By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 31 de octubre de 2015

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 11

Puente de Alcolea


En el Puente de Alcolea
Capítulo XI
El último Gobierno de Isabel II, al saber la sublevación de Cádiz y enterarse de su rápido propagamiento por todo el sur de Andalucía, envió un cuerpo de ejército para reducir a los alzados en armas.
Serrano, con todas las fuerzas que pudo desplazar, salió al camino de los encargados de combatirle. Los contingentes de la Reina y los de la revolución encontráronse en Córdoba, junto al puente de Alcolea. Y en la batalla que ha pasado a la Historia con el nombre del puente sobre que se libró, Ayala tuvo un importantísimo papel. El más importante acaso de todos los desempeñados en el arriesgado trance.
La musa popular, más entusiasta siempre que verídica, cantó luego:
En el puente de Alcolea
ganó la batalla Prim.
y por eso le aclamaron
en las calles de Madrid.
En las calles de Madrid aclamarían a Prim por cualquier otra cosa -muchas había realizado el bravo caudillo liberal, dignas todas de aclamación—; pero por lo del puente de Alcolea si a alguien debió aclamarse fué a López de Ayala.
De Prim ya sabemos que no estuvo en Alcolea, pues referido queda cómo días antes partió de Cádiz para llevar el levantamiento a Cataluña. Y en cambio, Ayala en Alcolea estuvo, y allí trabajó más, y aun más se expuso, que todos los luchadores de ambos bandos. Pese a no ser aquel hombre civil y pacífico ciudadano ninguno de los guerreros que habían de dirimir la contienda.
Frente a frente los ejércitos obligados a combatir, Serrano, que no estaba muy seguro del éxito de la batalla o que deseaba evitar efusión de sangre, trató de ahorrar la lucha, proponiendo que las fuerzas enviadas para derrotarle se le sumaran. Con este propósito envió un parlamentario a Novaliches, el comandante Fernández Vallín, quién por conducir proclamas o por lo que fuese, pues el caso no llegó a .dilucidarse quedó muerto entre las filas de los' isabelinos apenas se introdujo entre ellas.
El trágico fin del infortunado comandante parecia hacer imposible todo nuevo intento de avenencia. ¿Quién se atrevería a pasar con iguales proposiciones subversivas a un campo donde los sublevados eran destrozados en cuanto llegaban?... Pero Ayala tuvo un arranque de máxima generosidad.
Sonó para él esa hora en que las mujeres más recatadas se entregan y los hombres más prudentes se exponen. Y quien siempre pensara sólo en lograr, quien por recoger sólo se afanase siempre, ofreció, dió.
Ayala aconsejaba al general Serrano que intentase aún evitar la lucha fratricida. Le instaba para que dirigiese una carta al Marqués de Novaliches con la propuesta en forma. Y como se le objetase que nadie se brindaría a llevar tal caita, dijo sencillamente:
—Me brindo yo.
Serrano entonces accedió a la propuesta de Ayala, y le encargó que redactase él mismo ese documento que con tanto valor estaba presto a llevar a su destino.
En escribir no podía flaquear Ayala. De un tirón trazó la carta, donde las frases relumbradoras se sucedían continuadas, sin que ninguna palabra refulgente —"patriotismo", "Humanidad", "honor"— faltase. Nada hubo que tachar en el borrador, del que si se sacó copia fué sólo para que quedase duplicado de la misiva. Serrano pudo firmar en el acto y devolver el papel al que había de ser su portador.
Rápidamente se dispuso la partida del parlamentario. Varios pañuelos blancos unidos formaron la consiguiente bandera. Y Ayala cabalgó, tremolándola al viento.
Estampa heroica. Al jinete de levita y chistera un corneta le acompaña y dos lanceros danle escoltar militarmente vestidos. En el frente, líneas de soldados marcan las posiciones enemigas. Y hacia allá una galopada loca. ¡ Mensajero de paz que a la guerra desafía!
Hubo críticos que rebajaron la hazaña, objetando que Ayala no corrió riesgo ninguno. Y es cierto que Novaliches era incapaz de fusilar a un político de nombre y literato de fama; pero hasta llegar al general había que cruzar entre tropas que sabían poco de autores y no sabían nada de diputados. Conviene repetir que horas antes había sido muerto el anterior parlamentario por esas tropas mismas. Y ha de consignarse que Ayala estuvo a punto de morir igualmente, porque los centinelas avanzados del campamento isabelino, que tenían orden de no admitir contacto alguno con los revolucionarios, le hicieron fuego al acercarse. Ayala corrió riesgo de muerte, sí, salvándose por circunstancia puramente casual.
A las detonaciones de los centinelas acudió Mazarredo, el militar literato, y reconociendo al emisario, que vestía de paisano, 'por su tipo inconfundible, mandó que los disparos cesasen. Ya sí estaba Ayala en franquía; más no sin haber dejado de estar en la situación de mayor peligro a que un hombre puede llegar voluntariamente.
Llevado por Mazarredo a presencia de Novaliches, éste le recibió con todos los respetos posibles, y le ofreció, la cortesía extremando, alojamiento junto a sí. Y todavía logró más Ayala del mundano general: qué el jefe del ejército de la legalidad, el mismo que había ordenado rechazar todo contacto con las tropas sublevarlas, accediese a recibir la carta del caudillo de éstas. Una vez más el poseedor de personalidad doble hacía su juego, empleando una y otra juntas.
Y aun no dió el parlamentario su misión por cumplida. Sobre entregar el documento, que portaba tras de haberlo escrito, puso su palabra al servicio de lo que había puesto su pluma. No temió que se le reprochase el excederse en sus atribuciones de mensajero, ni menos que por la fuerza se le obligase a callar. Sabía que pisaba terreno firme, y sobre él asentóse con vigor.
Habló así largamente a Novaliches, añadiendo a 10 que la carta firmada por Serrano decía, respecto a la obligación de evitar una lucha entre hermanos y de permitir que se cumpliese la voluntad nacional, razones de gran peso. Enumeró las fuerzas comprometidas con los sublevados, los barcos unidos a su levantamiento Y las ciudades que se pronunciaban por esa causa. Y supo con su elocuencia tribunicia vestir la amenaza de persuasión, insistiendo en hacer notar los fines elevados y puros perseguidos por los revolucionarios.
Si los ejércitos de la Reina y de la revolución llegaron a pelear, si se dió la sangrienta batalla de Alcolea, no fué ciertamente porque Ayala dejase de hacer cuanto cabía en lo posible para evitarla.
Su voz, empero, no logró añadir convencimiento a lo que escribiera. La carta que había redactado, pese a las glosas verbales que añadió, fué contestada con una negativa rotunda. Y Ayala, tras de su esfuerzo inútil, tras de su heroísmo estéril, regresó al campo de los sublevados. Iba a comunicar que la lucha era inevitable.
En su respuesta, Novaliches mostraba profundo dolor por tener que pelear contra tan Ilustre caudillo como el Duque de la Torre y lamentaba que hubiesen de cruzarse las bayonetas entre soldados que la misma bandera amparaba; pero advertía que él había de cumplir con su deber, defendiendo el régimen constituido, y sólo admitía que pudiese evitarse la guerra reconociendo los contrarios la legalidad existente.
A Serrano, en tales condiciones, no le quedaba sino combatir. La revolución, triunfante hasta aquel momento, no podía darse por vencidas.
Así lo consideraban cuantos, con el jefe, recibieron la respuesta traída por Ayala. Y todos se prepararon para emprender la lucha.
El combate se empeñó. Caballero de Rodas tomó el puente de Alcolea, y se mantuvo firme, cerrando el paso a los isabelinos. Rechazado Lacy en un ataque de flanco por Serrano mismo, pronto fué el puente único lugar de lucha. Hacia él corrían las fuerzas del Gobierno al grito de "¡Viva la Reina!" La batalla de Alcolea estaba librándose.
Los esfuerzos de los isabelinos no pudieron forzar el paso, donde se amontonaban los cadáveres. El propio Novaliches, puesto al frente de la vanguardia, brega con valor y aviva el combate, hasta que, herido gravemente en la boca, se ve en la necesidad de ceder el mando al general Paredes. Y éste, a las ocho de la no-che, considerando ya imposible pasar, hizo que cesase el fuego.
Mientras duró la batalla no se alejó Ayala de la línea del combate que inútilmente quiso evitar. No peleó, pues su acción en la lucha hubiese sido poco o nada eficaz. Ni disparar un fusil sabía, y, acaso, no supiera tenerlo en las manos. Sin embargo, colocado entre los que la muerte afrontaban, afrontando la muerte permaneció. Había que hacer el gesto y en ello estaba Ayala, siempre.
Si algo le preocupó, fué lo que en él era preocupación constante: su nombre, su fama. Alarcón, como cronista bélico —especialidad periodística que poseía desde la guerra de Africa-, estaba junto a nuestro figurón cuando las balas silbaban en torno de ambos más espesas. Y cuenta que Ayala le dijo entonces:
—Nos matan, Pedro Antonio. Estas balas son de Madrid, y, claro, vienen todas sobre nosotros. Como somos los únicos a quienes en Madrid se conoce...      
Consideraba no ya a las guarniciones andaluzas, oficialidad procedente de la Corte incluida, sino también a los generales pronunciados, aunque los hubiese laureados en la guerra y populares en el Gobierno, poca cosa junto a su grandeza duplicada. Y temía que las balas madrileñas le buscasen a él —lo de que buscaran también al cronista ilustre era sólo galantería— en tributo de admiración, mortífera, pero admiración al cabo.
Terminada la batalla, aun realizó Ayala una labor importantísima a nombre del ejército de Serrano y en favor de las fuerzas que mandaba. Paredes también.
Fuertes las tropas isabelinas —que si bien rechazadas, no habían sido vencidas ni disueltas— en el Carpio, Ayala pidió gestionar otra vez una inteligencia entre ambos bandos beligerantes que evitase una nueva batalla. Y con la anuencia del Duque de la Torre pasó de nuevo al terreno enemigo para pedir el abrazo del ejército entero, que, anulando la división producida, lo fundiese en uno solo, con un ideal único y dedicado a un exclusivo fin.
Volvió Ayala a cabalgar de uno a otro campo. Repetía el papel de mensajero de paz, que, si no. había salvado la obra, diera un éxito personal al actor. Pero ya la sangre había corrido, fertilizando los rencores. Era en la noche, además; en la noche propicia al ataque traicionero y fácil a la equivocación funesta. No obstante, Ayala .marchó a hacerse aplaudir nuevamente.
Como antes, entonces evitó la desgracia. Y entonces, más feliz que antes, halló el triunfo completo. Al fin su gestión tuvo el éxito total. La obra también se imponía.
Con su verbosidad, Ayala venció, los escrúpu1os del general Paredes: y de los compañeros de éste, generales Sandoval, Vega y Echevarría. Y no sólo la paz se hizo, sino que se llegó al acuerdo de que las tropas gubernamentales se incorporasen a las revolucionadas para marchar juntas sobre Madrid. Evitó Ayala, pues, que continuase la sangrienta lucha, logrando, además, que el ejército enviado para combatir la revolución se adhiriese a ella.
De este modo Ayala completó la victoria, que -Serrano y sus soldados no habían hecho más que iniciar. Y en la que Prim no tuvo arte ni parte, diga lo que quiera el entusiasmo del pueblo, no siempre justo.
Juzgando justicieramente, si en Alcolea hubo un héroe, fué nuestro biografiado. Como no es lo que de Ayala escribimos una apología completa, tenemos autoridad para decir esto. En Alcolea el figurón llegó a figura, no significando tal que se desinflase, sino que se cuajaba.
Encarnó el papel. Y así como los histriones que aciertan a humanizarse en una interpretación, mereció el aplauso. Puede otorgársele sin regateos.
Empleando la frase estereotipada para estas cosas,, ha de consignarse que Adelardo López de Ayala en el puente de Alcolea se superó a sí mismo.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932 

