El
siglo XII comienza con el único contagio de peste que sufrió el partido de Lerena
en esta centuria, la gran peste de 1596-1602. Su presencia en tierras extremeñas
está confirmada por los testimonies aportados por varios historiadores.
En
la provincia de Cáceres se vieron afectadas entre 1598 y 1600 diversas poblaciones
como Plasencia, Acebo y Torre de Don Miguel en la zona de la Sierra de Gata o Garrobillas
y Alcántara en el sur.
Igualmente,
algunos pueblos de la actual provincia de Badajoz, como Talavera la Real y
Hornachos, padecieron en 1600 los estragos de la peste, habiendo sufrido poco
antes, en el verano de 1599, el azote la propia capital, aunque de forma muy
breve.
El
contagio llegó más tarde al partido de Llerena propagándose desde Andalucía. La
extensión del contagio debió ser reducida. Só1o hemos encontrado noticias de la
presencia de la peste en Azuaga y Guadalcanal,,
aunque es probable que afectara también a otras localidades. En Azuaga la
enfermedad aparece a finales de 1601 o principios de 1602. El 15 de enero de
este año, en un clima de temor generalizado por el avance del contagio que
afecta ya a poblaciones próximas como del Pedroso y Cazalla de la Sierra, el
Cabildo recibe la noticia de los dos primeros muertos a causa de la peste en
Azuaga; pero probablemente el contagio se habría declarado algunos días antes,
según parece indicarse uno de los acuerdos tornados en aquella fecha:
"...
que se digan en la iglesia mayor desta dicha villa nueve misas cantadas a nuestra
Señora para que sea servida de rogar a su hijos precioso se sirva de miramos
con ajos de piedad y alexar desta villa la enfermedad que en ella avia, y que
ansimymo en el convento de la Merced desta villa se digan otras nueve misas
cantadas al señor San Sebastián y San Roque...".
Simultáneamente,
la peste castiga a Guadalcanal y a otras villas cercanas del norte de la provincia
de Sevilla, según manifestaba a principios de abril el Cabildo de Azuaga:
"...
y ansi Juntos en su cabildo dixeron que por quanta se a tenido nueva que en las
villas de Guadalcanal, Alanis y Caçalla se mueren de mal de contagioso, acordaron
y mandaron se guarde esta villa dellas y que se pregone ninguna persona ttrate ni
comunique con jente de las dichas villas, y así lo mandaron”.
Después
del ciclo de inciertos datos, ya en 1622, la natalidad experimenta una tímida y
corta recuperación fácilmente observable en la curva de la media móvil, que finaliza
en 1628. Este tramo de natalidad creciente, accidentado por el mínimo
secundario de 1626, es un claro reflejo del comportamiento de la nupcialidad,
que entre 1619 y 1627 configura un claro de signo positivo expresado por una
tendencia con una pendiente de 1. Asimismo, el comportamiento de la mortalidad
en la parroquia de Santiago de Llerena (el índice medio entre 1622 y 1628)
concuerda con la evolución favorable de las otras dos variables demográficas;
sin embargo, no sucede lo mismo con la mortalidad en Puebla de Sancho Pérez.
La
desaparición durante algunos años de los factores adversos explica esta fase
ascendente de la natalidad. Los escasos datos disponibles sobre producción y
precios de productos básicos apuntan que había una mejora de la coyuntura agrícola.
En Llerena, los precios de los granos permanecieron entre 1624 y 1628 por
debajo de la tasa. En 1628, Azuaga y Guadalcanal
recogen las mejores cosechas de los años cuya producción conocemos. En definitiva,
una buena situación económica frena la mortalidad, estimula los enlaces matrimoniales
y anima a las familias a tener una mayor actividad procreadora.
