusiones y silencios que preceden hay base de sobra para afirmar que tanto los Enríquez, como Fernando el Católico eran, por parte de madre, de ascendencia hispano-judía, y que el hecho era un secreto a voces en los siglos XV y XVI. Lo que pone de relieve el absurdo de que existieran estatutos de limpieza de sangre en unos reinos en donde los reyes y algunos de sus principales nobles: los Almirantes, la Casa de Alba, carecían de esa limpieza, como bien se encargó de anotar el ilustre historiador Américo Castro, a quien debo la inspiración de este trabajo.

Gonzalo Franco Revilla 

sábado, 15 de agosto de 2015

Inicio, auge y decadencia de las minas de Guadalcanal 70

 
La vida de los trabajadores en la mina 2
 Las noticias que hablan de intoxicaciones agudas y enfermedades crónicas producidas por exposición al humo de fundiciones y afinaciones, así como de accidentes, son constantes y afectaban por igual a trabajadores y administrativos 105. En 1571, informaba el visitador Zárate:
“el contador anda tan enfermo de un apretamiento de pechos que se le ha engendrado del humo de los metales que ninguna semana pasa sin tener calentura (...). Luis de Montesinos, guarda destas minas, se ha engendrado y despedido dellas por las continuas enfermedades que él y su muger tuvieron en este mal sitio y de causa de los humos y malos vapores”.
En 1556,
“sólo han andado cinco fuslinas por causa de haber adolecido muchos de los afinadores”
En  1557 el administrador comunicaba a Felipe II:
“por ser el humo de los metales tan contrario a la salud, yo enfermé y estuve a punto de morir en aquel asiento y aunque convalecí, me quedaron tantas enfermedades que me fue forzoso enviar a suplicar a la Serenísima Princesa me mandase dar licencia para venirme a durar a mi casa”.
Y cuando se le envía como visitador en 1570, suplica al Rey
“siendo V.M. servido mandarme otra cosa; al punto la cunpliré, mayormente que no está agradable ni saludable la estancia en estas minas, que se debe dexar por quien la ha probado, en especial con las calores, que no se libra nadie de enfermar”.
llegada del verano suponía una incidencia mucho mayor de la enfermedad; en julio de 1556 escribía Mendoza:
“en el asiento de las minas han comenzado a enfermar ansí alemanes como españoles”.
La mortalidad por enfermedad profesional y accidente era alta en Guadalcanal “menor sin embargo, por lo que puede deducirse de las informaciones que en Almadén”. En 1561, daba cuenta Mendoza de que había fallecido el juez de minas, licenciado Alfaro,
“por ser aquel asiento mal sano y con el trauajo que allí se passa de soles y fríos y del humo de los metales, tubo muy rezias dolencias y hultimamente, de una dellas murió”.
1570 era Zárate el que escribía:
“aunque nos libre Dios del humo della (de las fundiciones), que ningún encerramiento basta para que nos ahogue y trae atosigada la mitad de la jente, y en la fundición pasada mató a un muy buen afinador que se llamaba Gaspar Lorenzo, con ser de los más antiguos afinadores de aquí (...). Los enfermos aquí son muchos, que en una semana se han muerto cuatro plomeros en el mes pasado y entre los negros siempre hay enfermo”.
Si la incidencia de la enfermedad es mayor en los meses de verano, también lo es por lógica la de la mortalidad; en 1569 se informaba: “el verano pasado se murieron muchísimos estrangeros” (...), entre los esclavos:
“en estos dos meses a sido Dios seruido de dar enfermedad en los esclauos de suerte que seh an muerto nueve y ninguno enfermaba que no moría”.
