By Joan Spínola -FOTORETOC-

By Joan Spínola -FOTORETOC-

Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 28 de febrero de 2018

El mundillo de la jaula 18



El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 18

Capitulo 22

Recuerdo aquel puesto que le diera al Chepa, aquella tarde de cielo gris y tristón en el codiciado coto de caza menor de "Judío", en especial, porque se me hizo eterno. Todas las circunstancias del mundo - unas reales y otras creadas por aquella, al parecer, mi enfermiza imaginación, empujadas por las circunstancias que parecían haberse confabulado para que las creara.
¡Vaya un martirio psíquico que, tan absurdamente, me creé!
Me había invitado mi buen amigo y excelente aficionado a la jaula, Paco Ahillones. Optamos por ir en su "cacharreta", que era como él le solía llamar a su "2CV", ya que había llovido bastante el día anterior, y los carriles debían estar infernales, y este coche, por ser tan poco pesado y ágil, se “carrileaba” por caminos embarrizados como los propios ángeles.
Una vez que dejamos la carretera asfaltada de Alanís de la Sierra, para coger uno de los carriles que se adentraban en el coto de marras, empecé a espiar a través del parabrisas, buscando un lugar para mi puesto que, por lo menos, medio me gustara. Y así, al no mucho de nuestro “carrileo”, pude ver, aledaño al carril y frente a nosotros, un montículo que me pareció bastante apropiado, por su afable estampa y por el clareo que en sus laderas ofrecía entre los tomillos y romeros que en ellas crecían. Una vez que nos encontramos a su altura, le pedí al chofer que parara, diciéndole que aquel “morrete” me gustaba bastante para un puesto de tarde. A mi amigo Paco, por el gesto que, de forma tan espontánea, reflejó en la cara, también le debió gustar. De todas maneras, ayudándome a sacar el pájaro y los bártulos del coche, me dijo que él tampoco se iba a retirar mucho de allí. Que cuando calculara que se encontraba a la debida distancia, para que no se pudieran escuchar los reclamos entre ellos, haría el tollo por allí por donde mejor viera. Que en "Judío" había muchas perdices, y que cualquier sitio era bueno para colgar. Me deseó suerte, y allá endilgó con su “Citröen”, carril adelante.
Era temprano aún, y como, por otra parte, allí había matorral y broza como para hacer un tollo en "un decir amén", me tomé la cosa con cierta parsimonia, pero aún así, me pareció que era demasiado pronto, para que el disparo que oí, fuera de mi amigo Paco, ya que llegó a mí en el momento de emboscarme en el tollo. Tiro, por cierto, que retumbó como un desatentado trueno.
-¡Qué tiro tan extraño!.- Pensé, oteando, instintiva e inútilmente, a través de la tronera.- Demasiado tempranero para ser de Paco. Y si de él no, ¿de quién si no? De todas maneras, sea de quien sea, ¿a cuenta de qué ese misterioso zambombazo, que más que un tiro de escopeta, me ha parecido como un bombazo de ultratumba?
Aquí arrancó, precisamente, aquel mi estúpido e increíble martirio. Me dio por reinar en ello, conduciendo mi imaginación por los peores y más pesimistas caminos, y empecé a sentirme, dentro del tollo, más amargo que la retama, por la preocupación, en que me había sumido aquel tiro, no sólo por lo tempranero, sino por aquel tan descomunal sonido para ser de una simple y vulgar escopeta.
¿Dónde estaba aquella mi tan jubilosa felicidad, que yo siempre sentía, por el solo hecho de estar metido en un tollo...? Intentaba, una y otra vez, quitarme de encima aquellos tan feos auspicios de mi imaginación, como si se tratara de una mala pesadilla, pero...¡qué va! Aquello era como una cansina y molesta “mosca cojonera”. No veía la hora de que se acabara el puesto, para saber qué es lo que realmente había sido aquello.
A partir de entonces, no me encontré a gusto en ningún momento, a pesar de que, tan pronto como El Chepa abrió el pico, ya tenía una collera de perdices en la plaza. Ni un minuto tardó. Se presentó, además, sin previo aviso. A la carrera y sin lanzar al aire ni un solo reclamo, ni por parte de él, ni por parte de ella. Abatí primero a la hembra y, al
disparo, el macho apenas si dio una cortísima “volata”, tras la que entró ciego de celo y como "un miura", comenzando a dar vueltas y más vueltas en torno al pulpitillo, respondiendo, como un valiente, a los “cuchicheos” y pitas del juglar. En una de ellas se quedó con “las ruedas p´arriba” junto a su ya difunta esposa. Era todo el pescado que había que vender por allí, así que, una vez despachado en sólo unos breves minutos, estábamos pintando allí menos que un gato en una matanza.
Y no era esto lo peor, pues la desazón de mis imaginarios y torpes auspicios, acarreados por aquel no ya tempranero, sino extemporáneo disparo y su extraña y un tanto anómala
explosión, no teniendo más lances en que distraerla, me recomía más y más como una mala carcoma.
El Chepa, no obstante, tan generoso y animoso como siempre, siguió lanzando al aire sus bizarros cantos, buscando y comprometiendo a otros posibles invitados, esperanzado en nuevos lances, pero allí ya no había más “personal” disponible. Cierto que nos llegaban, aunque muy espaciados y un tanto lejanos, algunos reclamos, pero desangelados y sin ninguna convicción, por lo que, en vez de irse acercando a las invitaciones del cantor, muy por el contrario, cada vez se comenzaron a oír más y más remotos. La de veces que el muy voluntarioso del Chepa, cansado de que no le hicieran ni “puto caso”, lanzó al aire "la engañifa" de “pichearse”, para levantar al campo. Pero ni así. Y a todo esto, toda la santa tarde por delante. Así que, por si éramos pocos, parió la abuela, pues esta era una nueva circunstancia que se sumaba, para contribuir a hacerme más interminable aquel tan aciago puesto de mis culpas.
Miraba y remiraba el reloj, y cada minuto me parecía un siglo. Así que un puesto que, por lo general, se suele ir en un suspiro, en esta ocasión, me pareció una eternidad. Cada vez más impaciente y nervioso, con aquel maldito tiro aferrado a mis sienes como un indómito halcón, decidí echarme fuera del tollo cuando aún faltaba medio siglo para que el sol llegara a sus encames, y allá me fui a orillas del carril, dispuesto a esperar, con infinita avidez, que "la cacharreta" llegara por dónde y cómo quisiera, pero que llegara. Y es que no se me iba de la cabeza aquel disparo que me hacía sospechar lo peor y siempre pensando que mi amigo Paco hubiera tenido un terrible accidente. La cosa empezó a pasarse un tanto de rosca, si es que aún no estaba lo suficientemente pasada, cuando, prácticamente anochecido, el "2CV" no aparecía ni vivo ni muerto por ningún sitio. Aquello ya no era como una falsa o infundada pesadilla, es que ni los chaparros más cercanos, por la caída de la noche, se podían ver, si es que no era como bultos sospechosos. La cosa pues se ponía demasiado fea. Sabía que había pajareros que aguantaban en el puesto lo indecible, pero, por Dios bendito, es que la penumbra del anochecer ya estaba saludando a la misma noche en sí.
Tembloroso como un flan, decidí caminar, carril adelante, con la esperanza de, cuanto menos, dar con el coche por allí aparcado a orillas del camino, pero otra nueva contrariedad acudió a engrosar la suma, y ésta además de ser real y tangible, era tan patética como peligrosa.
Dos mastines, auténticos ejemplares de exposición ambos, me salieron al camino con roncos y amenazantes ladridos.
Seguir adelante con aquello guardianes ante mí, por descontado, que no, pero es que, por otra parte, cada paso que yo daba hacia atrás, el mismo que los perros daban hacia adelante. Menos mal que tuve la providencial precaución de coger la escopeta, en tanto que al pájaro y a los bártulos los dejaba escondidos por allí, al pie de un chaparro, y, por si las moscas, me la eché a la cara mientras retrocedía. Gracias a Dios que, por fin, todo se vino abajo como un castillo de naipes, en un solo segundo, ya que los faros del coche relampaguearon de pronto entre la oscuridad de aquellos tan solitarios lugares. No tardó el tan pacienzudo pajarero en enfocarme allá en mitad del carril, encañonando a los perros.
Sorprendido, pegó un frenazo, y, bajando el cristal de la ventanilla, fue a pararse junto a mí, no ocurriéndosele otra cosa, sino la de soltar una estruendosa carcajada. Era lo único
que me faltaba para que mi “cabreo”, que ya era de elefante, se agigantara hasta lo indecible. De todas maneras me mordí la lengua, para no se me escapara algún “palabrón” que debía tener en la punta de la lengua. ¿Para qué, si mi cara lo decía todo? Claro que, con la oscuridad, Paco no me la debió ver, porque si me la llega a ver, queda electrocutado en el acto.
De todas maneras, "el tozudo moroso" se me excusó, diciéndome que dio con un tollo ya hecho y que por no molestarse en hacer otro nuevo, lo aprovechó, limitándose sólo a retocarlo un poco, y que al primer reclamo del pájaro se le vinieron a vuelo una collera y que, viendo que no podía coger la hembra, le disparó al macho, y que, a la espera de le
entrara la hembra, que escurridiza y desconfiada no hacía sino “ratonear” por los alrededores del pulpitillo, esperó hasta última hora, sabiendo que estas astutas viudas suelen entrar al oscurecer, y de ahí que se levantara un poco tarde.
Que, por cierto.- Concluyó diciéndome.- había que ver como retumba un simple disparo de escopeta, cuando revoca en las paredes de un tajo, ya que estuvo puesto, exactamente, en la base del Tajo de La Torcaz, que bien sabía él que se encontraba allí un poco más allá.


