Un
Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 8
Novena
parte.-
En
efecto, en el puesto del debut, no nos comimos una rosca, pero eso a
mí, habiéndolo vivido totalmente embobado en el arte, la
generosidad y galantería del que se destapara como todo un consumado
campeón, me importó un rábano.
No
sé si el debutante hubiera dicho lo mismo. Para mí lo realmente
trascendente fue que aquel "novillero", del que yo era
apoderado, saliera a hombros por "La Puerta del Príncipe",
después de que viviéramos una tan magistral faena en tan vibrante y
emotiva tensión, por lo incierto del lance, que miren ustedes por
donde, es, precisamente "la quintaesencia", como ya he
dejado dicho por ahí, de esta tan cautivadora como bella modalidad
cinegética.
Ni a
los tobillos le llegó el puesto que, aquel mismo día por la tarde,
le diera al Tarta, aún habiéndose trabajado tan admirablemente las
dos hembras y el macho, que le tiré. Tres perdices en un solo puesto
es casi como para echar las campanas a vuelo tocando a gloria, y no
fueron cuatro porque ni el tiro merecía una "vicaria" que,
muy a última hora, allí se presentó como de "curioseo o
excusandeo", y por lo mismo, más inexpresiva e insensible que
si hubiera sido de escayola, por lo que El Tarta se debió sentir tan
humillado y despreciado, que no le hizo “ni puto caso”. La ignoró
absolutamente, y, claro, abatir una perdiz en un lance, rodeado de
tan deprimentes y despreciables circunstancias, no es sino un vulgar
y vil asesinato, y que, como tal, sólo puede ser cometido por el que
es un desdeñable "pichinero", que no por un servidor de
Dios y de ustedes, ya que siempre me jacté de ser, cuanto menos, un
honrado pajarero.
A
partir de aquel fin de semana, aún me quedaban tres fines de semana
más, para los que pensé atrochar por mitad del barbecho (en cuanto
al educando me refiero) y, cuanto
menos,
sacarlo el Sábado o el Domingo, si es que no los dos días seguidos,
dejándome de tantas recomendaciones y demás "chuminás de la
Tía Carlota", ya que, cada vez, estaba más y más convencido
de que lo del pájaro es algo tan sumamente aleatorio y enigmático,
que hay que decir, humildemente, lo que ya dijera aquel eximio sabio:
"sólo sé que no sé nada", o aquello otro de que “lo
que sabemos es una gota de agua, siendo un océano lo que nos queda
por saber”. Y así sólo tres puestos más le pude dar, en lo que
quedaba de celo, al pigmeo y descalabrado saltarín, si bien, a la
hora de la verdad, demostró ser ese codiciado y señorial reclamo
por el que todo buen aficionado hubiera suspirado.
"Sólo
en uno de ellos, no le pude tirar, cuya causa, por supuesto, no fue
su falta de generosidad y buen hacer, ya que en el tal puesto”,
como en los demás, "se trabajó el artículo" como sólo
saben hacer los buenos. Y es que, claro, la tarde fue infernal y de
lo más desapacible con aquel encañonado y raseado airazo, que
sacudía las copas de los olivos como a marionetas desarticuladas.
No
olvidemos, por otra parte, que uno de los mayores enemigos de la caza
con el reclamo de perdiz es, precisamente, la ventolera, ya que las
perdices del campo se suele amojonar al socaire de cualquier
“recacha”, mata o peñasco, y además de que no hay manera de que
hacerles abrir el pico, a ver quién es el guapo que las saca de su
resguardo, para dar un paso adelante. A pesar de todo, el animoso
Chepa no se vino abajo ni por un solo instante, sino que allí
permaneció al pie del cañón, predispuesto, como los valientes, a
lo que fuere, y demostrando lo bien puestos que los tenía.
Desde
el mismo instante en que despojé la jaula de la sayuela, “salió
de cañón” como el más bizarro de los líderes, aunque siempre
haciendo alguna que otra oportuna callada, que aprovechaba para poner
el oído, con ostensible gracia y astucia, esperanzado en oír la más
pequeña y lejana contestación. En este puesto no tuvimos la suerte
de oír ni una “pitá”, sin embargo, él no dejaba de insistir.
Llegó hasta a "pichearse", como hacen los avezados
campeones para levantar al “campo”, y la verdad es - y así lo
confieso – que tan embobado quedé, que me dejó como con "la
baba caída”.
Sin
embargo, allí no había quien diera señales de vida.
