By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 27 de septiembre de 2017

El mundillo de la jaula 7

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 7

Septima parte.-

Desde que aquella tarde, aquella pícara y desvergonzada "perdigalla" quedara viuda y a sus anchas en la colina de "Las Cochineras", - que así se llamaba aquel paraje – aún faltaban cinco días para el Sábado, que no antes podía acudir allá, para el esperanzador debut del extremeño.
Se me hicieron una eternidad, si bien procuraba venirme a conformidad, pensando que eran, justamente, los días que los más doctos y avezados pajareros creen necesarios, para que estas viudas se encuentren en su justa sazón, por no decir que como “jigos jinchones” y con la miel en el culo, que era cómo el muy deslenguado de Pepiyo "El Calandria" solía expresar esta concreta madurez de las tales perdices.
Claro que, por otra parte, también sospechaba que aquella perdiz, por parecerme demasiado calentona y desahogada, nada de extraño podía tener que, durante esos días de mi espera, se ofreciera a cualquier “enjaulado” que por allí apareciera o a cualquier “campesino” que se le cruzara en el camino, incluso, aún yendo éste acompañado de su adorada esposa, pues no sería el primer perdigón bígamo que apechara con dos hembras.
Su osada actitud ante El Tarta y ante las mismas narices de su marido, me inducían, irremisiblemente, a tales sospechas.
Cierto que a la súbita explosión de mi escopeta y viendo a su esposo tan trágicamente con "las ruedas p´arriba" tan cerca de ella, se voló aterrorizada, sin embargo, no le importó volver, veloz y solícita, al rítmico y suave cuchicheo del “entronizado en el pulpitillo”, el tartamudo trovador, mientras estaba "cargando el tiro" o "haciéndole el entierro" al que terminaba de entregar su alma al Señor, aunque debemos confesar que, en esta ocasión y para que el demonio no se ría de la mentira, la que terminaba de quedar viuda, no acudió al “don juan” tan coquetona y provocativa, como se comportara hacía sólo unos minutos, sino que mirando para un lado y para otro, taimada y recelosa, y sacando un pedazo de cuello que ni el de una jirafa.
Cuando, al parecer, se pudo desengañar de que su marido estaba allí más muerto que "Tutankamón”, se "picheó" despavorida.
Ya no volvería a entrar en la plaza, pero tampoco dejó de dar la lata, por aquellas cercanías del pulpitillo, con su "cháchara", repitiéndose más que una cigarra. Tal vez, arrepentida y contrita, se dedicara a llamar a su esposo, allí muerto y más tieso que las alpargatas de un "regaor", después de haber intentado ponerle los cuernos de aquella manera tan descarada.
Aún sabiendo que allí ya estaba todo el pescado vendido, no obstante, seguí emboscado en el tollo durante un "ratejo" más, sin perder del todo las esperanzas en un nuevo lance, que de ninguna manera esperanzado a que volviera a entrar en la “plaza” la insolente putilla.
Algo, por otra parte, que tampoco deseaba, ya que mi primordial objetivo era, precisamente, dejarla con vida, para el debut del Chepa. De todas maneras la cosa estaba más clara que el agua, porque, después de que se "picheara" al disparo y por más que siguiera merodeando por allí, cantando más que una chicharra, bien sabía yo que, de momento, al menos, no volvería “a entrar al de la jaula”, así se lo mandara el Santo Padre de Roma.