Y entre la población infantil:
“las tres henbras se tratarán de vender porque no se mueren como se han muerto otras que han parido las esclavas”.
Algunos privilegiados tenían posibilidades de escapar a los problemas de la intoxicación. Las esposas de los funcionarios se trasladaban a la villa durante la época de las fundiciones
“antes que se mueran en estas minas, porque si se funde el metal rrico que se ba sacando en ninguna manera podrán pasar esto”.
Pero los trabajadores y administrativos, residentes en suma en el lugar de la mina veían afectados también por otras enfermedades no específicamente profesionales pero muy comunes en la época. La más habitual, que parece endémica en el lugar de la mina y que afectó sucesivamente a todos los oficiales y hay que suponer que en igual grado que la población trabajadora, era el paludismo. En octubre de 1556, Zárate comunicaba que él había enfermado de tercianas y que igualmente se hallaban afectados todos los demás de los oficiales 106. Si bien no era habitualmente una enfermedad mortal, su consecuencia que era importante absentismo laboral. Francisco Blanco en 1567 informaba que tuvo que el trabajo porque
“me sucedió unas calenturas tercianas dobles, de que he estado muy malo, que ya, bendito Dios, “voime mejorando” 107
En otras ocasiones, la mina se veía afectada por la llegada de una epidemia venia de fuera; en julio de 1569 escribía Doña Mariana Girón, esposa de un administrativo mina, a Escobedo:
ágame V.M. lástima que estoy catorce leguas de Sevilla, donde an muerto en dos días acá 3.000 personas de pestilencia y todos estos caminos andan líen, personas que andan huyendo con la misma enfermedad (...) y mi madre es muy mala y un ermano mio estoy con pena asta ber lo que será”  108
La curación de las dolencias se trataba de lograr en primera instancia mediar sistema más simple, la ausencia temporal del foco de la enfermedad, la mina. En escribía Zárate:
“Por otras cartas mias he hecho relación a V.M. de mi indispusición y fal salud, la qual va creciendo cada día por no tener lugar de curarme ni salir d peligrosa estancia como es esta, a casa del continuo humo y fuego de que cercada esta casa donde vivimos y los grandes calores que haze. Yo he pro do cayendo o levantando proseguir estos necogios (...) con haberme ha algunas veces con gota y con tercianas y con mal de pecho, todo juntan (...) y con que no hay días que no caigan enfermos 15 ó 20 personas de la entienden en la fábrica, que en fin, tienen libertad de irse a curar a donde quieran. Solo yo no he salido desta casq or mucho que me haya quejado la dolenjia, ni me he podido curar”109
Pero para aquellos que no pudieran ausentarse, o cuya enfermedad no lo permitiera, para los accidentados, la mina ponía a su disposición también sus propios mecanismos asistenciales, fundamentalmente médico, boticario, enfermería y botica. En un primer momento, se baraja la idea de construir un hospital en las minas —los mineros de Almadén si qué dispondrán de uno—, pero se desecha la idea ante la existencia ya de cuatro la villa de Guadalcanal. En lugar de él, se dota de una ampliación por cuenta de la administración minera a la vivienda del médico asalariado, a quien también se le asigna a enfermera. Se instalan allí doce camas y los enfermos pueden contar con la continua vilancia del galeno. En 1558 se informaba a la Corte:
“dice V.M. la orden que es servido que se tenga con todos los que enfermasen en esta fábrica por causa de las minas y que avise si será bien hazer algún hospital aquí en Guadalcanal. Con los que enfermaren se tendrá la orden que V.M. mandó; hospital no me paree que se debe de hazer porque es menester gran cuidado y gastar mucho y hay cuatro en el lugar, aunque todos ruines y no bien proueidos. El físico de la fábrica ha tenido y tiene en su casa los que han enfermado y con ayudarle con 150 ducados poco más o menos, se hará aposento para 10 ó 12 personas que puedan estar bien. Este físico es buen boticario y sangra; hácelo de buena voluntad y es poco el salario que lleva, que sin tener su casa los .dolientes ya se había de hazer ayuda de costa. Puédesele aderezar la casa en la cantidad que V.M. mandare y en los gastos de comida y botica se tendrá cuenta y razón y su muger es enfermera y con poca ayuda tienen los dolientes buen recabdo”.
La resolución real aprobaba la propuesta y encarecía que «se provea bien de manera que enfermos sean bien asistidos 110
105 Cuando en 1556 se piensa en un administrador para sustituir a Zárate, que había pedido el relevo se descarta a D. Alonso de Tovar, en quien en un principio se pensó, por ser persona de salud delicado ya que “conviene que la persona que allí fuese tenga salud y sea de conplexión regia para sufrir el air y el sol y el humo de las fundiciones y afinaciones que haze adolecer a muchos de los que andan trabajando y algunos han muerto porque el humo es peligroso e inficiona el aire y desta causa algunos días faltan fundidores y afinadores con que cesan la obra”;
cfr. A.G.S. Estado, Leg.° 112, fol. 170. Cuando en 1559 se acusaba a Mendoza de hinchar demasiado la nómina de administrativos de la mina, aquel se defendía de la acusación alegando que son imprescindible, pues
 “conviene tener antes sobradas personas que de menos, por haber sienpre enfermos y sí doliente aquel sitio”;
cfr. A.G.S. Diversos de Castilla, Leg.° 46, fol. 22.
106 “En lo que toca a mi salud, habrá ocho días o diez que en Llerena se me quitaron las ter y ansí por rematar viertas cuentas particulares (...) determiné venirme luego a estas, donde he estado ocho días ha y caso que, conforme a lo que suelen usar conmigo, me tomo luego las calenturas, yo he determinado de no curarme más ni salir de aquí si no fuere la propia Corte”.
cfr. A.G.S. Consejo y Juntas de Hacienda, Leg.° 28, fol. 36 y A.G.S. Escribanía Mayor de R Minas, Leg.° 14, fol. 5.
107 GONZÁLEZ, T.: Noticia histórica..., vol. II, pp. 215 y ss. No sólo en Guadalcanal era habitual la morbilidad palúdica; en 1568, Bernabé Manjón, administrador de Alcudia-Almodóvar, escribía a la corte
“por mi enfermedad de quartanas que truxe de la vena gorda del valle de Alcudia”.
El origen de la enfermedad era atribuido a la insolación, “destar tres días al sol partiendo alcol en la vena gorda”; cfr. A.G.S. Consejo y Juntas de Hacienda, Leg.° 90, fol. 55.
108 A.G.S. Consejo y Juntas de Hacienda, Leg.° 96, fol. 47.
109 A.G.S. Estado, Leg.° 113, fols. 29 y 30.
110 A.G.S. Consejo y Juntas de Hacienda, Leg.° 34, fol. 343.
En 1556 se libraban 42 ducados —15.750 maravedíes— para pagar 351 varas de lienzo a 44,87 mrs. la vara para proporcionar 6 camas a la enfermería de la mina. Para 6 colchones se compraron 18 arrobas de vara por 5.508 maravedíes a 306 maravedíes la arroba. Igualmente se consignaron 32.892 mrs. para medias con destino a la botica; cfr. A.G.S. Escribanía Mayor de Rentas, Minas, Leg.° 1, fol. 6.
 
