El caballero de los dedos de bronce
Jerónimo de Ayanz y
Beaumont (Guendulaín) Navarra 1553 + Madrid 23 de Marzo 1613, fue un
militar español, Hombre polifacético, destacó como militar, pintor,
cosmógrafo, y músico, pero, sobre todo, como inventor. Fue el precursor del uso
y diseño de la máquina de vapor, mejoró la instrumentación científica,
desarrolló molinos de viento y nuevos tipos de hornos para operaciones
metalúrgicas, industriales, militares e incluso domésticas. Inventó una campana
para bucear e incluso llegó a diseñar un submarino. Quizá su obra más
destacada fue la máquina de vapor, ya que registró en 1606 la primera patente
de una máquina de vapor moderna.
Hijo de Carlos de Ayanz, capitán de la guarnición de
Pamplona, y de Catalina de Beaumont, fue el segundo de los hermanos varones,
siendo el primogénito don Francés de Ayanz, nacido un año antes. La crianza de
Jerónimo y sus hermanos estuvo a cargo de su madre, doña Catalina de Beaumont y
Navarra, que inculcó a sus hijos los principios de una educación propia de su
rango. Pasó la infancia en el señorío de Guenduláin hasta que en 1567 fue a
servir al rey Felipe II como paje. En la Corte se instruyó en las dotes
militares, en las letras y las artes y también en el manejo de las matemáticas
que, posteriormente, le servirían para sus estudios de cosmografía.
Don Carlos de Ayanz intervino en las campañas de Francia,
participando en la batalla de San Quintín en 1557. Combatió, además,
en Túnez, Lombardía, Flandes, Portugal, las Azores, La Coruña.
Jerónimo de Ayanz se hizo famoso en su época por su
fuerza y por las hazañas que realizó en Flandes. Lope de Vega refleja
la vida aventurera de Ayanz en la comedia titulada “Lo que pasa en una tarde”, refiriéndose a él como “el nuevo Alcides” y “el caballero de los dedos de bronce”, por
su habilidad de romper platos con tan solo dos dedos. El punto álgido de
su carrera militar fue la evasión del atentado que un francés planeaba contra
Felipe II. Gracias a su coraje y valentía, el rey lo premió con la Orden
Militar de Calatrava. El 7 de mayo de 1582 había recibido la encomienda de Ballesteros de Calatrava y
años después, el 30 de enero de 1595, recibiría la encomienda de Abanilla.
En 1587, fue nombrado Administrador General de Minas del
Reino, es decir, gerente de las 550 minas que había entonces en España y de las
que se explotaban en América. Fue capaz de resolver algunos de los graves
problemas de la minería de entonces. Es necesario señalar que consiguió
realizar este conjunto de invenciones desde 1598 hasta principios de 1602.
Las minas de la época tenían dos problemas serios: la
contaminación del aire en su interior y la acumulación de agua en las galerías.
Inicialmente, Ayanz inventó un sistema de desagüe mediante un sifón con
intercambiador, haciendo que el agua contaminada de la parte superior
procedente del lavado del mineral, proporcionara suficiente energía para elevar
el agua acumulada en las galerías. Este invento supone la primera aplicación
práctica del principio de la presión atmosférica, principio que no iba a
ser determinado científicamente hasta medio siglo después. Y si este hallazgo
es realmente prodigioso, lo que eleva a Ayanz al rango de talento universal es
el empleo de la fuerza del vapor.
La fuerza del vapor de agua era conocida desde hacía
muchísimo tiempo. El primero en utilizarla fue Herón de Alejandría, en el siglo I. Mucho después, en el siglo XII,
consta que en la catedral de Reims había
un órgano que funcionaba con vapor. Los trabajos sobre la materia prosiguieron
tanto en España como en Francia e Inglaterra. Lo que se le ocurrió a Ayanz fue
emplear la fuerza del vapor para propulsar un fluido (el agua acumulada en las minas) por una tubería, sacándola al
exterior en flujo continuo. En términos científicos: aplicar el primer
principio de la termodinámica —definido
dos siglos después— a un sistema abierto.
