By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 31 de enero de 2018

El mundillo de la jaula 16

El Chepa
Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 16

Capitulo 20
Me había encontrado casualmente, por las calles de Sevilla, con un viejo amigo de andanzas de caza, que, por ser montero, por esencia, y pajarero, por accidente, y yo, por el contrario, pajarero, por esencia, y montero, por accidente, solíamos coincidir sólo en alguna que otra cacería, aunque de tarde en tarde, y hasta de turbio en turbio.
Me invitó a tomar un cafetito en grata compañía. Era por  esos días en que, en tanto las monterías se encontraban dando sus últimos coletazos, la cacería del pájaro terminaba de empezar. Mientras tomábamos nuestro humeante café, me desbordé contándole grandezas de mi Chepa. El también me habló apasionadamente de sus monterías.
Estando a punto de dar por finalizada aquella nuestra casual y amigable reunión, me salió diciendo que le encantaría darle un puesto al que, según yo, era tan extraordinario y fenomenal reclamo. Que llevaba ya un par de años siendo el Presidente de un coto que, por encontrarse tan escondido y que por estar exclusivamente dedicado a la caza mayor, en eso de las perdices estaba, prácticamente, virgen. Que se encontraba allí, como coronando el afamado y enorme coto de Las Jarillas, y que para llegar a él, había que atravesar este enorme coto de punta a punta.
-¿El Cubillo...?.- Le interrumpí de súbito.
- Sí. El mismo. ¿Lo conoces?
-¿Cómo no?.- Le contesté.- Allá en el término del Pedroso.
El Cubillo no es que sea Las Jarillas, pues es infinitamente más pequeño, pero bajo el punto de vista puramente cinegético, tampoco le va a la zaga. ¡ Soberbio coto, sí, señor!
Hace unos años estuve monteando en él. Fui invitado por un buen amigo, al que, a su vez, le unía una gran amistad con el dueño, que, por aquellos entonces, vivía en Cazalla de la Sierra.
Por cierto que, al rastreo de la rehala, junto al voceo y "hucheo" de los perreros, menudo revuelo de perdices se armó por aquellos “montarrales”. Desperdigadas por acá y por allá en plena montería, aquello era un gallinero.
-Cierto.- Ratificó.- ya que sigue siendo exactamente igual.
¿Te parece bien que vayamos para allá con los pájaros, aunque sólo sea un día?
-¿Y tú qué tal estás de reclamos?
-Mal.- Me contestó con sequedad y como poniendo cara de asco.- Ya sabes que a mí, esto del pájaro, es cosa que no me apasiona en demasía. Me gusta, sí, pero sin pasarme en demasía de la raya.
-¿Entonces...?
-Ya te lo he dicho.- Acudió a contestarme decidido.- Me has dicho tantas y tan extraordinarias alabanzas de ese tal Chepa, que me has puesto los dientes de a vara. Aunque sólo sea por ver tan excepcional campeón, me gustaría darle un puesto.
Entendí entonces que la cosa iba en serio, y me quedé un tanto pensativo e indeciso. Y es que eso de prestar mi Chepa…..era algo que me ponía a parir.
-¿Los dos en el mismo puesto, no?.- Le salté diciendo, de pronto, como procurando curarme en salud.
-Como quieras.- Me contestó con poca convicción.- Pero, claro, dos en un mismo puesto, siempre supone una gran incomodidad, ¿no crees?
-¿Cuándo?.- Le pregunté convencido y sin pensármelo más.- Eso sí, debes tener en cuenta que ha de ser un Sábado o un Domingo. La Escuela no me permite que pueda ser otro día.
-Pues...- Se quedó mirando al techo y como echando cuentas, y, al fin, me contestó.- Hoy es Miércoles, pues el Sábado próximo.
¿Te parece bien?
-Si Dios quiere, se dice.- Le bromeé.
-Por descontado.- Aceptó, amigablemente, mi broma.- Te llamaré el día anterior para concretar.
En efecto, el Sábado me recogió a horas bastante tempranas en su Land Rover, e endilgamos en busca del Cubillo.
Mi anfitrión, contando con El Chepa para uno de los puestos, llevaba sólo un pájaro, del que me dijo que ya tenía sus años y que, sin ser un fuera serie, tampoco era un mochuelo. Que solía comportarse aceptablemente, y que, por lo menos, le servía para matar el gusanillo cada celo.
Yo llevaba al que había sustituido al Tarta que, como bien sabemos, murió, heroicamente, en acto de servicio, y al Dulcineo, que ya iba teniendo sus años también.
A la altura de Cantillana, el día comenzó a apuntar, instante en el que, dejando la carretera que, en Lora del Río, se bifurca para Córdoba y para Constantina, tomamos el desvío para El Pedroso.
En su inicio, empezaron a aparecer las primeras estribaciones de la sierra, y que, conforme íbamos ascendiendo en aquel nuestro constante serpenteo, se iban haciendo más y más indómitas y montaraces. Su belleza en aquel dulce amanecer me parecía indescriptible, pues aquel tan indómito oleaje de monte, pinos y encinas parecían, a través de tan tenue luz, como monstruosos gigantes, que aún seguían durmiendo como en cuclillas. Cuando tomamos el descarnado carril de Las Jarillas, el culebreo, en nuestra ascensión, se hizo constate, en tanto que el matorral se iba haciendo más salvaje y primitivo. Algunos parajes, en especial, me llegaron a dar la sensación de que, por selváticos y prietos de maleza, debían tener jabalíes como toros, si es que no "venaos" como elefantes. En uno de estos apretados matorrales, por cierto, pudimos ver emboscarse una cochina, conduciendo una camada de cinco o seis rayones que me dieron la sensación de ser un grupo de atemorizados y sumisos presos con aquel su pijama de carcelarios.
En algunos tramos los conejos se nos cruzaban por el carril como relampagueantes y fugaces sombras, en tanto que, durante todo el camino, los pajarillos forestales jugueteaban retozones en las jaras que crecían, en total libertinaje, en las cunetas del carril y que casi rozaban las ventanillas del coche a su paso. En más de una ocasión también, pudimos ver algunos pegujales de ciervas que, relativamente cercanas y con la cabeza enhiesta y en tensión, miraban el paso del coche que roncaba serpenteante, perseguido por una nubecilla de polvo. Ya bastante encumbrados, unos “varetos”, tres o
cuatro, cruzaron el carril de un salto y como relámpagos, y casi rozando el Land Rover, al ser sorprendidos, tal vez, en plácido sesteo, tras cualquier denso borbotón de matorral de los muchos que escoltaban el carril.
Nuestro día de cacería no podía empezar más campero y delicioso, acomodados tan plácidamente en tan seguro vehículo y embebidos en las inefables bellezas de tan asilvestrada naturaleza en el siempre tan grato amanecer de la sierra, y que a mí, en particular, siempre me llenaron todos y cada uno de los rincones de mi corazón de campero.