Octava parte.-
Por lo pronto, tuvimos suerte en cuanto al tiempo, para el anhelado debut del pollo de Villar del Rey. El día no podía ser más bonancible. El azul del cielo, de limpio, parecía transparentarse, estando, a su vez, profusamente iluminado por un sol radiante a más no poder.
No importaba pues que la colina de "Las Cochineras" se encontrara a su buen tirón del pueblo, ni aún menos que fuera un paraje recóndito y apenas comunicado por un descarnado camino de bestias, ya que para eso, si caballo o burro no, allí tenía yo mi vieja Vespa que, por su mucha costumbre de rodar por veredas de tal catadura, “carrileaba” que era un encanto.
Tenía esta colina una amplia y afable ladera, sólo acosada, por rodales de salvaje y prieto matorral. Clareaba, por lo tanto, en alguna que otra “calvera” de riscales, mateadas por algún que otro desperdigado y humilde chaparro o retama de estrafalarios varetones, aunque lo más común era que lo fueran como por el moteado de endebles y salteados tomillos en deprimente indigencia. La cima estaba ocupada por los despojos de lo que, en un tiempo no muy lejano, fueran unas burdas cochineras de piedra, y de las que apenas quedaban los muros, aunque, en algunos tramos, totalmente derruidos, y en otros, “desportillados” y como a punto de sucumbir al menor soplo, en tanto que su entorno se encontraba sembrado de piedras dislocadas y en total libertinaje, delatando con descaro sus ruinas.
En el ángulo de una de las esquinas de estas ruinosas cochineras, cuyos muros aún se mantenían a cierta altura, tenía yo levantado - ya de antiguo - un amplio y cómodo “tollo”, que era el mismo en el que dejamos viuda a aquella osada y provocativa hembra, así que, para el debut del Chepa, sólo tuvimos que cambiar la ubicación del pulpitillo y, lógicamente, la tronera. Todo lo demás, tal cual.
Aunque, al parecer, todas las circunstancias nos eran favorables, sin embargo, una vez todo preparado, para que comenzara la función, tuve mis grandes dudas, y es que, al quitarle la sayuela al debutante, pude ver, totalmente descorazonado, que tenía la cabeza con las plumas dislocadas y hasta algo sanguinolentas, pues el muy díscolo y caprichoso
chepudo neófito, cuando en casa le puse la sayuela y la esterilla, para su transporte, se mostró como un poseso, pegando más saltos que un cigarrón enloquecido.
-De todas maneras.- Intenté conformarme.- pues si el muy bribón del extremeño me “las daba con queso”, allí estaba al desquite El Tarta, al que como precaución llevaba para sustituirle.
No llegamos a vernos, ni mucho menos, en tal emergencia, pues si bien, al quitarle la sayuela, permaneció, durante unos minutos, como momificado y sin reaccionar, por fin, comenzó a mirar como queriendo orientarse, hacia los distintos puntos cardinales, hasta que, levemente embolado, se dio una sacudida a guisa del que, de pronto, se estremece ante un repentino susto, y, sin encomendarse a Dios ni al Diablo, salió decidido “de cañón”, sonándome a divinidad aquellos animosos reclamos en el misterioso mutismo y soledad de aquellas solitarios parajes de las sierras de Guadalcanal.
Al instante se le, "puso al aparato" la tan esperada viuda.
Por lo ardiente y enamoradiza que demostró ser en “el puesto” en el que “las palmó” el esposo, esperaba que se nos presentara en “la plaza” a todo correr o a vuelo en menos de
un decir “amén”, sin embargo y sorprendentemente, los “chacharás” de contestación, rápidamente me pusieron de manifiesto que, muy por el contrario, comenzó a acercarse con exasperante parsimonia, demostrando en ello un atroz recelo y aún mayor prudencia.
El Chepa, entre tanto, parecía no caber en la jaula de gozo y felicidad, a la vez que no dejaba de entremezclar, con impresionante elegancia y maestría, reclamos, cuchicheos y
piñoneos. Hubo, incluso, un momento en que viendo que la dama no avanzaba al ritmo que le iban marcando sus requiebros, entreteniéndose en continuas paradas, para lanzar sus "chacharás" y más "chacharás", procuraba interrumpírselos, riñéndole con magistrales "guteos", con el objetivo de que se olvidara de sus cantos y siguiera avanzando. Y entonces, el que no cabía en el tollo era su amo.
¡Qué sabiduría, qué maestría y qué talento tan impresionantes los del examinando! Hasta lo indecible e insospechado llegaron a parecerme, llegando hasta agigantárseme, pensando que el que estaba demostrando tal sabiduría y talento era sólo y tan solo se un inexperto neófito.
