El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho
y Caprichoso 12
Capitulo 15
El que se cierre el periodo hábil
de cacería de esta apasionante modalidad cinegética de la caza de la perdiz con
reclamo, no quiere decir que sus aficionados se tengan que poner a sestear, si
es que no a vegetar, (sólo, claro está, bajo el aspecto cinegético) como, en
este sentido y en tales circunstancias, les sucede a los cazadores de las demás
modalidades, ya que los aficionados al Reclamo de perdiz tenemos el específico
e intransferible privilegio de mantener, nuestros anhelos, nuestras esperanzas
y nuestras complacencias de pajareros de forma permanente y tan intactos, como
estando en plena actividad cinegética. Y es que en esta tan sugestiva y
quijotesca modalidad de caza, los tiros sólo son, como mucho, - ya lo he dicho
- sólo la guinda que adorna el pastel, que ni mucho menos el pastel en sí.
Para los aficionados “al pájaro”,
una vez cerrada la veda, la simple preparación de los terreros - por mencionar
el más inminente quehacer en esta incipiente inactividad - y el poder contemplar
a sus reclamos “tomando tierra” con sus electrizantes estertores de alas y el
inefable placer que deben sentir - tanto que se les puede oír gemir de gusto –
bañándose en ella, ya es toda una deliciosa bendición. Desde este punto, hasta
que, anunciando la proximidad de un nuevo celo, se les vuelve a sacar de los
terreros, para recortarlos y meterlos, un año más, en la jaula, vayan ustedes
echándole hilo a la cometa
en eso de los gratos placeres del
pajarero, observando a sus reclamos, contemplándolos y cuidándolos como si
fueran delicadas e valiosas joyas.
Todo el que piense lo contrario
o, incluso, no llegue a comprender cuanto termino de decir, creo que sólo se debe
a que son unos consumados ignorantes de la tal modalidad cinegética, porque,
claro, ¿cómo se puede entender o amar lo que no se conoce? ¿Y qué decir de los
que, atrochando por donde pueden, que no por donde deben, dedican esas "lindezas",
tanto a la tal cacería en sí, como a sus seguidores, que, por irrespetuosas y
hasta, en algunas ocasiones, por tan malintencionadas y ofensivas, resultan tan
hirientes como humillantes....?
Yo a todos estos les diría lo que
el extraordinario pajarero, Don Ignacio Escavias de Carvajal, escribe en su
delicioso libro "Cómo Cazar la Perdiz con Reclamo", con esa
delicadeza, con ese respeto y con esas tan buenas maneras de decir las cosas, tan
propias siempre de un hombre que, en eso del “arte del bien decir”, lo es de
los pies a la cabeza.
“El conocimiento por parte del
aficionado.- Escribe Don Ignacio.- de cuanto significan todos los cantos de su
“reclamo según sus tonos y circunstancias: el saber “interpretar debidamente
las actitudes que adoptan en cada “momento, el dominar y conocer los secretos
de este o “aquel puesto con sus muchas peripecias, que son el hilo, “raíz e
historia de un desenlace, son de un placer y de una emoción", que no podría comprender
jamás quien ignora “este mundo de la caza de la perdiz con reclamo.
Capitulo 16
En pleno verano y después de
estar, nada menos, que doce años a mi lado, se me murió mi entrañable e
inolvidable Chepa, como creo que ya he dejado dicho por ahí.
Sería pues prácticamente
imposible el que yo fuera recordando en esta su biografía, una por una, las
heroicas y memorables gestas que librara este excepcional “pájaro de perdiz”
durante tantos años, por lo que tendremos que limitarnos sólo a espigar en
ellas algunas de las más vibrantes y emotivas, así como a alguna que otra
anécdota que, en tan largo tiempo, tuviera que vivir.
Efectivamente, he de adelantar
que este excepcional reclamo consiguió por fin y definitivamente, todo un
excelente Doctorado, con un "Sobresaliente cum Laude", que no ya un simple
"Bien" o "Notable", en el adecuado y preciso celo en que se
debe conseguir, es decir, en el "tercero".
La decisión para otorgarle el tan
merecido y encomiable Doctorado, tuvo lugar ya en los inicios del mencionado
celo y en un puesto de bandera, en el que tuvo que debatirse con un bando de
"monjes". (“Torá” le llaman en algunos lugares a estas pequeñas
comunidades de monjes marginados). Imperdonable, por otra parte, que este tan
memorable puesto pueda quedar en el aire y sin que quede en letra impresa para
orgullo del Chepa y de su amo y para admiración de todos los pajareros de bien
y envidia de todos los demás de los siglos venideros.