Espeluznantes barrancos, con la cabecera más o menos cercana al carril, se descolgaban bravíos ribeteados de lujuriosas adelfas, en tanto que las abulagas y las coscojas, como arropadas por ellos, eran las reinas y señoras de sus abruptas laderas, en las que la luz del sol parecía chorrear.
Aquellos tan jubilosos augurios, no fueron, sin embargo, el anuncio del feliz día de pájaro, que íbamos soñando, y es que, quizás, nuestro sino, aquel día, estuviera marcado por aquello que se dice de los gitanos que nunca quieren buenos principios para sus hijos, pues el día, en cuanto a lo meramente cinegético, fue una total y amarga decepción, por lo que me limitaré a escribir como una reseña a vuela pluma de él, y aquí se acabó la presente historia.
El accidental pajarero optó por el puesto de luz, para disfrutar de aquel excepcional campeón que, ante mis apasionadas loas, allá en la cafetería de la Calle Sierpes, tantas cosquillas le debieron hacer. Le ayudé a montar el tollo, si bien es cierto que, más que por la ayuda en sí, lo fue por la solapada intención de aprovechar tan oportuno momento, para irle recordando hasta la saciedad y siempre un tanto temeroso de dejar aquella joya en sus manos, las mil y una recomendaciones de un obseso, que quiere evitar a toda costa cualquier posible daño, físico o psíquico, en un reclamo que vale las Minas de Potosí.
El paraje elegido bien podía ser el soñado por el más visceral de los pajareros. Una especie de hondonada, suavemente alomada, que, entre retamas y chaparros como anárquicas macetas de adorno, verdegueaba a guisa de un idílico rincón del paraíso. Lugares estos muy querenciosos, por otra parte, para las bravías perdices de la sierra, ya que, por lo general, son muchos más amantes de los parajes no demasiado encabritados y, más o menos, despejados, que de los que son una enmarañada jungla de promiscuo y espeso matorral, por la obvia razón de que, además de que en ellos suele haber menos depredadores, siempre tendrán mayores posibilidades de poder ver algún posible peligro y asimismo, "coger el olivo", para escapar de él. Así se lo dije a mi anfitrión, con la idea de infundirle más esperanzas y gozo. Le deseé, por fin, suerte, y allá endilgué en busca de otro paraje en el que ubicar mi tollo. Procuré quedarme, con toda intención, lo suficientemente cerca como para poder oír los posibles disparos que pudiera tirar, sin que me dieran lugar a equívocos, y así poder gozar a su par, imaginándome e intuyendo cada una de las faenas del Chepa, en cada uno de los diferentes lances.
En el siempre solemne silencio de la sierra, los disparos, como a intervalos cronometrados, llegaron a mis oídos con tal nitidez que, a pesar de mi prudencial distancia, no parecía sino que eran disparados a sólo a escasos metros de mis pies.
Seis llegué a contar, y yo, entre tanto, que no cabía en el pellejo, allá acuclillado en mi tollo, imaginándome, más que lo que aquel amigo cazador pudiera estar gozando, que El
Chepa, lejos de dejarme por embustero, le estaba demostrando, "in situ", todo cuanto yo le había predicado de él y, hasta, tal vez, en más alto grado.
¿Mi puesto...? ¡ Coser y cantar! Le debí pisar el terreno de lleno a una collera y, como además, el cazadero estaba virgen, allá se me presentó el matrimonio a la carrera, a los primeros reclamos del “Dulcinea del Pedroso”. Ya digo, aquello fue un "decir amén", por lo que “El Dulcineo” no tuvo que sudar en su trabajo ni tanto así, sin embargo, una vez abatida la fácil collera e intentó buscar un nuevo lance, el campo empezó "a pintar en bastos", por lo que el del pulpitillo, siguiendo su habitual actitud, echó marcha atrás y que allí cantara mi abuela, creí entender que me decía. En esta ocasión, no obstante, no me pesó, pues me facilitó aún más que, relegara, definitivamente, a un muy segundo lugar nuestro puesto, y así pudiera concentrarme más y mejor, soñando en el del Chepa.
-¿Qué...?.- Me apresuré a preguntarle a mi anfitrión, tan pronto le vi asomar en busca del coche, junto al que yo ya le esperaba, viendo que su actitud, lejos de la que yo me esperada, era, sorprendentemente, la de un hombre alicaído y apagado. Como habrás podido comprobar.- Insistí anhelante.- el pájaro no es un cualquiera, a pesar de lo que, a primera vista, pudiera parecer, con esa su deprimente estampa de descalabrado enano “azurrunado”.
-Calla, hombre, calla.- Reaccionó, llegando a mí, aunque aún cabizbajo y como avergonzado.- El pájaro, sí, toda una figura de lujo, pero el que ha sido un auténtico maleta he sido yo. Siento una tremenda vergüenza el tener que confesártelo, que es, inconcebible, el que un tío, que maneja la escopeta y, aún más, el rifle, como tú sabes que yo los manejo, y que está harto de abatir bichos imposibles, haya tirado siete perdices, "al parandón", y se me hayan ido prácticamente todas...
Eso… eso es algo que no tiene nombre! Cobrar, cobrar…sólo he cobrado una que, por cierto, dejé fulminada. Las seis restantes que he tirado se me han ido a criar, aunque bien es cierto que dos de ellas escaparon a trancas y barrancas, después de que las tumbara el tiro y se dejaran un plumerío de mil demonios en el suelo.
-¿Qué me dices...?.- Exclamé como creyendo que me estaba bromeando.
-Lo que te digo.- Ratificó, sin levantar los ojos del suelo y como compungido.- ¡Te juro. Alzó la voz!, de pronto, y, como terriblemente enrabietado.- que no volveré a colgar un pájaro en mi puta vida, pues tengo tal “cabreo” que estoy hasta por cagarme en la madre que me parió!
Quise animarle, disimulando lo que pude y procurando quitarle, por supuesto que un tanto farisaicamente, hierro a la cosa, pero era tal su decepción y aún más el enfado que tenía encima, que aquello era, poco menos, que lo de la cuadratura del círculo.
Y aquello acabó como según dicen que acabó el rosario de la aurora, pues, estando en pleno día, cogimos el Land Rover, y, marchando, que es gerundio, hacia Sevilla, y con el rabo entre las patas.
No hubo manera de poder convencer a tan abatido cazador, para que nos quedáramos para el puesto de la tarde. Le tiré por todos los sitios posibles, pero que si quieres arroz, Catalina. Por cierto que, cuando le dije, ya como última opción, que allí había parajes como para repetir un nuevo puesto de otras seis o más perdices y, por supuesto, con El
Chepa, al que no le importa repetir, el buen hombre casi se me enfadó, diciéndome que qué es lo que pretendía con ello, humillarle aún más de lo que estaba...? Que nos podríamos ver tan amigablemente, como hasta entonces, y siempre que a mí me diera la gana, pero que, por favor, no le volviera jamás ni a mencionarle siquiera la cacería del “pájaro.“