©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

miércoles, 21 de febrero de 2018

Recuerdos sin nostalgia de un pueblo andaluz

Un Medico libertario de Guadalcanal

 Guadalcanal (Sevilla), 1879 / Veracruz (México), 1970   
El médico anarquista, nacido en el sevillano pueblo de Guadalcanal en 1879, protagonizó luchas por los derechos de los obreros y campesinos y participó en diversas conspiraciones contra la Dictadura de Primo de Rivera y Alfonso XIII. Ejerció la medicina revolucionando su profesión, ya que ofrecía sus servicios a los más necesitados. Siempre llevó la fama de su leyenda ácrata y, por esta razón, sufrió el destierro en la llamada Siberia extremeña, en Londres y en París. Tras la Guerra Civil, se inicia su segundo y definitivo exilio. Vallina siguió sanando en lugares olvidados de Santo Domingo y de México. En los últimos años de su vida, escribió sus memorias y dos libros: Aspectos de la América actual (1957) y Crónica de un revolucionario (1958).
La mano de Pedro Vallina olía a estoraque y almizcle, como ese aire atrapado en las antiguas boticas. Apenas podía tomar la pluma, pero estaba arrebatado por una obsesión: escribir sus memorias. En las páginas, que llena de historias sorprendentes, retrata un mundo perdido, una utopía, un sueño. La letra apenas se entiende, un garabato como el rastro titubeante de una araña de esas que se esconden en los desvanes.
No hace mucho que un grupo de amigos, al verlo depresivo y sin ánimo, le ha sugerido un proyecto: recordar, contar quién fue y la España por la que luchó. El viejo médico anarquista, que ya ha perdido a su inseparable compañera Josefina Colbach, está abatido, enfermo y sufre de insomnio. A veces, se levanta por la noche y pasea por la casa diciendo: “Aquí no se puede hacer nada”. Triste sino del exiliado.
Parece que Vallina acaba de enterrar todos sus sueños. Ha abandonado la clínica médico-quirúrgica de Loma Bonita, en el estado mexicano de Oaxaca. Ahora vive en Veracruz, que será para él, la ciudad de la muerte y de la memoria.
Las memorias de Vallina resultan ilegibles, así que su nieta Xóchitl se ocupa de mecanografiarlas. Vallina dicta, vive sumergido en el pasado: su infancia en Guadalcanal, sus primeros contactos con los ambientes libertarios en Sevilla, las conspiraciones en Madrid, el destierro en París, en Londres y en la llamada Siberia extremeña, la Guerra Civil y el exilio definitivo, primero en Santo Domingo y después en México.
La editorial Tierra y Libertad publicó Mis Memorias en 1969 en Venezuela y en México en 1971, un año después de su muerte. Sin embargo, como tantos libros del exilio no volvió a publicarse, así que las memorias llegaban a España en fotocopias que circularon durante algún tiempo hasta que, de tanto reproducirse, se volvieron ilegibles.
Esa es la razón de que desde la CGT se impulsara la reedición de este valioso documento sobre la vida del héroe libertario. Decenas de personas participaron en un maratón mecanográfico para reescribir el texto, al mismo tiempo que se organizaba un homenaje y la visita de su familia: su hijo Harmodio y su compañera Sara junto a su nieta Xóchitl, que viven Micro Biografía descargada de www.todoslosnombres.org en México. Así, Mis Memorias se pudo leer en España gracias a la edición del Centro Andaluz del Libro y Libre Pensamiento en el año 2000.
Los recuerdos del médico anarquista que había revolucionado la España de comienzos del siglo XX regresaban con aquella epopeya mítica de sus luchas por la libertad y los derechos de campesinos y obreros, además de su revolucionario ejercicio de la profesión de médico sin cobrar a los más necesitados.
Las memorias se detienen en el momento en el que abandona España tras la guerra. Apenas menciona su labor de médico en el exilio. La dirigente anarquista Federica Montseny escribió poco después de morir Vallina: “¿Quién narrará los últimos años del doctor Vallina en México? ¿Lo que fue su existencia, perdida entre montañas, viejecito ya, desplazándose penosamente a través de la selva, protegido de lejos por los pobres campesinos que, después de muchas reservas y recelos, lo adoptaron de tal forma que hubiesen dado la vida por él”.
Este tomo por escribir es el que hay que recomponer a partir de las semblanzas, el correo, los artículos sobre su figura o la memoria oral de quienes lo conocieron en esta etapa.
El hombre que se había convertido en una leyenda del anarquismo, que había participado en los intentos de asesinar a Alfonso XIII en París y en Madrid, que había sido compañero de líderes libertarios abandonaba España siguiendo la cola de fugitivos que intentaba alcanzar Francia.
En las memorias, aporta algunos datos sobre este éxodo. “No muy lejos del puerto de Rosas encontré un hospital militar que desocupaban los enfermos; me impresionó profundamente contemplar a varios ciegos que cogidos de la mano preguntaban cuál era el camino de Francia”.
Cerca de los Pirineos pasa su última noche española. Antes de partir, entrega a la madre de un soldado que conocía varios libros de medicina que llevaba. Y apunta: «Por si pudiera algún día volver a recogerlos».