Un hombre de empresa.-
En vista de la indiferencia del rey Felipe III y de la
Corte española ante las invenciones de Ayanz, el comendador decidió invertir su
fortuna personal en aplicarlos por su cuenta y riesgo. Previamente, Ayanz se
había visto obligado a demandar judicialmente a varias personas que habían intentado
copiar sus invenciones.
Ayanz fabricó equipos de bucear que fueron destinados
para la búsqueda de coral, tesoros de barcos hundidos y sobre todo, para la
explotación de los ricos ostrales de perlas de la isla Margarita (en la actual Venezuela). No conocemos los
resultados de esta empresa, pero pensamos que tuvo una fuerte oposición entre
los propietarios de las canoas de negros que se sumergían a pulmón limpio para
buscar las perlas. En todo caso, parece que Ayanz no llegó a percibir ningún
beneficio por este tipo de invenciones.
Pero el campo que mejor conocía Ayanz era el de la
minería, y llegó a formar sendas compañías para explotar varias minas que había
descubierto. Una se encontraba en la sierra de El Escorial, que registró en el
año 1608, aunque no llegó a producir lo que se esperaba. La mina de plata más importante de
España era la de Guadalcanal, ahora de Sevilla, que estaba abandonada porque
sus pozos se habían inundado y ninguna máquina conocida en la época era capaz
de desaguarlos. Ayanz había examinado este rico filón de mineral de plata en sus
viajes de inspección a las minas españolas.
Conociendo sus posibilidades, en el año 1611 formó una
compañía minera para explotar los pozos, que serían desaguados con los ingenios
de su invención. Todo parece indicar que aquí se emplearon por primera vez en
el mundo las máquinas de vapor, lo muestra el uso de una mina de cobre
adyacente para fabricar las máquinas con este metal, el consumo de abundante leña
para los hornos, el secretismo con que Ayanz intentó rodear su explotación y el
hecho indudable de que ninguna de las energías conocidas en la época había sido
capaz de efectuar el desagüe.
Ayanz y sus socios llegaron a sacar incluso cierta
cantidad de plata de las vetas, lo que prueba que se habían conseguido achicar
algunos pozos. Sin embargo, las trabas burocráticas que opusieron los eternos enemigos
de Ayanz, unido al engaño de los socios, hizo que la explotación no continuase.
La enfermedad del inventor que le condujo a la muerte obligó a cerrar definitivamente
la explotación minera.
Además, aplicó ese mismo efecto para enfriar aire por
intercambio con nieve y dirigirlo al interior de las minas, refrigerando el
ambiente. Ayanz había inventado el “aire
acondicionado”. Y no fue sólo teoría: puso en práctica estos inventos en la mina
de plata de Guadalcanal, en Extremadura, desahuciada
precisamente por las inundaciones cuando él se hizo cargo de su explotación.
Ayanz inventó muchas cosas: una bomba para desaguar
barcos, un precedente del submarino, una brújula que establecía la declinación
magnética, un horno para destilar agua marina a bordo de los barcos,
balanzas “que pesaban la pierna de una
mosca”, piedras de forma cónica para moler, molinos de rodillos metálicos (se generalizarían en el siglo XIX),
bombas para el riego, la estructura de arco para las presas de los embalses, un
mecanismo de transformación del movimiento que permite medir el denominado “par motor” , es decir, la eficiencia
técnica, algo que sólo siglo y pico después iba a volver a abordarse. Hasta 48
inventos le reconocía en 1606 el “privilegio
de invención” (como se llamaba
entonces a las patentes) firmado por Felipe III. Uno de los inventos
más llamativos fue el de un traje de buceo. La primera inmersión de un buzo
documentada ocurrió en el rio Pisuerga en Valladolid, y el propio Felipe
III asistió al acontecimiento desde su galera, junto con miembros de la corte.
