PEDRO ORTEGA VALENCIA Y LA ISLA DE GUADALCANAL
(1567-1568) Sengunda parte
(1567-1568) Sengunda parte
Probablemente Ortega debió pisar tierra cerca de punta Lunga, donde sus hombres permanecieron hasta el oscurecer, cuando regresaron a bordo como era la costumbre. Con el alba la tripulación despertó por el griterío de hombres, mujeres y niños que embarcados en canoas rodeaban al bergantín. No fue un despertar pacifico, ya que los nativos arrojaban piedras y flechas a los “intrusos”. Los marinos contestaron, hiriendo e incluso matando a algunos, por lo que los indígenas tuvieron que huir de estampida. Al día siguiente la situación cambio y fue de calma, por lo que Ortega decidió desembarcar con un grupo de marinos y explorar los alrededores. Sorprendidos, encontraron a los apaciguados nativos, lo que aprovecharon para examinar la botánica isleña. En su exploración, alcanzó un río que el comandante sin ninguna modestia bautizo Ortega el nombre de la isla de Guadalcanal perdura en la historia, pero no así el del río que tuvo una existencia efímera. Ortega decidió que ya habían cumplido con su misión en Guadalcanal y era tiempo de regresar con sus compañeros a bahía Estrella en la Isla Santa Isabel, pues pensaba que se encontrarían al cuidado por la tardanza.
Pensado y hecho, y así salieron en descubierta. A unas 160 millas de Lunga observaron una pequeña isla que llamaron San Jorge, que forma un canal con la Isla de Santa Isabel al norte. Ortega penetró en el canal desde la entrada sudeste y así lo especifica su diario de navegación, anotando las dimensiones del canal: longitud seis leguas por una de ancho, con una profundidad de ocho a doce brazas, y según reza su diario con un excelente fondeadero donde mas de mil barcos podían anclar. Cerca de la salida noroccidental del canal existía un pueblo indígena con cerca de treinta chozas de paja, y también atrajo a los españoles las joyas y largas filas de perlas con las que se adornaban el cuello. Saliendo del canal, Ortega decidió regresar a bahía Estrella. Durante su regreso a unas seis leguas observaron una Isla que bautizaron, San Nicolás. En su navegación de retorno noroccidental, hallaron otra Isla que llamaron San Marcos. Al alcanzar la punta norte de Santa Isabel, Ortega enfiló rumbo este, pero como el viento les era desfavorable el bergantín no avanzaba, y dándose cuenta que habían tardado mucho en esta misión, decidió enviar una avanzadilla en una pequeña lancha para realizar el viaje de vuelta de cien millas a bahía Estrella y explicar la razón del retraso del bergantín. Nada mas zarpar y debido al mal tiempo, esta pequeña lancha tuvo la desgracia de chocar contra unos arrecifes y naufragar, y los hombres forzados a alcanzar tierra a nado. A pesar de ese percance, la suerte no fue completamente contraria a Ortega y unas horas mas tarde, el viento cambio y el bergantín pudo hacerse a la mar con gran progreso, divisando pronto los restos de la lancha. Ortega con tristeza comprobó que tres soldados y el guía habían perdido la vida. Los supervivientes estaban contentos de abordar el bergantín y con brisa favorable regresaron a bahía Estrella.
Mendaña estaba preocupado con el retraso, por lo que se alegró al divisar el maltrecho bergantín entrando en la bahía y más tarde con las historias sobre sus descubrimientos de Guadalcanal e Islas cercanas que la tripulación contó. El 8 de mayo después de un breve descanso de la marinería del bergantín, Mendaña ordenó a las tres embarcaciones elevar anclas y dirigirse hacia la recientemente descubierta isla por su maestre de campo Ortega —Isla de Guadalcanal— a unas 200 millas al sur. El mismo deseaba comprobar estas historias. Las fantásticas narraciones habían despertado el apetito aventurero de Mendaña, quien era insaciable y deseaba inspeccionar la Isla el mismo y ver si la suerte le acompañaba encontrando oro y perlas.
Después de una travesía tranquila, sin grandes acontecimientos, la expedición alcanzó Guadalcanal cerca de su actual capital Honiara, donde vieron un puerto que nombraron Puerto La Cruz y al río cercano le llamaron con el nombre de su valeroso jefe piloto —Gallego. Tras desembarcar, los hombres clavaron con gran solemnidad en la playa una cruz y el padre franciscano canto misa y de esa forma, los españoles tomaron posesión de la isla. Aparentemente los nativos de Guadalcanal estaban impresionados con todos estos rituales, disparando al aire una ráfaga de flechas, obligando a los españoles a terminar rápidamente la ceremonia y a responder de la misma forma al ataque. Dos nativos murieron, otros cayeron heridos, y el resto huyó, adentrándose en la isla. Los españoles, como era su costumbre, durmieron a bordo y al alcanzar tierra a la mañana siguiente, descubrieron que la cruz había desaparecido.