Esta frase, escrita tantos años después en su exilio mexicano, está cargada de pesadumbre. Habría que imaginar a un Vallina envejecido, casi vencido, que recuerda el paradero de sus libros de medicina en los que había anotado algunos casos sobre la viruela, la tifoidea, la escrofulosis o las tisis venéreas. A veces, su memoria se convierte en un albarelo que guardara los malos humores y las fiebres malignas de todos los que sanó.
Vallina sigue el terrible camino del destierro. El chalequillo le huele a polvo de quina aluminoso y jarabe de adormidera con el que quisiera olvidar el verdadero olor que lleva en la ropa y en el alma: el hedor abstracto de la muerte.
En Perpiñán, el médico es obligado por las autoridades francesas a entregar el fusil e ingresa en un refugio-prisión. Allí ejerce de médico en una barraca de curaciones. Luego, pasará al campo de internamiento de Argelès hasta poder refugiarse en un sanatorio antituberculoso, un panorama desolador que él conoce muy bien. Es entonces cuando Micro Biografía descargada de www.todoslosnombres.org recuerda sus experiencias en el sanatorio antituberculoso que creó en Cantillana, todo ese mundo que dejó atrás y que ahora parece tan lejano.
Camino de América
Finalmente, Vallina abandona Francia y se embarca en el vapor La Salle rumbo a Santo Domingo. En la colonia de Dajabón abre una clínica para sanar a los nativos que padecen el paludismo y la tuberculosis.
Poco después se establece en México. Primero vive con su familia en la calle de Bolívar y luego se traslada a Loma Bonita en Oaxaca donde permanecerá cerca de treinta años curando a los indios y campesinos mexicanos en el Consultorio Médico Quirúrgico Ricardo Flores Magón.
En una de las cartas de sus últimos años, en concreto en una enviada a Renée Lamberet, profesora de Historia en París, describe su trabajo: “Te remito tres fotografías de indios de esta selva. La muchacha que levanta el brazo izquierdo, lo tiene enfermo de gangrena y hay que amputarlo. (...) El calor aquí es espantoso por este tiempo, y la disentería, el paludismo, etc hacen grandes estragos, pero el peor enemigo es el alcohol. Los asesinatos son muy frecuentes”.
En sus últimos años, ya en Veracruz, Vallina se volcará en su libro de memorias. En octubre de 1968 recibe los primeros ejemplares, que se venden muy bien. El dinero conseguido, que podría haber servido para aliviar su situación económica, se empleará desgraciadamente en los gastos del entierro. Fue un entierro modesto, apenas diez personas lo acompañaron. La tumba en el cementerio de Veracruz quedó cubierta por claveles rojos y gladiolos que colocaron sus nietas.
RECUERDOS SIN NOSTALGIA DE UN PUEBLO ANDALUZ
“Mi nombre es Pedro Vallina Martínez, y nací en Guadalcanal, provincia de Sevilla, el 29 de junio de 1879. Mi padre era asturiano y de muchacho marchó a pie a Sevilla, con otros de su edad, en busca de ocupación”. Así comienzan las memorias de Vallina, uno de los libros más singulares sobre aquellos personajes de la leyenda libertaria.
Vallina moría en el exilio mexicano en febrero de 1970 y, aparentemente, sólo restaba que se cumpliera el macabro rito del olvido, ese sudario definitivo que cubre la memoria de los desterrados. Pero, algunos años más tarde, a pesar del silencio y el interés por el olvido, en Sevilla –la ciudad que apenas recordaba su leyenda maldita– un grupo de personas se interesaba por rescatar la leyenda del llamado “tigre libertario”, ese hombre que definían como una mezcla “entre Bakunin y San Francisco de Asís”.
Pero no se trataba sólo de la reedición de sus memorias. Un escritor sevillano, a su modo también un lúcido ácrata, se atrevía a novelar la vida de Pedro Vallina. Era Vicente Tortajada, quien en Flor de cananas (Renacimiento, 1999) rescataba la curiosa existencia del médico libertario. En este pasaje narra cómo era la casa de Vallina en la calle Bustos Micro Biografía descargada de www.todoslosnombres.org
Tavera, en el corazón de Sevilla la Roja: “Había una alacena cuyo fondo camuflaba una puerta, y una escalerita que iba al “Cuarto de las conspiraciones”, salón subterráneo y bien amplio adonde se colaba el anarquismo cabal del barrio: desde San Marcos al Pumarejo y San Julián, de los Terceros a la cúpula blanca y azul de San Luis de los Franceses y al arco bellísimo y populachero de Bab-Al-Macaraná”.
Pero, más allá de este atractivo ejercicio de ficción, las memorias de Pedro Vallina son el mejor documento para conocer a este personaje. Especialmente estremecedor es el capítulo dedicado a su pueblo natal, Guadalcanal, y cómo el niño Vallina se da cuenta de las injusticias y decide convertirse en anarquista. El relato evocador nada tiene que ver con el habitual tono de nostalgia de los libros de memorias del exilio: “El personal en su mayoría valía poco y no aspiraba a otra cosa que a vegetar. La propiedad de la tierra estaba en las manos de unos pocos, los más malos y brutos del lugar. Los ricos holgazanes pasaban el día en el casino, hablando de tonterías; los artesanos, las noches en las tabernas. (...) Las mujeres de los ricos hablaban como cotorras, se visitaban entre ellas, y organizaban fiestas religiosas, bailes y corridas de toros”.

