Notas para la historia de la Cofradía de la Soledad de Guadalcanal durante el siglo XIX
Primera parte
I. INTRODUCCION.-
Es muy desconocida la historia de las cofradías de la villa de Guadalcanal. Intentaremos, pues, en este pequeño articulo hacer una aportación en este sentido referida en este caso a la hermandad del Santo Entierro de Cristo y Ntra. Sra. De la Soledad, residente en la Iglesia Mayor de la población, la Parroquia de Santa María de la Asunción. Y se trata del estudio de unos autos que se instruyeron por la corporación en 1851 debido a que las otras dos parroquias de la población, Santa Ana y San Sebastian, no acudían a su procesión del Viernes Santos. Hay que imaginarse la "indignación" de los cofrades ante estos hechos que parecen, a primera vista, un desprecio por parte del clero de ambas collaciones hacia una procesión, que en todo tiempo y lugar, ha sido considerada oficial, por tratarse, claro está, del entierro de nuestro Salvador.
Hay que tener en cuenta que el 11 de mayo de ese mismo 1851 se firmo el concordato entre el Gobierno Moderado presidido por Bravo Murillo y la Santa Sede, rigiendo la sede de Pedro el Papa Pío IX. Se acaba así con una situación extremadamente anómala de enfrentamiento entre la Iglesia y el Gobierno Español, nacida por la disolución el 11 de octubre de 1835 de las órdenes religiosas masculina y la puesta en venta de sus bienes el 19 de febrero de 1836, obra del ministro Juan Álvarez Mendizábal. Guadalcanal hasta 1851 pertenecía a una jurisdicción eclesiástica exenta, el Priorato de San Marcos de León de la Orden Militar de Santiago, concretamente a su Vicaria de Tentudia. Tras el concordato paso a depender de la autoridad episcopal del arzobispo de Sevilla. Pues bien, existía un tribunal especial de las Ordenes Militares, con sede en la corte, y el Secretario de este, D. Alfonso de Cuenca, enterado del asunto se dirigió el 11 de junio de 1851 al Gobernador Eclesiástico interino del Priorato de San Marcos, que gobernaba este al no existir un prior en estos momentos tan extraños. Le expuso la pretensión de la hermandad, representada por su mayordomo que era también teniente de alcalde de la villa D. Ignacio Vázquez, y que era que las parroquias asistieran a la procesión del Viernes Santo con cruz parroquial alta y llevando los clérigos capas pluviales, lo cual era lo mas lógico en estos casos. Particularmente hasta ahora no vemos nada anormal en la pretensión de los cofrades. El Gobernador se dirigió entonces a los párrocos con fecha 16 de junio para que expresaran lo que opinaban de lo que se nos antoja espinoso asunto, con el fin de que el lo trasladara al tribunal eclesiástico. “Pero antes deberíamos ver, pues es todo un fresco costumbrista, el informe del 28 de mayo del "celoso" mayordomo de la cofradía, D. Ignacio Vázquez. El fin de pedir que acudieran los cleros parroquiales era que se realizase "...con toda la suntuosidad que se requiere el funeral del primer sacerdote de la Ley, el Hijo de Dios...". No se puede decir más en menos espacio. Dada cuenta de que no se había dirigido a los curas pues vela cercana la negativa como se la había dado sus antecesores.
Lo más llamativo del asunto es que D. Ignacio alegaba que al entierro de un sacerdote los demás acudían con cruces y capas mientras que no iban al de Cristo. La verdad es que el argumento parece, en principio, demoledor. Pero veamos que respondieron los párrocos.
