By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 27 de diciembre de 2017

Un hidalgo en Guadalcanal 1/4

En el patio del Mesón
Visita de D. Alonso de Quijano a nuestra villa 1/4

Esta historia ficción está estructurada en la visita ficticia de D. Quijote de la Mancha y su fiel escudero Sancho Panza a Guadalcanal, a través de estos dos personajes y mezclando el Guadalcanal actual con la villa Santiaguista del siglo XV a  finales del XVI, hacemos un recorrido por las principales calles y visitamos los monumentos de la villa, acompañados por nuestro paisano el noble D. Esteban de Millán y Aguilar que tal vez fue noble en aquella época y perteneció al Concejo de la Villa.

A mi amigo Ignacio Gómez Galván, que mantiene viva con su fundación la historia y literatura de nuestro pueblo, me he permitido la licencia de tomar algunas notas de su libro “Cervantes en Guadalcanal”.

Encontrándose en una mesa apartada del resto de los comensales en el Mesón del Toro de la calle del Jurado de la villa dos excéntricos comensales, uno alto delgado, de nariz prominente, con aparente compostura de nobleza que sin duda le proporcionaba su estatus de hidalgo, ensimismado afanosamente en descifrar lo que parecía el legajo de un mapa de la villa , el otro, de estatura chaparra,grueso, de greñas largas y mal cuidadas y vientre de ventero, con aspecto de escudero y que parecía adorador y gran devorador de buenas viandas a juzgar por el gran cuenco de migas con torrezno que con destreza manducaba, acompañado de un buen trozo de queso en aceite, un pan candeal impregnado de aceite de la tierra, aceitunas y  un jarrillo de vino de Guadalcanal.
Animado por la curiosidad y la  imagen que ofrecían los dos huéspedes, que bien parecía la estampa de un boceto para un futuro cuadro de Fernando de los Llanos, nuestro paisano  se acercó a la mesa y se presentó sombrero en mano y una leve inclinación de cabeza.
-Permítanme que me presente, soy D. Esteban de Millán y Aguilar, miembro del Concejo de la villa y unos de los alcaides del alfoz de Guadalcanal.
- ¿A qué se debe tan ilustre visita?
D. Alonso se levantó y devolvió los honores.
- Mi gracia es D. Alonso de Quijano y me acompaña mi fiel escudero Sancho.
-He llegado a esta santiaguista villa procedente de las lejanas tierras de La Mancha para estudiar esta maravillosa tierra conocida como Paraíso de la Humanidad, y a la vez ofrecer mis servicios de hidalgo y justiciero si es requerida.
-El forastero se sentó de nuevo y cogiendo el mapa se lo ofreció al paisano-.
-Perdone D. Esteban, ando yo emplascado en la lectura de este mapa para conocer monumentos y callejear por la villa y no encuentro lugar por donde empezar ante las maravillas que describe este legajo.
-Si vos no lo tienen a mal, me ofrezco como guía para describir y explicar cuanto a sus ojos le sea de interés,
-Le comentó el paisano-.
-Veo que vuesas mercedes han madrugado para hacer largo el día.
-Levantarse a las cinco, almorzar a las nueve, comer a las tres y acostarse a las nueve, hace vivir años noventa y nueve
-Argumentó Sancho con uno sus de refranes y que hasta el momento había permanecido expectante-.
- he de agradecer tan noble ofrecimiento y si vos lo tiene a bien, emprendamos la marcha cuanto antes D. Esteban.
-Así sea D. Alonso y la compaña.
El manchego mandó diligencia a su escudero Sancho para que preparara su esquelético corcel y acompañar a su inesperado cicerone a ensillar su caballo, caballerías que junto al rucio de Sancho se encontraban en las cuadras  del patio de la posada.
Salieron del mesón cuando ya el alba había pasado y los primeros rayos del sol depositaban su luz sobre los tejados, dejando a un lado el pilar de la Cava, construido en el año 1926 siendo alcalde D. Daniel Muñoz Vázquez, abordaron  por donde en tiempo estaba situada la puerta del Jurado en dirección a San Benito, primera parada de su recorrido, llegaron al Coso y Sancho mojó su gaznate en la fuente del mismo nombre, presidida por un azulejo con lápida mariana y patronal de cerámica de la patrona del pueblo.
- Agua que al criado sacia, no es comparable al vino que el amo engulle
-Dijo Sancho una vez aplacaba la sed producida por el abundante almuerzo-.
-En tiempos manaba abundante agua procedente de la Sierra del Viento y era uno de los principales abastecimientos del pueblo, agua muy apreciada por los  paisanos y foráneos que paraban expresamente para degustarla, actualmente se reduce a un grifo.
-Convino  D. Esteban con nostalgia-.
-Veo que su caballo está un poco carente de cebada y paja, si hubiese Vd. D. Alonso adelantado su viaje un siglo podría haberlo cambiado por un brioso corcel en la feria de ganado que en estos pagos se hacía allá por  septiembre, no en vano era de las más importantes y concurridas que se hacían entre Extremadura y  Andalucía.
-Mi apreciado anfitrión, Rocinante me ha acompañado en muchos viajes y batallas, es de poco comer y mucho trotar.
-Contestó con voz queda el hidalgo-
- Aun de lo poco que vea, la mitad crea.
-Comentó entre dientes el escudero-.
Observaron el paseo del ferial y las instalaciones deportivas, cuando continuaban su recorrido a D.Alonso le llamó la atención las naves y molino con aspecto de abandono que custodiaban la carretera, haciendo una observación:
-Parece que este pueblo conoció tiempos mejores.
-Así es, en época no muy lejana, de estas naves salían grandes tonelajes de ladrillos apreciados en todo el mundo y el que Ud. llama molino fue molino y fabrica de aceite,
Daban una gran actividad al municipio y muchos puestos de trabajo.
-¡Otros tiempos D. Alonso, otros tiempos!
- En la tienda del barbero ¿sabe Vd. lo que dicen? Que el señor le da pañuelo a quien no tiene narices
 –Dijo jocosamente Sancho-
Continuaron el camino hasta avistar el majestuoso edificio de la ermita y a unos metros el viejo puente de igual nombre que daba entrada a Guadalcanal. Entraron por un angosto callejón, flanqueado por frondosas huertas a la Ermita de San Benito (1)  por el pórtico del templo,  un pozo delantero era apreciado en tiempos para saciar la sed del transeúnte y sus cabalgaduras, no en vano fue morada este templo de viajantes, mercaderes y peregrinos durante siglos.
-Con la venía de mi señor, quiero hacer una observación, veo que tan bonito templo se encuentra desnudo de muebles, pinturas y santos, ¿no a poco hubo un escarnio?
-Dijo Sancho que hasta la hora no había tomado parte en conversación y se había limitado a dejar sus refranes en alguna ocasión-.
-Es buen observador su escudero, este templo como otros de la villa pasó  hace no menos de 40 años a manos privadas por el afán desamortizador del clero y la desvergüenza de un cura.
-Cuentan que un cura vendió a su padre y compró al alcalde
-Respondió  Sancho-