Publicado en EL MUNDO el 23 de abril de 2007
Autora: Eva Díaz Pérez

miércoles, 14 de febrero de 2018

El mundillo de la jaula 17


El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 17

Articulo 21
Eso de tirarle a un reclamo una perdiz que esté fuera de plaza - sea macho o hembra, para el caso da igual - es algo que le debe repatear las entrañas, pues hay que ver la actitud de desasosiego, de disgusto y de decepción que toma. Sin embargo, siendo esto tan grave, queda, bajo este sentido, a la altura de una alpargata vieja, ante el descomunal y pichinero desafuero - y nunca me cansaré de reincidir en el tema – que le debe suponer a un Reclamo el que una perdiz se le vuele de la plaza, por un disparo fallido. Y es que esto le debe infundir una tan atroz humillación que, mucha casta y no menos oficio ha de tener el tal Reclamo, para no resentirse en tan alto grado, como para no quedar eternamente decepcionado, si es que no "p´el arrastre" para los restos de su vida.
Por eso yo, sabiendo esto y, además, por propia experiencia, estaba que no vivía, cuando lo del Cubillo, porque no era una, (como en el caso del bautismo como pajarero del Catedrático) ni, incluso, dos, (que aunque nunca me había sucedido cazando al Chepa, sí, por el contrario, con otros Reclamos) sino que fueron, nada menos, que la friolera de seis perdices las que el muy maleta del montero, marrando el tiro, dejara volarse de la plaza o de donde sólo Dios y él pueden saber.
¡Qué fracaso tan descomunal, Santo Dios! Y es que seis perdices en un mismo puesto, manda cojones. Quizás se trate de un récord tan singular, como para que pudiera entrar por la puerta grande del Libro de los Guinness.
Yo conocía sólo un caso - para mí, realmente, asombroso – de marrar tres perdices en un puesto. Yo mismo y en persona, no ya el enorme pecado de fallar una perdiz, sino que, alguna que otra vez, también llegué a fallar dos en mi ya larga vida de pajarero, ya que de esto, creo, que no se salva ni el "Tato", o si no, el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Yo, en concreto, como termino de confesar, no la podría tirar.
Por otro lado, pensaba que el tremendo fracaso del Cubillo,
tal vez, no hubiera podido hacer demasiada mella en El Chepa porque, si bien, por una parte, ya a esas alturas, por las muchas y muy memorables batallas que llevaba libradas, y, por otra, sabiendo de la categoría del Chepa, estaba casi seguro que el soberbio campeón no se debería haber resentido ante tales “fallos”.
No obstante, como al día siguiente del día de autos, era Domingo, dudé mucho si sacarlo al campo o no, pues, a pesar de todo, no se me terminaba de ir de la cabeza que, tal vez, si no en mucho, sí le pudiera haber afectado en algo, por lo que, tal vez, fuera conveniente dejarlo de vacaciones durante una semana, para que, olvidando tan atroz desaguisado, quedara totalmente borrado de su cabeza y, sobretodo, de su corazón.
Fue el momento de coger las sayuelas, para encapillar a dos de los tres reclamos que tenía, cuando, cortando por lo sano y tan contundente como decidido, terminé por decidirme por El Chepa y por el sustituto del pobre Tarta que, por cierto, viendo las buenas maneras que venía demostrando, ya le había bautizado con el nombre de "El Granaino", por proceder del pueblecito de Los Montes Orientales de Granada, Pedro Martínez, el pueblo de mi madre y en el que yo me criara. Pájaro, por cierto, que, en una de mis esporádicas visitas a al pueblo, me regalara mi primo “Pepico el de La Posá”.
El día estaba que si no para echar las campanas a vuelo,
tampoco como para ponerlas a doblar a muerto, así que salí para allá, en busca de los encumbrados olivares de La Sierra del Agua, con los anhelos de siempre bailándome en los ojos, por supuesto, que también en el corazón, si bien era cierto también que un tanto mortecinos, a veces, por aquel preocupante pellizco de dudas que, sobre El Chepa llevaba por los seis - ¡nada menos que seis! - que, el día anterior, el muy petardo de mi anfitrión marrara en El Cubillo.
Por lo pronto, en el puesto de luz, “El Granaino”, aunque no le tiré, se portó como los buenos, no dejando de salir de reclamo, durante todo el tiempo que duró el puesto, aunque haciendo calladas, más o menos, largas. Pero el campo no estaba por la labor, y no correspondió en ningún momento.
Por la tarde, pensando buscarle a mi hipotético decepcionado, El Chepa, el sitio más propicio, y aún más, encontrándome tan escamado, después de comprobar, en el puesto de la mañana, la pésima actitud en la que estaba el campo, decidí hacer el tollo, arriesgando al máximo, en un lindazo de prietas y frondosas adelfas, que servía, precisamente, de linde entre el Coto de la Sociedad de Cazadores de Guadalcanal, del que yo era socio, y del que, por ser un coto comercial, era casi sagrado e intocable.
De todas maneras, se trataba de una linde cinegética, por lo que, según la ley, tenía que estar distanciado de ella, cuanto menos, quinientos metros, y no estaba ni a un centímetro, porque si el pulpitillo no, el tollo sí estaba en la misma linde.
Claro que, por otra parte, procuré estar tan astutamente camuflado en él, que aquello bien podía ser lo de la famosa aguja en el pajar, aunque, claro, por muy invisible que allí
pudiera estar, los tiros me podrían delatar ante alguno de los “jurados”, necesaria e ineludiblemente. Pero bueno - Pensé - como contra siete vicios, hay siete virtudes, todo sería cuestión de pegar un solo tiro, ya que mi único objetivo era ver si el presunto resentido lo estaba en realidad, y así, una vez comprobado cómo le podría afectado lo del Cubillo, pues pies para qué os quiero.