Desde 1608 se había dedicado a la explotación privada de
un yacimiento de oro cerca de el Escorial y a la recuperación de las minas de
Guadalcanal, las mismas donde había aplicado por primera vez en el mundo una
máquina de vapor. Pero enfermó gravemente. El 23 de marzo de 1613 moría
en Madrid. Sus restos se trasladaron a Murcia, la ciudad que había gobernado,
primero al convento de San Antonio de Paula, y luego a la Catedral.
Una soleada tarde de 1602 a orillas del Pisuerga, el
monarca Felipe III asistía a un espectáculo insólito. Un hombre provisto de un
extraño traje llevaba más de una hora bajo las frías aguas del río. Como el
experimento parecía no concluir, el impaciente monarca ordenó su salida entre
aplausos generalizados. La prueba había sido todo un éxito y Jerónimo de
Ayanz podía sumar una nueva patente, el traje de buzo.
Aquel ingenio consistía en una campana cerrada provista
de dos tubos flexibles que iban renovando el aire a través de válvulas
automáticas y fuelles y si parecía un tanto futurista todavía lo era más su
prototipo de submarino, una embarcación cerrada e impermeable que se sumergía
con un sistema de contrapesos y que contaba con una especie de ganchos o
pinzas para coger objetos.
El inventor de estos y otros increíbles objetos era
Jerónimo de Ayanz, un noble navarro veterano de incontables guerras, artista
multidisciplinar y desde hacía unos años, inventor de la corte de Felipe III. Y
es que el siglo de Oro español, que ha sido estudiado hasta la saciedad en sus
plumas y en sus pinceles, ha dado también excelentes hombres de ciencias
que sostuvieron con sus inventos el peso del imperio.
Por cantidad y por calidad, si Lope de Vega fue el Fénix
de los ingenios, Jerónimo de Ayanz lo fue sin duda de la ingeniería.
El caballero de las fuerzas prodigiosas.-
Por su fuerza y atrevimiento, el primer destino de aquel
vigoroso navarro fue el ejército, enrolándose en las campañas de Túnez y
Lombardía. Después le llegaría el infierno de Flandes, donde los grandes
hombres labraban su fama o cavaban su tumba. O ambas cosas, como le
ocurrió al gran Alejandro Farnesio, a cuyas órdenes luchó Ayanz ganando
fama de coloso capaz de enfrentarse con varios enemigos a la vez.
En una ocasión, Ayanz fue gravemente herido durante el
asalto a la ciudad de Zierikzee y no dejó de batirse mientras se desangraba
hasta que cayó desmayado, por fortuna cuando sus compañeros ya le protegían.
Tantas fueron sus hazañas y tanta la admiración que despertaba, que el
mismo Lope de Vega le compuso
una comedia en la que lo comparaba con Alceo, el abuelo de Hércules,
calificando al joven Ayanz de nuevo Alcides.
Los méritos y hazañas del soldado Ayanz no pasaron
desapercibidas para el monarca, que quiso nombrarlo caballero de la Orden de
Calatrava, encontrándose con el escollo de que su abuelo materno había
sido hijo bastardo, lo que obligaba a solicitar una dispensa papal que Felipe
II tramitó con implicación personal. Una vez tomó el hábito, se ganó el
sobrenombre de caballero de las
prodigiosas fuerzas.
Un gran hombre, una gran mujer
Con todas sus dotes y cualidades, Jerónimo de Ayanz llegó
a la edad de 31 años sin haber encontrado mujer y como ya había hecho muchos
méritos en su vida, quiso buscar la mejor o al menos la más rica. Su
tío, por entonces inquisidor en Murcia, le presentó a doña Blanca Dávalos
Pagán, la joven heredera de una de las familias de más nombre y fortuna de la
ciudad. A Murcia se marchó el buen Jerónimo y una vez casado, aprovechó su
experiencia en la corte para involucrarse en los asuntos de la ciudad, llegando
a ser regidor de Murcia y más tarde gobernador de Martos. Tan bien se adaptó
Ayanz a aquellas tierras y a su nueva familia que cuando su mujer murió a los
pocos meses de casarse, decidió desposar a su hermana pequeña doña Luisa.
