Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso
Prologo.-
Miren ustedes por donde, el otro
día, me dio por ponerme a ordenar una serie de papelotes de todo tipo y de la
más diversa procedencia, que tenía en una muy abultada carpeta, y que, desde
bastante tiempo atrás, había ido guardando en ella de forma provisional y como
de emergencia. Lógico pues que, que en tan promiscuo y descuidado "arrebujo",
uno se fuera a topar con cosas tan dispares y diferentes, como podrían ser - por poner algún ejemplo - un soneto de
felicitación navideña de mi buen amigo, el muy lírico como místico poeta,
Rafael Borondo Espejo, o, sencilla y simplemente, una esquela mortuoria de
algún viejo conocido, recortada de vayan a saber ahora qué periódico. Había
allí pues mucho de todo y de las más diversa catadura: cartas, citas
literarias, señas de Editoriales, convocatorias de premios literarios, números
de teléfono, Artículos recortados de las más distintas Revistas y Diarios... ¡yo qué sé! ¡La Biblia en pasta!
Y es que siendo yo un mucho
acaparador en este sentido, siempre fui, a mi vez, algo descuidado, si es que
no bastante olvidadizo y desordenado. Algo así a lo que, por ejemplo, suelen
ser sorprendentemente adictas las urracas que viven domesticadas y junto a sus
dueños en el hogar familiar, por lo menos, en eso de lo de acaparar y guardar
todo cuanto se encuentran que, de alguna manera, les llame la atención, aunque
no sé si también y a su vez en eso otro de lo de olvidar.
Seguramente que también, aunque
sólo sea por estar sus escondrijos, por lo general, en los lugares más
insospechados.
Sin embargo, lo que yo venía a
decir en definitiva, era que lo que realmente me impactó y, de momento, acaparó
toda mi atención fue una fotografía, allí traspapelada, - ¿cómo no? - de uno de
los mejores reclamos de perdiz de cuantos han sido, son y serán en la historia
de la “cuchillería”, con el que yo conviviera y al que cazara durante
los doce años que Dios le diera de vida. Por cierto que, ya iba para otros
tantos que se me muriera de viejo, que no de "zurretilla" ni
de ninguna otra enfermedad de las muchas que están al acecho de estas tan
admiradas y codiciadas aves por mí.
¡Cuántos y qué entrañables recuerdos todos los que fueron acudiendo a
mis ojos, en tanto miraba, en el tembloroso pedestal de mi mano, aquella
traspapelada foto! Tanto fue así, que no pude retraerme a echarle mano al
primer bolígrafo que se me puso a tiro, y ponerme a desahogar, con él en ristre
sobre unas cuartillas, tan emotivos y evocadores recuerdos.
Eso y sólo eso es el presente
libro. Porque ¿qué duda cabe que detrás de cada perdigón enjaulado, hay un "quijote"
enamorado? Y es que un buen reclamo es una fantasía, un orgullo, un anhelo, en
definitiva, un capricho, y, como bien sabemos todos, los caprichos sólo pueden
pertenecer al mundo de los sueños, que aquí, todas las razones sobran, ya que,
en este mundo, la única razón posible sólo puede ser aquella “de la razón de la sin-razón” que decía
Don Alonso de Quijada o Quesada, más conocido por Don Quijote de La Mancha.
Lógico pues, por otra parte, que
nunca fue fácil comprender a un soñador.
Primera
parte.-
Nuestro biografiado “Reclamo” llevó por
nombre "El Chepa"- por
descontado que explicaré el por qué - y por el tal apodo fue conocido y
reconocido e, incluso, hasta venerado por propios y extraños, allí por donde
pasó en ese nuestro peculiar mundillo "de la jaula", aunque de
forma muy particular en el corazón de La Sierra Norte de Sevilla, por haber
sido el principal y más asiduo escenario de nuestras cacerías: Guadalcanal,
Alanís, San Nicolás del Puerto, Cazalla de la Sierra, Constantina, El
Pedroso...
Ya digo, fue un auténtico y
admirado campeón de campeones, durante los doce años que estuvo en activo, que
lo fueron los del ocaso del siglo que termina de dejarnos, resultando esto aún
más relevante y sorprendente, al tener un físico que, lejos de ser el de todo
un aguerrido guerrillero o el de un apuesto “Adonis”, era el de un “chiquitajo
liliputiense”, y que además, una vez “recortado” con las
tijeras, siendo, a su vez, tan poca cosa por su propia natura, daba la
sensación de ser un juguetín cubierto de plumón.