II. LA RESPUESTA DEL CLERO DE SANTA ANA.-
El párroco de Santa Ana, D. José Baños, oído su clero. Dio cumplida respuesta al gobernador eclesiástico, sede vacante, de San Marcos. En primer lugar alego que no todos los cofrades del Santo Entierro tenían la pretensión de que asistieran las dos parroquias con cruz y capa pluvial, sin tan solo alguno entre los que no se encontraban los eclesiásticos que, seguramente, se habían opuesto a esta pretensión. A ello había que sumar que la corporación no poseía reglas aprobadas por la autoridad eclesiástica, lo cual ni entonces ni ahora decía nada a su favor. Lo cierto es que los hermanos no solo se habían dirigido al tribunal de órdenes sino que antes habían mostrado su pretensión en la Santa Visita que hizo D. José Gómez Jurado, párroco de Ntra., Sra. De los Ángeles de Bienvenida. En ella se negó el visitador a sus deseos y los hermanos no se avinieron a la concordia de procesiones que se pretendía hacer estipulando que Santa María asistiese a las procesiones del Corpus Christi de Santa Ana y San Sebastian. En contrapartida estas dos parroquias acudirían al Santo Entierro una vez que hubieran acabado los oficios en sus templos, los cuales, lógicamente, se estimaban más importantes. Ello se consideraba una "obligación de justicia" mientras que acompañar a Santa María "que es igual en todo a las demás" no lo era. En el fondo lo que late es la rivalidad entre la parroquia "mayor" y las otras dos. Todo ello nos recuerda los pleitos de preeminencia entre Santa María y San Pedro en Arcos de la Frontera y entre Santa María y Santiago en Utrera o los conflictos entre Santiago y San Sebastian en Alcalá de Guadaira. Estas luchas entre parroquias, que se nos antojan tan antievangelicas, son muy habituales en la historia de la Iglesia andaluza. Por otra parte el párroco opone un argumento irrebatible, pues era mucho más importante una procesión en la que desfilaba el mismo Jesucristo que otra en la que salía tan solo su imagen. Por otro lado alegaba en lo referente a los entierros de los clérigos de la villa que existía obligación de asistir a ellos por establecerse en unas constituciones que estaban legalmente aprobadas por el ordinario. Además la presencia en estos entierros la tenia la parroquia en la cual se hacia el funeral y las tres clerencias actuaban, para el caso, como si se tratara de una solo. Finalmente, si se consentía en la pretensión Santa María iría subordinada a las otras y con el tiempo se establecería una costumbre que obraría a favor de su supremacía. Como hemos de suponer, ello es lo que no se debía de consentir. Además dice que la no presidencia de Santa María había sido declarada "en juicios contradictorios y sentencias ejecutorias". Por último hay que decir que, según el párroco, había costumbre de acudir a la procesión del Santo Entierro solo con la cruz. En fin, que lo que subyace e invade todo el conflicto es la disputa entre la matriz y las otras dos parroquias. Que pensaría D. José Baños si viera como han rematado San Sebastian y Santa Ana frente a Santa María, la cual en parte, solo en parte, conserva su esplendor.
III. LA RESPUESTA DEL CLERO DE SAN SEBASTIAN.-
Pero tenemos ya que ver las respuestas de otra parroquia, San Sebastian. Por ella informó el mismo 2 de julio el teniente de cura párroco D. Vicente Salvador que expreso las razones que le asistían para considerar infundadas e injustificables las pretensiones de los hermanos de la Soledad.
Por un lado ya era antigua la petición de la hermandad de que las parroquias asistieran a su procesión. Tampoco era el primer paso la exposición que se había hecho al alto tribunal. En un tercer lugar se vierten acusaciones graves sobre la corporación pues literalmente se dice: "...ha largo tiempo que se abriga esta idea, no ha mucho que se promovió esta cuestión, no por pureza de sentimientos religiosos sino, por mera vanidad y ostentación mundana y por el deseo de crear una preeminencia que jamás ha existido i Sensible es el extravío que en este punto se advierte en las ideas evangélicas y en el espíritu de nuestro divino dogma!". Las mismas acusaciones de siempre: se le achaca a las cofradías la riqueza de sus procesiones, la mundanidad que demuestran en sus desfiles procesionales. Pero las acusaciones llegan a más pues se dice que la corporación "...quiere con perjuicio de tercero, un lujo, ostentación y pompa innecesarios, solo por vanidad para aparentar orgullo y superioridad sobre los demás". D. Vicente Salvador alega que "...no es ciertamente el exterior mundano el que eleva los actos de nuestra sublime religión, sino la fe ardiente y pura, el recogimiento de las costumbre y la sencillez y dignidad de las prácticas y ceremonias". En fin, la teoría de la preeminencia de las costumbres sencillas y puras sobre la pompa habitual en las cofradías de todos los lugares y tiempos, cuestión que hoy