©José Fernando Titos Alfaro

Nº Expediente: SE-1091 -12 

miércoles, 24 de enero de 2018

Un hidalgo en Guadalcanal 3/4

Sancho aplicando uno de sus refranes
Visita de D. Alonso de Quijano a nuestra villa
Tercera parte

Tercera parte de esta historia ficción está estructurada en la visita ficticia de D. Quijte de la Mancha y su fiel escudero Sancho Panza a Guadalcanal, a través de estos dos personajes y mezclando el Guadalcanal actual con la villa Santiaguista del siglo XV a  finales del XVI, hacemos un recorrido por las principales calles y visitamos los monumentos de la villa, acompañados por nuestro paisano el noble D. Esteban de Millán y Aguilar que tal vez fue noble en aquella época y perteneció al Concejo de la Villa.
A mi amigo Ignacio Gómez Galván, que mantiene viva con su fundación la historia y literatura de nuestro pueblo, me he permitido la licencia de tomar algunas notas de su libro “Cervantes en Guadalcanal”.

Una vez en llegados a la Plaza, el primer edificio que encontraron fue el Ayuntamiento de la villa (7), construido  en 1910, es decir hace más de un siglo. A la derecha del edificio consistorial encuentran la  Capilla de San Vicente, del siglo XVIII (8), siguió el mismo camino  en el proceso de desamortización y es ahora sede de una peña futbolística y un bar, ha sufrido obras sin control y actualmente solo queda la estructura para recordar mejores tiempos urbanísticos.
Y por fin, los excursionistas llegaron a la Iglesia de Santa María de la Asunción, (9) y la torre (10) (inacabada y durante muchos años protegida por unas extrañas lona disfrazar su mal estado), quedando los visitantes maravillados por el conjunto arquitectónico y visitando detenidamente su interior, sus capillas y sacristía.
-Creo que es hora de yantar y descansar nuestras posaderas, D. Esteban, no está acostumbrado mí amo a cabalgar y descabalgar sin encontrar enemigo que vencer o doncella que rescatar y a mi humilde persona le protestan las tripas ruidosamente.
 -Comentó Sancho con voz ronca y seca-.
-Naturalmente, amigo Sancho, el reloj de la torre acaba de darnos la bienvenida con sus campanas y nos marca la 1 de la tarde, una hora después del ángelus y hora de comer un tente en pié, en este mesón de enfrente que en tiempo fue casa de nobles.
-Pues ya tardamos, que oveja que bala, bocado que pierde -contestó Sancho-
-He de  decirle D. Esteban que hasta lo visto tienen una maravillosa villa, limpia blanca de paredes y de personas nobles, no es menos cierto que no he hallado enemigo que batir ni moza que reprende.
Comentó D. Alonso de Quijano con una voz queda desgastada por batallas inacabadas y platos vacíos en su cabalgar por la piel de toro.
El muerto que vos matáis, goza de buena salud.
Apuntó Sancho con una gran sonrisa y sujetando la panza que ruidosamente protestaba por la ausencia de alimento.
Apenas una hora después, se reunieron los tres compañeros de viaje en la fuente de la plaza que igualmente conoció tiempos mejores cuando generosamente saciaba la sed de la población con sus tres caños y ahora desviada de su curso para el aprovechamiento de la mismo.
-¿No ha de hallarse cada cosa en su sitio en esta villa?, iglesias sin culto, fuentes sin agua, hidalgos sin caballo, torres  inacabadas…,
-Curioso, curioso, reflexionaba Sancho cuando trataba de subir a su amo sobre el escuálido corcel.-
Inmediatamente tuvo que cambiar el criado de pensamiento al ver a D. Esteban de Millán montado sobre hermoso caballo árabe y entonces comentó para sí mismo:
-Caballo brioso, alforja en ristra, camino largo y poco descanso preveo para ésta tarde de primavera.
Abandonaron la plaza y por la calle López de Ayala  ascendieron pueblo arriba, no sin hacer una breve parada para ver la casa rectoral (11) y el antiguo Hospital de los Milagros (12), que después varios usos, es utilizado en la actualidad como sede de Caritas, éste antiguo hospital data de finales del siglo XV.

(7) Tal y como conocemos el Ayuntamiento parece que no es el edificio inicial proyectado, ya que estaba previsto inicialmente un edificio anexo al principal para escolares y servicios municipales, gracias a la desestimación  de este proyecto se pudo construir el actual paseo del Palacio sobre la antigua escombra.
 (8) Capilla de San Vicente, es un edificio del siglo XVIII, con una planta de Cruz Latina, una sola cubierta de bóveda de cañón y lunetos y media naranja en el crucero,  su alero mudéjar aun conserva la madera original, de estilo difundido por Extremadura, fundada por la orden Dominicana, relaciona su historia con esta orden y la Hermandad del Rosario de la Aurora que fue autorizada en 1851 para su ubicación y finalmente cae en decadencia y se disuelve en 1.914, cerrada al culto definitivamente en  1917 y destrozado todo su patrimonio mueble en 1936 a consecuencia de la guerra civil.
Es tal vez el edificio que más intentos de cesiones y compra venta sufrió en los siglos  siglo XIX y  XX,  la primera referencia encontrada data de 1854, el alcalde de la villa Miguel Ramos Lobo propone ante el gobernador eclesiástico de Llerena la cesión de las capillas de San Vicente y los Milagros, “que son innecesarias para el culto y no son en razón de su proximidad a las parroquias de Santa María y San Sebastián, sino por los muchos templos que hay en la población”, para construir la nueva casa consistorial, finalmente este primer intento fracasó y las dependencias municipales se construyeron en las ruinas del antiguo palacio de los comendadores Santiaguistas .
Ya en el año 1923 el párroco de la localidad Pedro Carballo Corrales, con el beneplácito del Arzobispado de Sevilla Eustaquio Ilundáin y Esteban inicio un proceso de venta y que gracias a la intervención de Antonio Muñoz Torrado con el inicio de un informe histórico sobre el citado edificio, y con la colaboración de la Hermandad del Rosario de la Aurora.
(9) La Iglesia de Santa María de la Asunción, presidida por una bellísima portada, de espléndida composición, en la iglesia en la que persisten numerosos elementos del goticismo decadente, da acceso al templo mayor de Guadalcanal, asegurado el dominio cristiano de la villa e iniciado el desbordamiento de su población, las murallas que la circundaban perdieron su originaria finalidad. Esta circunstancia, sin duda, hizo que se levantara el muro norte de esta iglesia sobre parte del sistema fortificado, como se colige por la misma extraña orientación de dicha fachada y por el arco de herradura que describe la puerta de la sacristía, de feliz aprovechamiento, esto ocurría en las postrimerías del siglo XIII.
Por su arquitectura, Santa María obedece en gran parte a la corriente mudejárica propia del tiempo de su construcción y al gusto que se prodigó en esta zona de la Sierra Norte sevillana, en la que el gótico de los vencedores y el almohade de los vencidos trataron de imponer sus fórmulas arquitectónicas, construida con arcos transversales, siendo apuntados los del centro, éstos descansan sobre pilares cruciformes, que, salvo el alicatado de la parte inferior, no ha sufrido modificación alguna, pues hasta el sencillo capitel de caveto que poseen abonarían por su antigüedad. Pero aquí en donde a los cristianos interesó sobre manera plasmar su estilo, esto es, en el presbiterio, los alarifes locales lograron imponer su arte, ejecutando la bóveda ochavada, con espléndida crucería en abanico, tramo previo sexpartito, nervio de espinazo decorado con dientes de sierra e impostas de cabezas de clavos. Pertenecen, también, a este período constructivo los capiteles de los baquetones en forma de tronco de pirámide invertida con figuras de gran tosquedad, un decorado de estrellas próximo a la escalera del coro y algunos ventanales, destacando el que se encuentra oculto por el retablo mayor y el que vemos al lado de la Epístola, formado por un óculo central y dos arcadas unidas por un parteluz.
(10) Preside el conjunto edificado la inacabada torre de Santa María, atalaya en la que el vencejo lo mismo vela el cadáver del verano a la hora de la siesta, que, a la del ángelus, ronda por las arista dejando por el aire su alada algarabía. La torre data del siglo XVI, construida  y no terminada con las aportaciones durante los años 1556/58  a petición del Concejo de la villa por el administrador de las minas de plata de Guadalcanal Sr Ortiz de Zárate sobre los restos de la muralla que tuvo carácter militar y pertenece al estilo románico, si bien con alguna influencia gótica en los adornos de los arcos conopiales del último cuerpo de campanas. Está construida sobre un dado de aparejo irregular a base de ladrillos, conservó las almenas hasta el siglo XVIII.
(11) Este edificio que se encuentra frente al antiguo hospital de los Milagros, muy vinculado a la historia de Guadalcanal, fue vendido en parte a un vecino que posteriormente lo habilitó para vivienda, esta edificación fue la antigua casa solariega de la familia Ortega, de la que procede Pedro Ortega Valencia, ilustre personaje del pueblo y descubridor en el Pacifico de la isla que bautizó con el nombre de la villa, posteriormente por donación de la marquesa de San Antonio pasó a la administración y propiedad de la parroquia de Nuestra Sra. de Santa María de la Asunción, con la clausula de “Se donaba para su perpetua memoria de la benefactora”, así fue durante varios siglo, utilizándose como casa rectoral  hasta el citado año fue expoliada y vendida parcialmente.
La parte vendida era la más interesante y de mayor valor,  por su artesanado y arquitectura, en su en su interior hay un patio de dos pisos con arquería y un vestíbulo  revestido de  azulejos sevillanos tipo cuenca, de bellísimos bordados y vidriados, procedentes de la iglesia de Santa Ana, catalogados en la primera mitad del siglo XVI y difícil de valorar  económicamente en la actualidad, por ser incontrables en esta época.
 (12) En la calle López de Ayala se encuentra el Hospital de los Milagros, también conocido como hospitalito.
Edificio con portada de principios del siglo XVI compuesta por vano de arco carpanel con arquivoltas decoradas y una hornacina sobre el alfiz que la enmarca.
Se conjetura que su fundación pudo ser a finales del siglo XV. A finales del XVIII aún estaba en funcionamiento.
En él estuvo instituida la llamada Escuela de Cristo y también radicó la Hermandad de la Veracruz.
Su fachada ha sido remodelada en el año 2008 por un Taller de Empleo dejando al descubierto su piedra original.
4ª parte el 7 de Febrero 2018
  