El 19 de mayo Mendaña envío al experimentado alférez general Fernando Enríquez con treinta hombres a reconocer el río Gallego y al regresar a Puerto la Cruz, no terminaban de contar sobre las maravillas y tesoros encontrados. El general comandante deseaba aun continuar la exploración sistemática para una futura colonización, cuya tierra parecía rica, por lo que al alba despacho a Enríquez y Gallego en el bergantín. Al abandonar Puerto la Cruz costeando una legua, hallaron un arroyo con muchas chozas en sus márgenes y a otra legua, Enríquez observo el anteriormente descubierto río Ortega. Bordeando hacia el sur a unas diez leguas del río, Enríquez vio otro arroyo al este de la actual localidad de Roroni. Aquí el bergantín fondeo y una partida desembarco, siendo sorprendidos los hombres por unos doscientos nativos que se les acercaban, y sin estar seguros de sus intenciones y sin querer arriesgar, Enríquez ordenó emprender el regreso. Tras cuatro leguas de navegación con una brisa favorable, Gallego fue el primero en ver la desembocadura de un gran río, localizado actualmente al este de la presente Aola. Al río Io bautizaron San Bernardino en honor a la festividad del día, 20 de mayo, donde algunos hombres desembarcaron, siendo efusivamente recibidos por los indígenas. Conociendo la predilección de los españoles por el cerdo, estos estaban encantados con el regalo que los nativos les hicieron de un cerdo, además de algunos cocos y cantaros de agua. Tras una amistosa despedida, la expedición partió rumbo sudeste hasta alcanzar el punto mas oriental de Guadalcanal, cerca de la actual isla de Marapa, que los españoles nombraron San Urbano en honor del santo del día, 25 de mayo.
San Urbano fue el punto mas oriental que vieron durante esta exploración y de allí, cumpliendo las ordenes de Enríquez, regresaron a Puerto la Cruz, donde arribaron el 5 de junio y donde les esperaban ansiosos por oír las fantásticas historias que relataron de sus descubrimientos y de las maravillas que vieron, sobre los lujosos adornos de oro de los nativos y sobre los pájaros jamás vistos antes. Sin embargo, Enríquez estaba consternado al oír que durante la ausencia del bergantín, los nativos habían matado a nueve de la tripulación. Parece que al principio las relaciones con los indígenas eran buenas, pero estas se deterioraron por la prolongada estancia de los españoles y por su continua demanda de provisiones. Al día siguiente Mendaña envío a su hombre de confianza, Sarmiento de Gamboa, con cincuenta hombres en una misión de castigo, veinte indígenas murieron y fueron arrasados los poblados cerca de Puerto la Cruz.
Pensado y hecho, y así salieron en descubierta. A unas 160 millas de Lunga observaron una pequeña isla que llamaron San Jorge, que forma un canal con la Isla de Santa Isabel al norte. Ortega penetró en el canal desde la entrada sudeste y así lo especifica su diario de navegación, anotando las dimensiones del canal: longitud seis leguas por una de ancho, con una profundidad de ocho a doce brazas, y según reza su diario con un excelente fondeadero donde mas de mil barcos podían anclar. Cerca de la salida noroccidental del canal existía un pueblo indígena con cerca de treinta chozas de paja, y también atrajo a los españoles las joyas y largas filas de perlas con las que se adornaban el cuello. Saliendo del canal, Ortega decidió regresar a bahía Estrella. Durante su regreso a unas seis leguas observaron una Isla que bautizaron, San Nicolás. En su navegación de retorno noroccidental, hallaron otra Isla que llamaron San Marcos. Al alcanzar la punta norte de Santa Isabel, Ortega enfiló rumbo este, pero como el viento les era desfavorable el bergantín no avanzaba, y dándose cuenta que habían tardado mucho en esta misión, decidió enviar una avanzadilla en una pequeña lancha para realizar el viaje de vuelta de cien millas a bahía Estrella y explicar la razón del retraso del bergantín. Nada mas zarpar y debido al mal tiempo, esta pequeña lancha tuvo la desgracia de chocar contra unos arrecifes y naufragar, y los hombres forzados a alcanzar tierra a nado. A pesar de ese percance, la suerte no fue completamente contraria a Ortega y unas horas mas tarde, el viento cambio y el bergantín pudo hacerse a la mar con gran progreso, divisando pronto los restos de la lancha. Ortega con tristeza comprobó que tres soldados y el guía habían perdido la vida. Los supervivientes estaban contentos de abordar el bergantín y con brisa favorable regresaron a bahía Estrella.
