By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 25 de octubre de 2017

El mundillo de la jaula 9

El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho y Caprichoso 9

 Décima parte.- 
Después de que, en aquellos “sus puestos” de catecúmeno, el neófito jorobado demostrara tener madera, como para poder tallar en ella todo un impresionante campeón, estaba yo con mi Chepa como "Mateo con la guitarra". Por eso, cuando me ponía a observarlo allá en la terraza (por cierto que, siempre, como un furtivo, porque cualquiera daba la cara de lleno) y le veía aquella su cabeza de Nazareno camino del Calvario, sentía que el alma se me caía de cuajo. No llegaba a explicarme - de verdad de la buena - que un pájaro tan honesto, tan noble, tan generoso, tan valiente y con tanto arte y sabiduría sobre el pulpitillo, fuera tan poco sociable, tan poco agradecido, tan esquivo, tan caprichoso y tan "malage" ante la presencia de cualquier visitante allá en la terraza, incluido el amo que tanto lo mimaba y lo cuidaba. Es que hasta la comida se la tenía que echar como a traición, si es que no quería que el muy descastado se pusiera a "alambrear" o "hacer la carrucha" como enloquecido, si es que no a dar saltos como poseído por el Demonio. De donde le pudiera venir aquel atroz e inconcebible resabio, fue un misterioso secreto que el pobre del Chepa se llevaría a la tumba, después de estar, nada menos, que doce años a mi lado.
Una vez cerrada la veda, solía mantener a mis reclamos aún en la jaula hasta, más o menos, finales de Marzo o primeros de Abril, en que los metía en los terreros, aunque siempre supeditado a que los temibles calores de estas sureñas tierras de España empezaran a asomar, cuanto menos, las orejas. Sin embargo, pensé que, ese año, para que el que ya era mi adorable Chepa no terminara por descalabrarse, golpeándose contra los alambres de la cúpula de la jaula, meterlo en su terrero cuanto antes, si es que a sus compañeros no, donde, seguramente, por tratarse de un aposento mucho más espacioso y, a su vez, con un asiento lleno de mullida arena, se debería sentir infinitamente más cómodo y seguro, por lo que dejaría de dar botes e, incluso, aún dándolos, sin el peligro de romperse la cabeza, como el que tenía en la jaula o, cuanto menos, sabiendo que sería muchísimo menor que el que tenía con los alambres de la jaula.
Dicho y hecho, así que cogí mi coche, y según era mi costumbre, allá endilgué hacia la sierra en busca de un cristalino arroyo de aséptica y mullida arena.
Acerté plenamente, pues el saltarín, aunque tan desconfiado y arisco como siempre, teniendo en el terrero espacio suficiente para moverse y así desahogar aquel su terrible nerviosismo, pues, cuando el caso lo requería, corría para un lado y para otro con el apremio del que intenta escapar de un fuego, pero nunca llegaba a saltarse, por lo que,
a los no muchos días, su cabeza estaba curada y cubierta de nuevas plumas que, junto al aseo que le permitían sus baños en tan limpia arena y una vez concluido “el despelecho”, su estampa era, cierto que no la de un “Adonis” o la del aguerrido guerrero que era, pero sí la de un gracioso figurín de exposición.
Lo del “despelecho” de este auténtico capricho de reclamo tan caprichoso, por otra parte, - que tarde o temprano tenía que llegar - era algo que me tenía en vilo, pues bien sabía yo que, siendo tan peligroso en cualquiera de los celos, lo era, especialmente, en el primero, así que, siendo yo tan meticuloso en todos y cada uno de los cuidados que mis reclamos requerían, ese año, debido al Chepa, me extremé en ellos, por lo que tanto El Tarta como El Dulcineo y, en especial, El Chepa, en cosa de un mes o así, estaban que ni recién esculpidos por la mágica mano del escultor de La Venus de Milo.
Efectivamente, el futuro campeón, en concreto, una vez “despelechado” y con aquel su renovado plumaje, espejeando limpieza y salud, y la cabeza sin la más leve cicatriz, parecía de mejor familia. Por fin, lo pude ver, desde que me lo regalaran, vestido con sus mejores galas y en toda su integridad. Su semblante, incluso, parecía ser el del que ya es "gente mayor", en tanto que los espolones de sus patas daban la sensación de haberse hecho más varoniles. Seguía siendo demasiado menudo, sí, pero muy proporcionado, si bien la cola, debido a la joroba, en vez de ser levemente inclinada hacia el suelo, como en los demás perdigones, la tenía casi en vertical, y que, al tener además las plumas un tanto abiertas, lo hacían aún más elegante y "engallao", recordando la de un pichón, cuando, cortejando a una dama, le arrastra la cola. La giba, asimismo, al contribuir a que su pequeño cuerpo fuera más redondeado y recortado, parecía menos corcova en aquel su conjunto de pelotita de plumas, sino que quedaba como perdida en ella. Lo único que, en su conjunto, le resultaba un tanto desproporcionado, era la cabeza, ya que a guisa de lo que suele suceder en los enanos, en especial, del género humano - que yo sepa por lo menos - tenía en él las medidas de los de estatura normal, que no la proporcionada a su estatura, por lo que daba la sensación de tener toda una señora cabezota.
La cabeza del Chepa pues, además de desproporcionada a su cuerpo, tenía las características de los que son auténticos líderes en el mundo de la perdiz en general, es decir, bellamente redondeada, pico de gorrión y amplios listones blancos, arqueados sobre las sienes y los ojos.
Estaba totalmente seguro que este pollo, después de haber roto como lo había hecho en sus distintos puestos de neófito, llegaría a ser un afamada figura en el mundo del Reclamo, pero, claro, después de que en mi ya larga carrera de aficionado, pudiera comprobar, en más de una ocasión, por cierto, el más estrepitoso fracaso en el segundo celo e, incluso, en el tercero, de pollos que en el primer celo se habían destapado como fenomenales reclamos, no era yo, precisamente, el que me atreviera a poner la mano en el fuego por el pigmeo, y aún menos, pensando en lo desconsiderado, lo desagradecido y lo poco cortés que era, no sólo ante su dueño y señor, sino ante cualquier otra visita que se le pudiera presentar, fuere quien fuere, donde fuere y cuando fuere.

