Tumba de López de Ayala en Madrid |
Apoteosis final
En el mismo día del fallecimiento
de Ayala decretó el Rey que se tributasen al cadáver los más grandes honores, y
así, tras de embalsamársele, aquella noche fué trasladado al Palacio del
Congreso, cuyo salón de conferencias habíase convertido en capilla ardiente.
Fuerzas de la Guardia civil y del
Ejército permanecieron custodiando el túmulo. Y desde el amanecer hasta las
doce del día siguiente dijéronse misas por el sufragio del alma en altares
levantados en cada uno de los cuatro ángulos del salón. A estas misas
asistieron los personajes más ilustres de la política, la literatura y el arte,
haciéndolo a una de ellas Sus Majestades.
Luego se permitió la entrada al
público por el vestíbulo, dándose salida por la calle de Floridablanca, después
que desfilaba ante el féretro donde Ayala yacía vestido de frac y con la
medalla de la Academia de la Lengua sobre el pecho.
El entierro verificóse el día 2
de enero de 1880 como el de un capitán general muerto en campaña. En todo el
trayecto, desde el Congreso hasta la Cuesta de la Vega, formaron las tropas de
la guarnición.
Formase el cortejo fúnebre del
modo siguiente:
Una batería de artillería. Doce
compañías de distintos Cuerpos del Ejército. Clero parroquial.
Carroza tirada por seis caballos
enlutados. Del féretro que en ella iba llevaban las cintas los ex presidentes
de las Cámaras señores Posada Herrera, Castelar, Martos, Marqués de Cabra,
Sagasta y D. Fernando Álvarez, a más de los académicos Núñez de Arce y Tamayo.
Ocho soldados con fusiles a la funerala y los porteros del Congreso y del
Senado franqueaban el carruaje.
Guardia de honor y materos del
Congreso.
Presidencia del duelo, que
formaban, en representación del Rey, el Duque de Sexto, la familia del difunto,
la Mesa del Congreso y el Gobierno en pleno.
Un regimiento de caballería, como
escolta. Coche de la real casa.
Coche de gala de la Presidencia
del Congreso.
Coche particular del finado.
Seis coches de gala del Congreso.
Coches de los invitados.
El fúnebre cortejo se dirigió por
la calle del Prado al Teatro Español. Frente al coliseo, bajo los balcones
enlutados, desde donde las actrices de la compañía echaron flores sobre el
carro fúnebre, esperaban para unirse a la comitiva poetas, escritores y cómicos
célebres en apiñado .grupo. Allí estaban Valera, García Gutiérrez, Grilo,
Herranz, Bustillo, Coello, Velarde, Frontaura, Marcos Zapata, Calvo, Vito,
.Mariano Fernández...
Y en, la acera opuesta aguardaba
el féretro que conducía los restos del adaptador del alcalde de Zalamea otra comitiva oficial. Era el Ayuntamiento de
Madrid en corporación, con su presidente el Marqués de Torneros a la cabeza,
rodeando un monumento cubierto todavía por una cortina. ¡La estatua de Calderón de la Barca
que iba a descubrirse haciendo coincidir esta ceremonia con el entierro de
Ayala! Ya se había dicho, como supimos con la natural sorpresa, que
Calderón resucitó al estrenar Avala, y ahora se inauguraba el monumento a
Calderón, ¡cuando a Ayala se daba sepultura! Con esto se pretendió dejar
unidos en la inmortalidad al autor de La
vida es sueño y al de Un hombre de
Estado.
Pero prosigamos, que el entierro
prosiguió. Continuó su camino por la calle del Príncipe, Carrera de San
Jerónimo, Puerta del Sol y calle Mayor, hasta llegar delante de la redacción de
La
Correspondencia de España. Allí se detuvo nuevamente la funeraria
carroza para que el director del entonces más importante diario, Luis María de
Santa Ana, depositase sobre la caja una corona más. La Prensa dedicaba un
homenaje al difunto, como antes lo\hicieron los artistas y los poetas, los
políticos y los literatos, el Ayuntamiento y el Gobierno.
Otro alto hizo aún el coche que
conducía los restos de Ayala. Fué, éste en la Cuesta de la Vega, para el
desfile de las tropas. Pasaban los regimientos, se inclinaban las banderas,
sonaron las descargas de ordenanza...
Pero aun cuando ya sólo siguieron
el cadáver hasta el cementerio de San Justo, donde recibió sepultura a la obscura
hora del crepúsculo, la familia y los
amigos particulares, todavía no cesaron los oficiales honores.