sigue viva y latente y tan de actualidad como en el siglo XIX. Pero hay más y hache está, como hemos dicho en repetidas ocasiones, el meollo de la cuestión de lo que la anterior argumentación es un simple adorno puede que hasta retórico. A todo lo anterior se une el que intentaba según el sacerdote, fomentar el espíritu de rivalidad entre las tres parroquias, destacando el primer puesto de Santa María. La verdad es que no creemos que se le pudiera echar demasiada leña a un fuego de por si tan encendido. No se quería, en ninguna manera, reconocer el carácter de Iglesia Mayor a una de las tres. Para el cura teniente de San Sebastian bajo la capa del culto que debía tributarse a Jesús Yacente se ocultaban otras dos intenciones que el venia a considerar diríamos bastardas: dotar de una excesiva solemnidad a al procesión y ratificar la preeminencia de Santa María según continuaba contando hacia dos meses, es decir, en mayo, ante el visitador, el clero de las dos parroquias preferidas "procurando destruir toda idea de rivalidad y de servidumbre que envilece" convino "motu propio" asistir a la procesión del Santo Entierro. Ahora bien no cedía sin compensaciones pues el de Santa María en contrapartida debería asistir a las procesiones de los otros dos, singularmente a las citadas del Corpus Christi. A continuación vemos en el texto una serie de interesantes preguntas retóricas pues se nos dice: "Si es solo la suntuosidad y solemnidad de la religión lo que se procura por que no se accedió a esta justa y equitativa demanda?, no son todos los pasos y procesiones de la pasión y muerte de nuestro Redentor de igual importancia y consideración?, ¿Cua1es son los inferiores en la magnitud y santidad?, ¿Cuales no merecen practicarse y recordarse con augusto y majestuoso esplendor?, "Desde nuestro punto de vista del día de hoy, la respuesta en parte estaría clara pues, por inveterada costumbre, la procesión del Santo Entierro ciertamente se considera oficial y mas importante que las demás”. Y ello ocurre en la generalidad de los lugares donde se celebra. Ahora mismo este aserto no se discute. Pero para el clero de Santa Ana y San Sebastian no estaba nada claro y hay que reconocerles su valiente defensa de sus derechos.
Siguen las preguntas retóricas: "Si había pureza de motivos y delicadeza de sentimientos, por que no se aceptó la proposición y se impuso voluntariamente el Clero y la cofradía solicitantes la carga que espontáneamente se imponían las clerecías de Santa Ana y San Sebastian?, “¿,Son menores los quehaceres y ocupaciones que en la Semana Santa tienen las referidas iglesias?". En fin, se acusa al clero de Santa María de desear imponer su predominio y de no dejarse llevar por la pureza de motivos, lo que quizás parecería mas grave. Pero sigue mas pues se afirma que ninguna la de las tres parroquias tiene tiempo para asistir a la funciones de las otras y lo mas importante, ninguna puede exigirlo ni hasta ahora lo ha hecho. Ante esta falta de derecho y costumbre solo se podia exigir, según el teniente de cura, esta obligación si existía reciprocidad de servicios prestados gratuita y voluntariamente.
Un verdadero toma y daca. Se afirma que si estos servicios fueran forzosos e interesados perderían su grandeza. Se aduce que "la violencia y el interés empañan el refulgente esplendor de las prácticas y ceremonias religiosas". Por otra parte se dice que no se puede alegar la asistencia del clero al entierro de un sacerdote. Vuelven a aparecer las razones que exponía el párroco de Santa Ana. A estos funerales se iba porque así lo ordenaban las constituciones de la hermandad de sacerdotes de San Pedro, las cuales abundaban en poblaciones con numeroso clero y que también existían en Guadalcanal, conservando hoy documentación de ella en el Archivo general del Arzobispado. Por otra parte, se recuerda que no existían conexiones entre este entierro y el de Cristo. Al Santo Entierro asistía todo el clero con sobrepelliz acompañado de los sirvientes de los diversos templos. Y la mas importante es que se dice que iban "solo por pura devoción y voluntariamente, no por cumplimiento, y vana ostentación como sucede en aquel". Existe una cierta contradicción en las palabras de D. Vicente Salvador que diciendo huir de la ostentación reconoce que se asiste a los entierros de sacerdotes por puro cumplimiento, guardando una reglas. En resumen, tras tan larga exposición, el teniente de cura párroco de San Sebastian pide al secretario del tribunal de órdenes que exponga a este alto organismo los motivos que tienen ambas clerecías para no asistir a la procesión a fin de que pudiera apreciarlos y, consiguientemente, juzgarlos. Pero veamos el informe del visitador eclesiástico que nos echara mucha luz sobre este enojoso asunto.
Germán Calderón Alonso Historiador
Revista de Feria 1997
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