miércoles, 28 de octubre de 2015

Guadalcanal y su antigüedad 2/3

D. Bartolomé J. Gallardo
Segunda  parte

(M.S. original mutilado,  en 4º, letra del siglo XVII,  34 fojas.)

Acerca de los nombres que ha tenido esta ilustre villa, hallo diversidad de pareceres... Algunos han dicho que se llamó Canaca, lugar notable de quien habló Tolomeo en su Geografía; el fundamento que para ello tienen es la alusión del nombre de Canal, que se practicó en esta tierra antes que los árabes entraran en España, y que la dicción Guad se la añadieron ellos... Para prueba de su intento traen por ejemplo la villa de Abroche, que se llamó Aruci; Feria, Seria; el Casar de Cáceres, Castrum Caesaris; Pamplona, Pompelon; la villa de Almoharin, Almaria; Carmona, Carmo; la ciudad de Coria, Caurion (fól. 10)... Otros han dicho que su primer nombre de Guadalcanal fué Civitas Reginensis ó Regina. Fúndanse en la inscripción dé una piedra que se halla en el camino de Cazalla , dedicada al M. Aurelio, que dice:
IMP. CESAR MAURLIO
ANTONINO SEV 0 (sic) PI0
AVG. FELICE IMP. CESA
RIS. L. SETIMI SE7E
RI PETINACIS (SIC) AVG.
FILIO. ARAR. ADEAB. PART.
MAX. BRITANIC. MAX.
P.P. REGINEMSSIVM
DEVOTA NUMI
NI EIUS P.
Así la trae el M. Ambrosio de Morales, con que los secuaces de esta opinión la hacen cierta diciendo que ninguna autoridad hace más fe para conocer el sitio de las fundaciones y lugares que las memorias escritas en semejantes piedras, y tan cerca del sobredicho sitio de Monforte no debe dudarse sino que allí .fué su primera fundación... Pero eso es cuando se sabe que no se mudaron del lugar primero donde se fundaron, ó se conoce y sabe. dónde primero estaban; tales son las que por su grandeza ó bruteza no dan lugar ni ocasión á mudarse, mas las que no son tan grandes cada día se mudan de unas partes á otras (fol. 10)... Sirva para crédito la inscripción y piedra referida; pues si de ella se hubiese de argüir que el pueblo de Regina estuvo donde ella estaba, no viniera á estar en el sitio de Monforte, ni donde está hoy Guadalcanal. Y aun en estos tiempos pongo en duda que estuviera donde dice A. de Morales, como también pongo en duda que esté la piedra donde él dice, porque yo he hecho diligencias para saber de ella y nunca lo he podido conseguir.
Para mayor desengaño tengo trasladada la inscripción de otra piedra que está en el mismo sitio, donde por cuenta de Tolomeo (lib. I, cap. II , Europa) estuvo la ciudad de Regina, á cuya opinión asiento á velas llenas de aprobación. Este sitio es -junto á una ermita llamada San Pedro _de Villa-corza, tres leguas pequeñas de Guadalcanal hácia el norte, pasando de Valverde á la ciudad de Llerena. es la piedra de un sepulcro de Lucio Rufino y de su mujer Fabia Campana, que dice:
D. M. S.
L. RVFUVS. PRIMUS.
ITALICYS. D. REGINEN\
SSIS. ANN.  XXXX. FAVIA
CAMPANA. VIOR
M. M. P. E. S. 1. S. T. T. L.
Y allí mismo está otra memoria de una doncella llamada Terencia , que dejó una grande ofrenda en el templo de la diosa Juno, que allí se veneraba y dice así:
INONIS. SACRUM
TERERTIA PVBLLA
TESTANENTO PONI
IVSSIT EX ARGEN
TIS LIBRIS L.
(Folio 11).
En Fuenteovejuna dedicó la Audiencia de Córdoba una estatua, y el cabildo del lugar añadió el gasto del entierro, oración fúnebre y dos estatuas á caballo á Cayo Sempronio, su ciudadano, capellán de los emperadores en Andalucía. Así lo muestra la piedra que estaba á la puerta de la fortaleza, hasta que el comendador mayor de Calatrava, D. Hernán Gómez de Guzmán fué muerto á manos de los de la villa , y después se puso la piedra á la entrada de la iglesia parroquial, donde hasta hoy permanece (fol. 12).
Concluyo con Tolorneo que pone á la ciudad de Regina en el mismo sitio que habernos señalado á Villa-corza; y muy cerca, casi en el mismo paralelo de poniente á oriente, otro lugar llamado Cursus, que basta hoy conserva su nombre de Carreras de Reina, aunque desierto y despoblado, pues los romanos hicieron una fortaleza sobre la sierra más cercana para guarnición de su ciudad, y á ésta llamaron Castrum Reginense, y hasta hoy Castillo de Reina, que le ganó de los moros (Bleda, lib. IV, capítulo X) el santo rey D. Fernando, año de 1246 (fól. 12).
...Asentado el primero lugar y fundación de Guadalcanal, será fácil de descubrir el primer nombre que tuvo; y el  que más conforme á la verdad me parece fue Mons-Fortis propio vocablo de los romanos; y así tuvo otro nombre más antiguo de aquellas gentes primeras, no ha llegado a mí noticia cuál haya sido. Tengo la duda que fué la población más populosa que por allí hubo, aunque los sucesos del tiempo la tienen desierta, y con ellos se pasó toda su vecindad á nuestra villa (fól. 12).
Véanse en Monforte hasta hoy restos notables de policía romana, piedras muy costosas, y menorías muy en crédito de nuestra opinión. No son menores los que se hallan y conjeturan de Guadalcanal, pues hasta el mismo nombre le heredó la villa dellos y de los moros, que ahí nos dejaron sus memorias para testigos fieles de que hubo tiempo que otras naciones hicieron caudal de tierra tan famosa, y para que de su nombre mismo se arguyesen las riquezas que tantos siglos ha heredado a los hombres sin cesar hasta nuestros tiempos; como se vio el año de 1555 en las minas que descubrió un natural de la misma villa, tan cerca de ella como se sabe; de donde se sacaron, en los pocos años que estuvo sin hundirse, más de sesenta millones. Y en estos días puso casa en esta villa el adelantado de minas D. J. de Oñate, que está enterrado en nuestro convento de San Francisco, que para la administración de su oficio consideró que aquí era donde mayores riquezas abundaban, y sobra decir que pocas piedras se encontraban en Guadalcanal que no tuviesen un poco de plata, porque dellas habla sido ordinaria cosecha en las comarcas de la villa, desde que los hombres conocían el artificio de las minas (fól. 13).
...El oro y plata, que en astas comarcas sacaban (los cartagineses y romanos) era mucho más y más precioso que otro alguno; (y) lo llamó el autor citado ( Plinio, lib. XXXIII) oro canalicio ó canaliense, que entonces hacia la misma ponderación y aprecio de ello que hoy hacemos nosotros del de Tíbar. Aureum quod ibi puteis foditur canalitium vocant, alii canaliense. Llamaban canales aquellos pozos ó cuevas con que atravesaban los montes, con las trazas é invenciones que ya dije, y á el oro que de allí se sacaba le llamaban canaliense. (Hi per marmor vagantur, et latera puteorum huc itllue, nomine invento.) A estos canalizos llamaban corrugos, y nosotros en nuestra lengua los llamamos acequias. Aliis (dice) par labor est, vel koc majoris irnpendii, flumina ad labandum hanc ruinam jugis montium ducere, obiter, a centesimo plarumque lapide corrugos vocant, a corrugatione credo (Fol. 43).
Estábanse las acequias o canalicios hechos ríos y arroyos, aunque ciegos por falta de cultura, cuando los moros se apoderaron de España; y en esta parte de Guadalcanal era mucho mayor el número de las acequias ó ríos, á quien ellos llamaban guad, y juntándole con la dicción de los romanos, canalitium, la corrompieron en Guadalcanal, que significa lo mismo que lugar donde hay ríos, acequias ó minerales excelentes de oro y plata.
Había infinidad de ellos en esta tierra, y los moros los hallaron en los hornos y destrozos de los minerales. Por eso á un rio que nace y pasa muy cerca desta villa le llamaron Abenliexa, que significa en nuestra lenguas hijo del fuego, ó hijo de los montes cocidos y calientes (Sig., Choron. de S. Francisco, 3. parte, pág. 99. Aldrete, libro iii); como también llamaron á otro rio cercano Guadviar, que es lo mismo que rio precipitado en sus corrientes. Nosotros llamamos hoy al primero de estos ríos Benalixa, y al otro Viar, y también Guadalcanal á nuestra villa. Y tengo la deducción deste nombre por la más acertada (fo1. 14).
...Los romanos partieron á Españia en citerior y ulterior, y después en tres provincias, Bética, Tarraconense y Lusitania. En la Bética tuvieron tres chancillerías, que eran Cádiz, Sevilla y Écija; en la Tarraconense otras tres, Zaragoza, Tarragona, y Cartagena; en Lusitania tenían otras tres, Badajoz, Mérida y Trujillo, y en éstas tuvieron muchas colonias ó ciudades, municipios y lugares confederados. Con el tiempo y el ordinario trato se fueron los españoles haciendo á las costumbres de los romanos, y el emperador Oton, sucesor de Galba (V. Plinio, lib. iii, cap. iii, lib. iv, cap. xxii; Tácito, lib. viii, J. Lipsio; Aldrete), agradecido á los extremeños de Mérida y á los andaluces de Sevilla, y á todos sus confinantes, de cuyo número fueron los de Guadalcanal, por conservarlos en su amistad los hizo ciudadanos romanos con todas sus libertades; y con eso se hicieron iguales a ellos en las supersticiones. Al fin, “con la paz universal del reino se llenaron de gentes los vacíos que las guerras hablan causado con la destrucción de pueblos y muerte de casi innumerable gente en los doscientos años que, se resistieron los españoles por el esfuerzo del extremeño Viriato y otros famosos capitanes....." «Los godos..... pasaron á Italia, y saquearon á la ciudad de Roma, y vinieron á Francia y España; y el año de 411 después de la venida de Cristo, vinieron á ella los vándalos, silinguos, alanos y suevos, y le dejaron lo que no quisieron al emperador Honorio. Los godos que estaban poderosos en Francia, se hermanaron con los romanos, y vinieron á batalla contra los alanos y suevos entre Zafra y Mérida, y los vencieron y mataron á su rey Atares, y siguiendo el alcance, pasaron por Llerena, y se metieron por el puerto de Guadalcanal á su plaza de armas que tenían en Alanís; como también los godos y romanos en el municipio Iporcense (hoy Constantina), pienso que á contemplación de Constancio, que era entonces general de los ejércitos romanos y cuñado del emperador (V. Mariana, Padilla, Historia eclesiástica, centuria v, cap. xii). Los godos acabaron con las otras naciones, y después se desavinieron con los romanos, y les derribaron todas las fortalezas y castillos que les habían quedado en  España. Aquí sin duda volvió Guadalcanal á perderse y destruirse, ó muy poco menos; ¿quién lo duda? pues era común paso de los ejércitos. Y si las memorias cuyos rastros..... se conservan, estuvieran hoy en el sér que las gozaron los honrados siglos, entibiáran siquiera el ansia de los curiosos que tanto suspiran por las que humillaron aquellos bárbaros.
¿Qué se ve ya por todas partes del reino sino destrozos  suyos y piedras quebradas que con mudas lenguas dan á entender la braveza de aquellas gentes, nacidas más para lo sangriento de la guerra que para lo aseado de la paz? ¿Qué soberbia hubo que no derribaran, qué cosa lustrosa que no afearan, qué lindezas que no manchasen? No les parecía que podían hartar el rencor y ódio que cobraron á los romanos, si ejecutándole en ellos perdonaran á sus memorias. Las que aquella nación política levantó en piedras, ellos las derribaron, quebrantando mármoles, despedazando estatuas, asolando edificios, sepultando la luz y la majestad de las ciudades. Y lo que ellos dejaron, acabaron de destruir los moros, como lo dice su historiador (Moro Rasis, fól. 15).

Catalogo razonado y crítico de los libros, memorias y papeles, impresos y manuscritos que tratan de las provincias de Extremadura
Compuesto por D. Vicente Barrantes (Diputado a Cortes, Caballero de Cristo de Portugal, 4º Oficial del Consejo de Estado).
Imprenta y Estereotipia  M. Rivadeneyra 
Madrid,  edición 1865