Condiciones Económicas, basadas en la
agricultura, ganadería y la decadencia y la producción de las minas de plata de
Guadalcanal.-
La economía del
partido de Lerena en el siglo XVII es, como casi en toda España esencialmente
agraria. La agricultura y la ganadería son en todas las poblaciones estudiadas
las actividades dominantes, tanto por el valor de la producción como por el
porcentaje de población activa empleada en ellas. La agricultura, casi
exclusivamente de secano, descansa sobre los cultivos de cereales, especialmente
trigo y cebada, a los que se dedica la mayor parte del terrazgo, en tanto que
la ganadería, cuya Importancia real era inferior a la que podíamos suponer, se
basa de forma preponderante en la explotación del ganado ovino, que en buena parte
procedía de fuera.
La artesanía y
el comercito eran sectores muy reducidos. Sí se exceptúa la capital, Llerena,
donde se registra una actividad artesanal y mercantil superior a la normal de
la zona en el resto del partido las actividades secundarias y terciarias, ejercidas
por muy pocas personas, se limitaban al mínimo imprescindible: la producción de
algunos artículos básicos para satisfacer la demanda local (cueros, zapatos, aperos agrícolas, ciertos géneros alimenticios, etc.),
la construcción y el pequeño comercio de productos agrarios y textiles. La
minería, que en la segunda mitad del siglo anterior había tenido una notable importancia
gracias sobre todo al fulgurante, aunque efímero, desarrollo de las minas de plata
de Guadalcanal, es en el siglo XVII
un sector completamente abandonado que no da ocupación más que a tres o cuatro
viejos ilusos buscadores de plata. Por estas razones, las transacciones en esta
época se reducen prácticamente a la actividad de la agricultura y la ganadería.
Según los datos
proporcionados por el Catastro de Ensenada, la superficie de los términos de
los diecisiete municipios del partido de Llerena era de 330.901 fanegas de
tierra en sembradura, de las que 137.882 correspondían a dehesas, baldíos y
ejidos. Sí a esta cantidad le restamos
unas 10.000 fanegas, en que hemos calculado de forma aproximada la superflde de
las dehesas de la Orden de Santiago, resultaría que unas 127.000 fanegas de
tierra serian de propiedad municipal, lo que representa un poco más del 38% de
la supérele total.
Este porcentaje
varia considerablemente de unos municipios a otros, en el caso de término
municipal de Guadalcanal sobre un
total de 27510 fanegas de tierra en sembradura, 13.122 eran tierras municipales,
por ello, el porcentaje se acercaba al 48 %.
Propiedad municipal.-La importancia
económica y social de las guerras comunales era sin duda extraordinaria
para las comunidades vecinales y sus ayuntamientos. Aunque de forma
insuficiente, la existencia de extensas fincas municipales contribuía a paliar el
problema generado por el desigual reparto de la propiedad, facilitando que en
algunos casos, los campesinos sin tierra o con propiedad insuficiente pudieran
encontrar un recurso complementario en las tierras comunales para no vivir en
la indigencia.
Los montes,
especialmente, conseguían un pequeño seguro para la mayoría de las economías
familiares, que pueden aprovecharlos con algunas, pocas, cabezas de ganado,
principalmente de cerda, además de obtener leña y algo de caza, lo que les
garantizaba un nivel de subsistencia. Sin embargo, los humildes no fueron los
principales beneficiados de los bienes comunales. En el siglo XVII, las mejores
tierras municipales, las dehesas, estaban generalmente sustraídas al
aprovechamiento común, pues las crecientes necesidades financieras de los
ayuntamientos, causadas sobre todo por el incremento de la presión fiscal,
determinaron que estos procedieran a arrendarlas a particulares mediante el sistema
de pública subasta.
Hay casos
excepcionales de un bajo número de
personas, que participan en las operaciones de arrendamiento y ofrecen fianzas
en tierras, cuya superficie supera casi siempre las 200 fanegas de sembradura. El
caso más llamativo que conocemos es el de Don Pedro Iriarte Ponce de León,
vecino y regidor perpetuo de Guadalcanal,
que en 1690 aseguró el arrendamiento de la encomienda de esta villa poniendo
como fianza, entre otros bienes, 1.500 fanegas de tierra, tres heredades de
viña y un olivar.
