Teatro Romano de Regína |
2.-Los Hispanorromanos
Cuando los romanos llegaron a
Sierra Morena, esta se encontraba habitada por celtas, quienes rápidamente
aceptaron las costumbres y usos del pueblo itálico, tal y como lo habían hecho
anteriormente con los cartagineses.
Efectivamente, cartagineses y
romanos vieron en la Península Ibérica una forma de enriquecerse gracias a los
recursos mineros existentes, especialmente en la zona meridional, tal y como
nos indica Estrabón (Geografia:3,146) que nos dice que:
... toda la tierra de iberos está
llena de metales, particularmente la Bética, de la que puntualiza que en cuanto
a la riqueza de sus metales no es posible exagerar el elogio de la Turdetania y
de la región lindante, porque en ninguna parte del mundo se ha encontrado hasta
hoy ni oro, ni plata, ni cobre, ni hierro, en tal calidad y cantidad. En las
comarcas de Hipa y Sisapón existía gran cantidad de plata y cerca de las Kotilai,
de localización dudosa, había cobre y también oro. (Blázquez, 1970: 126.)
Esta riqueza sería una de las
causas que motivaron las guerras púnicas, entre cartagineses y romanos, ya que
el dominio de las minas hispanas (especialmente las de Cástulo) se antojó
necesario para la economía de ambos bandos, y es por ello por lo que, desde el
año 218 a. C. (fecha de la entrada de los
Escipiones en Iberia) hasta fines del siglo I a. C., la península se
convierte en una auténtica colonia de explotación para los romanos.
Hispania constaba de dos
provincias, la Ulterior y la Citerior, que en época de Augusto (27 a. C.)
serán transformadas en Tarraconense, Lusitania, con capital en Mérida, y
Bética, con capital en Córdoba. El emperador Otón añade la Mauritania Tingitana,
con capital en Gades, y hacia 212
Caracalla crea la provincia Galláecia.
Será en época de Constantino cuando Hispania quede dividida en siete
provincias: Tarraconense, Bética, Lusitania,
Gallaecia, Cartaginense, Mauritania Tingitana y Balearica. Como es lógico pensar, nuestra villa perteneció a la
provincia Bética, con capital en Córdoba.
Las poblaciones indígenas eran de
dos tipos: las espendiarias que pagaban un tributo, mantenían su derecho propio
y acuñaban moneda, y las libres, que podían ser federadas (de una gran autonomía
administrativa) o inmunes (no pagaban tributos). La
romanización se extendió rápidamente por toda la península y los pueblos
indígenas obtuvieron en distintas etapas una ciudadanía plena; así, el
emperador Otón, sucesor de Galba, agradecido a los hispalenses y emeritenses
por conservarle su amistad ante las adversidades, los hizo ciudadanos romanos
con todas sus libertades, concediendo el emperador a nuestro pueblo ese
derecho, con todas sus prerrogativas, por la buena acogida que le ofrecieron
sus habitantes. Así, ciertos indicios nos hacen creer que Guadalcanal tuvo su propia
moneda, acuñándose en nuestro pueblo, al que los romanos llamaban “Canalis”, en
alusión al sistema de trabajo en las minas.
Siendo Guadalcanal una de las
regiones más ricas en metales preciosos que ha existido en España, cabe pensar
que las descripciones realizadas por los autores clásicos (como Posidonio, Polibio, Mela,
Plinio o Diodoro Sículo, entre otros) sobre la explotación minera de
Sierra Morena deben referirse en parte a estas latitudes. E incluso el nombre
de esta sierra proviene de un hispanorromano muy rico, poseedor de minas de
oro, plata y cobre, llamado Sexto Mario, de aquí que Sierra
Morena aparezca en Ptolomeo (Geografia:2,4,15) como Mons
Marianus y en el Itinerarium Antonini (432)
como Mons
Marianorum,
Diodoro Sículo (Historia del
Mundo:5,36-38) nos ha dejado unas interesantes descripciones de las
explotaciones mineras hispanas:
Algunas veces los mineros se topan en lo profundo con ríos que corren
bajo tierra, cuyo ímpetu dominan rompiendo las embestidas de sus corrientes,
para lo que se valen de galerías transversales (...) y hacen los drenajes
valiéndose de los llamados caracoles egipcios, que inventó Arquímedes de
Siracusa cuando pasó por Egipto (...)
Los que pasan sus vidas dedicados a los trabajos de minas hacen a sus
dueños tremendamente ricos porque la cantidad de aportaciones gananciosas
rebasa el límite de lo creíble; pero ellos, bajo tierra, en las galerías día y
noche, van dejando la piel, y muchos mueren por la excesiva dureza de tal
labor.
(...) ninguna de las minas es de explotación reciente; por el
contrario, todas fueron abiertas por la codicia de los cartagineses (...).
(Blázquez, 1970: 126-128.)