sábado, 24 de octubre de 2015

Inicio, auge y decadencia de las minas de Guadalcanal 75

El abastecimiento a la mina 3

En 1560, cuando la mina sólo llevaba cuatro años en funcionamiento, se informaba ya:
“los montes se ban acabando en todo el rreyno y espeçialmente lo he visto en los términos de Guadalcanal y Araçena y en los de Constantina, y los de Almadén” 127
El tercer gran producto de abastecimiento está relacionado, no con las necesidades productivas, sino con las alimentarias de la población. Se trata del que desde siempre se ha convenido que es el alimento base en los países mediterráneos, el trigo. Algunas estimaciones calculaban en 1 libra y media el consumo de pan por persona y día en la época 128, pero esa cantidad hace referencia a un mínimo, el que se reparte por caridad en los conventos, aplicable a personas que no realizan trabajos de la dureza de las labores mineras. En ellas habría que aplicar un módulo mayor, y los datos que poseemos sobre dieta establecida en norma para los esclavos pueden servir de pauta. Aplicando un consumo medio de dos libras de pan diarias, que quedan por debajo de la normativa anterior y refiriéndolo al número de personas que estaban establecidas en Guadalcanal en los diez años de producción máxima —1556-1564—, que hemos fijado en una media 1.000 personas —trabajadores con sus familias— y un máximo de en torno a 3.000, le calcularse una demanda constante de pan de en torno a las 2.000 libras diarias, con un máximo de 6.000 en algunos momentos —920 y 2.760 kg. aproximadamente—, lo que convirtió a la mina en un centro de consumo semejante a una pequeña ciudad, pero con la diferencia de que las ciudades poseían, mucho más que ahora, una producción agraria la de la que el poblado minero carecía absolutamente. Y esta demanda, en una zona solamente muy pobre, de la que los informes continuamente dicen que:
“es tierra muy estéril de mantenimientos y padesçen gran nezcesidad los vezir (...) Es tierra estéril y de acarreo” 129.
127 Sobre el abastecimiento de madera a las minas reales y la de Almadén, cfr. A.G.S. Consejo y s de Hacienda, Leg.° 31, fols. 56, 58 y 74; Leg.º 30, fol. 12; Leg.° 29, fol. 218; Leg.° 34, fol. 357; 38, fol. 149; Leg.° 66, fol. 23 y fol. 117; Leg.° 68, fol. 119; Leg.° 93, fol. 45; Leg.° 96, fol. 38 y 41; 131, fol. 5. A.G.S. Escribanía Mayor de Rentas, Minas, Leg.° 1, fols. 9 y 10; Leg.° 12, fol. 34. S. Estado, Leg.° 113, fol. 36; Leg.° 114, fol. 63; Leg.° 129, fol. 12. A.G.S. Cámara de Castilla, Leg.° fol. 56. A.G.S. Contadurías Generales, Leg.° 3.072, s.f., cédula al corregidor de Córdoba para que sacar carbón de Fuenteovejuna, 2 de Enero de 1556. Cfr. también sobre la actividad maderera para aprovisionar a las minas de Almadén, SALOMÓN, N.: La vida rural castellana en tiempos de Felipe II, p.
En un principio, la administración no toma medida alguna para procurar un aprovisionamiento fluido de artículos alimenticios y deja que sea el propio juego del mercado que actúe, atrayendo hacia la mina a vendedores particulares que ofrecen sus productos a los trabajadores; pero pronto las circunstancias obligan a tomar las primeras medidas para asegurar una alimentación fluida a tan amplio colectivo: la cosecha del año 1556 había sido muy escasa y la disponibilidad de trigo en el mercado disminuye, produciéndose se la retirada de buena parte de los vendedores; la subida generalizada de precios de trigo, incide en la mina de forma más acusada que en ninguna otra parte. Ante la difícil situación, se imponía buscar la solución de forma global y por parte de la propia administración real, quien organiza el aprovisionamiento mediante la compra de grandes cantidades para venderlas luego sin ganancia en el poblado minero a la población trabajadora.
El primer intento de compra de trigo se efectúa en la propia villa de Guadalcanal pero en años de escasez los pueblos defienden con unas uñas y dientes sus existen escasas. La villa, que no tenía una buena organización de almacenamiento puesto que carecía de depósito, se niega a facilitar el grano que le sobra y protesta ante la administración real. La Corte atiende su reclamación y toma medidas para que la provisión a trabajadores se efectúe desde lugares donde la producción sea más abundante y existía algunos excedentes y para que simultáneamente se organice el almacenamiento con stock permanente en la propia mina; en octubre de 1556 escribía la Princesa Gobernadora al contador Zárate:
“Los de Guadalcanal nos han enviado acá sobre el socorro pra lo del pan pues se va encaresçiendo más de cada día, paresçeme bien lo que dezis que haga alguna provisión dello para esa fábrica y con esto los de Guadalcanal ternán que quejarse; y así os mando que hagais conprar hasta 1.000 fanegas trigo de donde se pudiese haber más barato y traellas a esa fábrica y entregar a la persona que os pareçiere para que las tenga a recabdo y haga moler trigo, coger pan y dallo a la gente que trabajare en la fábrica al presçio que saliere, manera que no haya en ello pérdida ni ganançia y otras 1.000 hanegas para tener de rrespeto, y acabadas aquellas 1.000 hanegas, si fuese menester m irse han conprado y gastando por la mesma horden”.
En un principio, se reservan las 2.000 fanegas para prevenir la llegada de la escasez:
“conforme a lo que me fue mandado, tengo enviado persona a conprar las 2.000 hanegas de trigo (...) las quales están ya conpradas en La Mancha y salen pu tas aquí a 28 reales la hanega. Tengo determinado que, mientras se hallare 1 cogido a vender, no se toque en estas, porque tememos que ha de haber grandisima falta de pan en estas partes, a causa de que aquí no hay y se ha de proveer de acarreto y en la Mancha tanpoco sobra y con cualquier ocasión de tal tienpo o de otro inpedimento se verá en gran trabajo toda esta tierra” 130

128 GASCÓN-RICHARD: Grand commerce et vie urbaine..., Vol. II, p. 736, calcula en una libra y media por persona el consumo diario, basado en la ración que en Lyon se hacía distribuir a los pobres.
129 A.G.S. Consejo y Juntas de Hacienda, Leg.° 96, fol. 46 y 47. A.G.S. Cámara de Castilla, L 400, fol. 56.
130 Adquiridas en su mayor parte en Alcázar de San Juan, pero también en Villaharta de San J1 Campo de Criptana y Consuegra. El transporte se efectúa en recuas contratadas en Villaharta de Juan. En Guadalcanal se habían comprado al mismo tiempo otras 1.000 fanegas a un mercader, Francisco de Arriaza, que disponía de ellas
Pronto, la carestía obliga a darles salida y a alimentar en parte a la población minera de trigo proveído por la propia administración.

De Minería, Metalúrgica y Comercio de Metales
Julio Sánchez Gómez
 


miércoles, 21 de octubre de 2015

Guadalcanal y su antigüedad 1/3

Portada del catalogo
Primera parte

(M.S. original mutilado,  en 4º, letra del siglo XVII,  34 fojas.)