Onceaba parte.-
 No sé por qué, pero siempre que oigo maullar a mis reclamos, suscitan en mí como un profundo sentimiento de melancolía, tal vez porque me contagien la propia morriña, precisamente, que, tal vez, quieran expresar ellos en ese suspiro de tan enigmática y misteriosa cadencia.
Me viene esto a la memoria, porque el jorobado del Villar del Rey, aún en pleno “despelecho”, era un gato maullando, lo que me incitó a escribir un Artículo sobre tan misterioso canto de los pájaros de perdiz, para las prestigiosa Revista Cinegética "Linde y Ribera".
Lo transcribo, aún sabiendo que por ahí debe aparecer también en alguno de mis libros sobre la cacería del “Reclamo”.
De los diecisiete cantos que es capaz de emitir la mágica garganta de un perdigón - todos y cada uno de ellos (por supuesto que sí) con un específico mensaje, totalmente, definido - tal vez sea el muy quejumbroso y melancólico "maullido", el más enigmático y misterioso, no ya por su mimoso y lastimero tono, sino por el indescifrable mensaje que en él se quiere transmitir.
Ni los más conspicuos y avezados pajareros han llegado jamás a ponerse de acuerdo en las causas que a ello incitan a los pájaros de perdiz, como a lo que con él quieren expresar exactamente. Y es que la cosa no es nada fácil, sobretodo, por lo indefinidas que son las circunstancias en las que los suelen emitir. Por lo que, al no quedar nada claras, las causas que lo motivan, es lógico que el mensaje que en sí conlleva, nos quede
como en una nebulosa, y, por lo tanto, bastante difuminado, cuanto menos. Y así, nada de extraño tiene que, al no tener evidencia de su "por qué", nos deje sumidos en el misterio y como con dos palmos de narices en lo demás.
Un servidor de Dios y de ustedes, en mi ya larga vida de pajarero, he oído maullar, lógicamente a mis reclamos en multitud de ocasiones e, incluso, en muy dispares y hasta opuestas circunstancias. Quiero decir, en concreto, que en las que están ardiendo de celo, y, por el contrario, en las que se encuentran en sus horas más bajas, bajo este concreto aspecto, como son en las que se encuentran en pleno ”despelecho”.
Sí, he observado, sin embargo, que, por lo común, hay una circunstancia que, difícilmente no concurre en la emisión de tan nostálgica queja. Y es que parece dar la impresión que, como para no desentonar con su melancólica cadencia, casi siempre lo suelen emitir en esas horas brujas y dormilonas, como son esas melancólicas horas, cuando comienza a agonizar el día, dándole paso a la noche, si es que no ya anochecido e, incluso, una vez entrada la noche de lleno, notando, por otra parte, que cuanto más desapacible y triste se presentaba ésta, más asiduos y melancólicos se hacían los tales maullidos.
Recuerdo en especial, al respecto, una noche de cielo cerrado, de esas que, por su ventolera racheada y gruñona, silba como con cadencia de ultratumba en las ventanas y choca con furia su lluvia en los cristales - esas que los lugareños del hábitat rural suelen llamar “noche de lobos” - que hasta “El Tarta” y “El dulcinea del Pedroso”, que, por lo común, si maullaban lo hacían muy esporádicamente, parecían porfiar esa noche con El Chepa en tan tristes quejas, dando la sensación que aquello era un velatorio de plañideras a sueldo.