(1) Actualmente la ermita se compone de una nave cubierta por bóveda de cañón y lunetos, casquete esférico en el ante presbítero y cúpula en el camarín. En el muro del Evangelio existe una portada con arco apuntado y en el de la Epístola, una puerta mudéjar de época tardía.
Aquí, el anacoreta Manuel de la Cruz fundó una cofradía de ambos sexos, con el título de Nuestra Señora de la Consolación y San Benito Abad, según un breve dado en Roma el 5 de marzo de 1722.

Rafael Candelario Repisa
Guadalcanal, Noviembre, 2017

                                                                                                             2ª parte el 10 de Enero 2018

domingo, 24 de diciembre de 2017

El fuego invisible (Premio Planeta. Planeta 2017)

Universo de Javier Sierra

De Javier Sierra (Teruel, 1971), sabíamos su querencia por las sociedades secretas, por los iluminados, por la creación de tramas que viven por sí mismas como elementos narrativos de primer orden en su género. Tramas que le sirven y mucho en ese esfuerzo de contar con amenidad “lo desconocido”. 

Evidentemente, todo esto forma parte del “universo Javier Sierra”, y entenderlo es un pacto que rubricamos cuando accedemos a él en sus libros (La pirámide inmortalEl maestro del PradoEl ángel perdidoLa dama azulLa cena secreta...) o sus divulgaciones. Sus escritos gozan de un público fiel a un autor eficaz y creíble en los asuntos sobre los que trabaja de forma rayana al estajanovismo. 
Ocurre que en El fuego invisible, Sierra se gusta y se cuida de conducirnos por otros nervios narrativos que tenía escondidos y que tocan la filología, los accesos trascendentales de Valle-Inclán, los libros de viejo y una preocupación por pensar la literatura y sus poderes “divinos” (sic). Es, por así decirlo, una obra de cierta madurez en el género en la que hay un cuestionamiento continuado sobre la escritura, sobre el escritor y el compromiso del poeta con la magia. También es un homenaje a la lengua, y al valor sacrosanto de cada palabra en sí, aunque este punto pueda pasar desapercibido a la mayoría. 
Sorprende el absorbente uso de la primera persona mediante su protagonista, el joven lingüista David Salas, quien en un extraño viaje a Madrid se ve envuelto (primer tópico) en las actividades de un conciliábulo llamado “La Montaña Artificial” y liderado por una escritora de misterio, Lady Goodman, que mantiene con la historia familiar de Salas una curiosa relación. A partir de entonces, los acontecimientos se precipitan a la manera del género (un descubrimiento lleva al otro, de una a otra latitud), y David Salas, eminente filólogo del Trinity College de Dublín, ya cae en los resabios “novelescos”. Es esta una novela sostenida en dos basamentos que le dan sentido: la búsqueda del Santo Grial en la Península ibérica y la del fuego del acto literario. 
Es de justicia reseñar, asimismo, que en lo tocante al misterio como tal, Javier Sierra no decepciona, aunque, a cambio, nos hace desfilar a una serie de personajes (los miembros de la sociedad secreta, directores de museo y hasta videntes) que, de maniqueos, bajan el nivel general de la credibilidad que podríamos dar a estos detectives aficionados en pos del grial.
Ya se ha dicho que hay madurez en Sierra, y se ve en el tono confesional del protagonista como último estandarte de una familia literaria conectada con lo invisible. 
Sólo este recurso nos anuncia la “muñeca” del turolense en otro tipo de escritura más intimista, menos comercial, pero que le augura otro venero creativo sin renunciar a lo esotérico como telón de fondo. La estructura de los capítulos es simple (acaso hay una serie de e-mails intercalados que vienen añadir orden y cronología), pero todo en favor del capítulo/sorpresa en el que, a cada descubrimiento de los autores, accedemos a un dato desconocido sobre una parroquia perdida en el Pirineo de Huesca o un códice medieval, o a cualquier secreto histórico que va animando la narración hasta llegar a un final que “se huele”, se intuye, desde el último tercio, pero que se asume como inevitable y necesario. 
Ciertamente, a El fuego invisible le sobran personajes y acontecimientos secundarios, que ralentizan y hasta dispersan la lectura.
El libro, por cierto, guarda ciertas concomitancias con Los amigos del crimen perfecto de  Andrés Trapiello en el uso grupal de bibliófilos y la metaliteratura de género. El ganador del último Planeta es un libro inteligente que sube por contraste -y por sensibilidad del autor en el abordaje de asuntos tangenciales- el nivel medio de los superventas. Mezclar trascendencia con aventura es cosa complicada, insisto, pero a ratos Javier Sierra lo logra cuando el misterio es el propio Hombre puesto frente al infinito.  

