El desarrollo de la sociedad extremeña, como el
de cualquier otro lugar, está precedido de la llegada y asentamiento permanente
de pobladores que constituyen el verdadero elemento de consistencia en zonas
caracterizadas por la despoblación, y a su vez son la base sobre la que se
cimenta el poder señorial. Antes de profundizar en el conocimiento de la
sociedad es necesario acercarnos, aunque de forma simbólica, al conocimiento de
la población extremeña.
A diferencia de otras zonas, como la andaluza donde
cuentan con libros de repartimientos, los datos que poseemos sobre la población
extremeña son escasos, por no decir ningunos, aunque ello no coarta la
posibilidad de formular algunas hipótesis referidas a la procedencia de los
pobladores y su número. La proliferación de las nuevas conquistas y fundaciones
se tradujo en la constitución de nuevos lugares a los que los pobladores
accedían libremente atraídos por los numerosos privilegios y libertades. No
obstante, y es un hecho señalado por distintos autores, la población en
Extremadura pasaría de largo debido a la proximidad de fechas entre la
conquista de Extremadura y la de Andalucía.
Pero ¿qué población existía con anterioridad a la
conquista? Este interrogante no tiene en principio difícil respuesta. En la Alta Extremadura
el poblamiento de origen musulmán era escaso y localizado. Las fuentes sólo nos
señalan a Coria como el lugar poblado más al norte de la frontera, junto a esta
ciudad destacan una serie de plazas, como Alcántara, Cáceres y Trujillo, cuya
función militar obliga a desechar la idea de que concentraran un poblamiento
digno de ser tenido en cuenta. En torno al Valle del Guadiana la situación es
distinta hay motivos para pensar en la permanencia de pobladores musulmanes, la
toponimia lo confirma. La adquisición de lugares mediante el “pacto de
sumisión” es posible que permitiera la continuidad de sus antiguos pobladores,
aunque despojados de gran parte de sus bienes. En esta situación se vieron los
lugares de Hornachos, Montemolín y Reina. Aunque no podemos dar tampoco cifras
aproximativas, datos del siglo XIV dan por supuesto la permanencia de
pobladores musulmanes viviendo en la región de Mérida, donde Juana Rodríguez
compraba a doña Fátima y a doña Xaucen, moras, sendos pedazos de tierras que
tenían en término de dicha ciudad.
Pero la incógnita la constituye la masa de
población cristiana. De su número no conocemos apenas nada. Poseemos algunos
datos aislados del siglo XII para la zona de Plasencia, que afectada por la
razzia musulmana de 1196 vio como 150 de sus habitantes caían prisioneros y
eran mandados a trabajar en una de las mezquitas de Marraquech. Ya en el siglo
XIII, no sabemos exactamente cual es el crecimiento de la población, pero
podemos hacernos una idea a través del número de iglesias que se mencionan
dentro de las villas y aldeas. El número de parroquias es desde luego ínfimo si
lo comparamos con el resto de villas y ciudades de Castilla y León. Sólo
tenemos noticias de los lugares más importantes como Plasencia donde son
mencionadas en 1254 cuatro iglesias, con posterioridad a 1284 aparecen tres
iglesias más. De Trujillo conocemos la existencia de tres iglesias, como en
Alcántara; de Badajoz tenemos constancia de la existencia de alguna iglesia
además de la catedral.
Sabemos más de la procedencia de los pobladores.
Se trata con toda seguridad de habitantes de los concejos castellano-leoneses
limítrofes que habían adquirido intereses materiales en la zona. Gentes de
Ávila y de las aldeas de su tierra, gentes de Salamanca, Béjar y algunos más
procedentes de tierras del norte como Navarra (el obispo Navarrón que llegó a
Coria en la conquista de 1142), Iscar y Zamora.