De momento, el bueno del Chepa comenzó como de costumbre. Sus consabidos saltitos - esos jamás podían faltar - mientras me apresura a emboscarme en el tollo, después de
quitarle la sayuela, para, de inmediato y sin la menor pérdida de tiempo, salir de “reclamo de cañón”.
La cosa pues, empezaba bien. No tardó mucho "en ponérsele al aparato" un macho del paraíso prohibido, que no de nuestro colindante coto de La Sociedad de Cazadores, el que, presto y sin demora, allá acudió, quedándose al otro lado del lindazo. El Chepa, presintiéndolo, que no viéndolo, se lió con él, con el poderío y el talento del gran campeón que era, pero el sagrado cotista no atravesaba el lindazo ni a la de tres.
No parecía sino que, no teniendo el pasaporte en regla, no se atrevía a pasar la frontera.
Sangre, sudor y lágrimas le costó al que, intacto de todo resabio, seguía siendo el insuperable artista que siempre fuera, para que el cotista traspasase aquella tan prohibitiva frontera de tupidas adelfas por una especie de portillo que se abría, unos metros más arriba de donde nosotros nos encontrábamos, y desde donde entró, directamente, en la plaza, acompañado de su hembra y celosamente embolado, al tiempo que, arrastrando el ala y emitiendo amenazantes “cuchicheos”, le presentaba cara al que, con el pico sobre la esterilla, le estaba recibiendo engolado y representando, como todo un insuperable actor de comedias, el fraudulento papel del más enternecedor y cariñoso amigo.
-¡”Olé ahí los tíos bragaos”!.- Me faltó gritarle a mi entrañable Chepa, viendo cómo, en aquel instante, se me borraba mi obsesiva preocupación, al tiempo que derramaba júbilo hasta por los pocos pelos que ya me iban quedando en la cabeza.
En esos momentos, un mar de dudas comenzó a acudir a mi frente. ¿Qué hacía en circunstancias tan comprometidas...?
¿Abatía primero a la hembra, sabiendo que, por lo bravucón que parecía estar el macho, un segundo tiro iba a ser cosa de un suspiro, puesto que el valiente y celoso esposo, si es que llegaba a volarse al tiro de la hembra, estaría de vuelta en menos que se santigua un Cura loco...?
¿Tirar primero el macho y dejar al Chepa que siguiera disfrutando del lance con la hembra por allí merodeando taimada y sin decidirse a entrar, aún con el riesgo que podía suponer seguir allí a la espera, después de la explosión de un primer disparo...?
¿Cometer el pecado cinegético, que para mí era la tan odiada y despreciable carambola, y tras el tiempo justo de que el trovador cargara el tiro, coger manta y carretera....?
¿Cometer la imperdonable tontería de dejar allí al matrimonio hasta que, aburrido y hastiado, se marchara, dejando, a su vez, al trovador con la miel en la punta del pico....?
Por lo menos, de esta última posibilidad, ni hablar del peluquín. La deseché como un mal pensamiento, si es que no como una perversa tentación. Tal memez, por otra parte, dejaba en evidencia a un artista de tan alta categoría, como era El Chepa, despreciando su tan valiosa obra de arte, de una forma tan injusta como grotesca, y eso ya se pasaba un mucho de castaño oscuro.
Lo de abatir primero e indistintamente al macho o a la hembra, tenía que suponer, en cualquier caso, dos disparos, más o menos espaciados, pero dos, y esto sí que era meterse en la boca del lobo, aunque no tan de lleno, optando por la hembra en primer lugar como optando por el macho.
Me decidí, por fin, por el pecado de la carambola, por muy despreciable “pichinería” que fuera para mí, pero es que en aquella ocasión, las circunstancias mandaban. Y así, con un solo disparo, el lance quedaba totalmente solucionado, y todos tan contentos, ya que el protagonista, por su parte, quedaría, absolutamente, satisfecho, y su escudero, totalmente fuera del peligro de caer en manos del guarda, así que mi decisión se me hizo irrevocable, pues eran muchos pájaros lo que caían en aquel tiro: los dos pájaros de perdiz; el de la satisfacción del reclamo, y, por fin, el mí salvación, que tampoco era moco de pavo, al quedar como perro al que le quitan pulgas, pudiendo tomar rápidamente “las de Villadiego”, y así quedar libre de una posible captura. ¡Fuera pues cualquier elucubración o remordimiento, ya que muerto el perro, se acabó la rabia!
Todo decidido, había que esperar el momento oportuna.
De momento, cuando me quise dar cuenta, tenía al sagrado “cotista” encima de la jaula, en descomunal y desigual batalla con El Chepa, pegándose, mutuamente, picotazos y más picotazos a través de los alambres de la cúpula de la celda del prisionero.
Viendo que no desistían de su encarnizada lid, pensé despachar a la hembra de un tiro, pero, claro, tan encelado estaba en su pelea el campesino, que estaba seguro que, no ya
volarse al tiro, sino que ni se enteraría de él.
Tuve suerte, pues pensándomelo estaba, cuando lo vi como que se escurría de aquella tan incómoda postura en que se encontraba peleando en su atalaya, yendo a caer, precisamente, junto a su esposa, que seguía tan insulsa e impávida, como cuando lo observaba peleando. No había pues tiempo que perder. Era el momento. Así que, la “carambola” en un certero tiro, y aquí se acabó la presente historia, y, sin la más mínima pérdida de tiempo, a huir por allí como gato que escapa sobre brasas.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