El Cultural
www.elcultural.com

miércoles, 20 de diciembre de 2017

El mundillo de la jaula 13



El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 13

Capitulo 17

El excepcional como generosísimo puesto de “los monjes”, que allá en La Tebaida me diera el que ya era toda “su señoría”, El señor jorobado de Villar del Rey, no tardó de correr por el pueblo como reguero de pólvora ante la admiración de muchos y ante la envidia de otros tantos, si es que no bastantes más. Con la misma rapidez, aunque ya en una actitud muy distinta, también corrió por el pueblo a los pocos días, otro de mis “puestos”, pero como el reverso de la moneda al que fuera el de “los monjes”. La mayoría de los pajareros, como puestos previamente de acuerdo, comentaron que si El Chepa se había escapado de tan trágico accidente, sólo había sido, sencilla y simplemente, porque aún no tenía sus días cumplidos. Algunos sin embargo, con ese sentimiento y espontaneidad con que se suelen expresar en las desgracias los que se consideran buenos amigos, se limitaron a afirmar que el soberbio reclamo que era El Chepa, además de haber nacido con la buena estrella de ser “el fuera-serie” que era, la diosa “Fortuna”, necesariamente, tenía que protegerlo de forma especial, no permitiendo que se fuera al otro barrio por un desafortunado y fortuito desaguisado así porque sí.
Yo, de todas maneras y sin ponerme al lado del uno ni del otro bando, me voy a limitar a contar lo que acaeció, tal cual.
Por vayan ustedes a saber ahora qué urgente e ineludible arreglo de papelotes en eso de la burocracia, ese Sábado no pude salir al campo con mis reclamos por la mañana, pero sí lo pude hacer por la tarde, si bien arreando que es tarde, pues fui a terminar con aquellas burócratas cumplimientos con la hora del puesto pisándome los talones.
Para ganar tiempo, a la vez que almorzaba, (por cierto, que tragando como los pavos) le pedí a mi secretaria pajarera, mi entrañable hijita Pepita Adoración, que me fuera encapillando al Chepa y poniéndole la esterilla a la jaula.
Menester este que ella, a pesar de sus pocos años aún, hacía como toda una consumada maestra, pues desde que el pájaro, tomando el sol allá en la terraza del piso, pusiera de manifiesto, de forma tan manifiesta como sorprendente, la enorme simpatía que sentía por aquella tan angelical chiquilla, ella era la que, bien en mis brazos, bien de la mano o bien por ella misma, conforme se iba haciendo mayorcita, le echaba de comer, le reponía el bebedero e, incluso, le ponía la sayuela y la esterilla al muy caprichoso Reclamo, una vez que me decidía sacarlo a dar el puesto.
Pues bien, ese día, una vez en el campo y con todo a punto, vaya sorpresa que me pillé, al quitarle la sayuela a la jaula, pues vi que el que en ella aparecía, en vez del Chepa, era El Tarta, que, por cierto, por esos entonces, ya estaba un tanto subido de tono en esos de los edad, encontrándose en los mismos umbrales de la senectud y, por lo tanto, con la jubilación llamando a la puerta. La cosa, sin embargo, no pasó, en un principio, de una pequeña contrariedad, pues además de que una equivocación la tiene cualquiera, tampoco, en esta ocasión, era tan grave como para tener que apechar con unas consecuencias tan descomunales como para tener que darse un chocazo contra uno de los peñascos, que por allí había. Más aún y por el contrario, después de lo que sucediera
en aquel tan siniestro puesto, cuánto agradecería aquel tan providencial error de mi angelical y primorosa hija, ya que fue como la mano salvadora y providencial, para el que tanto cariño y simpatía le había tomado, desde el primer instante en que la conoció.
El Chepa, en efecto, ese día escapó de la muerte, aunque a costa del pobrecito del Tarta. Y es que si no exactamente aquello que comentaran mis buenos amigos, una vez que se
enteraran del accidental desafuero, acerca de la providencia de la diosa Fortuna, yo preferí pensar en eso que se dice por ahí de que, a veces, Dios nuestro Señor, escribe con renglones torcidos.
Total, dejémosnos de más “palabrerías”, y vengamos al caso.
Aunque algo contrariado ante aquel inesperado cambio de protagonistas, me vine a conformidad, pues ya se sabe aquello de que al no haber pan, buenas son tortas.
El Tarta, una vez desposeído de la sayuela y allá sobre el pulpitillo, no tardó en salir, como los buenos, buscando guerra con aquellos sus simpáticos tartajeos, y rápidamente se le puso al aparato el que por su cascado vozarrón debía ser un “cácarro” de padre y muy señor mío. Y, en efecto, en sólo unos instantes, pude ver recortarse su figura de semental en la cúspide de un peñascón que sobresalía entre el monte a no mucha distancia.
Como con jactanciosa desvergüenza y un tanto socarrón comenzó a contestar al del pulpitillo, entrelazando curicheos, pitas y reclamos, pero con tan manifiesta apatía y falto de expresividad, que ya, desde los primeros instantes, me pude apercibir que se trataba de un “retracón” que, como desengañado de la vida, estaba haciendo un papel como por estricta obligación, que ni remotamente porque lo sintiera en sus más íntimas entretelas. Era como una fría, inexpresiva e inmóvil momia.