En este articulo, tal como se inserta, hallóse entre los papeles del Sr. D. Bartolomé José Gallardo, y nos lo ha sido facilitado por el Sr, Sancho Rayon, á quien tantos servicios debemos. Por nota que tiene del famoso bibliófilo, se sabe que el manuscrito á que se refiere existía en 1824, en la librería del lectoral Tríanes (sic), que antes (en 1813) lo había visto en la de D. Antonio de la Torre, notario del cabildo de Cádiz. Y de letra posterior hay otro reglón que ya echaba de menos los maliciosos, diciendo secas: después me la regaló a mí. G. - No ha parecido, sin embargo, entre sus papeles.
En cuanto á Guadalcanal y su antigüedad, dista, en nuestro concepto, bastante de merecer los elogios que Gallardo te tributa, ni por el lenguaje, ni por la investigación, que sólo en lo que toca á las minas romanas es erudita y notable. Acaso el bibliófilo extremeño la estimaría así con relación á la escasez que de estas interesantes monografías se padece en nuestra común patria, y más principalmente á medida que nos acercamos á su limite geográfico de Sierra Morena. Por esta misma razón, junto con el respeto debido á su memoria, y por reparar en algún modo la pérdida siempre sensible del manuscrito, insertamos íntegro su jugoso extracto, despojándolo, como es natural, de la endiablada ortografía que, por no faltar á su costumbre, le puso. Dice, pues, así: 
Guadalcanal, ilustre villa del (corregido al margen, Extremadura en el) maestrazgo de Santiago, provincia de León, ha corrido en su población y antigüedad la desgracia...”
Y acaba en hoja rota: “El número de los hijos hidalgo, hombres insignes en letras, armas, oficios y dignidades... y otras cosas memorables...”
No aparece el nombre del escritor; pero en el folio 12-32 da señas de haber sido fraile franciscano, acaso del mismo convento de Guadalcanal, y por el tono, extremeño. Es pluma elegante y castiza. Escribía á mediados del siglo XVII.
La obra está escrita en discurso seguido, y el paso vamos sacando de ella los apuntes siguientes:
“De Guadalcanal ignoramos no sólo la primera fundación, sino lo que más es, el nombre que tuvo en aquellos primeros tiempos (fol. 2). Llegó á pensar eque la (fundación) de esta villa fue del rey Gerion que llamaron Avo, hijo del rey Hyarbas de Mauritania, por los años de 1690 antes de Cristo. (Diod. sic., lib. v, cap. n; Pineda, 1ª' parte., lib. u, cap. VIIII, § 2.) Fundo este pensamiento en tres conjeturas: la primera es lo que dice Diodoro Siculo, que este rey Gerion fué el primero que descubrió los ricos minerales de la Sierra Morena...
La segunda es los rastros que hallamos de aquellos tiempos en la caldera que trae por armas la villa de Alanis, aludiendo, como dice su tradición, á los caldeos, sus primeros habitadores, y á la lengua que entonces más que otra se usaba en España. La tercera conjetura saco de algunas monedas de plata antiquísimas, que, halladas cerca de Guadalcanal, han llegado á mis manos, y tienen divisas y letras de las que usaban aquellas primeras naciones que vinieron á poblar en España.” 
¿Quién, pregunto yo, habrá andado algún monte de las sierras de Guadalcanal, que no haya hallado rastros do estos edificios, algunas cuevas ó minas ciegas y asoladas con el tiempo, curiosas piedras, ladrillos masaríes , que eran aquellos muy grandes y anchos de que ya casi se ha perdido la memoria en España? Y en estos tiempos se han hallado sepulcros en los campos de Guadalcanal hechos con estos ladrillos. Pues estos indicios, ¿qué hacen, sino persuadir el trato y comercio grande que aquellas naciones tenían en nuestras tierras, y en particular de las que voy hablando? De quien hace notable memoria Festo Avieno es de los masienos, selvisinos, feroces y ricos: llama masienos á los de las comarcas del Almadén, llamado Masia antiguamente , y por la destreza que tenían en hacer los ladrillos masaríes; selvisinos llama a los de Sevilla y su contorno; feroces á los de Sierra Morena, y ricos á los de la costa de Tarifa y Cádiz.
De la Sierra Morena ¿quién hay que ignore sus riquezas? ¿No se ven hasta hoy en los montes cuneos de Ayamonte infinidad de reliquias de los hornos y minas? Junto a  Aracena y Aroche ¿no están los campos llenos de deshechos antiguos, y en nuestros tiempos se ha tratado de refinarlos y reducirlos á moneda? En las comarcas de Almadén ¿no brotan cada día plata los mayores desiertos? ¿Guadalcanal no fué por excelencia, como después diré, el sitio más rico de metales que se hallaba, y de cuyos efectos vino á heredar el nombre que hoy tiene? ¿.Alanis y su contorno no fué donde el rey Gerion y sus caldeos hallaron pozos de plata?... ¿El oro y la plata de las sierras de Córdoba no fué de quien más caudal hizo Anibal (Sil. Ital., lib. m) para llevar á Italia después de la guerra de Sagunto?... ¿Todas estas tierras no están contiguas á la provincia Turdetania? (Ac Turdetania, eique contigua regio... Strabon.) Pues juzgue el desapasionado, y verá cuánta fuerza se hizo el que pretendió persuadirnos que la región contigua á los turdetanos eran las campiñas de Andalucía, y no las extremeñas de la Sierra Morena (fólio 6).
Plinio... haciendo memoria de ésta región (libro XXXII, Cap. v; Diod.,  Sic., lib. VI, cap. 21) dice que aquellas naciones antiguas, y mucho más los romanos, codiciosos del oro y la plata, minaban por larguísimos trechos la sierra, horadando las mayores montañas, al modo que en nuestros tiempos se ha visto en las minas de Averoja, en las de esta villa de Guadalcanal; hoy día lo vemos en las minas del azogue en el Almadén, y todas estas minas y otras están en Extremadura, y de ellas dice Plinio que muchas veces se hundía la tierra y las peñas, perdiendo, los que en los pozos trabajaban, la vida, quedando en ellas sepultados; que cargaban los montes sobre arcos y bóvedas, y los pedernales que no se sujetaban al hierro, el fuego y vinagre los vencía, y que la tierra que cavaban y las peñas de los metales los sacaban en hombros de mano en mano; que hallaban en partes la tierra más dura que las mismas piedras y la rompían con cuñas y almadanas, y acabada esta labor, degollaban los arcos sobre que cargaban los montes, y al tiempo de caer hacia señal la centinela que estaba en las cumbres, y él solo sentía cuando se bajaban, y avisando que se apartasen, huían , y la montaña caía con mayor estruendo y ruido que puede pensar hombre humano; y sin este trabajo, tenían otro mayor, que era llevar los ríos acanalados para lavar la tierra que sacaban , y para esto juntaban los montes, allanaban los collados, levantaban los valles, y porque el agua les viniese á piso, la tomaban muy alto en las partes que por naturaleza solos pájaros se podían tener, y por aquellas partes hacían paso para ellas, colgando á veces los hombres por los riscos para que cavasen. ¡Espectáculo horrendo y temeroso! Que en los más altos montes hacían estancos cuadrados muy grandes para recoger las aguas, de que se hallan hoy algunos en estas comarcas, como también las grietas y aberturas de los montes, que conocidamente son de los que habla Plinio y Diodoro Siculo. Pues nada de esto conviene á los llanos y campiñas de Andalucía, con que se entenderá cuán sin fundamento lían querido privar á esta comarca de Guadalcanal de la gloria que te dio naturaleza... (folio 7).
Para mayor connotación del intento y probanza de este asunto, quiero traer á la memoria los inagotables frutos, la multitud de ganados que se crían en los campos y sierras de Fregenal y Aroche y en las sierras que llamamos Ardevalo, las deleitables frescuras y la abundancia de frutos de Aracena, las montañas soberbias q         ue por falta de agricultura están como vagabundas y estériles, la provisión que se hace para cargar las flotas y para sustentar el reino de vinos preciosos en Alanis, Fuente Ovejuna, Constantina, Cazalla y Guadalcanal (Inc. Mar. Sic., lib. n). La grande suma de aceite, cera, miel, grana, pez, bermellón, almagra, tocinos y salsamenta, finos paños de lana, barros curiosísimos de la ciudad de Salacia, hoy Salvatierra, cerca de Zafra, á quien A. de Lebrija (lit. S.) pone entre los túrdulos junto á Mérida. Exportantur (dice) e Tardetania multum frumenti ac vini , oleumque non multum modo, sed et optimum; prolerea cera, pix, mel, et coco multus, et minisum, sinopica terra non deterius, tum salsamenta copiosa, quondam etiam, multum vestium ad vehebatur, nunc lanas, coraxorum lana prestantiores, longeque pulcherrime, tum summé, terina texto, que saleratae efficiunt, etc (sic) (Estrab., lib. III). Y despues dice: Cum autem tot bona suppeditent , non leviter sed vel oprime observet, mireturque aliquis quod íta ferax metatlorum est (sic) (fól. 8).
Son conocidas las ovejas y demás ganados que de verano se apacientan en las riberas y ríos que entran en Guadalquivir desde la ciudad de Córdoba á la de Sevilla por la parte de las sierras, que son Guadarroman, Guadiato, Bembezar, Guadalora, Retortiilo, Guadalvacar, Viar y Güelva, cuyos arenales deslumbran á la vista del sol á quien pasa por ellos, y los ganados queso abrevan en sus riberas, se tiñen con las mismas arenas de color de oro (61. 8).
Catalogo razonado y crítico de los libros, memorias y papeles, impresos y manuscritos que tratan de las provincias de Extremadura
Compuesto por D. Vicente Barrantes (Diputado a Cortes, Caballero de Cristo de Portugal, 4º Oficial del Consejo de Estado).
Imprenta y Estereotipia  M. Rivadeneyra 
Madrid,  edición 1865