Enanoide y figurín, ya por su
propio ser, había tenido además la fatalidad de dislocarse los huesos de la
rabadilla, al chocar contra la cúpula de la jaula en un desaforado salto que diera,
siendo aún un pollo de tierna contextura, originándole el tal accidente una fea
dislocación ósea, la que, por otra parte, al curarse y unírsele de nuevo los
huesos un tanto dislocados, no lo hicieran debidamente y se le formara una joroba,
haciendo que su cuerpo pareciese aún más “pequeñazo” y más figurín de lo que
ya fuera por su propia naturaleza.
Siempre fui sumamente caprichoso
como maniático en las cosas de mis Reclamos, siendo una más de estas mis caprichosas
manías, el bautizarlos con el nombre más adecuado posible a las características
fisiológicas que de forma más manifiesta destacaran en ellos. Y así a éste, por
su joroba, lo bauticé, obviamente, con el nombre de "El Chepa".
Si yo hubiera sospechado, aunque
sólo hubiera sido remotamente, que iba a ser la eminente figura que llegó a ser
en el mundo del “Reclamo”, seguro que me hubiese preocupado en buscarle, cuanto
menos, el nombre de un famoso corcovado, para que hubiera pasado a la historia
con un nombre de cierta fama, y que muy bien pudiera haber sido el del famoso
jorobado de la Novela de Víctor Hugo, "Notre Dame" de Paris, "Quasimodo",
o, incluso - ¿por qué no? – el del
destartalado “Molinero”, aunque sin giba alguna, de la preciosa novela de
Pedro Antonio de Alarcón “El Sombrero de Tres Picos”, si es
que no el del eminente dramaturgo hispano mejicano en persona, Ruiz de Alarcón,
- que éste sí que era “azurrunado” y contrahecho - por
mencionar algún que otro de los adefesios fisiológicos de la Literatura Universal.
Pero, claro, a pesar de los
buenos auspicios que de él me diera el que me lo regalara, e, incluso, los
detalles tan prometedores, que yo mismo le viera, en el instante mismo de colgarlo
en su casillero entre mis reclamos, ni por asomos podía ni sospechar de que tan
raquítico personaje pudiera llegar a ser la tan eminente figura que, en esto de
“la
Cuquillería”, llegara a ser.
De todas maneras no me pesó,
porque El Chepa, aunque “pequeñazo” y raquítico, en su
conjunto, ofrecía una figura algo recortada e, incluso, un tanto armoniosa,
aunque, claro,
dentro siempre de la raza pigmea,
por lo que su estampa quedaba muy lejos de la desgarbada, estrafalaria y hasta monstruosa
de la del Campanero de la Catedral de Paris, o la del muy desaliñado “Molinero”
del “Sombrero
de Tres Picos” o de la que debía presentar el insigne dramaturgo del
Siglo de Oro, si es que nos dejamos llevar por las diatribas y sátiras que,
sobre el particular, no dejara de lanzarle el especialista en el tema que
también le escribiera aquello otro a Góngora de “érase un hombre a una nariz
pegado”. Me refiero a Don Francisco de Quevedo y Villegas.
Todo esto que, en cuanto a su
físico, venimos diciendo, si bien es cierto que pudiera dejar algo que desear
en el que llegara a ser tan extraordinario campeón, no puede pasar, sin embargo,
de ser casi una nimiedad, pues no hay que olvidar que lo que, en realidad, da
la verdadera medida de la valía de un personaje, no es el hábito, sino sus actitudes,
sus virtudes y sus obras, y hablar del Chepa, bajo este concreto aspecto, ya sería
otro cantar muy distinto. No olvidemos, por otra parte, el muy sabio dicho
popular al respecto, que dice que “el hábito no hace al monje”.
No obstante y de momento, bástenos
decir como para abrir boca, que El Chepa siempre fue todo un aguerrido guerrero
con el peleón; que, ante el cobarde, fue sereno y suave siempre; y que, ante la
coquetona y delicada dama, siempre mimoso y galante.
©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12
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