El asentamiento de la población está recogido en
los fueros y cartas de población de los concejos de realengo, aplicable también
al maestrazgo. Para conocer la primera etapa contamos con los fueros de
Coria-Cáceres y Plasencia. Las condiciones en ellos expresadas ponen de
manifiesto las ventajas iniciales de comenzar una nueva vida en la frontera, entre
las que destacan la inexistencia de pechos solariegos y la libre posesión de
tierras, sólo aparecen algunas obligaciones señoriales relacionadas con la
frontera. El repartimiento de las heredades de concejo se realizaría en un
primer momento por los denominados quadrilleros,
quienes otorgaban las distintas unidades en función de la participación en la
conquista y del periodo de llegada cuando se hizo el llamamiento general.
Pasado el primer momento de asentamiento de la población, era el concejo el
encargado de proceder al reparto de la tierra a través de los sexmeros. El territorio dividido
en sexmos a su vez estaba compuesto por veintenas, cada una de aproximado valor
y era entregado a los pobladores los domingos por la mañana.
Pero igualmente estimulante era la exención de
pechos solariegos durante un tiempo determinado, la duración es similar, así
por ejemplo, en Coria sólo era durante el primer año de estancia, al igual que
en Cáceres. En cuanto a las obligaciones debidas al señor sólo destacan las
relacionadas con la frontera como el fonsado (obligación de asistir con el rey
a la guerra). La importancia de la actividad militar queda seriamente regulada
en los distintos fueros, como el de Cáceres que se manifiesta claramente en
este sentido: “Mando et otorgo al
conceio de Caceres que non vayan en hoste mays de XXX dias, et esto con el
cuerpo del rey, et no con otri, et en su frontera ”, el fuero de
Plasencia es similar en este sentido, sólo que el tiempo de asistencia con la
hueste real se prolongaba durante tres meses y sólo quedaban exentos niños y mujeres,
en Cáceres se excusaba a los que llevaban sólo un año de casados.
Las facilidades obtenidas por los pobladores en
los momentos iniciales del asentamiento se ampliaban a otro conjunto de
exenciones y derechos que no sólo atañen a la vida militar. Tanto en Coria como
en Cáceres los pobladores no tenían que pagar la fazendera, mientras que en
Plasencia aparecía como una obligación, en cambio se eximía del pago de la
mañería, una de las cargas jurisdiccionales desarrolladas en espacio no
fronterizo. Otra ventaja, ya relacionada con el concejo, es la exención del
portazgo y otros cobros, normalmente reservados por el rey como el montazgo,
una libre disposición del término por parte del concejo como se contempla en la
primera rúbrica del fuero de Plasencia, y la escasa participación del rey en
las rentas concejiles que revertían en beneficio de la comunidad. Dicho en
otras palabras, se delegaba gran parte de la autoridad y del gobierno
correspondiente al rey a estas nuevas instituciones a las que se favorecía
económicamente para fomentar su desarrollo.
Los grupos sociales hasta la primera mitad de
siglo vienen contemplados en los fueros, son los caballeros villanos y los
peones identificado esté último con el campesino pechero. El grupo de los
caballeros villanos formado en la frontera, rápidamente hace acto de presencia,
aunque no alcanza la fuerza necesaria como para destacar por encima de los
demás grupos sencillamente por su escaso peso demográfico. Los fueros
contemplan la figura del caballero al cual se exime de cualquier tipo de pechos
consiguiendo además numerosos privilegios que tendrán su manifestación más
clara décadas después, su principal dedicación es la guerra, de ella obtienen
sus principales ganancias pues en los repartos del botín salían ampliamente
beneficiados. Se puede decir,
que en los momentos en los que la frontera se encuentra más próxima el grupo de
la caballería villana no es un grupo poderoso ante todo porque las condiciones
demográficas y la escasa repartición del suelo no lo permiten. El otro grupo de
exentos que contemplan los fueros son los clérigos, aunque en principio les era
difícil conseguir una heredad en el concejo, pues la venta de bienes raíces a
hombres de órdenes, nobles y clérigos estaba prohibida, bien es cierto que
estos poseían sus residencias en las villas y se encontraban exentos de pechos
y obligaciones.