Sin parpadear y absolutamente atento a través de la tronera y - ¿cómo no ? - en la más vibrante tensión, miraba y miraba entre los claros de los tomillos que rodeaban el pulpitillo, buscando la posición de la invitada, que no llegaba a ver, pero que intuía muy cercana.
En ello estaba, cuando, de pronto, veo que, dulce y enternecedor, el pequeño, pero egregio y galante trovador, después de lanzar dos o tres reclamos de embuchada, se embolaba, exultante de gozo y con el pico pegado a la esterilla, a la vez que, simulando el astuto engaño de ofrecer un exquisito bocado, con la ternura y delicadeza de una clueca, llamando a sus pollitos, comenzó a coclear a la hembra, que si yo aún no, él sí debería estar viendo por allí camuflada entre el clareo de la maleza.Los ojos se me salían de su órbita y las palpitaciones del corazón se me disparaban, mirando por acá y por allá en la más vibrante tensión, y fue entonces cuando apenas pude ver como relampaguear entre los matojos una huidiza sombra que se escurría sin saber cómo ni por donde. La cosa pues debía estar al caer de un momento a otro, viendo aquel impresionante y magistral recibimiento de aquel consumado maestro, que no neófito novato. Sin embargo, pasaban y pasaban los minutos, y la invitada no terminaba de dar la cara.
Y ahora sí, había momentos en que la podía ver a la muy desconfiada viuda con toda claridad y como jugando "a ratón que te pilla el gato", buscando el oportuno escondite tras este o aquel tomillo. Me daba la impresión que, en aquel su tan escurridizo “ratoneo”, lo único que pretendía era llevarse al inamovible galán tras ella, que de ninguna manera entrar allí de lleno en su busca, tal vez, pensando lo que allí “se podía cocer”, recordando la trágica muerte que, allí mismo y en muy similares circunstancias, le sorprendiera a su esposo, hacía sólo unos días. Y es que, al parecer, “la muy zorra”, además de serlo por calentona, parecía serlo también por astuta.
No hubo un solo instante, sin embargo, en que el examinando se pusiera nervioso ni se descompusiese. Su serenidad, por el contrario, fue en todo momento la de todo un avezado y consumado maestro. Su generosidad, toda corazón. Su porte, el de todo un caballero de pies a cabeza, y su mimosa galantería, la del más tierno galán de los que han sido, son y serán. No obstante, la dama no tragó. Por lo visto no se le había olvidado el puesto del Tarta, en el que tan trágicamente las palmó su esposo, y debía, estar, terriblemente, recelosa y "resabiá".
Me costó convencerme, pero cuando vi que, cansada de “ratonear” en torno a su pretendiente, sin conseguir llevárselo tras ella, intentándolo entonces pasando, en vuelos rasantes exactamente por encima de la jaula, fue cuando, definitivamente, entendí que allí no había nada que hacer. El pobre novato estaba siendo un juguete ante los caprichos de tan taimada y redomada "pajarilla", y más que decepción, sentí pena, por lo que, aprovechando uno de aquellos vuelos de tan astuta viuda, alcé y zarandeé los brazos con ostentación, para que me viera y, aterrorizada, se fuera de allí definitivamente “al quinto coño”, por no decir que a los mismísimos infiernos.
Aunque sin ningunas esperanzas de poderla abatir, aún permanecí en el tollo un rato más, con la idea de que todos nos tranquilizáramos y así poder dar el puesto por finalizado.
Todavía la muy bribona de la perdiz, aunque ya bastante más distanciada, aún siguió con su alocado y pertinaz "chachará", en tanto que el inocente e inexperto pigmeo seguía llamándola y llamándola con las esperanzas intactas.
Después de lo visto, ni me llegó a pasar por la cabeza que aquel "peazo" de campeón siguiera con aquella su fea costumbre de saltarse en la jaula, por lo que, una vez dado por concluido “mi puesto”, me salí del “tollo” y, todo tranquilo y confiado, me fui hacia él con la sayuela en las manos, chasqueándole los dedos mimosamente y como queriéndole expresar mi cariño y admiración, con aquella especie de "piñoneo" que producía aquel mi chasqueo de dedos, pero aquello de saltarse en la jaula, al parecer, por innato en el del Villa del Rey, debía ser imborrable, ya que, en sólo unos segundos, pasó a ser, del mejor, más generoso y más noble reclamo del mundo, al más saltarín de los cigarrones.