De Minería, Metalúrgica y Comercio de Metales
Julio Sánchez Gómez
 


miércoles, 12 de agosto de 2015

Descendencia Real de Dña. Blanca 1/2

La ascendencia judía del Rey Fernando “El Católico” y su primo el II Duque de Alba

La identidad de la madre de Alfonso Enríquez, bisabuelo por parte materna del Rey aragonés y del noble castellano, ha estado siempre envuelta en el misterio y ha sido evitada por los cronistas reales. La respuesta más probable es que fuera Doña Paloma, una mujer judía procedente de Guadalcanal (Sevilla)
A principios de la Edad Moderna, la obsesión por la “pureza de sangre”» (tener una larga ascendencia cristiana) inundó las sociedades castellana y aragonesa hasta un punto desconocido. Ni siquiera el bautismo lavaba por completo los pecados de los individuos en estas sociedades, algo completamente opuesto a la doctrina cristiana, que situaban a los judeoconversos y sus descendientes en una escala social inferior a los llamados cristianos viejos. Tener ascendencia cristiana era más importante que los méritos o las riquezas a la hora de acceder a ciertos puestos en la Corte y entrar en órdenes militares como la de Santiago; lo cual no evitó que hubiera muchos casos de descendientes de judeoconversos, como el inquisidor Tomás de Torquemada, o directamente de conversos, como Andrés de Cabrera, que ocuparon cargos destacados.
Paradójicamente, dos de los protagonistas de esta Corte llena de prejuicios, el mismísimo Rey Fernando “El Católico” y su primo el poderoso noble castellano Fadrique Álvarez de Toledo, II Duque de Alba, portaban una remota ascendencia judía.
La expulsión de los judíos de 1492 ordenada por los Reyes Católicos fue el episodio final a una convivencia entre cristianos y judíos que se había deteriorado gravemente en poco tiempo. Aunque entre las clases populares las tensiones religiosas fueron una constante durante la Edad Media, en la Corte y en los ambientes aristocráticos de Castilla no habían existido altos niveles de antisemitismo durante el siglo XIV ni en el XV. Fue con la unión dinástica entre Fernando e Isabel cuando regresó a la Corte la importancia de acabar con lo que se estimaba un estado dentro del estado. Tradicionalmente se ha creído, y así se ha escenificado en cuadros y obras literarias, que fue la Reina quien tomó la decisión influida por el padre Hernando de Talavera y por el oscuro Tomás de Torquemada, pero en realidad Fernando no solo no hizo nada para evitarlo, sino que estaba plenamente de acuerdo con una medida que le rozaba a nivel familiar.
Los Enríquez, el linaje del hermano gemelo del Rey
Fernando “El Católico” era hijo de Juan II “El Grande”, quien a su vez era descendiente de Fernando de Trastámara, el primer Rey de Aragón procedente de la célebre dinastía castellana que Isabel “La Católica” compartía con su marido. Por su parte, la madre de Fernando, doña Juana Enríquez, también era Trastámara, pero procedía de una rama derivada de ésta: los Enríquez. Iniciada en la persona del Infante Fadrique de Castilla —hermano gemelo del Rey Enrique II “El Fratricida”, quien asesinó a Pedro “El Cruel” para hacerse con la Corona—, los Enríquez llegaron a ser una de las familias más poderosas de Castilla, ostentando la dignidad de Almirantes de Castilla durante cerca de 200 años.