Para entendernos mejor ya desde
el principio, creo que debo explicar qué es y en qué consiste eso de "los
bandos de monjes”, (a los que en algunos lugares llaman “torás", y en otros,
no sé qué) por si alguno de nuestros amables lectores no tiene una idea, más o
menos, real de lo que, en realidad, son estos bandos de los tales fulanos, y
que para no dar lugar a equívocos, lo vamos hacer copiando lo que de ellos se
dice de la prestigiosa Enciclopedia de la Caza de Jorge Palleja.
Se escribe en esta Enciclopedia
sobre el particular lo siguiente: No tardan los pollos de perdiz en usar y
abusar de su superioridad sobre los hermanos, con pujas de galleo que dan lugar
a continuas reyertas entre ellos, consiguiendo hacerse el amo del cotarro a
fuerza de picotazos, el más valiente y vigoroso de ellos, logrando así "la
jefatura del bando o compañía". Una vez que el padre, el antiguo jefe,
entrega la tal jefatura , emite un ajeo o canto de gallina, abandonado "la
compañía" para ir a refugiarse a otro bando. Si el gallito de este bando
no lo recibe, de nuevo vencido, tendrá que irse a una "torada" o bando
de monjes, uno de tantos bandos vergonzosos formado por machos vencidos y
cobardes, que fueron expulsados de su "compañía”.
Pues bien, uno de estos
vergonzosos bandos, formado, nada menos, que por siete de estos monjes, fue el
que se nos presentó, sorprendentemente y sin pretenderlo, aquella tibia mañana
de Febrero, precisamente, en el que fuera un “puesto” muy conocido por aquellos
lares por lo querencioso que era para las campesinas, y - qué miren ustedes qué puñetera coincidencia - se
encontraba en un lugar que se llamaba “La Tebaida”.
Era este un “tollo” de piedra,
que se encontraba casi en la base de un montículo de prieto matorral y ante el
que se extendía un terreno de labrantío, que llaneaba como en amplias y suaves
olas y que, ese año, estaba sembrado de trigo, y que, a esas alturas del Otoño,
verdegueaba vivificante y lujurioso, aunque en las crestas de la olas del
terreno alomado, clareaba levemente como el que comienza a quedarse calvo.
Caminaba a su encuentro con mi
Chepa a las espaldas, y escopeta y demás bártulos al hombro, espejeando anhelos
y esperanzas, que se me agigantaron cuando, aún a cierta distancia, pude intuir
que aquel puesto aún estaba virgen. En efecto, cuando llegué a él, pude
comprobar que ningún otro pajarero se me había adelantado, y eso siempre es
bastante positivo, lo que no quiere decir que, el que un puesto esté ya dado,
siempre sea un contratiempo tan decisivo, como para no divertirse en él,
cazándolo de nuevo, e, incluso, en una tercera vez. He de confesar al respecto
y como inciso, que yo he dado puestos con excelentes resultados, cuyo “tollo”
tenía pulgas de lo usado que estaba.
El día, como ya he apuntado,
transcurría sereno y templado, si bien el sol parecía jugar al escondite, escondiéndose
y volviendo a aparecer entre retozones nublos que parecían vellones de algodón.
Retocando “el tollo” me
encontraba, con El Chepa ya “entronizado” en el pulpitillo, aunque,
lógicamente, aún encapillado, cuando le oigo que, de improviso, comenzó a reclamar
como de buche. Era la primera vez que lo hacía en esas circunstancias, así que,
un tanto sorprendido, miré instintivamente hacia donde estaba, al tiempo que
pensaba, que por lo visto, el enano parecía venir ese día que escupía por un
colmillo. Me pude apercibir, sin embargo, que la cosa no era para tanto,
porque, claro, las perdices estaban
cantando por aquellos labrantíos
y matorrales, y a ver cómo se podía contener el fogoso Chepa a la tentación que
debía sentir al escuchar a las campesinas y más estando oliendo el bucólico
aroma de la sierra, que no viendo por estar aún en la oscuridad de su cárcel
bajo la “sayauela”.