A modo de posdata, quisiera terminar diciendo que, menos mal, que todos los buenos pajareros coinciden en que el mejor puesto para un aprendiz es aquel en el que esté merodeando por sus alrededores una viuda. Yo, después de lo vivido en el primer “puesto” que le diera a mi Chepa, debo añadir que así debe ser en la mayoría de los casos, pero con sus excepciones, entre los que podíamos contar el que yo le terminaba de dar al liliputiense giboso en Las Cochineras.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12 

miércoles, 20 de septiembre de 2017

El Convento de San Francisco

Fundado por Enrique Enríquez, Comendador Mayor de León en la Orden de Santiago

Cuentan las crónicas que Enrique Enríquez, Comendador Mayor de León en la Orden de Santiago, tenia gran devoción a la Orden de San Francisco y deseaba fundar un convento para descanso de él y su mujer. Llegó a Guadalcanal en un viaje que hacía en 1489; agrandóle el sitio, y más, habiendo nacido y criándose en el pueblo su abuelo el Almirante Alonso Enríquez. Este, era hijo del Gran Mestre de la Orden de Santiago, D. Fadrique, y de una judía de Llerena llamada Paloma, que se vino a tenerlo a Guadalcanal en 1354, dónde se crió de incógnito hasta los veinte años, en que reconocido por el Rey, fue nombrado Almirante Mayor de Castilla. Fue bisabuelo de Fernando el Católico.
El fundador del convento trató el caso con el venerable Fray Juan de la puebla, cuya santa vida y virtudes tenían llena de satisfacción los Reyes Católicos, pues habiendo renunciado al condado de Belalcázar y de la Puebla de Alcocer se hizo franciscano creando la Provincia de los Ángeles, a la cual pertenecía Guadalcanal, alcanzando el beneplácito de Fray Juan. Gozoso el comendador, informó al Pontífice Inocencio VIII de la necesidad de la fundación por el interés espiritual de los fieles en la doctrina y ejemplar vida de los frailes, pidiendo a Su Santidad diese su bendición y le'fias apostólicas, concediendo el Papa la bula en 1491.
Dilatóse su ejecución por estar ocupado el comendador en la conquista de Granada y porque no se hacía mención de otra bula expedida anteriormente, en que se prohibía fundar nuevos conventos sin dispensas, por lo que recurrió el año siguiente al Pontífice español Alejandro VI, que dió bula en 1493, concediendo que para abreviar la fundación pudiese Fray Juan traer veinte frailes observantes de cualquier provincia de la Orden sin más, y con facultad para confesar y absolver de los casos reservados al Ordinario.
Se pidió licencia al Maestre de Santiago Alonso de Cárdenas, con lo cual se dió principio al convento en una ermita antigua de grande devoción, llamada Nuestra Señora de la Piedad, cerca de la villa, visitábanla devotos los vecinos de Guadalcanal con frecuencia. Era salida de buena recreación por estar en la ladera de un pequeño monte, cercada de huertas y arboledas, deleitable a la vista y al oído por la suavidad de cantos de diversas especies de sonoras aves.
Acabóse la fábrica de la Iglesia y demás viviendas, suficientes a los religiosos en la estrechez que acostumbraban. Fray Juan, que se hallaba en Belalcázar, envió a Fray Diego de Carvajal con otros religiosos para quede Santa María al convento con grande concurso de gente, y en este mismo día uno de Mayo, año de mil cuatrocientos y noventa y cinco, se tomó la posesión por el Guardián.