sábado, 17 de octubre de 2015

Adelardo López de Ayala o el figurón político-literario 10

Refundidor refundido
Capítulo X

Hemos dicho que Prim preparaba una adaptación de la obra de Ayala y mejor pudimos decir que tenía hecho ya el tal arreglito. En refundir la Revolución de Septiembre se ocupaba el héroe de los Castillejos, al tiempo mismo que el refundidor de El alcalde de Zalamea escribía su magistral manifiesto. Y era que Prim debió de pensar que, si Ayala arreglaba a Calderón, no tendría derecho a quejarse de que adaptasen lo que salía de su pluma.
Las previsiones de Ayala habían fallado. Antes que Serrano y los demás generales desterrados en Canarias llegó a Cádiz el refugiado en Inglaterra. Y llegó en compañía de Sagasta, Ruiz Zorrilla y Paul Angulo, por si que llegara solo hubiera sido poco.
Prim, apenas llegado, sin pararse a tomar referencias ni a confirmar opiniones, abordó bravamente la fragata Zaragoza, barco insignia de la escuadra, que formaban con este navío los restantes, Tetuán, Villa de Madrid, Lealtad, Ferrol, Vulcano, Isabel II, Evetana, Santa Lucía, Concordia, Ligera, Santa María y Tornado. Y presentándose a Topete, a quien no conocía y del que no estaba seguro que fuera a pronunciarse, le instó para que hiciese tal y para que lo hiciera sin retrasar un instante más la sublevación de las tripulaciones, a la que seguirían las del ejército y del pueblo.
Topete puso bastantes reparos. Hizo constar que no quería servir a ningún partido político, avanzado y que lucharía únicamente por el restablecimiento de una verdadera Monarquía constitucional. Y añadió aún que el movimiento habría de hacerse para colocar a la Infanta Luisa. Fernanda en el trono y que tendría el mando de la revolución, como jefe absoluto, el Duque de la. Torre, quedándole todos los demás generales subordinados. Así, y nada más que así, pronunciaría él las fuerzas de su mando.
Prim no se desalentó por semejante acogida. Descontado tenía el que pudiera ser peor, ya que se había entregado plenamente, al subir a la Zaragoza sin garantías ningunas. Por de pronto se encontraba siendo el único general presente. Y pudo, pues, decir que en la revuelta militar ocuparía el puesto que le correspondira,  sin disputar a nadie el mando. Bien que insistiendo en que había de hacerse el movimiento al punto. Para ello alegaba que las autoridades de Cádiz y Sevilla podían enterarse de lo proyectado y hacerlo fracasar. Por esto, aseguró, esperar a los generales desterrados en Canarias era peligrosísimo.
Respecto a las otras cuestiones que planteaba Topete, las soslayó diciendo que, por consideración a la propia hermana de Isabel II, no debía hacerse la revolución en su nombre, reservando el proclamar la Monarquía constitucional y el elegir la persona que hubiese de ocupar el trono a las Cortes Constituyentes que se convocarían.
El bueno de Topete creyó entender, de lo que Prim decía, tenerle sujeto a sus planes. E impaciente por la tardanza del barco en que Ayala partió, temiendo que éste hubiese sido detenido en Canarias, entregó a Prim, con carácter interino, el mando del movimiento. Formó la escuadra en orden de combate frente al puerto, y convocó en la Zaragoza a los jefes de barco Malcampo, Barcáiztegui, Arias, Guerra, Uriarte, Montojo, Pardo, Pilón, Vial, Pastor y Landero y Oreiro para que Prim los arengase. Prim lo hizo en la forma que le convenía. Se vitoreó a la Libertad y con veintiún cañonazos de la fragata almirante fué anunciado el destronamiento de Isabel II.
Esto ocurría el 18 de septiembre. Al día siguiente desembarcó Prim con Topete en Cádiz, y sin que el almirante entendiese lo que ello significaba, el general sublevó al pueblo en nombre de la Soberanía Nacional. Los derechos al trono de la esposa de Montpensier quedaban desconocidos.
Aquella misma tarde llegó al puerto gaditano el Buenaventura con Ayala y los generales que éste fué a buscar para que las cosas salieran a su gusto. Prim y el Duque de la Torre conferenciaron, entregando el primero el mando al segundo, aunque con la condición de que se sostuviera lo realizado. En realidad, Serrano no podía hacer más que eso, y eso hizo, reconociendo que su substituto procedió como él hubiera procedido.
Ayala acudió a Topete, haciéndole ver que aquello no era lo que se había proyectado. Y aunque Topete se apresuró a manifestar ante Prim y Serrano sus compromisos con el Duque de Montpensier, no obtuvo otra respuesta que la ambigua de que lo primero era vencer y después ocupar las posiciones que se conquistasen. El plan de Ayala de que la revolución se hiciese en nombre de la Infanta Luisa Fernanda estaba fracasado.
¿Podría luego ponerse a ésta en el trono? Nadie había dicho aún que no. Si acaso Paul Angulo, que deseaba solamente la República… Pero a los republicanos nos les hacía entonces caso ni Ayala. Con todo, malo era ya para los deseos de éste no haber comenzado como él quería y sí como quería Prim. La puerta se había abierto para dar entrada a los deseos del caudillo demócrata, enemigo de los Borbones.
Sin embargo, aunque Topete y Prim, es decir, Prim solo, pues Topete, el pobre, no hacía sino dejarse llevar, habían dirigido aquella mañana una alocución al pueblo de Cádiz, se convino en que lo que se publicaría sería el manifiesto escrito por Ayala.
Prim lo leyó, y consideró, indudablemente, que se prestaba a todas las interpretaciones que se le quisieran dar. Por lo que puso su firma, dispuesto a seguir arreglándolo a golpes de espada.
En seguida, para no continuar bajo el mando de Serrano, partió a Cataluña, donde sin subordinarse a nadie extendería la revuelta. Y Ayala, pegado a los talones del Duque de la Torre, se encaminó hacia Sevilla para llevar la revolución hasta Madrid.
Esperaba aún influir sobre el jefe nominal para que triunfase su proyecto primitivo. No se daba cuenta que el alma de la Revolución era Prim y por ello quien la dirigía verdaderamente. Todavía pensaba en comediógrafo, atento al argumento que trazó.
No quería recordar que hubo un alguacil alguacilado, aun cuando sus conocimientos literarios debieron hacérselo presente. Cegado por sus ansias políticas, no veía que se encontraba en situación análoga: que era un refundidor refundido.

Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932 


miércoles, 14 de octubre de 2015

Nobleza de Conquistadores nacidos en Guadalcanal

Regidores de Lima y Ciudad de los Reyes

Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico (que gobernó con su madre Juana I de Castilla, Hijo de Juana I de Castilla y Felipe I el Hermoso, y nieto por vía paterna de Maximiliano I de Habsburgo y María de Borgoña (de quienes heredó el patrimonio borgoñón los territorios austriacos y el derecho al trono imperial) y por vía materna de los Reyes católicos, de quienes heredó Castilla, Navarra, Aragón, Las Indias, Nápoles Y Sicilia.
Fue el responsable de la monarquía española que unió las Coronas de Castilla, y los reinos de Navarra y Aragón, teniendo vital importancia en los principios de la colonización de América, financiando las expediciones de los arriesgados conquistadores y reconociéndoles como caballeros, dotándolos de escudos de armas.
Dos de estos Conquistadores que entre otros muchos salieron de Guadalcanal hacia las Indias, Diego Gavilán González, nacido sobre el año 1515 en Guadalcanal, fue conquistador de Perú, tuvo presencia en la fundación de las ciudades de Cuzco y Juaja, regidor de Lima y luchó con Francisco de Pizarro en la batalla Sacsahuana y en la toma de la ciudad de Cuzco y Fernán González Remusgo de la Torre, nacido en Guadalcanal  sobre el año 1518/20, Regidor de Ciudad De Los Reyes (Lima), tesorero de dicha provincia y veedor de minas y fundiciones y las primeras tierras conquistadas.

Para Hernan González.
Armas

Don Carlos, etc. Por cuanto por parte de vos, Hernan Gonzalez Remusgo de la Torre, vecino é regidor de la ciudad de los Reyes,  que es en la provincia del Perú que es en las nuestras Indias  del mar Océano. y natural de la villa de Guadalcanal, nos ha sido fecha relacion que podrá haber veinte años poco más o menos que, con deseo de nos servir, pasantes a las dichas nuestra indías, y vos hallastes en el primero descubrimiento  de la dicha provincia del Perú, y despues tornastes a ella con el Adelantado Don Francisco Pizarro, nuestro Gobernador é Capitan general de esa dicha provincia, en ella habeis ayudado á conquístar y pacificar á vuestra costa con vuestras armas é caballo, hallándos  en los encuentros y guazavaran que hasta agora ha habido con los indios, donde habeis pasado muchos trabajos e se vos ha muerto un hijo; dicho Gobernador Don. Francisco Pizarro, teniendo consideración á los dichos  los dichos vuestros servicios é méritos de vuestra persona, vos ha encomendado oficios e cargos de nuestro servicio, especialmente el cargo de nuestro tesorero della por ausencia de Alonso Riquelme, nuestro Tesorero desa dicha provincia, y los oficios de nuestro Veedor  de fundiciones y  tenedor de bienes de difuntos, como constaba y parescia por cierta informacion de que ante los d nuestro Consejo de a Indias fué fecha presentación é nos fue  suplicado é. pedido por merced que en remuneracion de los dichos vuestros servicios, vos rnandásernos dar por armas un escudo hecho tres partes: en la primera alta de la mano derecha, dos estrellas de oro  en campo azul y entre ellas una banda colorada con un perfil blanco de plata  y en la otra segunda parte un tigre en salto, en campo verde, y en la otra tercera parte baja un lagarto que salga de unas aguas de mar entre unas peñas de las cuales salga asimismo un roble verde en campo de oro, y por orla del dicho escudo ocho tejuelos, los cuatro de oro y las otros cuatro de plata, en campo colorado, y por timble un yelmo cerrado con su rollo y dependencias  á follages de azul y oro, Y por devisa unas plumas á colores, ó como la nuestra merced fuese, etc.

Dada en Valladolid á 3 de Febrero de 1537—Yo Rey.

