Excmo. Sr. Conde de San Luis |
Capítulo III
Entrada en liza
Entrada en liza
Ayala llegó a Madrid en otoño de 1849. Hacia la
capital le habían atraído, para lo literario,
su amistad con el poeta García Gutiérrez, a quien conoció en Sevilla, y para lo
político, su fraterno compañerismo de colegial con el que ya daba esperanzas de
llegar a ser ilustre hombre público, Manuel Ortiz de Pinedo. Más solo con la
ayuda de este último podía contar, pues el primero se hallaba ausente de Madrid.
Ortiz de Pinedo no pudo, de momento
hacer más por Ayala que recomendarle para que obtuviese cobijo en la modesta
casa de huéspedes de la calle del Desengaño, donde él mismo vivía, e introducirle
en las reuniones del café del Príncipe, presentándole a los que serían sus
grandes camaradas del porvenir Cristino Marcos y Antonio Cánovas del Castillo.
La vida de Ayala en Madrid con
tal comienzo fue tan dura y tan sin orden como la de cuantos, con escasos
medios y desconocidos de todos, vienen a buscar el oro y el laurel a la Capital
de España. Durante muchos meses luchó sin tregua y sin fruto, aspirando desde
el primer momento a darse a conocer y a conseguir ganancias en su drama Un hombre de Estado. Visitó a Gil y Zárate y le dio a leer la obra,
sufriendo amarga decepción, pues este le aconsejó que estudiase la carrera y se dejase de literaturas. Pero Fernández
Espinosa que hubo de leer también la
producción de Ayala, tuvo para el autor frases lisonjeras, que le animaron a
perseverar en sus propósitos de que Un hombre de Estado llegara a
representarse.
Sin embargo, las empresas de los
teatros no se apresuraban, ni con mucho, a admitir la obra al dramaturgo en
cierne, del que no podían suponer que lograría ocupar el más elevado puesto
dentro del régimen parlamentario. Pero si Ayala aun no tenía la fuerza que da
el poder público, otros estaban en posesión de ella, y todo podía arreglarse, empleando la influencia
gubernamental de alguno de esos otros.
Fijó el autor de Un hombre de Estado su vista en el
ministro de la Gobernación, y decidió, sin más, escribirle ¡pidiéndole que hiciese poner su drama en escena! Se ha conservado
la curiosa carta en que tan extraordinaria solicitud hócese, y creemos
conveniente, para enseñanza de dramaturgos inéditos, reproducirla:
"Excmo. Sr. Conde de San Luis:
Sin duda extrañará V. E. que, antes de tener, el honor de conocerle, me haya
tomado la libertad de molestarle; pero yo le suplico que perdone mi
atrevimiento, al menos porque él demuestra lo mucho que de su bondad confío.
Desanimado con lo que se dice de la lentitud con que en el Teatro Español se
ponen las producciones nuevas, y siéndome imposible permanecer mucho tiempo en
la Corte, resuelto me hallaba a volverme a uno de los últimos pueblos de
Andalucía, de donde he venido para hacer ejecutar el adjunto drama, si las
noticias que he tenido de la bondad de V. E. no hubieran reanimado mis
esperanzas. Señor Conde: me presento a V. E. sin otra recomendación que la que
pueda darme mi primer ensayo; ni tengo otras recomendaciones, ni haría uso de
ellas aunque las tuviera. No le pido que lea mi drama, porque no le hago el
agravio de juzgarle tan desocupado; pero toda obra nueva exige de derecho que
se lean las primeras páginas, y eso es precisamente lo que exige la mía. Si por
ellas halla V. E. que podía merecer su bondad, puede someterla al juicio de
persona más desocupada, y si su fallo me fuese favorable, me atrevería a
suplicarle que me conceda la gracia de ser ejecutado en el Teatro Español antes
de enero; gracia para mí de inmenso valor; pero quizás pequeña si se compara
con la noble generosidad que V. E. ha usado con todos los ingenios españoles.