miércoles, 7 de febrero de 2018

Un hidalgo en Guadalcanal 4/4

Decansando y contemplando la ermita
Visita de D. Alonso de Quijano a nuestra villa
Cuarta  parte

Última parte de esta historia ficción está estructurada en la visita ficticia de D. Quijote de la Mancha y su fiel escudero Sancho Panza a Guadalcanal, a través de estos dos personajes y mezclando el Guadalcanal actual con la villa Santiaguista del siglo XV a  finales del XVI, hacemos un recorrido por las principales calles y visitamos los monumentos de la villa, acompañados por nuestro paisano el noble D. Esteban de Millán y Aguilar que tal vez fue noble en aquella época y perteneció al Concejo de la Villa.
A mi amigo Ignacio Gómez Galván, que mantiene viva con su fundación la historia y literatura de nuestro pueblo, me he permitido la licencia de tomar algunas notas de su libro “Cervantes en Guadalcanal”.

Continuando calle arriba, en el número encontraron la casa natal de D. Adelardo López de Ayala, nacido en esta villa en el 1 de Mayo de 1828, cuando aun pertenecía a Extremadura,  pueblo arriba en dirección a la salida para Llerena por la calle Espíritu Santo y antes de las últimas casas del casco urbano a la derecha divisaron el edificio del Convento (13) del mismo nombre.