El Infante Fadrique de Castilla, que era hijo ilegitimo del Rey Alfonso XI como también lo era su hermano Enrique “El Fratricida”, combatió hasta su muerte en la larga guerra civil castellana contra Pedro I “El Cruel”·. En 1358, acudió a Sevilla en busca del perdón real, como había hecho en otras ocasiones, pero fue prendido por sorpresa. El hijo bastardo de Alfonso XI logró huir hasta el patio del Alcázar, pero allí fue alcanzado por los soldados del Rey, quien, según algunas crónicas, dio muerte a su hermanastro con sus propias manos. Con el fallecimiento del patriarca, el hijo mayor, Alfonso Enríquez, le sucedió al frente del almirantazgo de Castilla. Pese a la larga descendencia que Fadrique de Castilla había engendrado con la noble castellana Juana de Mendoza, Alfonso era fruto de una relación fuera del matrimonio, donde la identidad de la madre nunca fue revelada.
Un secreto que todos conocían
La identidad de la madre de Alfonso Enríquez ha estado desde entonces envuelta en el misterio. Los genealogistas reales evitaron mencionarlo y la mayoría de cronistas se pierden en suposiciones interesadas.
Los partidarios de Pedro “El Cruel” le consideraron fruto de los amores adúlteros de Fradrique con la esposa del Rey, la inocente Blanca de Borbón, queriendo justificar así la conducta criminal y desatentada del Monarca, quien abandonó a su mujer dos días después de casarse provocando la furia de Francia. Asimismo, el cronista portugués Fernao Lopes fue uno de los primeros en apuntar la teoría más aceptada hoy en día por los historiadores: el almirante fue hijo de una judía. Así, la madre sería Doña Paloma, una mujer judía nacida en la población sevillana de Guadalcanal, aunque otros autores como el historiador Diego Ortiz de Zúñiga afirman que vivía  de una forma u otra, la creencia extendida de que los Enríquez tenían ascendencia judía, a razón de la madre de Alfonso Enríquez, sobrevivió hasta tiempos de Fernando “El Católico”. Cuenta una anécdota que estando el Rey de caza, un halcón se alejó persiguiendo a una garza hasta perderse en el bosque.
Preguntando el Monarca a uno de sus acompañantes, Martín de Rojas, por su halcón, el noble le respondió:
“Señor, allá va tras nuestra abuela”, en referencia a que el pájaro había preferido finalmente perseguir a una paloma. Martín de Rojas era, como otros muchos nobles castellanos de la época, sospechoso también de proceder de la ilustre sevillana, cuyo linaje se había bifurcado en una Castilla donde “casi no hay señor que no descienda de Doña Paloma”, como cantaba un romancero del periodo.
Por su parte, Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez, II Duque de Alba, estaba emparentado con doña Paloma por las mismas vías que su primo Fernando “El Católico”. Así, Fadrique que influyó en que su nieto, el Gran Duque de Alba, fuera bautizado como Fernando Álvarez de Toledo en honor a su primo y Monarca era hijo de María Enríquez de Quiñones y Toledo, la tía materna del Rey. Cuando los Reyes Católicos buscaron el apoyo de la revoltosa nobleza castellana, tuvieron en Fadrique a uno de sus principales aliados. Sus habilidades como general, sobre todo en lo que hoy podría llamarse contrainsurgencia, fueron puestas a disposición real durante el asedio a Granada y, en -1514, para la conquista de Navarra. Y cuando la mayoría de nobles se unieron a Felipe “El Hermoso” en su lucha por el trono, Fadrique fue de los pocos que se mantuvo fiel al Monarca aragonés, y fue quien años después “cerró sus ojos muertos”  en Llerena (Badajoz)