No dejaba de observarle, pensando a mi vez, que aquella tan extraña actitud de aquel “peazo de carne sin bautizar”, debía venir provocada por muchas causas. Quizás las llamadas que, a lo lejos y en tono de regañina y amenaza, le hiciera “la parienta”, llamándolo al orden. Tal vez, que, avezado en mil y una batallas en su ya larga vida, en circunstancias similares, estaba más que desengañado de aquella “engañifa” de los pajareros, si es que no, en alguno de sus muchos celos, viera morir a la que, en esos momentos, era su esposa. Acaso podía ser también que se tomara a chufla aquel extraño tartajeo del intruso retador. ¡Vayan ustedes a saber el por qué de la actitud de aquel “vivo muerto” ante los retos del Tarta!. El caso era que, fuere por lo que fuere, el muy apático morlaco, ante aquella su actitud, daba la impresión de estar como clavado con no sabría decir cuantos tornillos en la cúspide de aquella roca, porque darle que darle al pico, pero al muy pendón no se le veía la menor intención de mover una pata y como diciendo a su vez, que a aquel trapo iba a entrar tu puta abuela, señor Tarta.
No fue tampoco mucho el tiempo que hubo de pasar, para que el payador del pulpitillo pudiera darse cuenta que aquel monolito, por inamovible, insulso y falto de energía, no estaba dispuesto a dar un paso así se lo mandara el Santo Padre de Roma Y claro, el bueno del Tarta, que tampoco necesitaba que cualquier eventual contratiempo fuera de los de excepción, para cerrar la tienda y aquí se acabó la presente historia por hoy, pues se puso a acicalarse las plumas a la dulce templanza del pre-primaveral solito, y vaya usted mucho con Dios, señor cácarro amojonado.
Ante tan insípida y anodina situación y no viendo solución alguna, yo no tuve otro remedio sino que optar por imitar a mi pobre Tarta. Así que procuré buscar la mejor posición en el tollo, para tomar el templado solito también, a la vez que encauzaba mis ojos como mejor podía por encima del tollo hacia este o aquel horizonte, para entretenerme contemplando esta o aquella panorámica de la sierra, cosa que para un irredento quijote como yo, no quedaba muy mal del todo en tales circunstancias. Cierto, por otra parte, que sin perder la esperanza del todo de que algún “campesino o campesina”, pasara más o menos cercano, y le diera por decir que aquí estoy yo, y El Tarta, por su parte, le correspondiera respondiéndole   que  “aquí está también un servidor, para lo que usted desee”.
Pero no. Lo que nos despertó al uno y al otro de aquel nuestro apacible y paciente “dejar-pasar-el-tiempo”, si es que no y a su vez, esperanzados en algún casual y posible lance, fue un repentino y estruendoso “chuzazo” que algo o alguien daba contra el pulpitillo, en tanto un pavoroso como escandaloso picheo del Tarta brotaba de él como alma que intenta escapar del infierno. Me incorporé repentinamente y pude ver que un perro garabito y asilvestrado tenía la jaula del Tarta en el suelo y entre las patas, intentando meter el hocico en ella con las malas ideas de vendimiarse al inquilino.
Con la velocidad del rayo y con los nervios en quinta marcha, pude coger la escopeta y lanzar dos disparos de intimidación al asilvestrado perro, el que con el rabo entre la patos escapó entre el matorral descompuesto y pegando alaridos, y eso que no le tiré a dar, pero, que con la urgencia que exigía el momento, quizás algún plomillo revotado se
dejara sentir en sus carnes.
Con las mismas, me tiré fuera del tollo y corrí presuroso a socorrer a mi pobre Tarta que, como un arrebujo de plumas dislocadas, aparecía en la jaula por allí tirada entre la maleza del monte. Lo saqué de ella con el tacto y mimo que requería el deplorable estado en que, ya a primera vista, se encontraba, y que, una vez en mis manos, no tuve que llegar ni a la más mínima inspección veterinaria, para ver que, aunque seguía vivo y muy vivo, una de las alas la tenía partida por las axilas, en tanto que ambas patas se le zarandeaban como colganderos cencerros.
Lo acomodé lo mejor que pude en el morral, para el camino de vuelta, con la idea de, tan pronto llegara a casa, dejarlo lo más cómodamente posible sobre la mullida arena en uno de los terreros, sobre la que, por cierto - ¡pobrecito mio! – quedaría sin inmutarse y tal cual lo dejara. El pobre animal si se movió. Al día siguiente, tan pronto me eché fuera de la cama, me fui directamente a echarle un vistazo, y me encontré con lo que yo ya me tenía más que tragado ya desde el momento en que lo sacara de la jaula y lo viera hecho un muñeco del pim,pam,pum, con los huesos destrozados. Aún estaba caliente, pero ya cadáver y exactamente en la misma posición en que yo lo dejara al anochecer del día de autos.
Aunque yo, en vida, lo calificara, como a su compañero El Dulcineo del Pedroso, de “vaquilla de media obrá”, la verdad era que si no se presentaba el siempre tan imprevisto contratiempo que con tanta frecuencia se suele presentar en esta modalidad cinegética, su comportamiento era el de todo un “toro" de “obrá completa”, que nada de aquello otro de “vaquilla de media obrá” por lo que, fue en ese momento, cuando me apercibiera que mi calificación pecaba, sin duda alguna, de injusta.
¡Qué cariñoso y agradecido fue siempre el bueno del Tarta!
¡Cuánto me afectó aquel inexplicable accidente!
Sin embargo, bendita equivocación la de aquella angelical hija mía, pues si, en vez del errado sustituto, hubiera sido El Chepa el muerto, el que en estos momentos está escribiendo, cuanto menos, tendría por todo el cuerpo “las siete cosas”. Y es que hay que reconocer que los pajareros somos egoistas en grado sumo, si es que no exigentes de forma descompasada.
Si alguno de mis muy pacientes y estimados lectores no sabe qué es esto de "las siete cosas", que solemos decir los andaluces, le diré que se trata de un dolor, bastante más lacerante y peligroso, que un torazón o que aquel famoso dolor "miserere" que decían nuestros abuelos.