Unos años después Ayanz pudo volver a la Corte al quedar
vacante una plaza como administrador general de minas, puesto para el que
buscaban a un “hombre práctico, de
experiencia, ciencia y conciencia” y el navarro, a sus 45 años, daba el
perfil. En su etapa como gobernador de
Martos había conocido algunas de sus ricas minas pero aún le quedaba mucho
por aprender, de modo que empujado por su inagotable energía decidió visitar
todas las regiones mineras del sur de España, llegando a ver personalmente
hasta 550 explotaciones en un periplo de dos años que no fue especialmente
cómodo, visitando con gran interés las de Guadalcanal.
Ayanz tuvo que hacer largas travesías en mula por
terrenos impracticables y se recorrió cada metro de galería de todas las minas
que visitó. Incluso empezó a bucear por los archivos para descubrir minas
abandonadas, siguiendo luego viejos mapas para encontrarlas y analizar si
aún valían para ser explotadas. Varias veces estuvo a punto de morir al
respirar gases tóxicos y sólo su hercúlea complexión le salvó de fallecer
ahogado por culpa de un escape que se llevó a uno de sus ayudantes.
Genio polifacético, ingenioso inventor
En contacto con las minas Ayanz descubriría una pasión
que acentuaba su ingenio por encima de otras, la tecnología. En aquel puesto de
administrador se destapó como un ingenioso creador a la hora de concebir
soluciones mecánicas para toda clase de problemas, de modo que empezó a
construir inventos que no siempre tenían que ver con su trabajo, si bien todos
tenían una aplicación industrial y una utilidad económica.
Pero su gran aportación al campo de la ciencia fue
sin duda la máquina de vapor, un invento en el que se anticipó en cien años al
británico James Watts y que de
haber sido comercializado y extendido podría haber desencadenado una precoz
revolución industrial en tierras españolas. La máquina de Ayanz consistía en
una caldera esférica calentada por un horno de leña que producía vapor. El
vapor salía por un conducto a gran velocidad y al llegar al fino orificio de su
extremo se producía una depresión – hoy
conocida como efecto Venturi – que generaba un movimiento continuo del
fluido.
Ayanz había inventado este ingenio con el objetivo de
renovar el aire viciado de las minas, con lo que más que una máquina de
vapor, lo que inventó fue el precursor del aire acondicionado, un
efecto fácil de conseguir si el aire nuevo era enfriado previamente. La presión
conseguida con el vapor le permitía además llegar a grandes alturas, lo cual
resultaba idóneo para minas muy profundas.
El propio Ayanz tenía en su gabinete una máquina similar
con aire enfriado y mezclado con esencia de rosas, lo que producía un
exótico frescor que sorprendía a todos sus invitados, algunos insignes
científicos como él que acudían a revisar sus inventos. Porque si en algo se
distinguió Ayanz fue en construir prototipos de todos ellos, que podían ser
testados y examinados en multitudinarios actos públicos.
Cuando el monarca Felipe III le concedió hasta cincuenta
patentes en 1606, todos sus inventos fueron sometidos a un riguroso examen,
llegando la comunidad científica a la conclusión de que todos estaban
basados en principios científicos y no se trataba sólo de ingenios mecánicos
fruto de la observación y el ensayo.
Como la corona no podía pagar su trabajo como inventor,
Ayanz utilizó algunos de sus inventos en empresas privadas, por ejemplo en la
búsqueda de tesoros submarinos, perlas y corales, gracias a sus trajes de buzo
y su submarino. En 1613, cuando andaba adaptando sus inventos para drenar la mina de
Guadalcanal, en Extremadura, una de las más ricas en plata de toda España,
enfermó y falleció pocas semanas después.
En su haber dejó medio centenar de inventos cuyos planos
fueron depositados en el archivo general de Simancas y no se supo de ellos
hasta hace unos años, descubriendo entonces que algunos se habían
adelantado en casi doscientos años a avances tecnológicos fechados en el siglo
XIX.
El hercúleo aristócrata navarro habría pasado a la
historia sólo por la legendaria fuerza de sus músculos pero el que más usó y a
la postre le situó como el más grande científico de su tiempo fue su
cerebro.
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