-¿Me quiere Vd.  decir D. Esteban que en éste vetusto edificio dormitan hombres o mujeres dedicados al noble oficio de guiar a las almas pecadoras hacía la salvación divina?
-No es menos cierto que desde 1903 las Hermanas Misioneras de la Doctrina Cristiana cumplieron esas labores y la enseñanza de la cultura y labores propias de las jóvenes de la villa, pero actualmente se encuentra cerrado,
-Comentó el anfitrión con nostalgia-.
-Convento sin monjas y olla sin carne, no han de servir para saciar alma o cuerpo de caminante, -protestó Sancho-.
Abandonaron la localidad y por el camino que continúa después de la citada calle divisaron el conjunto del Cristo de la Cruz Abad del Santo (14),  compuesto por la ermita, humilladero y huerto que por el año 69 del pasado siglo fue desamortizado y vendido por el cura Antonio Espinosa Torre con la benevolencia  del arzobispado de Sevilla, como otros varios edificios de antigüedad y riqueza arquitectónica mencionados anteriormente.
Este conjunto tanto la ermita como el humilladero  anejo datan del siglo XVIII, si bien alguna edificación se fechan en el  siglo XV, ya que en un escrito de los visitadores de 1481, está compuesto por humilladero, ermita y huerto.
-¿Se equivoca mi pobre cabeza o creo que tanta nostalgia obliga a vuestra merced a recordar que esta villa perdió gran cantidad de su patrimonio por la dejadez de unos y la ambición de otros?
-Así es amigo hidalgo, cuando los pueblos dejan abandonado sus edificios emblemáticos, viene un desarmado y los vende a precio de saldo en nombre del Señor –Respondió D. Esteban-
-Dios te guarde de cura ambicioso, que en nombre del Santísimo, ducados y fortunas amasa
-Murmuró el escudero-.
Ya en el puerto de Llerena dejaron atrás la villa y vieron con asombro la maravillosa vista que ofrecía tan maravillo conjunto arquitectónico y un centenar de metros más abajo, camino de Extremadura pararon en el pilar para que abrebaran las caballerías, allí contemplaron la inmensidad del valle y las montañas al fondo que de hacían frontera entre las dos regiones.
Continuaron y en el desvío a la derecha cogieron el camino de Guaditoca escoltado de jaras y retamas que la primavera hacían resplandecer e impregnar de olores el recorrido, apenas a dos leguas se encontraba la ermita de la patrona de la villa, próximo destino de su viaje,
-Caballero, las posaderas de mi señor y su maltrecho equino necesitan un descanso a la vez que mis tripas llaman a oración, que cruces vemos pero no posadas
– Dijo Sancho rompiendo el silencio-
-Bien es cierto, amigo Sancho, en la siguiente cruz que nuestros ojos divisan, llamada del aceite (15), pararemos a hacer un descanso y compartiremos las viandas que llevo en mi alforja.
-Contestó sonriendo D. Esteban al ver al famoso hidalgo y su corcel agotados-.
Tras un breve descanso donde departieron conversación, chacina y pan regados por mosto del cortijo de  las bodegas del Rey, continuaron camino y al final de este, ante sus ojos, el majestuoso edificio de la Ermita de Guaditoca (16) (circundada por el río del mismo nombre), zona que también conoció tiempos de mayor explendor en siglos anteriores cuando se celebraba la famosa feria de ganado de la localidad y uno de los mayores eventos de la parte sur de España, después de visitar la patrona y el niño bellotero regresaron a Guadalcanal.
Nuevamente en el casco urbano, entrando por el Berrocal Chico llegaron a la Plaza Santa Ana, allí las caballerías y Sancho saciaron su sed en el Pilarito,
-Agua que en el pilar cae, ¿que ha de hacerse?, si no aprovecharla por burros y pollinos para beber”
-Comentó jocoso el hidalgo al ver a su escudero saciar su sed-.
Ante sus ojos tenían sobre una atalaya la iglesia que da nombre al barrio, un magnifico conjunto compuesto por el parque, la casa del sacristán y Iglesia de Santa Ana (17) terminada la última restauración en el 2008, después de más dos años de obras, reconvertida en espacio cultural a posteriori de haber sido sometida a una recuperación integral. La Consejería de Cultura del Gobierno de Andalucía invirtió 1.063.493 € en las obras ejecutadas en este Bien de Interés Cultural y suponen la recuperación del templo mudéjar que desde 1997 permanecía en ruinas y que estuvo a punto de ser vendido a un particular.
Quedaron los visitantes abstraídos y sus ojos llenos de bellas imágenes ante la impresionante vista de la villa que desde la torre contemplaban en un día de primavera despejado y maravilloso, iniciaron el descenso al centro del pueblo por la calle de las Minas, donde en el número 14 nació este guía, antes de iniciar la bajada por la calle Ortega Valencia al escudero le llamó la atención el conjunto de casas que forman la alcazailla,
-Moradas que en altura se encuentra,  agua rechaza
–Aseveró Sancho-
Continuaron pro la calle Ortega Valencia, el número dos de esta calle se encuentra una casa  corralón, allí sobre el año 1520 nació D. Pedro Ortega Valencia (18),  tal vez el hombre más insigne que nació en esta villa y que formó parte de la expedición de Álvaro de Mendaña en 1568 como maese de campo por las islas Salomón y que daría nombre a una de las islas en memoria de su villa de nacimiento. Continuaron por la calle Juan Carlos I (antiguamente llamada La Sánchez) para coger la calle de Los Mesones, por estas dos últimas calles contemplaron varias casas señoriales de bonitas fachadas y conservación perfecta en las que no se apreciaba el pasar de los años o tal vez siglos.
-Viene a mi mente D. Esteban una pregunta lógica al pensar en D. Pedro Ortega y su gran gesta, Vds. los moradores de esta villa, que son amigos de resaltar personajes, monumentos al católico culto y otras epopeyas, ¿Cómo no han homenajeado mediante rehabilitación de su casa y otros hechos que recuerden a tan meritorio maese  de esta villa?.
-Tiene Vd. toda la razón D. Alonso, aquí se demuestra un refrán de los que tan adicto es su escudero, “Nadie es profeta en su tierra”, y en este caso se cumple, las huellas de D. Pedro se limitan en la actualidad en su pueblo a una casa en ruinas, unas calle, una placa en la fachada del Ayuntamiento conmemorativa de un homenaje que le hicieron las armadas Norteamericana y Española el 6 de Septiembre del 1964 y poco más.
- Hombre que a su nación da gloria, es tan agradecido como agua que al mar riega.
-Apostilló Sancho- 
Ya pasada la hora del crepúsculo y cuando las campanas de la iglesia de Santa María de la Asunción llamaban a los fieles a la última  misa del día, terminaron su recorrido nuestros tres protagonistas en el Pilar de la Cava, cerca del Jurado, lugar donde tal vez estuviese el Mesón del Toro en el siglo XVII, para mayor gloria de nuestra santiaguista Villa de Guadalcanal.