©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Diarios del descubrimiento

Los viajes de Fernández de Quirós

Isla de Guadalcanal.—Rio de Ortega.— Vióse una grande isla; en ella un gran río, donde salieron á ver á los nuestros, nadando, muchos hombres, mujeres y muchachos, y otros muchos en canoa, los cuales dieron un cabo al bergantín, y teniéndole junto á tierra, tiraron muchas piedras, diciendo mate, mate: mataron los arcabuces algunos de ellos, con que se retiraron. Saltó el maese de campo en un pueblo, á. donde halló mucho número de raíces y gengibre verde, cogido en cestillas, y también puercos; llamaron á la isla Guadalcanal y al río de Ortega, que está en altura de diez grados escasos al Sur de Buena Vista, distancia de nueve leguas.
Encontraron se a esta gente que adora en sus oratorios culebras, sapos y cosas tales; son amulatados,  pelos crespos, andan desnudos, partes tapadas, su comida es cocos y raíces â que llaman renau, no tienen ningunas carnes ni brebajes, es gente limpia.
Que esta gente come carne humana, entendiéndose por cosa cierta y porque el cacique mandó al general un cuarto de brazo de un muchacho con su mano, mandando enterrar el general delante de los que lo trujeron, mostraron gran sentimiento de esto, y bajando las cabezas, se fueron muy corrido,
Es gente de parcialidades, tienen guerras unos con otros, y pareció se cautivaban, porque uno de los nuestros prendieron delante de unos amigos, los pedían por cautivos, y porque el general no se los quiso dar, se fueron tristes a sus pueblos:llaman al capitán Jauriqui .

… A cuatro de Abril, en  esta isla hizo el  general decir la primera misa,y por allá allí aparejos hizo construir un bergantín, con qué fue enviado el maese de campo Pedro Ortega Valencia con diez y ocho soldados, doce marineros y el piloto Hernán Gallego a descubrir.

… Y el 7 de Abril iniciamos la exploración de las isla Salomón, descubriendo la que llamamos Guadalcanal, la más meridional de las descubiertas a 10º de latitud, llamada así por nuestro maese de Campo Pedro de Ortega y Valencia en memoria de su procedencia.

…Sábado ocho Mayo acordó el general de salir con las naos y bergantín del puerto donde había estado, por entre unos arrecifes que están à su entrada; los vientos eran Lestes y á ratos recios, y con ellos qué a surgir en una playa de la isla de Guadalcanal; buscase otro puerto y hayóse junto á un río que se llamó Río Gago, altura diez grados ocho minutos, y al puerto de la Cruz. Tamóse el siguiente día posesión de la tierra por S. M. y se levantó una cruz en un cerrillo, presentes algunos indios que tiraban flechas; mataron dos con los arcabuces y los demás huyeron todos, y nuestra gente se embarcó. Quisieron el otro día salir en tierra para celebrar la misa y vieron cómo los indios habían quitado la cruz y la llevaban, con que los nuestros se volvieron à embarcar, y viéndolos los indios, volvieron la cruz à su lugar y se huyeron.
…Y en el segundo tomo se indican ya la última de tres relaciones de este manuscrito.


… y con tal ventaja habilitar facilmente  la armada que, saliendo del Callao de Lima, á fines del año 1567, reconoció, entre otras, durante los doce ó trece meses invertidos en las exploraciones, las islas que en conjunto llamó Salomón algunas de las cuales, como Guadalcanal y Santa Isabel, señalan aún los mapas con los nombres que les dio, tuvo ya Mendaña necesidad de construir un nuevo bergantin, para suplir a otra de las averiadas naves, con el cual se hicieron algunos descubrimientos de islas .

…De la isla de Guadalcanal dice así Hernán Gallego, que para andarla es menester medio año, y que había andado de largo de ella, por la banda del Norte, ciento y treinta leguas, y que va corriendo la costa al Oeste con una infinidad de poblaciones, y que hay allí papagayos blancos y de muchos colores.
… Y hallaron sé en la dicha isla grande llamada Guadalcanal, gran cantidad de velincosos nativos que nos hicieron desistir de una arribada para aprovisionamientos de agua y viandas.

… Al Sueste cuarta del Leste se vio, a siete leguas, una isla no se fue a ella sino a la de Malarta ò de Ramos, que está con la punta de la isla de Guadalcanal  (de donde salieron) Nordeste Sudeste cuarta del Leste, y á diez y seis leguas parte del Sudeste, se fue a dar en buen puerto, que en su entrada tiene muchos arrecifes; ese en altura de diez grados y un cuarto, y por ser casi cerrado se le puso Puerto Escondido. Los indios andan aquí del todo desnudos y los más con unas mazas que son de grandor de naranjas, de un metal que parece oro bajo: teniéndolas puestas y lijas en un palo, para pelear con ellas cuando vienen a las manos.
Si su relación se mira, hallarse han otros puntos de poca claridad y aun de contradición porque una vez dice: los indios le dijeron había de aquellas islas al Sueste mucha tierra, y dice que la vio, y luego dice que un marinero subió en una palma, y que no la vio. Dice más, que á la isla de Guadalcanal no la vio el cabo, y que su costa iba corriendo al Oeste: y luego dice que era menester seis meses para andarla; y á la tierra que río vio la vende por muy buena, y afirma lo no visto por muy cierto: y dice que era mejor ir á la parte del Norte para volver al Perú, porque por la del Sur tenia por dificultoso hallar vientos; razón que la confesaron pocos pilotos, porque no la hay más para haber vientos generales fuera de los trópicos en tanta altura de la parte del Norte corno de la del Sur.