Aquello
era "el huerto de los callaos", que es como los castizos
llaman a los cementerios. Aguanté, no obstante, como amojonado
también allí en “el tollo”, por el sólo placer de oír a
aquella delicia de joven reclamo, cuya actitud, por sí sola, bien
podía ser capaz de ilusionar a un muerto.
En
uno de los otros dos “puestos” puestos, sólo pude tirarle un
macho que, por cierto, era todo un "cácarro" de los del
colmillo retorcido, y que se pueden considerar como viejos con sus
días prácticamente cumplidos y “todos sus agostos hechos”, sin
embargo, ¡olé ahí los pollos "bragaos" y con señorío,
para conseguir meterlo en la plaza!, ya que el viejo guerrero
campesino, además de saber más que “Briján”, ante las
insistentes llamadas de su hembra que, a lo lejos, no dejaba de
reclamarle su presencia, si daba un paso hacia adelante ante el
retador, daba dos hacia atrás a las llamadas de “la parienta”,
hasta que, entre un sí y un no, se encaramó en lo alto de un
peñasco, con la idea de hacerse visible a la una y al otro desde tal
atalaya, pues, al parecer, no terminaba por decidirse en aquella
lucha en que se debía estar debatiendo interiormente, dando la
impresión que debía parecerle una cobardía imperdonable acudir a
las llamadas de “la esposa”, sin antes "cantarle las
cuarenta" a aquel intruso que, tan osada y temerariamente, había
invadido su territorio, intentando, incluso, meterle las cabras en el
corral.
Más
de una hora se tiraron ambos contendientes en sus beligerantes y
ardorosos retos, hasta que el "cácarro" de marras que,
seguramente debería estar ya hasta “los mismísimos” de la
pertinaz provocación del intruso jovenzuelo, aprovechó unos
instantes en que la "parienta" dejó de llamarlo, para
descolgarse de aquel risco y acudir, como un chispeante rayo, a aquel
tan tozudo y comprometedor joven galán.
El
recibimiento que le hizo El Chepa, de verdad, insuperable. Aún
superior que el que le hiciera a la viuda de "Las Cochineras",
a pesar de que la “pícara molinera” no tragara. Pero es que, una
vez abatido el campesino, "cargó el tiro" con tal señorío
que, como dicen los sevillanos, aquello fue "pa morí, compare,
porque es que no se podía aguantá".
¡Qué
maravilla de pájaro, Santo Dios!
El
último puesto que le di en aquel su primer celo, ya fue "la
repanocha", pues siendo el último día de la temporada, el
campo estaba más que "jauleao y espigao", sin embargo, El
Chepa, como si se hubiera convertido, por arte de magia, en algo así
como en "un reclamo escoba", fue como barriendo los
desperdicios que otros fueron dejando atrás. Y es que tres viudas
"resabiás" en un solo puesto, son muchas viudas, y aún
más a esas alturas del celo, para poder meterlas en la plaza.
Toda
una valiosa joya de reclamo este Chepa, que había que guardar como
oro en paño, para venideras temporadas, aunque - la verdad sea dicha
también – una vez concluida la
temporada,
el díscolo discípulo terminara con la cabeza – con perdón - de
un Santo Cristo, coronado de espina, y que, junto a su joroba y a
aquel su tipejo de cheposo enanoide, cierto es que, al que no lo
conociera, seguro que le debía producir tanto asco como pena.
¿Quién
lo diría, Señor mío!? ¡Hay que ver cómo, a veces, ser pueden dar
equivocaciones, si es que no injusticias tan enormes en este “joío”
mundo por la naturaleza!
Algo
así como esos hombres o mujeres que, en tanto los unos presenta una
estampa de armónica, viril y perfecta escultura, las otras son sexy
diosas de belleza indescriptible, sin embargo, como personas, tanto
los unos como las otras, son cadáveres que apestan y,
consecuentemente, asquean hasta a los pedernales, estando en el
extremo opuesto y muy por el contrario, esos también seres humanos,
de uno u otro sexo, que presentando una figura que deja mucho que
desear, por deformada, contrahecha o, sencilla y simplemente, por
quedar un tanto al margen de los cánones que llaman de la belleza,
sin embargo son cristalinos manantiales de dignidad humana por su
comportamiento, por su inteligencia, por sus sentimientos, por su
espirito de sacrifico, por su generosidad, por su tolerancia y, en
fin, por todo ese admirable rosario de valores humanos y éticos que
tanto subliman al ser humano.
©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12
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