Mendaña estaba preocupado con el retraso, por lo que se alegró al divisar el maltrecho bergantín entrando en la bahía y más tarde con las historias sobre sus descubrimientos de Guadalcanal e Islas cercanas que la tripulación contó. El 8 de mayo después de un breve descanso de la marinería del bergantín, Mendaña ordenó a las tres embarcaciones elevar anclas y dirigirse hacia la recientemente descubierta isla por su maestre de campo Ortega —Isla de Guadalcanal— a unas 200 millas al sur. El mismo deseaba comprobar estas historias. Las fantásticas narraciones habían despertado el apetito aventurero de Mendaña, quien era insaciable y deseaba inspeccionar la Isla el mismo y ver si la suerte le acompañaba encontrando oro y perlas.
Después de una travesía tranquila, sin grandes acontecimientos, la expedición alcanzó Guadalcanal cerca de su actual capital Honiara, donde vieron un puerto que nombraron Puerto La Cruz y al río cercano le llamaron con el nombre de su valeroso jefe piloto —Gallego. Tras desembarcar, los hombres clavaron con gran solemnidad en la playa una cruz y el padre franciscano canto misa y de esa forma, los españoles tomaron posesión de la isla. Aparentemente los nativos de Guadalcanal estaban impresionados con todos estos rituales, disparando al aire una ráfaga de flechas, obligando a los españoles a terminar rápidamente la ceremonia y a responder de la misma forma al ataque. Dos nativos murieron, otros cayeron heridos, y el resto huyó, adentrándose en la isla. Los españoles, como era su costumbre, durmieron a bordo y al alcanzar tierra a la mañana siguiente, descubrieron que la cruz había desaparecido.
El 19 de mayo Mendaña envío al experimentado alférez general Fernando Enríquez con treinta hombres a reconocer el río Gallego y al regresar a Puerto la Cruz, no terminaban de contar sobre las maravillas y tesoros encontrados. El general comandante deseaba aun continuar la exploración sistemática para una futura colonización, cuya tierra parecía rica, por lo que al alba despacho a Enríquez y Gallego en el bergantín. Al abandonar Puerto la Cruz costeando una legua, hallaron un arroyo con muchas chozas en sus márgenes y a otra legua, Enríquez observo el anteriormente descubierto río Ortega. Bordeando hacia el sur a unas diez leguas del río, Enríquez vio otro arroyo al este de la actual localidad de Roroni. Aquí el bergantín fondeo y una partida desembarco, siendo sorprendidos los hombres por unos doscientos nativos que se les acercaban, y sin estar seguros de sus intenciones y sin querer arriesgar, Enríquez ordenó emprender el regreso. Tras cuatro leguas de navegación con una brisa favorable, Gallego fue el primero en ver la desembocadura de un gran río, localizado actualmente al este de la presente Aola. Al río Io bautizaron San Bernardino en honor a la festividad del día, 20 de mayo, donde algunos hombres desembarcaron, siendo efusivamente recibidos por los indígenas. Conociendo la predilección de los españoles por el cerdo, estos estaban encantados con el regalo que los nativos les hicieron de un cerdo, además de algunos cocos y cantaros de agua. Tras una amistosa despedida, la expedición partió rumbo sudeste hasta alcanzar el punto mas oriental de Guadalcanal, cerca de la actual isla de Marapa, que los españoles nombraron San Urbano en honor del santo del día, 25 de mayo.
San Urbano fue el punto mas oriental que vieron durante esta exploración y de allí, cumpliendo las ordenes de Enríquez, regresaron a Puerto la Cruz, donde arribaron el 5 de junio y donde les esperaban ansiosos por oír las fantásticas historias que relataron de sus descubrimientos y de las maravillas que vieron, sobre los lujosos adornos de oro de los nativos y sobre los pájaros jamás vistos antes. Sin embargo, Enríquez estaba consternado al oír que durante la ausencia del bergantín, los nativos habían matado a nueve de la tripulación. Parece que al principio las relaciones con los indígenas eran buenas, pero estas se deterioraron por la prolongada estancia de los españoles y por su continua demanda de provisiones. Al día siguiente Mendaña envío a su hombre de confianza, Sarmiento de Gamboa, con cincuenta hombres en una misión de castigo, veinte indígenas murieron y fueron arrasados los poblados cerca de Puerto la Cruz.
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