(13) Convento del Espíritu Santo, este convento de religiosas fue fundado por un hijo de la localidad afincado en América, para cuya erección destinó de su hacienda la cantidad de 80.000 pesos de plata. Tomó esta advocación el nuevo cenobio, precisamente, por levantarse junto al hospital que, con este nombre, fundara el presbítero don Benito Garzón en 1511. La capilla que aneja a este convento se labró, aunque ha sufrido algunas reformas, aún conserva huellas del tiempo de su edificación, especialmente en el altar mayor, en cuyo banco se halla el retrato del patrono y la leyenda.
El edificio está construido en mampuesto y ladrillo revocado. Posee planta de cruz latina, cubriéndose la nave y el presbiterio de bóveda de cañón con lunetos y fajones y media naranja en el crucero. La portada situada a los pies es de vano adintelado entre pilastras y entablamento con frontón recto. El retablo se decora con pinturas de Pentecostés, la imposición de la casulla a San Ildefonso, Santa Catalina, la Coronación de Nuestra Señora, la Natividad del Señor y la Natividad de la Virgen. Del tiempo fundacional prevalece, también, un patio de ordenación toscana en el interior de lo que fue convento de las comendadoras del Espíritu Santo. Fue desde l903 de las Hermanas Misioneras de la Doctrina Cristiana.
(14) Humilladero de la Cruz del Abad Santo.- El vecino de esta villa Rodrigo Mata, difunto, ordenó en su testamento a su mujer Catalina Ramírez a quien nombró por albacea y heredera universal de sus bienes, que erigiese un Humilladero al sitio llamado de la Cruz del Abad del Santo, consistente en un templete con cuatro postes, en cuyo frontal debería figurar el misterio de la Quinta Angustia, para la que destinó el testador 10.000 maravedíes. Como aún no se había ejecutado dicha voluntad, la visita pidió el testimonio  a Catalina Ramírez y ordenó al alcalde don Juan Sánchez de Bonilla que cumplimentara esta disposición a la mayor brevedad posible.
Comprendía este conjunto, un huerto de aproximadamente una fanega de tierra, una pequeña vivienda, la capilla o ermita del Cristo y un templete con una fuente en el centro, terminada con azulejos de estilo trianeros de finales del  siglo  XVIII.
En resumen, una edificación iniciada en el siglo XV y catalogada en 1770 y que fue vendida en su conjunto por cien mil pesetas, apenas 600 € actuales, que sin control alguno fue transformada, la puerta principal tapiada por su nuevo dueño, utilizándola como granero y la huerta cultivada.
En este lugar se celebraba la tercera semana de Septiembre  o veintiún días después de finalizar la feria y una semana antes de la romería de Ntra. Sra. de Guaditoca,  la velada del Cristo, que luego pasó su celebración a la plaza de España de la localidad por  acuerdo de la hermandad y la corporación municipal.
(15) La Cruz del Aceite es una de las paradas procesional en las romerías de la patrona de Guadalcanal que se celebra los últimos sábados de Abril y Septiembre.
Llamada así ya qué durante la edad media era sitio de parada de los peregrinos y transeúntes que venían por el camino de su mismo nombre y se dice que allí ofrecían a la Virgen de Guaditoca aceite como ofrenda para proseguir el camino con su bendición.
(16) La ermita o santuario está erigido en honor a la patrona del pueblo Ntra. Sra. De Guaditoca. Dista 11 kilómetros de la población, y está situada en el extremo noreste del término municipal. El Santuario fue construido en el año de 1647 y la decoración arquitectónica esta ejecutada a base de elementos del Toscano. Iglesia de una sola nave construida en 1647 y a la que se le añadió en 1718 un camarín. Son de destacar las pinturas del maestro Llerena, Juan Brieva, del siglo XVIII.
El Santuario antiguo del Siglo XIV se levantó en término de Azuaga y D. Enrique Infante de Aragón, Gran Maestre de la Orden de Santiago, cedió a Guadalcanal, el día 10 de Abril de 1.428, parte del término de Azuaga. Hubo debates y contiendas entre ambas villas, por lo que el Gran Maestre nombró jueces, que dieron sentencia aclaratoria el 20 de Noviembre de 1.469, a favor de Guadalcanal, siendo posteriormente confirmada por los Reyes Católicos en el año 1494.
Don Alonso Carrasco de Ortega, descendiente de los conquistadores de Extremadura, y su esposa Doña Beatriz de la Rica, mandan levantar un nuevo Santuario. Comienzan las obras en 1638 y se terminan el 1647.
Las pinturas del Santuario fueron realizadas por el pintor Brieva de Llerena, en 1800. Fue ayudado por su hijo. Los azulejos de reflejo metálico del altar mayor, son de 1913.
Hasta el 24 de mayo de 1792 no se instituyó la romería anual. Antes la Virgen sólo venía al pueblo en casos excepcionales de calamidad.
En 1718 se hizo el camarín, terminándose en mayo de 1719. En el testero hay un mural de la Virgen tal como la vestían en el siglo XVIII. Junto a ella está la Virgen con el Niño, San José, San Joaquín y San Ignacio. En el muro de la derecha hay una pintura, posiblemente el Marqués de San Antonio.
El Niño Bellotero data de 1300.
El 4 de septiembre de 1722, Felipe V otorgó por Real Cédula, firmada en Balsaín, el Patronato y Administración del Santuario de Guaditoca, a favor del Sr. Marqués de San Antonio y Mira del Río, Don Alonso de Ortega y Toledo.
(17) La iglesia de Santa Ana, ésta iglesia es de estilo mudéjar y fue erigida entre finales del siglo XV y principios del XVI, siendo posteriormente ampliada y transformada en el XVIII. De una sola nave, está situada en un altozano desde el que domina buena parte de la población. Fue declarada Monumento Histórico-Artístico de carácter Nacional en 1979, en la actualidad Bien de Interés Cultural, y son de destacar sus capillas y retablos de los siglos XVII y XVIII. Desacralizada, tras labores urgentes de restauración en 1997-1999 y de posterior adaptación, se halla dedicada a Centro de Interpretación. A la primera etapa corresponden la planta rectangular de una sola nave con arcos transversales, el pórtico exterior, con tres arcos apuntados enmarcados por alfices sobre pilares ochavados, y la torre-fachada de tres cuerpos rematada por chapitel situada a los pies. A la segunda etapa corresponde la decoración de las portadas laterales, adinteladas con pilastras adosadas y flanqueadas con frontón recto partido con hornacina central, y la cubierta de la capilla mayor, de bóveda semiesférica, al igual que las cuatro capillas adosadas en los muros laterales.
(18) Pedro de Ortega Valencia, nació en Guadalcanal sobre el año 1520, y falleció en tierras del nuevo mundo sobre 1598, uno de los muchos guadalcanalenses que emprendieron la aventura del nuevo mundo y se enrolaron en un navío camino de lo desconocido,  fue un explorador y experto militar. Casado con Isabel Hidalga, tuvo dos hijos, Jerónimo y Pedro, el primero le acompañará en su viaje.
Formó parte de las expediciones de Álvaro de Mendaña, bajo el reinado de Felipe II en una de ésta expediciones en su aventura del 1 de febrero de 1568 descubren  las Islas Salomón. En dicha expedición participó Pedro Ortega Valencia, como Mariscal de Campo, que daría nombre a una de esas islas como Guadalcanal, el pueblo donde había nacido.

Rafael Candelario Repisa
Guadalcanal, Noviembre, 2017