La práctica de
la minería en la América Española
Naturalmente,
ocurría que la abundancia de escritos y noticias técnicas sobre minería
americana era consecuencia de los esfuerzos e investigaciones prácticas de los
mineros españoles, antes conquistadores.
Los nombres de
los prácticos y no escritores que trabajaron las explotaciones mineras, que por
todas partes aparecen en América y sorprende por su atrevimiento, dados los
deficientes medios de su época, sólo se conocen de referencia. Pero bastan
éstas para darnos cuenta del colosal esfuerzo español distribuido por toda
América y aplicado con la energía y tesón que antes pusieron los conquistadores
en la guerra a la explotación de las riquezas mineras. Así, por ejemplo, se
sabe que un tal Fernández de Velasco, que en 1570 vivía en el Cuzco, después de
residir en el Potosí, gracias al auxilio que le prestó D. Francisco de Toledo,
pudo reformar el beneficio de la plata y el oro por amalgamación en todo el
Perú, salvando la minería de la ruina. Se habían agotado los minerales ricos
que alimentaban seis mil hornillos a guayras, constantemente encendidos
alrededor del famoso cerro del Potosí. Las minas sudamericanas, utilizando los
minerales pobres que antes se abandonaban, volvieron a producir riqueza
metálica económicamente al propio tiempo que las de Méjico, merced a la
amalgamación y copelación inventadas por
los españoles. Resulta evidente que toda la moderna minería de las que fueron
nuestras Indias se fundamenta en la española.
Con lo dicho
someramente, tema en el que sobra materia para un libro, se aclara un fenómeno
curioso que silencian los mineros extranjeros en la que fué América española,
salvo los tratadistas de gran altura, como Fuches y Launa y, que lo advierten
algunas veces. En todas las minas que el capital moderno, y generalmente
norteamericano, piensa dar con riquezas desconocidas de los españoles,
calculando equivocadamente nuestros conocimientos de entonces en minería, por
reducción de nuestra actual desidia industrial, se encuentran restos de la
olvidada pujanza minera española y las huellas de las garras conquistadoras.
Así pudo ocurrir
caso tan curioso como el siguiente: Una Compañía norteamericana se propuso
desaguar el lago Guatavita, en el cual la tradición afirma que los indios
arrojaban en la proclamación de su príncipe dorado gran cantidad de oro y
piedras preciosas para conseguir el favor de la divinidad oculta en sus aguas
sagradas. Las dragas habían recogido de su fondo algunos bestiarios de riquezas
auríferas.
Conseguido el
objeto de la empresa, y descubierto el lodo del fondo, se encontraron algunos
ídolos auríferos, esmeraldas y objetos de cerámica. Y entonces apareció al
descubierto el corte que un contratista español, llamado Sepúlveda, hizo en el
terreno con el mismo objeto. Fué concesión, en 1652, de Felipe II la de desainar el lao-o, empresa ya
tanteada anteriormente por Hernán Pérez de Quesada. Sepúlveda recogió de sus
trabajos varios objetos de valor, entre ellos una esmeralda de gran precio que
regaló al monarca español.
Puede
disculparse esta equivocada creencia del desconocimiento de nuestra pujante
minería de entonces la consideración de que hasta en nuestra Península se
presentan casos parecidos. Yo fui encargado del desagüe de las célebres minas
de Guadalcanal, favoritas de Felipe II, y de las cuales obtenía plata para
pagar las galeras de Andrea Doria, y el plato del emperador en Yuste, cuando
suponíamos, según nuestros informes, agotados en profundidad los trabajos a
causa de la gran cantidad de agua, nos encontramos con labores más profundas,
que desaguaban los antiguos utilizando émbolos de palanca actuantes en árboles
huecos convertidos en cuerpo de bomba.
Allí donde en la
América que fué española busquen los extranjeros riquezas minerales, casi
seguramente antes o después darán con los restos de la minería española y con
algo semejante a los árboles huecos de Guadalcanal.
Le ocurrió a
España en este aspecto de su historia lo de siempre. Variedad de veces la
sublimación de un ideal fantástico la llevó a rematar grandes empresas; pero al
tropezar con la mísera realidad abandonó siempre lo que en manos menos
idealistas se convirtió en riqueza. Siempre la repetida historia de Don Quijote
en Sierra Morena, levantando con la punta de su lanzón el maletín del loco
repleto de monedas de oro que regaló a Sancho Panza.
Pero los dineros
del maletín de Cardenio no hubieran llegado a poder del escudero si a Don
Quijote no se le hubieran ocurrido las locuras de Sierra Morena. Y es consuelo
triste y agradable a la vez para el que se siente racialmente español poder
afirmar que las modernidades sanchopancescas, incluso las mineras, fue saben
utilizar las riquezas que desperdició en América Don Quijote, dándole con el
cuento de un anticuado lanzón como al maletín del loco en Sierra Morena, no
serían posibles sin nuestras quijotescas locuras. Sin la fantasía no se hace
más que mecánica en el cerebro humano, y toda la maquinaria de una fábrica de
discos de gramófonos, capaz de construir siete mil en jomada, se fundamenta en
la fantasía musical originaria. Así. el despreciado lanzón representativo del
ideal absurdo y fantástico, es indispensable para la fabricación de mundos
nuevos, especialidad histórica de la raza hispana.
Revista Ingeniera
y Construcción
AÑO X I . - V O
L . X I . - N Ú M . 125. Madrid, mayo 1933.
Por JOAQUÍN
MENÉNDEZ ORMAZA
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