Rafael Candelario Repisa
Guadalcanal, Noviembre, 2017

miércoles, 17 de enero de 2018

El mundillo de la jaula 15


El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 15

Capitulo 19
A partir del cuarto celo, la fama del excepcional campeón que ya era El Chepa, empezó a correr entre mis amigos pajareros, no sólo en Sevilla, donde vivía, o en el luminoso pueblo de la Sierra Norte de Sevilla, Guadalcanal, donde ejerciera los primeros años de mi Magisterio y donde dejara, después de mi traslado a Sevilla, muchos y grandes amigos, por lo que aún seguía acudiendo a él como cazador, sino entre otros muchos y buenos amigos también que, por circunstancias de la vida, tuvieron que abandonar estas nuestras sureñas tierras de Andalucía, para afincarse en otros lugares, más o menos alejados, como en Alcalá de Henares, por ejemplo, o en Hospitalet de LLobregat, donde emigraron, incluso, familiares y paisanos míos de allá del granadino y bendito pueblecito, donde yo naciera, Alicún de Ortega, o del también granadino pueblo de Pedro Martínez, también muy entrañable pueblo para mí, porque, además de que de él era natural la santa de mi madre , en él me criaría y me haría un hombre de bien. Y es que, de una u otra manera, todos los mencionados sabían de la valía de tan excepcional Reclamo.
Claro que esta fama del Chepa no lo era de forma gratuita, pues al margen – que también – tuviera en su dueño y señor todo un "Crisóstomo" que, a la menor ocasión que se le ofrecía, ante cualquiera de los amigos pajareros, ya estaba predicando las excelencias y virtudes de tan colosal Reclamo, lo era también por los hechos, por sí solos, los que lo proclamaban como tal en todos y cada uno de de los lugares a los que éramos invitados a cazar celo tras celo.
A propósito de esto que estoy diciendo, se me viene a la memoria que, por aquellos entonces, contrajo su enlace matrimonial nuestro muy querido ahijado Edy, y para asistir a la ceremonia y consiguiente ágape, tuvimos que trasladarnos, mi esposa y yo, a la histórica ciudad de Alcalá de Henares, donde este nuestro ahijado vivía con sus padres y, lógicamente, compadres nuestros, José y Antonia, desde que el mencionado hijo entrara en el Cuerpo de la Policía Nacional, con destino en Madrid.
Eran de Nerva, importante población de la Cuenca Minera de Riotinto, donde nacieran y vivieran hasta que Edy, su hijo, aprobara como miembro de la Policía Nacional -como termino de referir - teniendo que marchar a Madrid, ya que allí fue destinado, aunque se afincaron en Alcalá de Henares como ciudad dormitorio.
Sería en Nerva donde hice una muy estrecha y sincera amistad con tal familia, a lo que contribuyó la muy buena vecindad y mucha estima que mutuamente había entre ellos y la familia de la que, por aquellos “antaño”, era mi prometida y que llegaría a ser mi esposa.
José Maestre Negrete, nombre del padre de esta tan extraordinaria familia, que además de tan buen amigo, llegara a ser compadre de mi esposa y mío, ya que apadrinamos a su hijo en El Bautismo, era en eso de la escopeta, en general, y en esto otro del pájaro, en particular, todo un maestro. Tanto que, en el mejor sentido de la palabra, había que echarle de comer aparte.
¡Qué pocos cazadores he conocido - y son muchos estos mis colegas – que atesoraran la sabiduría, la afición, la resistencia y el sacrificio, en una palabra, el bien y buen hacer en todo esto de la escopeta, que éste tenía ejerciendo este tan atractivo y sacrificado deporte de la caza!
Tan buen vecino de mi novia y su familia, siendo además tan aficionado a la caza, fueron las credenciales de emprender nuestra amistad, además, por supuesto que sí, de la excelente persona que siempre fue.
Cuando lo de la boda de su hijo y ahijado nuestro, - ya hace sus años de eso - hacía ya bastantes años que no nos veíamos, por lo que rato al que le podíamos echar el guante durante el ágape de la boda, rato en el que se nos iba el santo al cielo, recordando aquellos ya algo lejanos años de Nerva, así como contándonos nuestras respectivas y más cercanas andanzas caceriles. Por cierto que me comentó que el policía, como buena astilla del tal palo de su padre, se había hecho un montero de campanillas, recorriendo magníficos cotos por esos Montes de Toledo, para lo que le había entregado, como regalo de bodas, un "todoterreno", que le había costado un "güevo" y parte de otro.
A modo y manera de mi Pepita Adoración, también tenía este buen hombre una especial gracia para con los animales, y así, entre otras muchas cosas al respecto, recordamos a "Yago", un loro cenizoso y de cola roja, al que enseñó a decir y a hacer cosas tan pícaras y rocambolescas, que sin duda alguna, hubiera sido el número estrella del mejor circo del mundo.
Recordamos también y en especial, a aquel perdigón que, por aquellos años en que nos conocimos, le seguía por las calles de Nerva como un mimoso perrillo faldero, y al que cazaba a estilo compadre: aquí me siento y allí me levanto, según iban mandando las circunstancias, hasta llegar a colgarlo en seis o siete pulpitillos diferentes. Y el reclamo,
entre tanto, como si tal cosa y tan conforme y feliz, "trabajándose el artículo" como los buenos.
Fue entonces cuando le empecé a hablar de mi Chepa, y he aquí entonces al "Crisóstomo", con el más excelso de los panegíricos en los labios, loando las gloriosas y grandiosas gestas de su tan fenomenal reclamo. Sin embargo, cuando le hablé de su tipo de liliputiense y de aquella sus feos caprichos de saltarse en la jaula, a mi compadre se le pusieron, de súbito, los ojos como alpargatas, al tiempo que me decía que imposible de los imposibles que un perdigón, tan esquivo y con tan poca nobleza en el trato, pudiera llegar a ser el colosal reclamo que yo le estaba describiendo.
De momento, ahí quedó la cosa, pero miren ustedes por donde, ese año, mi compadre tuvo que venir a Nerva, en el mes de Febrero precisamente, a arreglar no sé qué asuntillo.
De vuelta a Alcalá, al tener que pasar por Sevilla, lógicamente, se llegó a casa a saludarnos. De cajón era que, en aquella su visita - ¿cómo no? - le enseñara mis pájaros y, en especial, aquel soberbio campeón, del que yo le hablara, allá en Alcalá de Henares. Por cierto que, temiéndome que sus endémicos saltos fueran aún de mayor contundencia que los que solía dar normalmente, ante la presencia de tan extraño forastero, se lo enseñé como “furtiveando” a través de la puerta entreabierta de la terraza.
Cuando el bueno de mi compadre se echó a los ojos aquel pájaro con tipo de pigmeo y con la cabeza desplumada y transparentando, entre las plumas dislocadas, una calvicie en la que la sangre estaba llamando a la puerta, me miró y, con irónica sonrisa, -exclamó.-