Ref. José Mª. Álvarez Blanco
Para Diego Gavilán
Armas 
Don Carlos é Doña Juana, etc. Por cuanto por parta de vos, Diego Gavilán, vecino de la ciudad de los Reyes, que es en la provincia. del Perú, nos ha sido hecha relación que vos, con deseo de nos servir, podrá haber diez años poco más o menos que pasastes á la dicha provincia de el Perú, vos hallastes en la conquista y pacificación de ella y en la prisión de Atabalipa, que era el Señor más principal de la dicha tierra, é asimismo os hallestes en la toma de la ciudad del Cuzco, juntamente con el Marqués Don Francisco Pizarro, nuestro Gobernador de la dicha provincia, é que de allí fuistes más adelante á conquistar la dicha tierra, y en un paso malo que había caisetes, y de ello estuviates muy malo, á punto de muerte; y que andando en la conquista  y pacificación de la dicha tierra, se os murieron tres caballo, que valía cada uno al dicho tiempo mil castellanos, por la falta que había de ellos, é que ansi el lo susodicho como en otras conquistas que se han ofrecido en la dicha tierra, nos habeis servido con vuestras armas y caballos y esclavos á vuestra costa y mision, pasando grandes trabajos, hambres y necesidades, como todo dijistes contaba y  parecia por una informacion que ante los del nuestro Consejo real de las Indias hicistes presentación; é no suplicastes que en remuneración de los dichos vuestros servicios, y porque de vos y de ellos quedase perpetua memoría, demás y allende de las armas que teneis de vuestros pasados, vos  mandásernos dar por armas un escudo hecho dos. Partes; que en la primera parte de la mano derecha estén dos onzas de su color, en campo colorado, y en la otra parte de la mano izquierda un mogote de sierra alto, de su calor, y encima del dicho mogote una mata de ortigas verde  con cinco hojas en campo de oro, y por orla unas ondas  de agua azules y blancas, y encima del dicho escudo un yelmo cerrado y un rollo torcido sobre él, y por divisa un brazo armado con unas, desnuda en la otra parte de la mano, con sus trascoles é follajes de azul y oro, ó como la nuestra merced fuese, etc.

Dada en Talavera á. 22 de junio de 1541

Nobiliario de Conquistadores de Indias
Antonio Paz y Melia

sábado, 10 de octubre de 2015

Inicio, auge y decadencia de las minas de Guadalcanal 74

El abastecimiento a la mina 2

Caxa de Leruela, clarividente en su apreciación de lo abusivo y dañino de tantas roturaciones a costa de las masas forestales, afirmaba:
 “que por ocurrir a las necesidades presentes y empeños en que se hallan lo señores dellas (de las tierras) las ronpen (...), los tres o cuatro primeros año son de provecho y en muchos años después no lo son, ni para pasto ni par labor, porque se estragan y quedan (...) descoradas o desolladas y las que reciben irreparable daño son las de montes y encinares, porque desmochan los árboles para que el sol entre a los sembrados, para hacerles carbón y purificar la tierra”.
G. Bowles recogía atónito dos opiniones muy comunes entre los campesinos hispanos de su tiempo: que la sombra de los árboles, aunque hace crecer las mieses con mucha lozanía, no las deja granar y valiendo más el grano que la paja, no debe haber árboles en los campos que hagan sombra —opinión que conecta con la recogida por Caxa— y que los árboles solo sirven para multiplicar los pájaros, que comen el grano y arrasan la ganancia de los labradores. 125
La conciencia por parte de los poderes públicos de la regresión del bosque y de su casi irreversibilidad hizo que la reglamentación, uno de los más evidentes índices de la progresiva escasez de cualquier bien, fuera tan temprana como poco eficaz. Reglas para defensa de los montes aparecen ya en el fuero de Soria y son sucesivamente promulgadas por Alfonso X, Pedro I, los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II. Ninguna comprobación mejor de su efectividad que reproducir la voz de alarma de una provisión real expedida por el segundo Felipe en 1567:
“los montes antiguos están desmontados i talados i arrancados i sacados de cuajo i de nuevo son muy pocos los que se han plantado. La tierra en la mayor parte destos reinos está yerma i rasa i sin árboles ningunos, que la leña y maderas ha venido a faltar, de manera que ya en muchas partes no se puede vivir”.
Junto a las noticias documentales, la constante elevación de los precios de la madera por encima de los índices del conjunto de mercancías en Andalucía y Castilla la Nueva tal como son recogidas por Hamilton, suponen también una escasez indicadora de desforestación 126
Pero, para entender totalmente los problemas a los que se enfrenta la mina de Guadalcanal y cualquier mina, actividades que son siempre grandes consumidoras de madera, es preciso comprender un mecanismo muy arraigado en la sociedad de la época. Si bien las colectividades agrarias —y en el siglo XVI lo eran la inmensa mayoría— son predadores de sus propios recursos forestales, suelen ser en igual grado sus celosas defensoras frente a las predicaciones ajenas.
Ya hemos indicado arriba que la mina precisaba madera, tanto en entibación y construcción como para convertirla en energía. Ambos usos demandaban dos clases de madera diferentes. Para la factura de ingenios se utilizaba la madera de encina —ya vimos que construir un ingenio de desagüe se utilizaron en 1569, 23 encinas—. La misma materna se empleaba también en la entibación en lugar de la madera de álamo habitual empleada por los mineros alemanes, quienes aquí comienzan utilizando roble para ese menester, pero pronto comprueban que se pudre con mayor facilidad. Hemos hallado cálculo hecho en 1576 de la cantidad de madera de encina que se había enterrado en los pozos entre 1555 y 1576: 25.000 carretadas. Dado que el peso de la carretada equivalía muy a grosso modo, a unas 40 arrobas, del cálculo de los oficiales puede deducirse un consumo de la increíble cifra de 11.000 toneladas métricas de madera. Aunque a primera pueda parecer exagerado, hay que tener en cuenta que se trataba de varios kilómetros de pozo y galería totalmente forrados de madera de encina y que sólo en 1557 se habían comprado a la villa de Guadalcanal —que ya veremos que no era la única fuente suministradora, ni siquiera la más importante— 7.509 carretadas de madera de la dehesa sus propios.
Pero no menos espectacular era el consumo de leña que se efectuaba en las fundiciones transformadas en carbón vegetal. En este caso, las especies arbóreas empleadas eran diferentes. En un principio se empleó encina, pero la necesidad de reservar esta madera de mejor calidad para construcciones y entibaciones, llevó a emplear otra materia prima cedente del monte bajo, con un poder calorífico menor, pero también de más bajo precio; se emplearon entonces, junto con algo de carbón de encina, carbones derivados brezos, carrascos y madroños. De todas maneras, la riqueza forestal de la Sierra Morena centro occidental era un auténtico lujo en el uso de materia prima carbonera frente a la que estaba a disposición de los mineros de Vera —hoy Almería—, cuyo ecosistema sólo .permitía hacer carbón con lentiscos, acebuches, coscojas, madroñales, jarales, romeros y atochas.