Quisiera ser muy breve, pero me parece arrogancia no suplicarle de nuevo que me
perdone mi atrevimiento, atendiendo que, a pesar de ser el drama que le re-mil
fundamento de todas mis esperanzas, me hallaba resuelto ya a retirarme sin
ejecutarlo. En tan penosa situación se prescinde de todo, pues si es triste
perder la esperanza cuando los años han ido disminuyendo los deseos, V. E., que
aun no se encuentra lejos de mi edad, comprenderá cuán doloroso será perderla
al comienzo de la juventud y cuando todos los deseos y en especial el de la
gloria conservan toda su intensidad. Se ofrece de V. E. s. s., q. b. s. m.,
Adelardo Ayala.—Madrid, 1.0 de septiembre de 1850, calle? del Desengaño, núm.
19, cuarto 3 °"
Viene de antiguo, sin duda, el
qué se pida a los ministros todo lo pedible y algunas cosas más. Sobre ello,
aquel ministro de la Gobernación era amante del teatro y protector de los
autores, en favor de los cuales hizo la reglamentación que comenzó a sacarles
del dominio de los empresarios. Y así, al recibir la carta que le adjuntaba un
drama, procedió como si se tratase de un expediente normal encauzado por la vía
adecuada, pasándolo para su informe y resolución "a quien corresponde".
Teatro Español de Madrid 1848 |
El Conde de San Luis entregó la
obra de Ayala a su secretario particular, Manuel Cañete, el cual acaso comenzó
con este motivo la labor crítica en que había de hacerse popular, encargándole
que leyese Un hombre de Estado, y viera si, realmente, era representable.
Cañete encontró la obra admisible, y, llamando al joven autor, le indicó
algunas modificaciones para el final del último acto; hechas por Ayala que
fueron éstas, el ministro impuso que se representase en el Teatro Español.
El estreno verificóse el día 25
de enero de 1851, interpretando los célebres artistas Teodora Lamadrid y José
Valero los dos papeles principales, y si su éxito no fue muy grande en el
público, si la crítica juzgó la obra con bastante dureza, el autor obtuvo con
ella la tranquilidad económica... en forma de un destinó en el ministerio de la
Gobernación.
Los corifeos del Conde de San
Luis, sabiendo que el ministro se había interesado porque se estrenase Un hombre de Estado, en su afán d, dar
la razón al ministro, se la dieron a Ayala Contra los espectadores, que durante
el estreno exteriorizaron reiteradas muestras de su disgusto,. y contra los
juicios de los más importantes diarios de entonces: La Época, que decía "tiene
el gran defecto de ser demasiado extensa y ganaría mucho si su autor la
despojase de algunos accesorios inútiles", y El Clamor Público, que encontraba "una gran inexperiencia en el Arte; acción escasa y lenta y
escenas que agotan la paciencia del auditorio", vieron en el drama
algo plausible. Y alabaron que aquella glosa de la triste suerte del privado
Rodrigo Calderón demostrase un liberalismo sin excesos. El autor así se
incorporaba al partido moderado, por lo que como correligionario debiera
tratársele. El ministro de los moderados perseveró, pues, en su protección a
Ayala y le regaló una credencial de doce mil reales.
De este modo, a Ayala le fue
abierto el palenque literario por el influjo ministerial, y el premio que en la
justa poético-dramática consiguió no se lo dieron ni los ingresos de la taquilla
teatral ni los elogios de las autoridades literarias, sino que obtuvo el oro
del Presupuesto y el laurel del partidismo político.
Para conseguir la corona que
ornamenta a los hijos de Apolo y el dinero de los derechos que cobran los
autores tendría que esperar la oportunidad de distinguirse, luchando en el
terreno donde dirimen su constante contienda el Poder y la Oposición.
Luís
de Oteyza
Vidas
Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX, Madrid,
1932
No hay comentarios:
Publicar un comentario