-¡Hombre, compadre, déjate de bromas, ¿no?
-Mañana es Sábado.- Acudí a decirle, totalmente decidido.-El día lo tengo libre y como, por otra parte, tú tampoco tiene nada que hacer por obligación allá en Alcalá, ¿ por qué no te quedas, para acercarnos a las sierras de Nerva, allá por "La Horceta", por ejemplo, lugar en el que tanta querencia siempre tuviste para tus cacerías, para darle el puesto de mañana? En el coche eso está a ahí, a un “santiamén”. Con ello puedes matar varios pájaros de un tiro. Varios pájaros te digo, como el que tú vuelvas a disfrutar de lugares tan queridos por tí y que, seguramente, tanto debes añorar, como también el que, después de tantos años sin cazar el pájaro, puedas volver a gozar de esa afición, tan maravillosa y tan tuya... y cómo, por fin, podía ser el que, de una vez por todas, te pudieras desengañar por tus propios ojos, si lo que te digo del pájaro es verdad o es mentira.
Mi compadre se quedó pensándoselo, con los ojos como perdidos en el vacío. Reaccionó de pronto y me dijo.- Pues sí, ¡qué coño!, me voy a quedar-.
Y, en efecto, a unas horas bastante madrugadoras del Sábado, nos encontrábamos los dos compadres en aquellos enmarañados y bravíos parajes de "La Horceta", con la escarpada Ribera de Huelva a nuestros pies, construyendo un espacioso y cómodo tollo para ambos, con jaras, retamas y demás malezas de aquellos prietos matorrales, en tanto que El Chepa, ya enarbolado en una achaparrada madroñera, que le adaptamos como pulpitillo, se encontraba a la espera de que le quitáramos la sayuela, para meterse en "el fregao".
A los reclamos de cañón, que El Chepa emitió de salida, tan pronto se vio despojado de la sayuela, se nos vino sin previo aviso y de vuela una viuda, al parecer, desesperada y ardiendo de celo, en busca de aquel inesperado y sorprendente galán.
El compadre, a quien le entregué los trastes de matar, quedando yo a su lado como mero espectador, viendo que la pajarilla estaba en plena sazón y que no se separaría de aquel encarcelado novio tan fácilmente, me dio a entender por medio de gestos, que la iba a dejar durante un tiempo, por allí merodeando en torno al reclamo, con el doble objetivo de poder disfrutar durante el mayor tiempo posible de la grata tensión del lance, y, por otro lado, poder analizar y comprobar, con mayor detenimiento, a aquel campeón que en
tan grandes dudas le tenía, desde que, allá en la boda del hijo, le hablara, por primera vez, de sus extrañas e inconcebibles manías.
No parecía sino que se lo habían dicho al bueno del Chepa, pues mientras la viuda estuvo allí, dando vueltas en su entorno, se lució con tal arte, con tal maestría y con tal galanura, que obligó a su incrédulo fiscal a hacerme como un incontenible gesto de rostro, en el que reflejaba toda su complacencia y aprobación sobre los muchos y valiosos quilates que, sorprendentemente, estaba viendo en aquel enano descalabrado.
Una vez saciado de tan bella y tensa escena, abatió a la pobre y desesperada viuda, quedando con la baba caía, viendo el aplomo, la delicadeza y hasta el señorío con que el pequeño trovador se quedó “haciéndole el entierro”.
El Chepa, tan pronto como cumplió con su respetuosa "mortuoria" hacia la que acababa de morir a sus pies, volvió a salir de cañón, buscando un nuevo lance. No tuvo que insistir mucho, pues, al poco, conectó con un campesino que, por el ronco y bravío tono de sus reclamos, tenía que ser todo un señor verraco de exposición. No se amedrentó, sin embargo, el pigmeo, sino que, por el contrario, insistió, echándole a la cosa aún más "reaños". Los diferentes cantos del invitado nos iban delatando, con toda claridad, su posición, e, incluso, de cómo iba avanzando poco a poco y sin prisa, pero tampoco sin pausa.
Venía acompañado de su hembra, pues la infeliz, seguramente que envalentonada por el bravo mocetón que traía a su lado, también se dejaba caer, de vez en vez, con algún que otro jubiloso "chachará".
Y El Chepa, entre tanto, - vuelvo a repetir - parecía que le habían dicho que tenía allí un adusto e inapelable juez examinándolo, pues daba la sensación de que estaba poniendo, con especial interés, todos sus sentidos, para lucirse en todos y cada uno de sus cantos, así como en la actitud que tomaba en los mensajes que en ellos quería trasmitir.
Una vez que empezó a sentirlo cercano, no le dejaba respirar, riñéndole impaciente con autoritarios e inquisitoriales "guteos”, para que, desistiera en sus cantos y avanzara. Y el incrédulo juez - ahora sí - espejeando una jubilosa sonrisa en los ojos, me miró, volviendo a gesticularme, incontenible, que, en efecto, El Chepa, aunque no lo pareciera, era todo un colosal campeón.
En sus riñas e impacientes “cuchicheos” se encontraba el trovador, cuando, de repente, se rebajó lo indecible en casi imperceptibles “cuchicheos y titeos”, a la vez que aquel garañón, embolado y beligerante, entró arrastrando el ala. El recibimiento que entonces le hizo El Chepa, no soy capaz de describirlo, por lo que sólo me limitaré a decir que como para quitarse el sombrero y hacerle una reverencia.
Mi compadre me dio a entender que, desobedeciendo un tanto las reglas que debe seguir el buen pajarero, iba a tirar primero al macho, con la idea de tener la posibilidad de seguir disfrutando de aquel tan delicioso pájaro, por aquello de que las hembras, por lo general y una vez que se les mata el macho, suelen hacerse de rogar demasiado, para volver a entrar al del pulpitillo, si es que llegan a decidirse a ello.
Fue exactamente lo que sucedió. La hembra, una vez que viera morir a su amante, prácticamente, a sus pies, se voló y por allí anduvo merodeando, astuta y recelosa, durante todo el largo rato que aún teníamos por delante para finalizar “el puesto”, en tanto que el galán del pulpitillo le hacía verdaderos malabares, intentando conquistársela. Muy a última hora, la pudo abatir, por fin, aquel excelente aficionado que siempre fue mi compadre José Maestre Negrete, aprovechando una de las pasadas de la desconfiada viuda, en un pequeño claro que ofrecían dos tupidas aulagas.
Cuando todo terminó, se limitó a exclamar emocionado.
-¡Increíble, pero cierto! ¡Qué delicia de Reclamo!
Realmente, ha merecido la pena, compadre.
Yo, por mi parte, lejos de reprocharle su tozuda
incredulidad, me limité a bromearle, diciéndole que, por lo menos, iba a poder comer arroz con perdiz de "La Orceta", después de tantos años, junto a mi comadre Antonia y a mi ahijado Edy, allá en su querida Alcalá de Henares.