Quedó la Iglesia y convento según el espíritu de pobreza del siervo de Dios Fray Juan, que moriría diez días después. Los fundadores, D. Enrique y su mujer, disgustaron de lo estrecho y pobres edificios , desdijo mucho de lo magnánimo y grandeza de su ánimo; por esta razón no hicieron allí su enterramiento, como lo tenía determinado. Salió la Iglesia según la idea de la pobreza con discreción, muy fuerte de bóveda y paredes. En la entrada de la puerta estaban entre otros escudos las armas reales, a los lados del comendador mayor y su mujer dentro, en el portal de la iglesia, sobre un arco, se veía la imagen antigua de Ntra. Sra. de la Piedad. La huerta del convento era capaz, de gran recreación de árboles frutales y parras y abundantes hortalizas. Tenía una bella fuente muy copiosa de aguas claras, estaba en una grande arboleda de robles que compró el comendador. Daba madera con abundancia para edilicios y tablas para reparo del convento. Dióla con esa intención el fundador, y para que sirviese de adorno y hermosura y recreación religiosa a los frailes. En el medio de esta alameda permanecía una ermita en que hacían ejercicios como en los demás conventos de la Custodia de los Ángeles. Consta que el convento estaba a cuatrocientos pasos de la población.
Un sobrino de Fray Juan, Alonso de Sotomayor, cuarto conde de Belalcázar, después de enviudar, se hizo fraile con el nombre de Alonso de la Cruz, y profesó en San Francisco de Guadalcanal, vivió muy humilde cilicios y alambres y esparto rodeando su cuerpo, muriendo allí.
En los libros de visita de la Orden de Santiago que he consultado en el Archivo Histórico Nacional, se menciona el monasterio de San Francisco en 1498 y 1515. Consta; por diversas fuentes que tenía 24 frailes en 1595 y 50 en 1747. Tenía el evento un síndico para representarlo en el Concejo municipal y muchos bienes en capellanías y misas, siendo costumbre muy extendida el amortajarse con el hábito de San Francisco. A él perteneció la capilla de Santo Spíritus que, a modo de monasterio, existía donde hoy está el convento del Espíritu Santo. Entre los Guardianes, que eran los superiores de los frailes, tenemos a Fray Antonio Delgado en 1591 y Fray Pedro Guerra en 1784. En 1808 constan dos frailes naturales de Guadalcanal: Pedro Fontán y Sebastián Villate. No quiero dejar de citár aquí a Fray Manuel González, acaso extremeño de Guadalcanal, que, a mediados del siglo XVII, escribió "Guadalcanal y su antigüedad".
En 1814 la Junta Suprema de Extremadura para recaudar fondos en la guerra contra los franceses, incautó la plata; llevándose de San Francisco un cáliz con patena, dos diademas y un manojo de azucenas de San Antonio.
Por Real Orden, en 1821 se redujeron los conventos en la antigua provincia de Extremadura, y el de Guadalcanal se anexionó a Sevilla en 1833.
La Hermandad del Santo Entierro y Ntra. Sra. de la Soledad radicó desde su principio en este convento. Con la exclaustración de 1835 se suprimió el culto en el convento, y el día 31 de Diciembre de dicho año se trasladaron las imágenes a la Iglesia de Santa María. Es muy posible que las imágenes de San Antonio, y sobre todo la de San Francisco de Asís, atribuida ésta a Martínez Montañéz, existentes en Santa María, procedan del desaparecido convento.        -
El Diccionario de Madoz, refiriéndose a esto, dice: "El convento de frailes de la Orden de San Francisco extramuros, fue vendido por la nación y derribado totalmente por los compradores". La venta se haría entre 1836 y 1840, y para dar una idea al lector, diré que otro convento de San Francisco, parecido al de Guadalcanal, con magnífica huerta, se vendió en Extremadura por dos mil pesetas pagadas en veinte años.
En 4 de Octubre de 1854 se declaró una epidemia de cólera, y debido a las circunstancias aflictívas por que atravesaba la villa, el Ayuntamiento acordó la construcción de un cementerio al sitio del Prado de San Francisco. Se hizo la subasta el 10-12-1854 y el día 3 de Julio se bendecía, quedando así hasta hoy, pero dividido en tres patios. Al entrar a la derecha, el patio de San Francisco, a la izquierda el de San José; y atrás , de pared a pared, el de San Pedro. Y en este lugar tan bello y con tanta historia es donde descansan ahora nuestros mayores.