Este anterior
caso, repetimos es una excepción, puesto
que las mas pequeñas no pasan de la media aranzada y la más grande se aproxima
a las 200 aranzadas, pero esta última es un caso excepcional, en cuya
compraventa interviene en 1691 como vendedora una rica viuda de Guadalcanal, Doña Lorenza Jiménez, y
como comprador un hacendado clérigo de Zafra, Don Mateo Guerrero y Tovar.
El problema se
acentuó en la segunda mitad del siglo, a partir del momento en que se disparan
los gastos por la guerra de Portugal, y paralelamente el endeudamiento de los
municipios, que se vieron obligados a
hipotecar sus propios en censos al quitar, que originaban nuevas deudas. Al finalizar
el siglo, la situación financiera de los principales ayuntamientos era extraordinariamente
grave.
Llerena tenía
sus propios hipotecados por el Convento de Monjas de la Concepción de Guadalcanal, al que debía pagar por un
censo 9.270 reales anuales, y otros censualistas a los que adeudaba los réditos
de diferentes años.
Con el objetivo
de sanear la hacienda municipal, una Real Cedula del 2 de diciembre del 1693
autorizaba al Cabildo de Llerena a empeñar la dehesa del Encinal, la más
preciada de todas sus dehesas, a la obra pía fundada por el capitán Diego
Demandes, que ofreció por ella 552.795 reales de vellón.
Por las mismas
fechas, el estado de las finanzas del Ayuntamiento de Azuaga era tan difícil
que sus propios estaban administrados por la Real Cancillería de Granada.
Igualmente, otros municipios como Bienvenida, Guadalcanal y Los Santos de Maimona) sufrieron grandes apuros.
Las dehesas en
el siglo XVII eran muy numerosas en el partido de Llerena y casi en su
totalidad eran propiedad de la Orden y de los municipios. De las dehesas de la Orden,
unas pertenecían a la mesa maestral y otras a las encomiendas, la mesa maestral tenía en Extremadura 23
dehesas.
De estas
veintitrés dehesas, únicamente dos estaban en el partido de Llerena, las de
Redrojo e Higuera, cuya superficie se puede estimar en unas 3.300 fanegas de
sembradura.
En la misma
época las dehesas pertenecientes a las encomiendas y conventos de la Orden eran
veinte, numero notablemente inferior al de comienzos del siglo XVI como
consecuencia de la política de enajenaciones realizada por Carlos I y Felipe
II.
En la época, la
Encomienda de Guadalcanal de la
Orden de Santiago sólo tenía la dehesa del Palacio en término de Reina.
Las dehesas
concejiles constituían en el partido de Llerena un conjunto mucho más importante
tanto por su número como por su superficie. Todos los municipios tenían varias
dehesas y baldíos adehesados, censo elaborado fundamentalmente con los datos
del Catastro de Ensenada, ya que confrontados con los de otras fuentes
anteriores en algunos casos, no se observa cambio alguno en el número ni en el
nombre de las dehesas, el término de Guadalcanal
en Concejo poseía ocho dehesas: Encinar, la Vega, Postigo, Esteban Yáñez, La
Zarza, Santa María, Pasenzuela y Monforte.
En total Guadalcanal poseía nueve dehesas, la Dehesa del Palacio, propia de la encomienda de Guadalcanal, en el término de Reina, los valores de sus
arrendamientos fueron 140.000 maravedís en 1604, 120.700 en 1645 y 112.000
durante los años 1655-1657.
Tesis
presentada en 2014 por Juan R. González Uceda sobre Guadalcanal en el siglo XVII
Fuentes.-
Historia rural de la baja Extremadura (Crisis, decadencia y presión
fiscal el siglo XVII), La hacienda del antiguo régimen, Desarrollo
y crisis en el antiguo régimen, Demográfica histórica de España y
Hemerotecas
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