©José Fernando Titos Alfaro

Nº Expediente: SE-1091 -12

miércoles, 10 de enero de 2018

Un hidalgo en Guadalcanal 2/4

Lavanderas en el Ejido del Coso
Visita de D. Alonso de Quijano a nuestra villa
Segunda parte

Segunda parte, de esta historia ficción está estructurada en la visita ficticia de D. Quijote de la Mancha y su fiel escudero Sancho Panza a Guadalcanal, a través de estos dos personajes y mezclando el Guadalcanal actual con la villa Santiaguista del siglo XV a  finales del XVI, hacemos un recorrido por las principales calles y visitamos los monumentos de la villa, acompañados por nuestro paisano el noble D. Esteban de Millán y Aguilar que tal vez fue noble en aquella época y perteneció al Concejo de la Villa.
A mi amigo Ignacio Gómez Galván, que mantiene viva con su fundación la historia y literatura de nuestro pueblo, me he permitido la licencia de tomar algunas notas de su libro “Cervantes en Guadalcanal”.

El regreso a la villa fue por el llamado carril de San Benito, luego de apenas un  km. recorrido, el pueblo los recibió de nuevo, con lo que, de entrada, es ya efectivamente una "recreación", la zona del Coso, El Alto y el Bajo (llamados en otra época el Ejido del Coso), según el nomenclátor, la carretera en dirección norte, nos lleva a  Extremadura, pero cogieron  el paseo del Coso propiamente dicho y a su derecha quedó  el  parque de frondosa arbórea que compite en altura con los herrajes de las casetas perennes para los días  de feria.
-Sepa D. Alonso que esta zona fue también sitio de culto, como así lo atestigua un informe de la visita santiaguista de 1494 en la que se describía en el inventario  una sinagoga judía, de la que ya ni piedra queda.
-Pues el judío y la mujer, a la larga, vengativos suelen ser
–Soltó Sancho-
Continuaron por la antigua calle de los Olleros, rotulada hoy de la Feria,  llegando al Paseo de la Cruz, así llamado por la que aquí se alza, que en realidad no es sino un ensanchamiento de la actual avenida de la Constitución, a su izquierda la plaza de los Donantes con sus bancos y flores que invitan a un pequeño descanso,  entraron por la calle de Ntra. Sra. de Guaditoca (en tiempos llamada del Aire), donde se hallaba en el Convento de La Concepción (2).
-¿No es posible visitar su interior D. Esteban?
-Cosa arduo difícil, como le he comentado antes, está en ruina, su dueño es un particular y no es fácil ni aconsejable su acceso.
- Casa sin amo y mujer sin marido, abandono consentido -remató Sancho-
Volvieron sobre sus pasos y cogieron de nuevo la Avenida De la Constitución, (llamada anteriormente Portugal), y un  poco más allá, a la vuelta de la esquina, nos hallamos ante la fachada ingente del desamortizado y, por ende, ruinoso Convento de Santa Clara(3).
-Quiero entender Sr. letrado que en Guadalcanal, Vds. están anclados en  vivir de tiempos mejores, en  mi continuo deambular por nuestra piel de toro he conocido pocas villas como estas, destruyen su pasado y aun así quieren vivir en él, según palabras de mi escudero y su refranero particular creo “que olvidar el pasado es no vivir el presente”.
-No hubiese podido hacer mejor reflexión Sr. Quijano
Continuaron por la calle Santa Clara y de frente otro edificio eclesiástico convertido en pagano, La iglesia de San Sebastián (4).
-Ante vos San Sebastián, en tiempos lugar de culto y actualmente propiedad del Ayuntamiento, utilizado como plaza de abastos de la villa, con puestos de carnes, verduras, frutas y otras viandas, está cerrada al culto desde el 36 del pasado siglo.
-Pasado muy rico observo, pero actualmente veo que vuestra merced no me ha enseñado ni un lugar de culto donde vuestros paisanos pueden ejercer el derecho a honrar a Nuestro Señor.
-En verdad Sr. Quijano tiene cierta razón, fue este pueblo en la época de Santiago cuando pertenecía a la provincia de León de Extremadura villa de muchas parroquias.
Los dos visitantes se miraron reflexivos, sus caras delataban extrañeza ante tanto despropósito, no obstante aun les quedaba mucho por ver, según comentario de D. Esteban.
-Pronto visitaremos la Iglesia de Santa María de Nuestra Señora de la Asunción, único templo dedicado al culto en la actualidad.
Retrocedieron por la calle de Santa Clara  y a unos metros giraron a la derecha entrando en la calle de la Almona, encontrando uno de los monumentos de la arquitectura civil urbana más antiguos de toda la región (5).
-Naturalmente después de lo visto y explicado anteriormente este edificio no lo destinan Vds. a su natural cometido de cuadra de caballerías y lugar de descanso para caballeros andantes como es mi caso.
- Está en lo cierto D. Alonso, actualmente es ocupada en parte por un bar y el resto, como puede apreciar vuestra merced el estado es de abandono -matizó el ocasional guía con cierta nostalgia-
- A la casa de muchos amos, nunca les faltan goteras –sentenció Sancho-
Continuaron hacía la plaza y la izquierda el magnifico paseo del Palacio, esplendoroso de árboles, flores y olor a primavera, en su lateral se encuentra la biblioteca pública y un antiguo edificio de la Almazara del Salvador (conocido popularmente como La Pacheca), al final de La Poza el edificio de la biblioteca Pública,  a unos pocos pasos quedaron los visitantes sorprendidos por la majestuosa plaza Mayor de la villa, (Ahora llamada de España y  en otras épocas de la Constitución o  de los Naranjos), El entorno de la plaza de España se podría considerar el centro neurálgico de la localidad, estando situada en la zona suroeste de la misma. Confluyen en esta plaza las calles  López de Ayala, del Palacio, de la Poza, Juan Campos y Muñoz Torrado presidida la misma por una zona alzada en forma ovalada de recreo y descanso circundada por naranjos, bancos (antiguamente de forjas) y en la actualidad de ladrillo) para el descanso y en el centro, la estatua erigida en 1926 de D. Adelardo López de Ayala (6), ilustre orador, político y dramaturgo e hijo preclaro de esta villa.