Dr. Antonio Gordón Bernabé.
Revista de feria 1987

miércoles, 13 de septiembre de 2017

El mundillo de la jaula 6

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 6

Sexta parte.-
Ese año, habían caído sus buenos chaparrones durante gran parte del Otoño, por lo que "la otoñá" se presentó esplendorosa, y, consecuentemente, también magnífico el llamado “El Celo del Rabanillo” o “Picailla” en los pollos de perdiz que, nacidos a finales de Primavera o primeros días de Verano, se encontraban en El Otoño ya “Igualones” o “Tomateros”, y que al tener perfectamente formado el collar y apuntándoles los espolones a los machos, no se distinguían de los padres prácticamente. Febrero, el mes llamado del “Pájaro” o del “Celo”, también se presentó ese año bastante lluvioso.
Los “yerbazales” crecían vigorosos, haciendo de las sierras de Guadalcanal, en donde estaban mis cazaderos, como una mullida y verde alfombra, bellamente moteada, a veces, por los primorosos y campestres macetones, que parecían ser los almendros en flor, así como otros muchos frutales tempraneros, en tanto que la arboleda silvestre, aún desnuda, comenzaba a difuminar el casi imperceptible verdor de los brotes reventones con los que se cubrían las ramas, anunciando, asimismo, las bucólicas albricias de la exuberante y primorosa Primavera de Andalucía.
“El Celo” pues se presentaba que ni a pedir de boca. Las perdices, ya “acolleradas”, habían inyectado en su siempre tan bravía sangre, los frescos y vivificantes jugos de hierbas de tan delicioso sabor para sus picos, como son, en especial, las cerrajas, las amapolas y los berros, así que estaban que destellaban vida y salud, a simple vista, por los cuatro costados. Lógico pues que durante los primeros días del celo, en particular, las campesinas entraran a la jaula, y que en tanto ellos (los machos) lo hacían como meteoritos desbocados, ellas (las hembras) lo hacían asimismo encendidas y sensuales, como rosas de la mañana. Sin embargo, yo, obsesionado en que el primer puesto que se le diera a aquel esperanzador como díscolo pollo de Villar del Rey, en el que tantos anhelos tenía puestos, no podía ser otro sin embargo, sino que además se dieran las específicas posibilidades de que, al menos, le entrara, a sus posibles reclamos, una viuda, más o menos, desesperada y necesitada de un amante, por lo que no terminaba de decidirme a sacarlo hasta dar con uno de estos “puestos”.
Entre tanto y sabiendo que “el celo” estaba que trinaba, me conformaba con "colgar" al “Dulcinea del Pedroso”, siempre en “el puesto de luz”, y al Tarta, en “el de la tarde” siempre.
Como, por otra parte, sólo podía salir a dar el puesto, debido a mis sacrosantas obligaciones de La Escuela, los Sábados y Domingos - que no las fiestas de guardar, puesto que el muy "puñetero" de Febrerillo ni una sola tenía en su calendario -me bastaba con los dos reclamos, aunque, bien sabía, muy a mi pesar, que ambos habían nacido con el maldito sino de ser, no más, de "vaquillas de media obrá", pues ni el uno ni el otro solían cumplir con la jornada completa que todo “puesto” requiere, pues muy mollar se tenía que poner la cosa, para que no se quedaran "en mitad de la estacá".
Por simple curiosidad y antes de meternos en harina en cuanto al primer puesto que le diera al pigmeo cheposo de Villar del Rey, no quisiera dejarme en la punta de mi bolígrafo la extraña peculiaridad y específico atractivo que, al parecer, tenían, indistintamente, cada uno de los dos Reclamos con los que contaba en aquellos entonces. Parecía que El Tarta, por su parte, le debía hacer bastante más gracia a las hembras que a los machos, con aquellos sus grotescos tropezones y tartamudeos, en especial, en los reclamos de cañón y en los “cuchicheos”, pues no había “puesto” que le diera, en el que no se le presentara en la plaza alguna de las féminas, en tanto que los machos, por lo general, se le solían retrancar a cierta distancia, quizás recelosos - llegaba a pensar yo - porque aquella tan anómala forma de cantar, les debiera parecer que no podía ser emitida sino por un individuo de muy sospechosa catadura, por no decir aquello otro de burlón y caricato. ¿Quién o qué era aquel tipo cantando de tan extraña manera….? ¿….un cachondo o un loco?