Una vez más - y no me cansaré de
repetirlo - cuando le quité la sayuela, tuve que salir hacia “el tollo” que
escarbaba, si es que no quería que se desnucara en uno de los saltos.
Quiero recordar que era el primer
“puesto” que le daba ya en el tercer celo.
Sólo unos instantes le bastaron
al Chepa para liar la de Dios. Todos aquellos parajes parecían un gallinero en revolución,
y yo, entre tanto, más ancho que largo. ¡Qué felicidad tan inefable allá
sentado tan plácidamente en mi silletín, oyendo las campesinas “patirrojas”
cantar en la solemne soledad de la sierra, y como haciéndose eco de mi reclamo!
¡Algo realmente indescriptible!
Observando a través de la
tronera, pude distinguir, allá a lo lejos, en uno de los clareos de la sementera,
una collera, plácidamente careada. Por lo visto, no estaban por la labor,
pues, sin prestarle la menor
atención al del pulpitillo, se fue alejando paulatinamente, hasta que la perdí
de vista. Fue en esos instantes precisamente, cuando la función, que nos esperaba,
se empezó a cocer, pues, en tanto que yo, un tanto distraído, observaba por
donde se me había perdido de vista la collera del labrantío, me pude apercibir
de que el trovador, ahogaba de repente unos reclamos y, rebajándose, comenzó a reclamar
de embuchada.
-¡Esto ya está aquí!.- Pensé como
sorprendido de súbito.-
¡Algún campesino debe estar
acercándose de "callandillas"
¡ El muy hijo puta, pues no ha
dejado escapar ni una sola "pitá"!
Agucé oído con toda atención, a
la vez que busqué al posible visitante con ojos ávidos a través de la tronera.
Ver, de momento, no, pero sí pude oír como un tímido y casi imperceptible
“curicheo”, allí, prácticamente, pegado a mis pies. Y he aquí que,
inesperadamente, empecé a ver, sobresaliendo entre el verde trigal, en cuya
linde se alzaba el pulpitillo, cabezas y más cabezas de los que, indecisos y
como despistados, parecían ponerse de puntillas para salir en una foto, al
tiempo que acudía a la plaza, inesperadamente y repentizando una carrerilla, el
que “cuchicheaba” casi pegado a mis pies. Al parecer, era éste como "el
abad o padre prior" de aquella tan extraña procesión de monjes. Debió
acudir después de ordenar a sus súbditos que esperaran allí, en tanto él se
acercaba a ver qué era lo que pretendía aquel impaciente e intruso predicador
allí en el púlpito. Entró como temeroso y en clara actitud de paz, mirando al
intruso con el cuello de a metro y como diciéndole: “Pero bueno, ¿a qué viene
esto?"
¡Bastantes peleas y humillaciones
hemos sufrido ya, como para enzarzarnos ahora en una nueva reyerta"!
No le dio tiempo a mucho más,
pues viendo que El Chepa lo estaba recibiendo, transfigurado, como de
costumbre, en una tan farisaica como amorosa clueca, allá quedó panza arriba y sin
decir ni "mu".
A la explosión del tiro, sólo
algunos de los acompañantes se volaron, pues pude ver que, por lo menos, dos ni
se coscaron, quedando allí inmóviles y mirando aún más despistados de lo que ya
lo estaban, y como sin saber por donde había sonado aquel tan extraño e
inesperado trueno. Daban la sensación de encontrarse a la espera del
"Padre Abad", pero que, viendo que ni se movía, aún estando tan
cerca, comenzaron a inquietarse un tanto.
Haciendo la "mortuoria"
estaba el trovador, cuando uno de ellos se adelantó con pasos “quedos” y
recelosos, entrando en la plaza, seguramente que en busca del jefe, aún más desangelado
y pío que entrara el prócer. El primer sorprendido fue el propio trovador que,
rápidamente, se vio como obligado a transformar aquel su fúnebre responso, en el
que le estaba haciendo “la mortuoria” al Prior, por el de las albricias de un
nuevo y jubiloso recibimiento de emergencia, por lo que no tardó en llegar lo
que, en tales circunstancias procede: un nuevo disparo y otro difunto más que
se apuntaba en el libro de los caídos en este guerra.
Con los dos cartuchos de la del
"dieciséis" disparados, y viendo “correrse” entre el monte, que no
volarse, al que estaba en compañía del recién caído, aproveché para recargar la
escopeta con nuevos cartuchos, por supuesto que con toda premura y no menos
tacto. Casi no me dio tiempo, pues El Chepa, de nuevo, tuvo que olvidarse de la
"mortuoria" del segundo abatido, para ponerse con toda urgencia a
recibir a un nuevo visitante.