Historia del descubrimiento de las regiones australes y hemerotecas

miércoles, 6 de diciembre de 2017

El mundillo de la jaula 12

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 12
  
Capitulo 15 
El que se cierre el periodo hábil de cacería de esta apasionante modalidad cinegética de la caza de la perdiz con reclamo, no quiere decir que sus aficionados se tengan que poner a sestear, si es que no a vegetar, (sólo, claro está, bajo el aspecto cinegético) como, en este sentido y en tales circunstancias, les sucede a los cazadores de las demás modalidades, ya que los aficionados al Reclamo de perdiz tenemos el específico e intransferible privilegio de mantener, nuestros anhelos, nuestras esperanzas y nuestras complacencias de pajareros de forma permanente y tan intactos, como estando en plena actividad cinegética. Y es que en esta tan sugestiva y quijotesca modalidad de caza, los tiros sólo son, como mucho, - ya lo he dicho - sólo la guinda que adorna el pastel, que ni mucho menos el pastel en sí.
Para los aficionados “al pájaro”, una vez cerrada la veda, la simple preparación de los terreros - por mencionar el más inminente quehacer en esta incipiente inactividad - y el poder contemplar a sus reclamos “tomando tierra” con sus electrizantes estertores de alas y el inefable placer que deben sentir - tanto que se les puede oír gemir de gusto – bañándose en ella, ya es toda una deliciosa bendición. Desde este punto, hasta que, anunciando la proximidad de un nuevo celo, se les vuelve a sacar de los terreros, para recortarlos y meterlos, un año más, en la jaula, vayan ustedes echándole hilo a la cometa
en eso de los gratos placeres del pajarero, observando a sus reclamos, contemplándolos y cuidándolos como si fueran delicadas e valiosas joyas.
Todo el que piense lo contrario o, incluso, no llegue a comprender cuanto termino de decir, creo que sólo se debe a que son unos consumados ignorantes de la tal modalidad cinegética, porque, claro, ¿cómo se puede entender o amar lo que no se conoce? ¿Y qué decir de los que, atrochando por donde pueden, que no por donde deben, dedican esas "lindezas", tanto a la tal cacería en sí, como a sus seguidores, que, por irrespetuosas y hasta, en algunas ocasiones, por tan malintencionadas y ofensivas, resultan tan hirientes como humillantes....?
Yo a todos estos les diría lo que el extraordinario pajarero, Don Ignacio Escavias de Carvajal, escribe en su delicioso libro "Cómo Cazar la Perdiz con Reclamo", con esa delicadeza, con ese respeto y con esas tan buenas maneras de decir las cosas, tan propias siempre de un hombre que, en eso del “arte del bien decir”, lo es de los pies a la cabeza.
“El conocimiento por parte del aficionado.- Escribe Don Ignacio.- de cuanto significan todos los cantos de su “reclamo según sus tonos y circunstancias: el saber “interpretar debidamente las actitudes que adoptan en cada “momento, el dominar y conocer los secretos de este o “aquel puesto con sus muchas peripecias, que son el hilo, “raíz e historia de un desenlace, son de un placer y de una emoción", que no podría comprender jamás quien ignora “este mundo de la caza de la perdiz con reclamo.