Mis observaciones de este tan misterioso suspiro en los campesinos, obviamente, no han podido llegar a tanto, pero también tengo mis experiencias. Os la refiero con la sinceridad que creo que me honra.
Siempre que he oído maullar a los campesinos, ha sido cuando el puesto de la tarde empieza a dar sus últimos coletazos, y, por ende, cuando el atardecer está cerca de su total ocaso, dándose además la circunstancia, que nunca lo ha sido así "por la buenas y porque sí", y de forma más o menos casual, sino que el campesino de marras ha comenzado a maullar, después de haber mantenido, “retrancón y amojonado”, una buena gresca, en enardecida perorata, con el del pulpitillo. ¿A qué esos maullidos ahora - me he preguntado yo más de una vez.- después de haberse tirado allí su buen rato, replicando a su retador y sin dar, cobardemente, ni un solo paso adelante....? ¿Agotado de tan beligerante discusión, estará enmascarando su decepción, quizás, que no su falta de valentía, con esas melancólicas cuitas, pensando que su contrincante le ha vencido, llevándose a su lado esa imaginaria “Dulcinea del Toboso”, por la que ambos luchaban y que tan ardientemente se han disputado con “sus reclamos, cuchicheos y titeos”...?
¿A qué esas tristísimos y melancólicas quejas entonces...? ¿Estará añorando en ellas la vergüenza torera que no ha tenido, para acudir a dar la cara ante aquel sorprendente galán, y así debatirse con él en singular y desigual batalla....?
En casos como éste, nunca jamás pude saberlo, al menos, con un mínimo de certeza. A lo más que llegaba, era a sospecharlo. Por lo que sin querer montar cátedra, ni mucho menos, un servidor de Dios y de ustedes, piensa que este enigmático y misterioso quejido, tanto en el caso de los reclamos, allá en la prisión de su jaula, como en el de los
campesinos, allá en la libertad del campo, no es sino un melancólico suspiro, que se les escapa incontenible de lo más intimo de su ser todo, bien, cuando adormecidos, en las horas brujas del atardecer, o en las siempre tan misteriosas horas de la noche, se ponen a evocar o a soñar el amor que no termina de corresponderles, o bien, añorando vayan ustedes a saber ahora qué nostálgicos recuerdos, aunque siempre sospeché que los que fueren, debían ser tan dulces y evocadores como del más intenso y poético bucolismo.
Muchos pajareros, cortando por lo sano y sin querer meterse en complicaciones, creen que el maullido de los perdigones es el signo más evidente de que están pasados de celo. Y sin más, ahí queda eso.
Un servidor, con todos mis respetos y después de lo que ya he dicho, de que los he oído maullar en sus horas más bajas de celo, es decir, en pleno “despelecho”, no puedo estar de acuerdo. Que tampoco sea lo que yo, sintiéndome poeta, termino de afirmar de tan misterioso canto, de acuerdo también.
¿Entonces en qué quedamos en el duro o los veinte reales...?
Pues sencilla y llanamente, que es uno más de los muchos misterios que esconde el sugestivo, misterioso y fascinante mundo del pájaro de perdiz, y que, por ahora, este tan
enigmático misterioso tenemos que dejar ahí bailando en el aire y a su aire.

©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12

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