El cálculo del consumo de carbón es relativamente fácil de hacer. Una información de 1560 calculaba un gasto de 100 arrobas de carbón por cada tres fundiciones. Puesto que tenemos datos de las efectuadas a lo largo de los años de explotación, la deducción es sencilla; puede calcularse, sólo para fundiciones, un consumo de carbón entre 1556 y 1576, ambos inclusive de —insistamos siempre, muy grosso modo— 231.300 arrobas de carbón, cifra que pudimos refrendar con la procedente de otros cálculos mucho más aplicados. Esta cantidad, equivalente a 2.544.300 kg., procedió de aproximadamente 721 toneladas métricas de madera. A esta cantidad habría que unirle el consumo en raciones, que nos es desconocido, pero del que tenemos datos de que era también muy importante; en 1556 se compraron en la dehesa de Fuente del Arco 750 encinas para combustible de afinación.
El abastecimiento de madera para construcción y entibación se realizó en un principio los montes de propios de Guadalcanal, pero el pronto arrasamiento de sus existencias, las protestas airadas de su Concejo, desvían el lugar principal de provisión al que entonces parece que debía ser la más importante masa forestal de la Sierra Morena sevillana, denominado “robledo de Constantina”, en término de ésta última villa y de sus propios
“que es muy grande y de mucha madera y que aunque se saque del lo que sea menester para las minas, no hará falta a las cosas para que está reputado”;
las cosas “para que está reputado”, es decir, los aprovechamientos principales a que estaba asignado, eran, además del carboneo y la saca de los propios vecinos, que según informaciones vivían en una buena parte de ello, al reparo de los puentes, las ataraza, los alcázares y las fortificaciones de la ciudad de Sevilla. Las cédulas reales a la administración de la mina por las que la autorizan para que usen de ese monte, ponen acento siempre en instar a que se pague al concejo la madera extraída y que se que el monte no sufra daños a causa de abusos:
“debéis mirar que no se traya más de lo que fuese nescesario, porque conservar el monte lo más que ser pueda”.
A pesar de ello, la competencia en que entra la administración minera con ambos usuaríos anteriores, los concejos de Sevilla y Constantina, levanta sus inmediatas protestas basadas en razones conservacionistas, a pesar de que el cuidado que manifestaba para su conservación parecía bastante deficiente. En 1556, escribía Mendoza a la Princesa Gobernadora:
“de la çédula real sobre lo de la madera, he husado hasta agora lo más blandamente que he podido y han dado quebraderos de cabeça, así los de Constantina como los de Caçalla, pero todavía habré de venir a rigor en lo que más será  menester, porque se les haze muy mal de darla y se que ellos y el cabido de  Seuilla han de suplicar de la çédula (de autorización real)”.
Efectivamente, pronto el concejo de Sevilla expedía orden al de Constantina para que no dejaran cortar leña, lo que obliga a la Corte a enviar nueva cédula desautorizando al concejo hispalense. No eran sin embargo muy cuidadosos los usuarios habituales con el  monte que tan celosamente querían guardar del aprovechamiento por la administración minera:
“en el dicho robledo hay tanta desorden en el sacar de la dicha madera, ansí para Sevilla, donde es muy ordinario llevar cada un año una muy gran suma de carretadas, como para el dicho lugar (de Constantina) y para otras parte se lleva hurtadas unas vezes y otras vendidas y lo que peor es, suele haber de hordinario quemas en el dicho robledo que lo destruyen y abrasan y últimamente hubo este verano uno que destruyó la mayor parte del, de donde podrá venir a perecer y faltar la dicha madera, que sería grandísimo ynconbiniente yrremediable a esta mina y a otras algunas que en esta sierra se podrían halla”
El transporte de la madera desde el robledo de Constantina, desde el monte de Guadalcanal e incluso desde los montes de Azuaga y Aracena, a los que también se recurría con frecuencia, se aseguraba con una especie de continua cadena confiada a 20 carretas y 63 bueyes, al cuidado de un maestro carretero y diez criados. Pero estos medio de transporte de la plantilla fija de la mina no eran suficientes y se hacía imprescindible recurrir continuamente a los carreteros de Constantina, donde había más de 200, que vivían hasta entonces fundamentalmente de la corta y acarreo de leña a Sevilla.
El carbón llegaba a la mina mediante una multitud de contratos con pequeños carboneros de una amplia zona que llegaban a diario hasta la mina llevando el producto elavarado desde Fuenteovejuna, Constantina, Cazalla, Alanís, San Nicolás del Puerto, El Pedroso, Azuaga, La Granja, Fuente el Arco y los pueblos de la Sierra de Aracena. La fabricación de carbón para Guadalcanal, según los informes, constituía un importante medio de subsistencia para un amplio colectivo de habitantes de aquellos pueblos serranos de agricultura muy pobre, para los que el carboneo era una actividad tradicional abastecedores de la gran metrópoli sevillana, pero a los que la aparición de la demanda minera les lleva a dedicar una parte mucho más importante del tiempo de la actividad a la transformación de madera de carbón. Precisamente esta demanda lleva al inicio la transformación en esta actividad que hasta entonces seguía las pautas más tradicionales la aparición de los obligados, personas que contrataban con la mina el abastecimiento de partidas del producto puestas en la mina que a su vez adquirían in situ a los pequeños productores, fueran aquellos obligados productores o no. La transformación era importante  porque apuntaba a la aparición de la intermediación entre productores y el gran consumidor. La parte .más importante del consumo carbonífero provenía de Fuenteovejuna donde la administración minera había destacado un representante asalariado que se encargaba de adquirir allí a precio más bajo el carbón de los pequeños productores.
Frente a la demanda de plomo, el consumo de madera era un problema con dos caras. Si una parte ejerce un beneficioso efecto multiplicador desde un punto de vista económico, ya hemos visto cómo proporciona ingresos a un elevado número de personas de los pueblos serranos, por otro lado, el efecto ecológico fue muy grave, no en balde la metalurgia fue la actividad más nociva para la riqueza forestal en los comienzos de la Edad Moderna, hasta la progresiva aplicación del carbón mineral a las fundiciones. En 1557, el  fiscal Venero, visitador de las minas, escribía a la Corte:
“en las dichas minas (de Guadalcanal), Su Magestad ha hecho grandes gastos (...) y ha quemado innumerables montes en benefiçiallas”.