Capitulo 16
En pleno verano y después de estar, nada menos, que doce años a mi lado, se me murió mi entrañable e inolvidable Chepa, como creo que ya he dejado dicho por ahí.
Sería pues prácticamente imposible el que yo fuera recordando en esta su biografía, una por una, las heroicas y memorables gestas que librara este excepcional “pájaro de perdiz” durante tantos años, por lo que tendremos que limitarnos sólo a espigar en ellas algunas de las más vibrantes y emotivas, así como a alguna que otra anécdota que, en tan largo tiempo, tuviera que vivir.
Efectivamente, he de adelantar que este excepcional reclamo consiguió por fin y definitivamente, todo un excelente Doctorado, con un "Sobresaliente cum Laude", que no ya un simple "Bien" o "Notable", en el adecuado y preciso celo en que se debe conseguir, es decir, en el "tercero".
La decisión para otorgarle el tan merecido y encomiable Doctorado, tuvo lugar ya en los inicios del mencionado celo y en un puesto de bandera, en el que tuvo que debatirse con un bando de "monjes". (“Torá” le llaman en algunos lugares a estas pequeñas comunidades de monjes marginados). Imperdonable, por otra parte, que este tan memorable puesto pueda quedar en el aire y sin que quede en letra impresa para orgullo del Chepa y de su amo y para admiración de todos los pajareros de bien y envidia de todos los demás de los siglos venideros.
Para entendernos mejor ya desde el principio, creo que debo explicar qué es y en qué consiste eso de "los bandos de monjes”, (a los que en algunos lugares llaman “torás", y en otros, no sé qué) por si alguno de nuestros amables lectores no tiene una idea, más o menos, real de lo que, en realidad, son estos bandos de los tales fulanos, y que para no dar lugar a equívocos, lo vamos hacer copiando lo que de ellos se dice de la prestigiosa Enciclopedia de la Caza de Jorge Palleja.
Se escribe en esta Enciclopedia sobre el particular lo siguiente: No tardan los pollos de perdiz en usar y abusar de su superioridad sobre los hermanos, con pujas de galleo que dan lugar a continuas reyertas entre ellos, consiguiendo hacerse el amo del cotarro a fuerza de picotazos, el más valiente y vigoroso de ellos, logrando así "la jefatura del bando o compañía". Una vez que el padre, el antiguo jefe, entrega la tal jefatura , emite un ajeo o canto de gallina, abandonado "la compañía" para ir a refugiarse a otro bando. Si el gallito de este bando no lo recibe, de nuevo vencido, tendrá que irse a una "torada" o bando de monjes, uno de tantos bandos vergonzosos formado por machos vencidos y cobardes, que fueron expulsados de su "compañía”.
Pues bien, uno de estos vergonzosos bandos, formado, nada menos, que por siete de estos monjes, fue el que se nos presentó, sorprendentemente y sin pretenderlo, aquella tibia mañana de Febrero, precisamente, en el que fuera un “puesto” muy conocido por aquellos lares por lo querencioso que era para las campesinas, y - qué miren ustedes qué puñetera coincidencia - se encontraba en un lugar que se llamaba “La Tebaida”.
Era este un “tollo” de piedra, que se encontraba casi en la base de un montículo de prieto matorral y ante el que se extendía un terreno de labrantío, que llaneaba como en amplias y suaves olas y que, ese año, estaba sembrado de trigo, y que, a esas alturas del Otoño, verdegueaba vivificante y lujurioso, aunque en las crestas de la olas del terreno alomado, clareaba levemente como el que comienza a quedarse calvo.
Caminaba a su encuentro con mi Chepa a las espaldas, y escopeta y demás bártulos al hombro, espejeando anhelos y esperanzas, que se me agigantaron cuando, aún a cierta distancia, pude intuir que aquel puesto aún estaba virgen. En efecto, cuando llegué a él, pude comprobar que ningún otro pajarero se me había adelantado, y eso siempre es bastante positivo, lo que no quiere decir que, el que un puesto esté ya dado, siempre sea un contratiempo tan decisivo, como para no divertirse en él, cazándolo de nuevo, e, incluso, en una tercera vez. He de confesar al respecto y como inciso, que yo he dado puestos con excelentes resultados, cuyo “tollo” tenía pulgas de lo usado que estaba.
El día, como ya he apuntado, transcurría sereno y templado, si bien el sol parecía jugar al escondite, escondiéndose y volviendo a aparecer entre retozones nublos que parecían vellones de algodón.
Retocando “el tollo” me encontraba, con El Chepa ya “entronizado” en el pulpitillo, aunque, lógicamente, aún encapillado, cuando le oigo que, de improviso, comenzó a reclamar como de buche. Era la primera vez que lo hacía en esas circunstancias, así que, un tanto sorprendido, miré instintivamente hacia donde estaba, al tiempo que pensaba, que por lo visto, el enano parecía venir ese día que escupía por un colmillo. Me pude apercibir, sin embargo, que la cosa no era para tanto, porque, claro, las perdices estaban
cantando por aquellos labrantíos y matorrales, y a ver cómo se podía contener el fogoso Chepa a la tentación que debía sentir al escuchar a las campesinas y más estando oliendo el bucólico aroma de la sierra, que no viendo por estar aún en la oscuridad de su cárcel bajo la “sayauela”.
Una vez más - y no me cansaré de repetirlo - cuando le quité la sayuela, tuve que salir hacia “el tollo” que escarbaba, si es que no quería que se desnucara en uno de los saltos.
Quiero recordar que era el primer “puesto” que le daba ya en el tercer celo.
Sólo unos instantes le bastaron al Chepa para liar la de Dios. Todos aquellos parajes parecían un gallinero en revolución, y yo, entre tanto, más ancho que largo. ¡Qué felicidad tan inefable allá sentado tan plácidamente en mi silletín, oyendo las campesinas “patirrojas” cantar en la solemne soledad de la sierra, y como haciéndose eco de mi reclamo!
¡Algo realmente indescriptible!
Observando a través de la tronera, pude distinguir, allá a lo lejos, en uno de los clareos de la sementera, una collera, plácidamente careada. Por lo visto, no estaban por la labor,
pues, sin prestarle la menor atención al del pulpitillo, se fue alejando paulatinamente, hasta que la perdí de vista. Fue en esos instantes precisamente, cuando la función, que nos esperaba, se empezó a cocer, pues, en tanto que yo, un tanto distraído, observaba por donde se me había perdido de vista la collera del labrantío, me pude apercibir de que el trovador, ahogaba de repente unos reclamos y, rebajándose, comenzó a reclamar de embuchada.