Era exactamente lo contrario que solía suceder con El Dulcineo, al que, a las primeras de cambio, en tanto que los muy guerreros campesinos le solían entrar como centellas encendidas, tal vez por parecerles, por el afeminado tono de sus cantos, un muy débil contrincante, las muy coquetonas damas, no es ya que no le llegaban a entrar en la plaza, sino que, si alguna le contestaba en la distancia, parecía haberlo hecho por equivocación, ya que, aún siendo insistentes y más que pertinaces las llamadas del que estaba en el pulpitillo, debían parecerle, por amaneradas en su tono, las de un fulano que, al menos, había que poner en cuarentena en eso de su virilidad, por lo que, lógicamente, no volvían a abrir el pico.
-Nada de extraño.- Me decía.- pues si en lo del Tarta tengo mis dudas, en lo del “Dulcinea”, por el contrario, la cosa está más clara que el agua.
Y es que el tono en los distintos cantos del “Dulcineo” del Pedroso delataba, a todas luces, a uno de esos que, unos llaman "los de la acera del frente", en tanto otros los califican como "los que pierden aceite" y todos, en todo caso, sencilla y simplemente, "mariquitas", “sarasas” o los de “la cáscara verde”. Y tanto era así, que todos y cada uno de sus diferentes cantos, parecían ser emitidos por la garganta de la más delicada y femenina de las pajarillas. Y, claro, lesbianas en el misterioso mundo de la perdiz, aunque pocas, pero haberlas, haylas, llegando, incluso, a tener su propio y específico apelativo, cual es el de "vicarias", pero en eso otro de los "gays", estoy totalmente seguro que ni a un solo pajarero le he oído nunca que haya conocido jamás a un perdigón de tal calaña.
Lógico pues - digo yo - que ante tan femenina llamada, no acudiera ni una hembra, que de tal se jactara, y sí, por el contrario, los machos, si es que, asimismo, lo eran en toda su integridad, bien esperando encontrarse con una coqueta señorita que clamaba enloquecida, pidiendo desfogarse con un valiente galán, o bien viendo en él un intruso que, por la debilidad de su voz, les iba a durar menos que un caramelo en la puerta de una Escuela.
Decía que sólo podía contar con los fines de semana, para salir al "colgar" el pájaro, pues bien, el segundo Domingo que saliera, después de que se abriera la veda, sucedió que en “el puesto de la tarde” que le diera al Tarta, tan pronto como “saliera de reclamo por alto”, se le vino a vuelo una collera.
Esto de que las perdices se le venga al del pulpitillo a vuelo, suele suceder con cierta frecuencia, pero, en este concreto caso, me pude dar cuenta que el macho había acudido allí, materialmente arrastrado por su hembra, porque tan pronto se posaron cercanos al pulpitillo, contrario a lo que se podía pensar, la iniciativa la llevaba, totalmente, la "parienta".
Jamás vi infidelidad más descarada y desvergonzada, pues en tanto que la fémina, relegando a un muy segundo lugar a su esposo, y olvidándose, absolutamente, de él, intentaba avanzar, con provocativo y afectado coqueteo, hacia el que la requebraba desde el pulpitillo, el despreciado y “carnudo” marido, lejos de echarle en cara, hecho un basilisco, aquella su desahogada y putesca infidelidad, o, incluso, llamarla al orden con alguna que otra “regañina”, el muy “calzonazos” intentaba interceptarle el paso, bien en actitud de sumiso suplicante, o bien haciendo ante ella galantes arcos, arrastrando el ala por el suelo cual bizarro y varonil gallo, y embolándose como queriendo lucir ante ella sus mejores galas de macho.
No era la primera vez que, en mi ya larga vida de aficionado a la jaula, pudiera contemplar tan humillante escena, aunque, desde luego, jamás con tan evidente patetismo, tanto por la descarada desvergüenza de ella, como por la actitud de desesperado y sumiso "cornudo" de él. Yo de todas maneras me quedé hecho una pieza. Llegué a pensar, incluso, que, después de la vergonzosa humillación que estaba sufriendo aquel pobre "cabroncete", abatirlo además, ya era "demasié". Y es que eso de que "después de cabrón, apaleado".... ¡manda cojones! Pero, claro, por otra parte, pensaba también que aquella tan desahogada y ardiente "perdigalla", podía ser la viuda soñada, para que mi liliputiense tuviera la más anhelada oportunidad, para que su primer puesto pudiera ser de los de bandera, por lo que, mandando al garete aquella mi compasión por el de los cuernos, viuda dejamos a su tan infiel compañera, aunque, la verdad es, que muy a pesar mío.
Jamás pude saber si también lo había sido a pesar del Tarta, porque yo nunca se lo pregunté, ni él me lo confesó nunca jamás tampoco.