(2) Fundado por el hijo del pueblo  D. Álvaro de Castilla, según testamento otorgado en Guanajuato  (México) en el 17 de Septiembre del año del señor de 1641, y así, ocho años después fue ocupado por las primeras monjas procedentes del Convento de La Concepción de Mérida, de él solo quedan algunos indicios  de cornisas, patios y arcadas en casas que se construyeron sobre los restos y solar, al final del mismo, en el Cantillo de la Concepción, se encuentra la iglesia del mismo nombre, este templo consta de una nave de la que solo se conserva la fachada y algunos resto en un interior en ruinas, en su original estaba cubierta por bóveda de cañón, lunetos y media naranja en el presbiterio, el altar mayor en yesería  con un retablo labrado de influencia plateresca y cubierto su frontal y gradas con azulejos sevillanos de cuenca, probablemente acarreados, pues eran de una época anterior a la erección del templo. La portada de los pies poseía vano de medio punto entre pilastra toscana, entablamento, frontón recto con pináculo y hornacina central, en el lado del Evangelio presentaba un esquema análogo, con pilastras jónicas acanaladas y ondas serlianas en el entablamento
(3) Convento de Santa Clara, en la calle de este nombre, con restos de arcadas y cornisas. Fue fundado por el hijo de esta villa enriquecido en las Indias Jerónimo González de Alanís, según escritura otorgada en La Plata (Perú) el 19 de abril de vemos 1584.
Actualmente se encuentra en fase de remodelación de lo poco que se pueda recuperar, durante años ha conocido en sus interior, fábricas de harina, cocheras y garajes, fábrica de gaseosas y  almacenes de toda clase de utensilios
(4) Esta maravilla arquitectónica construida en los siglos XV y XVI, iniciando sus obras en 1481, de estilo gótico mudéjar  y con ampliaciones barrocas, fue mandada erigir por D. Alonso de Cárdenas, Maestre de la Orden de Santiago, tanto él como su esposa  Dª Leonor de Luna están enterrados en la iglesia de Santiago de Llerena, junto al sepulcro.
La portada de la puerta debió ejecutarse en el siglo XVIII. En 1840 tenía  San Sebastián seis sacerdotes, un párroco y un teniente, pero en siglos anteriores llegó a tener un cura beneficiado y once clérigos más.
En esta iglesia radicó hasta su cierre al culto, la Hermandad de Ntro. Padre Jesús Nazareno, una de las más emblemáticas de la localidad.
(5) El edificio conocido por La Almona, en razón de una de sus últimas -bárbaras- utilidades. Arquitectónicamente, es una construcción de planta ligeramente trapezoidal de sillería, consta de dos pisos, formado cada uno de ellos por una nave de cubierta de entramado de madera, sostenida la del bajo por arcos apuntados que arrancan del pavimento, como a modo de contrafuertes interiores, la cubierta de la parte superior es de dos aguas, hallándose sostenida por pilares alineados en el eje central de la nave.
El edificio recibe la luz por estrechas saeteras, una lápida del interior nos informa que fue construido el año de 1307 y fue  la primitiva sede del bastimento de la Orden de Santiago.

 (6) Adelardo López de Ayala nació en Guadalcanal el 1 de Mayo de 1828, provincia de Sevilla aunque en aquella época pertenecía a Extremadura. Estudió el bachillerato y la carrera de Derecho en Sevilla, aunque no terminó los estudios. En 1849 se trasladó a Madrid, para intentar estrenar su primera obra teatral, Un hombre de estado, y lo consiguió en 1851 en el Teatro Español. Se casó con la intérprete protagonista, Teodora Lamadrid.
En 1851 escribió su primera zarzuela, Guerra a muerte.
Paralelamente se inició en la política, en 1857 fue elegido diputado por Mérida y al año siguiente fue elegido por Castuera. Sufrió un destierro a Portugal por oponerse al régimen de Isabel II y un año después suscribió el Manifiesto de Cádiz que ayudó a destronarla. Fue nombrado Ministro de Ultramar en el reinado de Amadeo I de Saboya, pero de nuevo sus opiniones políticas lo obligaron a dimitir. A la caída de éste, pactó con Cánovas del Castillo y en 1875, bajo el reinado de Alfonso XII, ocupó de nuevo el ministerio de Ultramar. En 1878 fue elegido presidente del Congreso.
En 1870 ingresó en la Real Academia de la Lengua Española. 

Murió en Madrid el 30 de diciembre den 1879.