El 10 de enero, primer día de sesión en el Congreso después de las
vacaciones de Navidad, fué dedicada toda ella, a honrar a Ayala, y aun con una
prolongación de setenta y dos horas, ya que se acordó finalmente estuviesen
tres días suspendidas las sesiones en señal de duelo.
Se leyó una comunicación del
hermano del difunto dando cuenta de la desgracia, é inmediatamente habló Moreno
Nieto, que como vicepresidente primero ocupaba la presidencia. Tras de éste
hizo uso de la palabra, por el estado
llano, de la Cámara, el diputado señor Cisneros, terminó, hablando por el Gobierno, Cánovas
del Castillo.
Y los discursos de estos tres
oradores constituyeron un match,
disputándose el campeonato del homenajeamiento, tan reñido que no sabemos a
cuál otorgar la palma de la victoria.
Según Moreno Nieto, Ayala había
sido "una
de esos genios que ilustran y ennoblecen las naciones". Y al
elogiarle, llegó hasta hacerlo por su físico, diciendo: "Su grande alma, dotada de
valerosos alientos, reflejábase en aquel bustos soberbio, lleno de varonil
expresión y de sin igual majestad." No olvidaba la actuación
literaria del difunto presidente, pues que consignaba:"Su potente espíritu hizo
revivir en escena las grandes creaciones de Rojas y Alarcón, de Lope de Vega y
de Calderón de la Barca." Pero, daba aún mayor realce al Ayala
político, del que, como no podía humanamente decir que fue nada grande en el
presente, decía que lo hubiese sido en el pasado: "Nacido en otros tiempos, su
carácter, tan propio para nobilísimos empeños; su valor, que rayaba en el
heroísmo; su grande y magnánimo corazón, habrían hecho de Ayala una de esas
figuras que descansan en elevado pedestal." Terminando con más
piropos, de esos que hacen ruborizarse: "Pronto le elevasteis a la
presidencia. ¡Y qué bien ocupaba este puesto! Aquella figura
escultural..." En fin, que asusta seguir copiando.
Al señor Cisneros le dio llorona.
Empezó, elegíacamente: "Increíble parece que, bajo estas
mismas bóvedas, donde todavía vibra, y palpita la gran palabra de nuestro
último presidente, se haya podido, decir: Avala ha muerto: ¡Qué pérdida, señores diputados, para la
patria!. Luto llevan las letras
españolas, luto los hombres políticos, luto sus numerosos amigos, luto esa tribuna.,.."
Reaccionó luego un poco para cintas las glorias escénicas y oratorias del
finado, diciendo que "no parecía sino qué se había apoderado
del
cincel de Fidias y que con él tallaba en mármol sus dramas y sus
discursos". Y hasta encontrando qué la comparación con el escultor
de la Grecia antigua resultaba escasa, quiso parangonar a Ayala con un héroe
nacional y le llamó "Cid de la inteligencia". Pero pronto le ganó el
dolor de nuevo, sin que le consolase de la pérdida de Ayala pensar que "sus
obras le aseguran la inmortalidad". "Hoy es día de llorar sobre su
tumba", terminó desolado.
Cánovas del Castillo no habló
largamente, pero suplió la extensión con la intensidad. Y en su breve
peroración encontró la frase justa, exacta, precisa. Esa frase de concisa
elocuencia que reseña una situación, que pinta a un hombre. Tras de hacer
constar que el Gobierno se asociaba a aquel duelo, y que él, su jefe, sentía la
muerte del amigo, señaló el vacío que tal de función dejara: "López
de Ayala hará falta en el porvenir al país, la hará a las letras españolas como
la hará a la política española; pero aun mas que por todo eso, desde este instante mismo
esa falta la estamos sintiendo: para una muerte como la suya, no había más voz
que la suya capaz de dirigirnos la palabra." ¡Magnífico hallazgo! Pues en verdad que nadie había sacado tanto
partido de aquella muerte como el mismo que tanto partido sacó de su propia vida.
Aun cuando poco o nada se podría
añadir a tan magníficas honras fúnebres. Constituyeran una verdadera,
apoteosis, como con las que sé deificaba a los héroes antiguos o como con las
que se terminan las revistas teatrales modernas. Ayala, pese a su insaciable
afán de figurar, debió de sentirse satisfecho de ese fin esplendoroso.
Luís de Oteyza
Vidas Españolas e
Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932
No hay comentarios:
Publicar un comentario