©José Fernando Titos Alfaro 
Nº Expediente: SE-1091 -12  t

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Poeta en Guadalcanal

Una visión foránea de López

El religioso alemán Johann Faber había dicho: "Cada vida humana en particular, no es nada menos que una revelación de Dios”
Aquí queremos rememorar la vida un ilustre guadalcanalense que floreció en el pasado siglo en la bella ciudad serrana, hoy relegado al olvido. Nos referimos al ilustre poeta y dramaturgo, Adelardo López de Ayala. Así estudiaremos tres facetas de su vida, como hombre, como poltico y corno literato.
El Hombre,-
Los acontecimientos históricos y políticos enmarcaron su vida, fueron en primer lugar la Regencia dé María de Borbón, madre de Isabel II hacia el año 1833. Las guerras carlistas que terminaron con el Convenio de Vergara, firmado entre Espartero y maroto en Agosto de 1839. El comienzo del reinado de Isabel II en 1845. Este reinado  se caracteriza por la agitación revolucionaria permanente, por las intrigas cortesanas y las sublevaciones del Ejiército en varias ocasiones que terminaron en la batalla de Alcolea, ganada por el general Serrano y que destronamiento de Isabel II. Se proclama rey a Amadeo I de Saboya, que al poco tiempo abdica y se instala la 1ª  República en 1873, hasta que Martínez Campo proclama en Sagunto la restauración monárquica en la persona de Alfonso XII. Es un período de luchas turbulentas y fratricidas que arruinaron a España y la llevaron a su más extrema postración y al empobrecimiento, lo que hizo que cayera exangüe a los pies de Europa.
El nacimiento y la muerte son los dos acontecimientos más importantes en la vida de cualquier hombre. y en este ambiente histórico, nace en Guadalcanal nuestro poeta el día uno de Mayo de 1828, de familia acomodada, y muere en Madrid el día 30 de Diciembre de 1879, a los cincuenta, y un años de edad.
Estudia en la Universidad de Sevilla, con completo aprovechamiento y al final de éstos se traslada a Madrid y comienza a trabajar como redactor en el periódico "El Padre Cobos". Este 'periódico era el órgano de "La Unión Liberal" y él dio al mismo el prestigio literario y político que tuvo, debido a su talento para triunfar posteriormente.
El político.-
Redactó el manifiesto de la revolución de Septiembre y al triunfar ésta el 19 de Septiembre de 1786, fue nombrado Ministro de Ultramar, cargo que  desempeñó en  varias ocasiones. Fue presidente del Congreso en dos legislaturas, en las de 1878 y 1879, donde demostró su rectitud de criterio, su facilidad de improvisación y su equidad para conducir los debates y su sentido patriótico y ecuánime. Siendo presidente del Congreso, interviene activamente en el ruidoso pleito a instancia de las Autoridades de Alanís y un grupo de labradores de esta localidad y la Sociedad de Minas y Fábrica de Hierros de El Pedroso, entidad que había subastado la finca "El Robledo" que estos agricultores usufructuaban, logrando que dicha subasta se suspendiera indefinidamente.
El lierato.-
La época romántica a la que perteneció, la caracterizan 1os escritores Mesonero Romano y Larra, en el aspecto político social. El Duque de Rivas, Espronceda y Zorrilla, en la poesía típica, del momento. En el drama Martínez de. la Rosa y Hartzenbusch. No obstante,. el poeta Bécquer y Larra, se pueden considerar hoy como representantes de aquella época en las vivencias posteriores.
En cambio, el realismo literario domina la segunda mitad del siglo XIX, introduce una representación de la nueva sociedad liberal consolidada en la transformación de la alta comedia, que tiene en Adelardo López de Ayala su más grande innovador. Modifica el estilo al uso llevando el drama y a la comedia una concepción más realista, más humana y social. Costa campea en el ensayo y el novelística Galdós, que después representaron a la España de la Restauración.
El mayor éxito de López como dramaturgo fue en "El tanto por ciento" y "Consuelo". Otras suyas fueron "El Tejado de Vidrio” “Un hombre de Estado" y "El nuevo D. Juan", pero las más humanas so “El tanto por ciento" y "Consuelo”, donde el sentimiento humano y estético brillan con toda intensidad. La variedad y profundidad de su pensamieto, la delicadeza del entendimiento que campea en estas obras, lo profundo y sano de su idea moral y lo castizo y primores que las revisten y engalana, dan idea de la profundidad de pensamiento. Ello le llevó a considerar como uno de los dramaturgos de más talla de aquel momento..
Aquí está reflejada la personalidad auténtica de López de Ayala y a no ser por sus obras literarias, al poco tiempo de su muerte, nadie hubiera recordado al político, ya que la gloria política es flor de un día.
Como poeta también brilló a gran altura, he aquí unos ejemplos de su poesía.
¿Quién no guarda un gemido del pasado?
¿Quién no llora algún bien que ya no existe?
¿Quién no tiene un corazón llagado?
Y ¿quién no tiene una memoria triste?
Tu vanidad no me argulla,
Si te ofrezco poca cosa.
¿Quién tuviera un alma hermosa
Para dársela a la tuya?
La música es el acento,
que el mundo arrobado lanza,
cuando al dar forma se alcanza
a su mejor pensamiento.
Es la flor del sentimiento,
presentimiento suave,
es todo lo que no cabe
dentro del lenguaje humano.
He aquí la personalidad humana y creadora de este andaluz de la sierra sevillana, en la que los pueblos que la integran han dado al acervo cultural de Andalucía muchos hombres famosos que brillaron con luz propia, en las letras, en la milicia y en otras ramas del saber.
Unos conocidos y otros no. Yo quiero ofrecer este trabajo al pueblo hermano de Guadalcanal, y en la distancia que sirva como florecillas silvestres de esta serranía para depositarlas siquiera un momento, al pie de la tumba lejana del ilustre vate.

Carlos Lora
Revista de feria 1985