Y así, una vez que los seguidores
de aquella especie de secta se cercioraron de que el jefe y el que,
seguramente, debía ser el segundo de a bordo, junto al asistente, estaban más
muertos que el tatarabuelo de Nefertitis, los restantes fueron entrando al
patíbulo, uno tras otro, como sumisos dolientes en llorosa comitiva, y, entre
tanto, El Chepa, como loco, sin saber si dedicarse a cantar responsos en las
"mortuorias" o ponerse a recibir a los que iban llegando.
Siete, fueron siete los caídos, y
a todo esto casi en menos que canta un gallo corralero. Estaba casi seguro, por
otra parte, que los siete eran machos, cosa que, por más que lo pensaba, no me
lo quería creer, aunque cierto era que, en alguna que otra ocasión, había oído
comentar a algún amigo pajarero, que existían unos bandos como de machos amariconados,
que cuando se tenía la suerte de pisar el terreno de alguno de ellos y se le
mataba al jefe, allí se armaba la de “la mundial”.
Tenía todavía algún tiempo por
delante, para seguir dando “el puesto”, pero estaba que no vivía por escapar
del “tollo” para satisfacer mi ávida curiosidad, cerciorándome de lo que, realmente,
era aquello. Tanta curiosidad tenía por comprobarlo que, cuando, por fin, me
decidí dar por concluido “el puesto”, casi me olvidé que, estando El Chepa en
el pulpitillo, lo primero que había que hacer y con toda premura además, era
acudir a ponerle la sayuela, si es que no quería que se descalabrara, dando
saltos y “alambreando”, conforme me veía acercarme a él.
Efectivamente, cuando los tuve en
mis manos y pude ver los "peazos" de espolones que todos y cada uno
de ellos lucían en sus patas, se me despejaron todas las dudas. En efecto,
todos eran machos, formando una de esas vergonzosas toradas de monjes, con la
que yo jamás había dado, y que, en aquella ocasión, fui a dar con una de ellas,
precisamente, en "El famoso Puesto de “La Tebaida", conocido por “el
puesto del Sacristán”. Y...¿dónde mejor - digo yo - para que acudiera a él una
comunidad de “monjes”, ya que de alguna manera olía a Iglesia?
A guisa de posdata quisiera dejar
reflejada en esta Biografía del Chepa un “puesto” de muy similares características,
y en el que también entregaran su alma a Dios una comunidad de “monjes”, que
diera mi gran amigo Antonio Moyano a un magnífico “pájaro” al que, por haberlo comprado
allá por los predios de La Iglesia disidente de “La Santa Faz” en El Palmar de
Troya, lo bautizara con el nombre de “El Papa Clemente”, porque así se llamaba
El Jefe espiritual de la tal Iglesia disidente. Por cierto -¡Qué coincidencia
tan curiosa! – el aguardo era un viejo tollo de piedra, conocido entre los
pajareros con “el puesto del Cura”.
Este puesto mío con El Chepa,
también se trataba pues de un muy conocido aguardo y, asimismo, se dio la
puñetera coincidencia, como para que en él, además de que entregaran su alma a
Dios un bando de “monjes, de que se le conociera como “El Puesto del
”Sacristán”, (como ya he dejado dicho) el que sin llegar a la categoría, en eso
del nombre, del que diera mi amigo Moyano, en eso otro de la renta conseguida,
sin embargo, no le fue a la zaga.
Tal anécdota quedó expuesta en mi
Libro: “Anecdotario del mundo del Reclamo de Perdiz”, y hasta puede que en
algún que otro también, como es posible que sea en el de “El mundo del
Reclamo”.
Nº Expediente: SE-1091 -12
Buscando información sobre los maquis en la provincia de Sevilla he llegado a este blog. Mis padres son naturales de Guadalcanal y agradezco enormemente haber topado con esta página llena de historia sobre el que también para mí es mi pueblo.
ResponderEliminarSaludos.
P.D. ¿Tenéis página en facebook para seguiros?
Gracias por tu comentario, si quieres seguir este blog en facebook tienes que entrar en Rafael Spinola Rodriguez
EliminarUn saludo,
Rafae Spínola