125 CAXA DE LERUELA: Restauración de la abundancia en España, introducción, p. 30. BOWLES, C Op. cit., p. 541.
126 Sobre el problema general de la madera y el de la madera en España, cfr. ALCALÁ ZAMORA, «Producción de hierro y altos hornos...», p. 186. Mismo autor: España, Flandes..., p. 201; ARM Y VIL FAÑE, J.: Quilatador..., p. 9. BILBAO, L. M.; FERNÁNDEZ PINEDO, E.: «La siderometalúrgia...», p. 1 CIPOLLA, C. M.: “Sources d'energie et histoire...”, Historia Económica de la Población Mundial; Historía Económica de Europa, Vol. II. COLMEIRO, M., Op. cit. dedica amplio espacio a la madera en España Vol. I, p. 335 y 701-709. GONZÁLEZ VÁZQUEZ, E.: “La riqueza forestal española y la ingeniería forestal” HAMILTON, E. J., Op. cit., p. 239. VÁZQUEZ DE PRADA, V.: «Historia Económica y...», Vol. III, p. 4 NEF, J. U.: La Conquista del mundo material.


De Minería, Metalúrgica y Comercio de Metales
Julio Sánchez Gómez
 

miércoles, 7 de octubre de 2015

La siembra y la cosecha

Polvo y viento entre las jaras

Cuando el caminante regresa de las tierras, de las casas y las cosas de Guadalcanal, lleva en su memoria un recuerdo bonito.
Al doblar la Cruz del Puerto, mira tal vez hacia atrás, y allí al fondo, está Guadalcanal, derramando en el hueco que forman dos sierras, como una mancha de cal que reverbera al sol de la mañana.
Al fondo, la Iglesia de Santa María ¿hay nombre más hermoso en el mundo?, su asimétrica fachada y su torre gris, perdida en la neblina tempranera. Y el borrón verde y fresco de la enorme masa de los arboles del Palacio. Delante Santa Ana, un templo sin piropos, rompeolas de los vientos, con el pueblo entero a sus pies.
Si, Guadalcanal se nos queda en el recuerdo. Ningún otro pueblo de la sierra andaluza está puesto en un sitio tan bonito, ni tiene sus calles, ni su limpieza relumbrona, ni su aire, ni su gracia serena en cada rincón de sombras.

Tiene vida. A la vuelta de sus años, tiene afanes de ser y se crean en él, mal que bien —como hacemos las cosas los hombres— sus grupos y su cooperativa olivareras, sus fábricas, sus escuelas, su piscina. ¿Quien dijo que Guadalcanal se nos va de entre los dedos, como se va el agua clara?  ¿Por qué? ¿Que no tienen porvenir los pueblos de la Sierra? La marcha de tantas familias, ¿no puede entonces detenerse?. Cierto que no se puede luchar contra corriente. ¡Pero aún podemos hacer tantas cosas si queremos!

Bastaría aceptar nuestra responsabilidad común de buen ciudadano. Porque cada pueblo, cada ciudad, es lo que sus hombres quieren que sea. Y aquello de “amaos los unos a los otros”, el viejo mandato evangélico, quiérase o no, aun sigue siendo un mandato en vigor. El canto legendario de los Ángeles en Belén, "Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” puede oírlo cualquiera que sepa escuchar dentro de sí, como si el eco de aquellas votes azules, retumbase en el valle, entre las montañas de las sierras, como un grito de amor en esas mañanas de cristal, cuando el pueblo se despereza y los caminos regados por la escarcha, tintinean al paso cansino de los animales de labor.

Entonces, ¿es tan difícil la buena voluntad, amarnos un poco?, ¿Tan poca cosa somos, tan poco valemos que hemos convertido en enemigo a nuestro propio compañero?

Guadalcanal conoció épocas florecientes, por encima de los movimientos migratorios y de las circunstancias, hace ya muchos años, y muchas generaciones, que Guadalcanal sigue allí, aferrada a las tierras agrestes de su paisaje. Millones de pies, a través de los siglos, hicieron sus caminos transitables. Y al alborear de cada día, se abren a la vida, las flores de las cequias, las mieses de los campos, y los ojos de su gente. ¿Desaparecerán alguna vez? ¿Dejará de haber hombres y mujeres en Guadalcanal?
Tal  vez, cuando el viajero que atraviesa la serranía, arribe un atardecer, a los cerros más altos de la Sierra del Agua, allí al fondo solo queden ruinas y sea el viento su único compañero rebotando entre las penas.
Tal vez unas pocas piedras carcomidas serán lo que quede de La Iglesia de Santa Ana; y al fondo (donde tantas risas de niños hay todavía en las alegres tardes del verano), unos troncos secos, enhiestos, milenarios, recuerden el antiguo emplazamiento del Palacio.
Nosotros no lo veremos así, pero entonces, Guadalcanal solo será eso: polvo y viento entre las jaras. Será la señal de que solo polvo y viento hemos sembrado. 
PLACIDO DE LA HERA
Revista de Feria 1973