-¡Esto ya está aquí!.- Pensé como sorprendido de súbito.-
¡Algún campesino debe estar acercándose de "callandillas"
¡ El muy hijo puta, pues no ha dejado escapar ni una sola "pitá"!
Agucé oído con toda atención, a la vez que busqué al posible visitante con ojos ávidos a través de la tronera. Ver, de momento, no, pero sí pude oír como un tímido y casi imperceptible “curicheo”, allí, prácticamente, pegado a mis pies. Y he aquí que, inesperadamente, empecé a ver, sobresaliendo entre el verde trigal, en cuya linde se alzaba el pulpitillo, cabezas y más cabezas de los que, indecisos y como despistados, parecían ponerse de puntillas para salir en una foto, al tiempo que acudía a la plaza, inesperadamente y repentizando una carrerilla, el que “cuchicheaba” casi pegado a mis pies. Al parecer, era éste como "el abad o padre prior" de aquella tan extraña procesión de monjes. Debió acudir después de ordenar a sus súbditos que esperaran allí, en tanto él se acercaba a ver qué era lo que pretendía aquel impaciente e intruso predicador allí en el púlpito. Entró como temeroso y en clara actitud de paz, mirando al intruso con el cuello de a metro y como diciéndole: “Pero bueno, ¿a qué viene esto?"
¡Bastantes peleas y humillaciones hemos sufrido ya, como para enzarzarnos ahora en una nueva reyerta"!
No le dio tiempo a mucho más, pues viendo que El Chepa lo estaba recibiendo, transfigurado, como de costumbre, en una tan farisaica como amorosa clueca, allá quedó panza arriba y sin decir ni "mu".
A la explosión del tiro, sólo algunos de los acompañantes se volaron, pues pude ver que, por lo menos, dos ni se coscaron, quedando allí inmóviles y mirando aún más despistados de lo que ya lo estaban, y como sin saber por donde había sonado aquel tan extraño e inesperado trueno. Daban la sensación de encontrarse a la espera del "Padre Abad", pero que, viendo que ni se movía, aún estando tan cerca, comenzaron a inquietarse un tanto.
Haciendo la "mortuoria" estaba el trovador, cuando uno de ellos se adelantó con pasos “quedos” y recelosos, entrando en la plaza, seguramente que en busca del jefe, aún más desangelado y pío que entrara el prócer. El primer sorprendido fue el propio trovador que, rápidamente, se vio como obligado a transformar aquel su fúnebre responso, en el que le estaba haciendo “la mortuoria” al Prior, por el de las albricias de un nuevo y jubiloso recibimiento de emergencia, por lo que no tardó en llegar lo que, en tales circunstancias procede: un nuevo disparo y otro difunto más que se apuntaba en el libro de los caídos en este guerra.
Con los dos cartuchos de la del "dieciséis" disparados, y viendo “correrse” entre el monte, que no volarse, al que estaba en compañía del recién caído, aproveché para recargar la escopeta con nuevos cartuchos, por supuesto que con toda premura y no menos tacto. Casi no me dio tiempo, pues El Chepa, de nuevo, tuvo que olvidarse de la "mortuoria" del segundo abatido, para ponerse con toda urgencia a recibir a un nuevo visitante.
Y así, una vez que los seguidores de aquella especie de secta se cercioraron de que el jefe y el que, seguramente, debía ser el segundo de a bordo, junto al asistente, estaban más muertos que el tatarabuelo de Nefertitis, los restantes fueron entrando al patíbulo, uno tras otro, como sumisos dolientes en llorosa comitiva, y, entre tanto, El Chepa, como loco, sin saber si dedicarse a cantar responsos en las "mortuorias" o ponerse a recibir a los que iban llegando.
Siete, fueron siete los caídos, y a todo esto casi en menos que canta un gallo corralero. Estaba casi seguro, por otra parte, que los siete eran machos, cosa que, por más que lo pensaba, no me lo quería creer, aunque cierto era que, en alguna que otra ocasión, había oído comentar a algún amigo pajarero, que existían unos bandos como de machos amariconados, que cuando se tenía la suerte de pisar el terreno de alguno de ellos y se le mataba al jefe, allí se armaba la de “la mundial”.
Tenía todavía algún tiempo por delante, para seguir dando “el puesto”, pero estaba que no vivía por escapar del “tollo” para satisfacer mi ávida curiosidad, cerciorándome de lo que, realmente, era aquello. Tanta curiosidad tenía por comprobarlo que, cuando, por fin, me decidí dar por concluido “el puesto”, casi me olvidé que, estando El Chepa en el pulpitillo, lo primero que había que hacer y con toda premura además, era acudir a ponerle la sayuela, si es que no quería que se descalabrara, dando saltos y “alambreando”, conforme me veía acercarme a él.
Efectivamente, cuando los tuve en mis manos y pude ver los "peazos" de espolones que todos y cada uno de ellos lucían en sus patas, se me despejaron todas las dudas. En efecto, todos eran machos, formando una de esas vergonzosas toradas de monjes, con la que yo jamás había dado, y que, en aquella ocasión, fui a dar con una de ellas, precisamente, en "El famoso Puesto de “La Tebaida", conocido por “el puesto del Sacristán”. Y...¿dónde mejor - digo yo - para que acudiera a él una comunidad de “monjes”, ya que de alguna manera olía a Iglesia?
A guisa de posdata quisiera dejar reflejada en esta Biografía del Chepa un “puesto” de muy similares características, y en el que también entregaran su alma a Dios una comunidad de “monjes”, que diera mi gran amigo Antonio Moyano a un magnífico “pájaro” al que, por haberlo comprado allá por los predios de La Iglesia disidente de “La Santa Faz” en El Palmar de Troya, lo bautizara con el nombre de “El Papa Clemente”, porque así se llamaba El Jefe espiritual de la tal Iglesia disidente. Por cierto -¡Qué coincidencia tan curiosa! – el aguardo era un viejo tollo de piedra, conocido entre los pajareros con “el puesto del Cura”.
Este puesto mío con El Chepa, también se trataba pues de un muy conocido aguardo y, asimismo, se dio la puñetera coincidencia, como para que en él, además de que entregaran su alma a Dios un bando de “monjes, de que se le conociera como “El Puesto del ”Sacristán”, (como ya he dejado dicho) el que sin llegar a la categoría, en eso del nombre, del que diera mi amigo Moyano, en eso otro de la renta conseguida, sin embargo, no le fue a la zaga.
Tal anécdota quedó expuesta en mi Libro: “Anecdotario del mundo del Reclamo de Perdiz”, y hasta puede que en algún que otro también, como es posible que sea en el de “El mundo del Reclamo”.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12