CÉSAR CERVERA / MADRID
Día 02/06/2015 

sábado, 8 de agosto de 2015

López de Ayala o el figurón político-literario 5

Jacinto Octavio de Picón
Capítulo V
Después del primer triunfo
 
Por fin Ayala había triunfado; su  nombre era ya popular y a su persona llegaban las amistades  que sirven de cortejo a los vencedores. Y no sólo buscaban el trato de Ayala los que se hacen amigos de todo el que brilla, sino gentes mejor orientadas.
Los literatos, que veían en él una política, posible distribuidor de empleos, codiciaban su trato, llamándole maestro para halagarle, y los políticos, que le sabían entre los que manejan bombo y patillos, se unían a él, dándole trato de jefe por tenerle, propicio. Y éstos y aquéllos, respectivamente, no temían establecer competencia dañosa a sus carreras propias, calificándole de literato eximio  y de político preclaro, con lo que le da fama y poderío sin pensar más que repartirse una y otro. Así, los interesados propagandistas del vencedor laboraban en su beneficio aun más como esos otros que hacen a los hombres públicos propaganda gratuita.
Entre todos introdujeron a Ayala en lo que se llama por antonomasia “Sociedad". Y allí entrado, para medrar a éste en el "Gran Mundo" le auxiliaron su figura y sus maneras. Nos las describe, unas y otras, Jacinto Octavio de Picón en el estudio que hizo de Adelardo López de Ayala.
"En su rostro ovalado brillaban los ojos negros, grandes y expresivos; contrastaban con la blancura de su tez la melena negra, el recio bigote y la gruesa perilla. Era de regular estatura, andar lento y aspecto pensativo; había en sus movimientos algo de indolencia, como si su cerebro absorbiese toda la energía de su ser. Era su lenguaje pausado y grave, como si las palabras saliesen de su boca esclavas de la intención y del alcance que las quería dar su pensamiento. Sabía expresar con dulzura lo que concebía con vigor, y siendo serio a la par que afable, poseía el secreto de atraerse la voluntad ajena, ganando simpatía sin perder respeto."
Rebajando lo que de apologético haya puesto el autor de Dulce y sabrosa, quedará que Ayala tenía una presencia buena para impresionar en las reuniones, y que sabía aumentar este efecto primero de su entrada, ante los dispuestos a admirarle por su fama doble, con lo escogido de su trato, que lucía a continuación.
Fué, pues, pronto un hombre de moda buscó algo significativo en él que poder comentar. Y se encontró esto en sus fuerzas físicas que ya dijimos las poseía extraordinarias verdaderamente. Dé ellas se habló mucho, añadiendo que su natural bondad le impedía usarlas de modo dañoso.
Repetida mil veces ha sido la hazaña, de fortaleza y generosidad que realizó cierto día en el café Suizo. Discutía cortésmente con alguien, que, dejándose llevar del calor del debate le lanzó una palabra injuriosa. Ayala, agarrando el mármol de la mesa, lo alzó sobre la cabeza de su injuriador. E inmediatamente, arrojándolo a un lado, lo partió en pedazos contra el suelo, Pudo haber aplastado al impertinente y no hizo. Pero demostró que, a querer, le hubiera sido fácil hacerlo.
Otra se refería también, del género galante, como fué aquella hazaña de su paisano García de Paredes, quien arrancó una reja para entregar un ramo de flores a la dama que tras ella estaba, sin que la delicada ofrenda se ajase rozar con los barrotes de hierro.
Una noche salían del Teatro Español dos actrices, que subieron a un coche tirado por vigoroso tronco. Ayala las rogaba que no partiesen, ellas alegaban tener mucha prisa y dieron orden al cochero de que hiciese caminar los caballos.
—Los caballos no se moverán sin mi permiso
—dijo Ayala.
Y, en efecto, aunque el auriga les mandase con la voz, les incitase con las riendas y les castigase con el látigo, los caballos no se movieron. Era que el nuevo Hércules extremeño, agarrado con ambas manos a los radios de una rueda, contrarrestaba los esfuerzos del tiro.
Esto ya era más de lo que las damas podían resistir. ¡Un hombre aureolado por doble fama, que tenía, sobre sus fuerzas morales, tan grandes materiales fuerzas!... Lo mismo virtuosas señoras que inocentes señoritas se enamoraban de él.
Y él se enamoró a su vez. Con un amor contrariado y todo. No; no había de privarse de nada.
Desapareció Ayala de Madrid, donde brillaba, y se retiró a Guadalcanal ¡a obscurecerse! Bien que dejando en el lugar de sus triunfos quien pregonara aquello que le hacía interesante. Y desde el escondido pueblo escribió a éste lo que ocurría.
Más digamos quién era éste. Este era como Ayala mismo. Era el compositor Emilio Arrieta.
Ya aludimos, y más de una vez, a la amistad de Arrieta y Ayala. Pero hemos de explicar ahora cuán grande era la unión de ambos. Como hermanos vivieron durante mucho tiempo: el mismo techo les cubría; el mismo hogar les calentaba. Constituían una sola persona, hasta el punto de que, según ha contado Eusebio Blasco ocurría muchas veces la siguiente escena:
Llegaba alguien en busca de Ayala, y preguntaba:
¿Está don. Adelardo?
—No, señor —respondía el criado.
Bien que añadiendo:
—Pero está don Emilio.
A lo que el visitante no dejaba nunca de decir:
—Es igual.
Pues bien; -a este más que amigo, más que hermano; a este "otro él", le comunicó su pena en carta íntima. Carta tan evidentemente destinada a la publicidad, que Arrieta la publicó y nosotros vamos a reproducirla. Véase la clase:
 