3ª parte el 24 de Enero 2018

Rafael Candelario Repisa
Guadalcanal, Noviembre, 2017

miércoles, 3 de enero de 2018

El mundillo de la jaula 14


El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 14

Capítulo 18

En tanto que de Madrid para abajo, más o menos, existe una apasionada y muy extendida afición “al pájaro”, de Madrid para arriba, sólo se conoce la tal modalidad cinegética, cuanto más, de oídas, por no decir aquello otro que se dice "de que si te vi, no me acuerdo".
En este sector se encontraba Don Juan Rodríguez Barrueco, un salmantino de bien que, ya maduro, llegó aquí a Sevilla a impartir la enseñanza de Las Lenguas Clásicas, como Catedrático, por oposición.
Campero por los cuatro costados también y un apasionado amante de la escopeta, como un servidor de Dios y de ustedes, coincidimos, casualmente, y a poco de afincarse en La Ciudad de la Giralda, en "una cacería al salto", a la que fuimos invitados por nuestro común y excelente amigo, el insigne Pediatra Don Salvador García, y en la que comenzamos a echar las raíces de la que llegaría a ser la gran amistad que, a partir de entonces, nos uniría de forma tan sincera como fraternal.
¡Vaya con el salmantino cazador sabiendo andar por el campo y manejando "la del doce"!
A los pocos minutos tan sólo de abrirnos en "aquella guerra galana", así llamada también la "mencionada cacería al salto”, me pude dar cuenta -pues he de confesar que tenía mis grandes dudas- que era una liebre atrochando por aquellos “matorrales” y que ni un campeón de campeones disparaba con mayor rapidez y acierto. El salmantino, catedrático de Latín y Griego - autor, por cierto, de uno de los libros de texto de las tales
asignaturas, aprobado, naturalmente, por EL Ministerio de Educación y Ciencia, y recomendado por todos los Centros de Enseñanza  si en Lenguas Clásicas era toda una figura, tampoco se quedaba muy atrás en esta otra complicada asignatura de la Cinegética.
En posteriores cacerías, no sólo nos lo confirmó, sino que no se podía uno dormir en los laureles, si es que no quería quedar, a su lado, a la altura de una alpargata vieja.
Pero a lo que, realmente, venía yo, era a la específica cacería de la perdiz con reclamo, de la que, como ya he dejado apuntado, este gran cazador salmantino se encontraba, si es que no en eso de no saber hacer la "o" con un canuto, por ahí lo andaba rozando.
Un día en que le empecé a hablar de ella, me contestó tan campante y con toda espontaneidad, que por allí por su tierra, había oído hablar alguna vez de ella a alguno de sus amigos cazadores, pero que él lo había escuchado con la misma indiferencia y apatía con que se la comentaban. Que, sin embargo y por el contrario, se estaba dando cuenta que por aquí, por Andalucía, esto “del pájaro” era como una droga.
Que qué significativo era ver en una fachada sí y en la otra también - en especial, en las zonas rurales - dos o tres reclamos, por lo menos, enjaulados y sobre sus casilleros, tomando el clemente solito de la deliciosa pre-primavera de estas tierras, en tanto que sus dueños e, incluso, los viandantes se quedaban contemplándolos con la boca abierta.
-Supongo.
- Le comenté.- que, aunque sólo sea por pura curiosidad, te decidirás, algún día, a conocer este tan intrigante y sugestivo modo de cazar la perdiz.
- No me importaría.- Me contestó sin dudarlo.-- pues, en todo caso, si es que no por la tal cacería en sí, debo sentirme feliz, necesariamente, por el solo hecho de estar disfrutando del campo.
Y, de momento, ahí quedó la cosa.
Esa misma temporada y a los pocos días de comenzar "el celo", le telefoneé, recordándole que si aún seguía firme en su propósito de conocer eso de la cacería “del pájaro”. Y de nuevo, no dudó en contestarme que, por supuesto, que sí.
Al día siguiente, como previamente quedamos, me acerqué con el coche a recogerlo a casa. Serían las del alba, pues el coto se encontraba a su buen tirón. Me acompañaba, lógicamente, como mero espectador, así que sólo tuvo que poner "su cuerpo serrano", según se dice, que ni escopeta, ni "na de na".
Durante el camino, le fui explicando - según mi entender y saber, claro está, y lo más detalladamente posible que pude -cuantas cosas me iban acudiendo a los labios-, referentes a nuestra ya inminente cacería: los diferentes cantos del reclamo; sus respectivos mensajes; sus distintas actitudes, siempre en consonancia con las del campesino con el que se entra en lid; los muchos e imprevisibles contratiempos y adversidades que se podían presentar en cualquier momento, y - ¿cómo no? - también le hablé del tollo, de la plaza, del pulpitillo, amén de los mil y un detalles más que, sobre la marcha, se me iban ocurriendo, sin dejarme atrás - pues no faltaba más - el más fervoroso y enardecido panegírico del reclamo que llevábamos, que, naturalmente, era El Chepa.
Al aventajado discípulo de Homero y de Cicerón, convertido en aquel viaje en circunstancial alumno mío, se le veía por encima del pelo que, por la tensa atención con que me oía e, incluso, por los espontáneos e incontenibles gestos de admiración, que iba reflejando en los ojos ante mis explicaciones, aquello le empezaba a fascinar.
Recordándole la lección, ya sobre el propio terreno, pude darme cuenta que se la había aprendido a la perfección, así que, una vez que todo quedó a punto, le cedí el pilotaje de la nave, en tanto yo quedaba a su lado como copiloto y mero monitor, emprendiendo así nuestra aventura.
Para no quedar con el culo al aire en puesto tan comprometido, llevaba como predicador -como ya he dejado dicho - a mi Chepa que, como mi propio invitado, creo yo que sabía Latín, si es que aún Griego no, siendo además tan voluntarioso, una vez que se veía en el pulpitillo despojado de la sayuela, que una vez que salía de cañón – que lo era al instante - ya no se callaba ni metiéndole la cabeza debajo de agua, entremezclando, conveniente y oportunamente, reclamos por alto o de embuchada, “cuchicheos”, “titeos” y, si era necesario e, indistintamente, “tuteos”, “piolíos” y lo que hubiera que hacer.
Entre las muchas cosas de las que previne a mi alumno, estaba aquella de que, a veces, los campesinos se pueden colar en la plaza en sólo segundos e, incluso, sin piar, o sea “de callandillas”. Y miren ustedes por donde, fue, exactamente, lo que sucedió. Al primer reclamo de salutación del Chepa, se nos vino a vuelo un macho que, embolado y estallando de celo, entró al "trapo" como un "miura", arrastrando el ala por el suelo como gallo enloquecido, en tanto que el retador lo recibía con la elegancia y maestría con las que él solía cumplir con este quehacer. Y es que este excepcional reclamo, si para todas y cada una de las diferentes facetas de cada lance, era un extraordinario maestro, "recibiendo", en particular, era, absolutamente, maestro y medio.
También había prevenido a mi invitado de que, si no tanto las damas “patirrojas”, sus aguerridos y apuestos galanes, una vez que entran en la plaza, se ponían a darle vueltas al pulpitillo, buscando el lugar más estratégico, para encaramarse a la jaula y entrar en abierta batalla con el que, desde su atalaya, no deja de retarles. Que había que aprovechar el oportuno momento de que, ya en la primera vuelta, al quedar tapado al pasar detrás del pulpitillo con relación a la tronera, se debe encarar la escopeta, ya que estos bichos tienen vista de lince y que, al menor movimiento, que sospechan....¡Adiós, Lucas, que diría aquel! Que, asimismo, una vez encañonado, lo esperara en una de las vueltas y siempre, estando recibiéndolo el retador, le disparara, y siempre también, de espaldas o de costado. Que nunca jamás de pechuga.
El alumno lo hizo todo a la perfección, pero algo debió fallarle, pues el que acudió a la jaula como un “miura”, se le fue con más vida que traía. La cara que se le quedó al Catedrático cazador, no era para contarlo.
-¡”Me cachi en Satanás”!.- Se lamentó, totalmente, avergonzado.- ¿Cómo es posible que se me haya ido una perdiz, a la que he disparado "al parandón"...? Esto no le ocurre ni al más novato de los cazadores!
-No te preocupes.- Acudí a consolarle.- Esto es muy corriente entre los pajareros. La tensión con que se vive el lance, como bien habrás podido comprobar, le hace a uno vibrar intensamente, y, claro, disparar una escopeta, temblándole a uno el pulso....cualquier cosa puede pasar ¿no crees?
-De todas maneras.- Me dijo ya algo más tranquilo.- esto es algo realmente fascinante. ¡Claro que, en efecto, al disparar, me latía el corazón a mil por hora! ¡Cierto que es una cacería de una enorme y tensa emoción! Desde este momento, quedo integrado en esta tan sugestiva y maravillosa cofradía de cazadores.
Esperanzado en nuevos lances, puesto que a además de que no habíamos hechos nada más que empezar nuestra cacería, el incidente de que, después de marrar el tiro, se nos volara de la plaza el campesino, siendo este un fallo que de forma tan misteriosa y profundamente grave suele afectar, por lo general, al que lo está recibiendo, no fue así en El Chepa, que siguió tan campante en su trabajo como si allí no hubiera pasado absolutamente nada.
A manera de inciso creo que es el momento oportuno para comentar – aunque creo que ya he comentado algo de esto por ahí - que esto de que “se marre” un campesino de la plaza, estando recibiéndolo el del pulpitillo, llega afectar, por nadie sabe qué misteriosa e insondable causa, tanto a los Reclamos, y más en particular a los catecúmenos e, incluso, a algunos pájaros ya hechos, que hasta puede acabar con ellos, como Reclamos, para el resto de sus días.
De momento no quise comentarle nada sobre el particular al catedrático en Lenguas Clásicas, y aún menos viendo al de Villa del Rey que no sintió ni el más leve rasguño en su orgullo ni en su alma, así que me limité a decirle que no era el momento de hacer comentarios sobre el particular, puesto que ya habría tiempo para ello, sino callar y seguir atentos a ver qué era lo que en adelante podía pasar, ya que, prácticamente, aún teníamos todo el puesto por delante.
Desgraciadamente, aquel limón había dado, con el patirrojo de marras, todo el zumo que tenía que dar, y por más que lo intentó el bueno del Chepa - y lo intentó por "activa", por "pasiva", por "ambas perifrásticas" y hasta por la particular "voz media" de la Lengua Griega, al parecer, por especial deferencia al invitado Catedrático en Lenguas Clásicas - pero allí ya no hubo nada que ventilar De esto hace ya sus años, y hoy, este tan buen amigo mío y tan excelente persona, que es Juan Rodríguez Barrueco, es un extraordinario y modélico pajarero, aún siendo de los que yo suelo llamar de “vocación tardía” e, incluso, habiendo tenido un bautismo tan desnudo de triunfalismos y pomposas felicitaciones.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12