Camino romano |
También Plinio (Historia
Natural:133, 76-77) nos describe el sistema de extracción del oro consistente
en la utilización de una corriente de agua que facilitaba su extracción a
través de venas abiertas en los montes, lo que producía los deslizamientos de
tierras y el derrumbamiento de dichos montes.
Otro sistema era minar las
sierras con larguísimos túneles, horadando las mayores montañas y colocando
pilares de sostén que, intencionadamente destruidos, ocasionaban el desplome de
los montes, afectando .a masas gigantescas de tierra y donde a menudo perdían la
vida los hombres que trabajaban en ellas, quedando sepultados. Posteriormente,
estas grandes masas de rocas eran sometidas a un lavado de agua,
... que caía de gran altura,
hasta de 100 metros a veces, que procedía de embalses artificiales, mediante acueductos,
con 150 km a veces, de recorrido. Las arrugiae se lavaban durante el invierno. Los
detritus eran arrastrados mediante un sistema de canales, o anchas galerías y
clasificados, lo que originaba verdaderos aluviones de oro. (Blázquez, 1970:
136.)
Esto mismo nos indica un monje
franciscano del siglo XVII al hablar de Guadalcanal en época romana:
Cargaban los montes sobre arcos y bóvedas y los pedernales que no se
sujetaban al hierro, el fuego y el vinagre los vencían.
La tierra que cavaban y las peñas de los metales los sacaban a hombros
de mano en mano, y rompían las piedras con cuñas y almádanas, luego degollaban
los arcos sobre los que cargaban los montes y al tiempo que avisaba el
centinela que estaba en las cumbres y huían de las montañas que caían con el
mayor estruendo y ruido que jamás pensar pudiera el ser humano...
Después de este trabajo tenían otro mayor, que era llevar los ríos
acanalados para lavar la tierra y la piedra que sacaban para extraer el oro y
la plata que contenían. Para esta tarea juntaban los montes, allanaban los
collados, levantaban valles y para que el agua viniese a piso la tomaban muy
alto, en las partes que por naturaleza solo pájaros podíanse tener, colgándose
a veces los hombres por los riscos para que cavasen, exponiendo así su propia
vida. (Carrasco, 1988.)
A estos canales o cuevas que
atravesaban las montañas los llamó Plinio “canalicios” o “canalienses”, los que
más tarde en el tiempo formarían parte del nombre de nuestra villa.
En cuanto a los restos romanos
localizados en nuestro término municipal, diremos que se conserva en la
actualidad un capitel mutilado de mármol blanco, hueco por la parte superior,
que sirve de pila de agua bendita en la iglesia parroquial de Santa María de la
Asunción y que con anterioridad se encontraba cumpliendo el mismo fin en la
iglesia de San Sebastián. Este elemento arquitectónico ha sido fechado en el
siglo II d. C.
Ceán Bermúdez, en su obra Sumario
de las Antigüedades Romanas que hay en España, dice que en Guadalcanal se podían ver
aún los edificios ruinosos que utilizaban los romanos para la explotación de las minas de plata y
que estas pertenecían a los célticos beturienses (Ceán, 1832: 266.)
No es de extrañar que por nuestra
villa cruzaran ciertas vías o ramales que conectaran con la calzada de Híspalis
a Emérita (Sevilla a Mérida), ya que era el paso ordinario de los romanos
de Extremadura
a Sevilla (posiblemente el camino de San Benito), siendo nuestro pueblo
en muchas ocasiones lugar de acampada de las tropas romanas, consumiendo
grandes cantidades de vino que producían las abundantes vides que se criaban en
estos pagos.
En este sentido, existes
vestigios de asentamientos romanos en la “suerte de Magrao”, junto al lugar
conocido por “piedra Corcovada”, en el camino de las minas de Pozo Rico, donde
encontramos restos constructivos como tejas (tégulas e ímbrices),
ladrillos y fragmentos de vasijas.
También se han localizado restos
romanos en los alrededores del cortijo de La Torrecilla, al noroeste de la
villa y a 8 kilómetros de ella, teniéndose certeza de hallazgos cerámicos (terra
sigillata y común) y constructivos (tégulas) en el lugar denominado “era
de los comuneros de la suerte del donadío”.
Asimismo, en el cortijo de Santa
Marina, a 8 kilómetros al norte de Guadalcanal, se conserva un sarcófago de
piedra que sirve para dar de abrevar al ganado, junto al mismo pozo de la
finca, y que procede de un cerro próximo al caserío.
También hay noticias de la
aparición de sepulturas de inhumación bajo losa en Las Tobas, a 6 kilómetros al
sureste de la población, sobre el camino real que atraviesa la sierra de
Hamapega en dirección al Hornillo.
En el Cerro Monforte, a 5
kilómetros al sur de Guadalcanal, en el camino de
Cazalla, localizamos un asentamiento de carácter defensivo que fue utilizado
por las diversas culturas llegadas a estos parajes, destacando numerosos restos
romanos y medievales. En la cresta del cerro se localizan dos aljibes y restos
de un posible amurallamiento.
Copyright.- Rafael Rodríguez Márquez
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