Los pecheros o peones, superior en número,
exentos de una gran mayoría de las rentas sería un grupo militarizado que
tendría como única obligación participar en las campañas militares, las mayores
presiones vendrían dadas por parte de la jurisdicción eclesiástica, que no
concedía ningún tipo de exención. Este grupo se erige como una masa de pequeños
propietarios desde el momento en que son asentados en las distintas partes del
término de la población y se les entrega lo que va a constituir la unidad de
explotación campesina básica perfectamente definida en los fueros de
Coria-Cáceres. Esta se componía principalmente de una casa, una vez de molino,
un asno, una vaca, dos bueyes, doce ovejas y un cerdo, junto a otros bienes
muebles de menor importancia. En Plasencia cambiaba, se constituía de seis
eminas de pan, un yugo de bueyes y una aranzada de viñas.
Por debajo del grupo de los pecheros los fueros
contemplan la figura de los denominados asalariados rurales. Este grupo de
desfavorecidos se caracteriza por no poseer bienes como los pecheros, poseer un
nivel de riqueza inferior y vender su fuerza de trabajo estacional. Son
trabajadores asalariados sin ningún peso específico en el conjunto de la
comunidad. Entre estos se señalan a los yugueros, hortelanos, pastores,
messegueros. Los dependientes, así llamados porque entablan una relación
cerrada con sectores sociales superiores, caballeros y clérigos, gozan de
cierto privilegio de exención. Algunos artículos de las cartas forales señalan
que junto al caballero y al clérigo sean eximidos sus dependientes.
Diversos acontecimientos en la vida política de
Castilla a mediados del siglo XIII suponen un cambio importante en las
estructuras socioeconómicas. El cambio de política sugerido por Alfonso X, que
como afirma A. Ballesteros fue “una defensa de los intereses reales frente a
los señoriales propiamente dichos que comenzaban a formalizarse tras el parón
que sufrió la reconquista de gran parte de Andalucía”. De esta defensa
se deriva la promulgación del famoso Fuero Real (1255-1256) como respuesta al
Fuero Viejo, que el conjunto de los nobles intentaba mantener. Por otro lado,
la disminución del realengo en beneficio de los señores fue un punto que
preocupó al monarca que como respuesta desarrolló una política de nuevas
fundaciones, e intentó por todos los medios reintegrar todos los lugares
posibles a su dominio. Un cúmulo de
elementos relacionados con las dificultades climáticas, la detención del
proceso reconquistador, y fluctuaciones en la moneda, provocaron la inestabilidad
política de donde salieron beneficiados unos y perjudicados la mayoría. De la situación
inicial en la que sólo eran ventajas para el conjunto de la población, se sufre
un deterioro considerable y un deslizamiento hacia formas oligárquicas en
consonancia con las directrices impuestas por la sociedad feudal.
Esta segunda etapa, es la que más nos interesa.
Se extiende a lo largo de la segunda mitad del siglo XIII y se va a
caracterizar por la existencia de importantes cambios orientados hacia la
consolidación de la sociedad. Los cambios se dejan notar perfectamente,
aumentan los derechos señoriales -fielmente recogidos en los fueros dados por
órdenes militares y obispos- y en el realengo determinados grupos “guerreros”
se consolidan como una oligarquía que controla la vida de los concejos. Aún así existen
diferencias en las distintas jurisdicciones, como en los maestrazgos donde las
condiciones para la reproducción del grupo de los caballeros se encuentran
francamente mermadas. Por su parte, la iglesia comenzaba a dar ciertos visos de
organización e intentaba coordinar sus esfuerzos por pervivir en una zona en la
que la escasez de pobladores y la pobreza de éstos obligó a los monarcas a
beneficiarla de manera continua permitiendo, dada la mala situación monetaria
del reino, aumentar sus respectivos patrimonios territoriales a costa de
tierras y derechos pertenecientes a los concejos.
Juan Luis de la Montaña
Conchiña,
Becario de la Fundación Valhondo
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