EPÍSTOLA
A EMILIO ARRIETA
De nuestra gran virtud y fortaleza
Al mundo hacemos con placer testigo;
Las ruindades del alma y su flaqueza
Sólo se cuentan al secreto amigo.
De mi ardiente ansiedad y mi tristeza
A solas quiero razonar contigo:
Rasgue a su alma sin pudor el velo
Quien busque admiración y no consuelo.
No quiera Dios que en Rimas insolentes
De mi pesar al mundo le dé indicios,
Imitando a esos genios impudentes
Que alzan la voz para cantar sus vicios.
Yo busco, retirado de las gentes,
De la amistad los dulces beneficios;
No hay causa ni razón que me convenza.
De que es genio la falta de vergüenza.
En esta humilde y escondida estancia,
Donde aun resuenan con medroso acento
Los primeros sollozos de mi infancia
Y de mi padre el postrimer lamento;
Esclarecido el mundo a la distancia
A que de aquí le mira el pensamiento,
Se eleva la verdad que amaba tanto;
Y antes que afecto me produce espanto.
Aquí, aumentando mi congoja fiera.
Mí edad pasada y la presente miro.
La limpia voz de mi virtud entera,
Hoy convertida en áspero suspiro.
Y el noble aliento de mi edad primera.
Trocado en la ansiedad con que respiro,
Claro publican dentro de mi pecho
Lo que hizo Dios y lo que el mundo ha hecho.
Me dotaron los cielos de profundo
Amor al bien, y de valor bastante
Para exponer al embriagado mundo
Del vicio vil el sórdido semblante.
Y al ver que, imbécil, en el cieno hundo
De mi existencia la misión brillante,
Me parece que el hombre, en voz confusa,
Me pide el robo y de ladrón me acusa.
Y estos salvajes montes corpulentos,
Fieles amigos de la infancia mía,
Que con la voz de los airados vientos
Me hablaban de virtud y de energía,
Hoy con duros semblantes macilentos
Contemplan mi abandono y cobardía,
Y gimen de dolor, y cuando braman
Ingrato y débil y traidor me llaman.
Tal vez a la batalla me apercibo;
Dudo de mi constancia, y de esta duda
Toma ocasión el vicio ejecutivo
Para moverme guerra más sañuda.
Y cuando débil el combate esquivo,
“Mañana --digo— llegará en mi ayuda",
¡Y mañana es la muerte, y mi ansia vana
Deja mi redención para mañana!
Perdido tengo el crédito conmigo
Y avanza cual gangrena el desaliento;
Conozco y aborrezco a mi enemigo
Y en sus brazos me arrojo somnoliento.
La conciencia el deleite que consigo
Perturba siempre: sofocar su acento
Quiere el placer, y, lleno de impaciencia,
Ni gozo el mal ni aplaco la conciencia.
Inquieto, vacilante, confundido
Con las múltiples formas del deseo;
Impávido. una vez, otra corrido
Del vergonzoso estado en que me veo,
Al mismo Dios contemplo arrepentido
De darme un alma que tan mal empleo;
La hacienda que he perdido no era mía,
Y el deshonor los tuétanos me enfría.
Aquí, revuelto en la fatal madeja
Del torpe amor, disipador cansado
del tiempo, que, al pasar, sólo me deja
el disgusto de haberlo malgastado;
Si el hondo afán con que de mí se queja
Todo mi ser, me tiene desvelado,
¿Por qué no es antes noble impedimento
Lo que es después atroz remordimiento?
¡ Valor! Y que resulte de mi daño
Fecundo el bien; que de la edad perdida
Iluminando mi razón dormida:
Brote la clara luz del desengaño,
Para vivir me basta con un año,
Que envejecer no es alargar la vida:
Joven murió tal vez que eterno ha sido
Y viejos mueren sin haber vivido!
Que tu voz, queridísimo Emiliano,
Me mantenga seguro en, mi porfía;
Y así el Creador, que con tan larga mano
Te regaló fecunda fantasía,
Te enriquezca, mostrándote el arcano
De su eterna y espléndida armonía;
Tanto que el hombre, en su placer o duelo,
Tu canto elija para hablar al cielo.
De sentir será que los lectores se hayan saltado la tirada dé versos que antecede. Sí, sí; no digan ustedes nada... Pero escuchen lo que va a decírseles: Todo Ayala está en ese fárragoso de palabras medidas y rimadas. ¡Todo él, entero y verdadero!
Qué está el literato, claro se ve en la composición. Verso endecasílabo y octavas reales. Eran el metro y las estrofas favoritas del pomposo poeta, que empleábamos igualmente para revolucionar escolares y para llorar penas de amor. Y es que en la poética castellana no existe metro más sonoro ni estrofas más rotundas. Pero todavía hay ahí, ¡ay!, cosas mayores que la construcción del verso y su distribución acoplada. Existen las frases, los conceptos... En eso se incluye todo lo que mete ruido, desde "los primeros sollozos" de la infancia del autor hasta "el postrimer lamento" de su señor padre, bajando al tono menor de "la voz de la virtud" y elevándose al "bramar de los montes corpulentos" en calderón retumbante. Sin que dejen de encontrarse los adjetivos que los substantivos amplifican: "fiera" para la congoja, "áspero" para el suspiro, "ardiente" para la ansiedad, etc., etc. y etcétera. Está el literato Ayala en esa epístola, sí.
Y asimismo, a poco que se fije uno, halla en ella al hombre. La escribió retirado para olvidar y que se le olvidase, con el firme propósito de que se hiciera pública. Si no, ¿de dónde el medirla y rimarla con metro tan estrecho y rima tan difícil? Pero al propio tiempo, diciendo que la confiaba al "secreto amigo" y abominando de los que "en rimas insolentes" cantan sus vicios y creen que "es genio la falta de vergüenza". Farsa completa y definitiva del gran histrión que Ayala fué.
Pero diréis que falta el político, y diréis mal, Ayala no abandonaba la política ni al escribir en misiva retórica desde la soledad donde le recluyeron los desengaños del amor. Ya que estaba en la raya de Extremadura, para que no se fuera a frustrar de su "existencia la misión brillante", empezó a prepararse el distrito de Mérida. Esto ocurría al final del año 56, y al regresar, en la primavera del 57, pudo Ayala traer a la Corte un acta de diputado. No se había dormido políticamente, aunque cerró los ojos e hizo como que soñaba.
 
Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932