D. Emilio Arrieta |
Capítulo IV
La batalla contra Los Progresistas
Dos meses después, el 20 de marzo
del 51, estrenó Ayala su comedia Los dos
Guzmanes. Ya dijimos que había escrito esta obra cuando, huyendo de Sevilla,
se refugió en Guadalcanal. Tenía Ayala entonces diecisiete años solamente
acabando de leer los modelos del teatro clásico. Tales obras de enredo
despertaron en el aspirante a autor admiraciones imitativas, y su in
experiencia literaria no le permitió disfrazar siquiera las copias. Esto hizo
que la crítica le techara hasta como plagiario.
En cuanto al público, retrajóse a
las pocas representaciones del Teatro Español, donde también se estrenó Los dos Guzmanes. Si ello debió a que,
según los correligionarios de Ayala dijeron, al intentar defenderle en el
periódico del partido, no trabajaba en la obra la bailarina La Nena, poca
excusa resultaría. De haber sido buena su obra, con bailarina y sin bailarina,
habría acudido el respetable.
Seguidamente estrenó, en el
Teatro Circo y en 21 de julio, Guerra a
muerte, zarzuela con música de Arrieta, de la que nada se sabe, pues los
periódicos ni siquiera dieron cuenta de su estreno. Aquí, ya que no el apoyo
del baile, buscó Ayala el de las notas, sin que por eso consiguiese sino
entablar amistad con el compositor Emilio Arrieta, del que siempre fue desde
entonces amigo íntimo.
Y todavía el mismo año, el 21 de
noviembre, estrenó en el Teatro del Príncipe un drama, Castigo y perdón, que tuvo un fracaso completo. Hasta el autor se
consideró fracasado, tardando tres años en decidirse a probar de nuevo fortuna
en las tablas.
Entonces, con algún éxito,
estrenó el drama Rioja. Pero en
seguida volvió a fracasar, estrenando la zarzuela La Estrella de Madrid. Sin su
destino en Gobernación, Ayala habría tenido que volverse a Guadalcanal, como
pensaba al no poder estrenar Un hombre de
Estado. Y, además, acababan de quitarle ese destino...
Los moderados se encontraban en
la oposición al triunfar el año 54 aquel levantamiento de Espartero, que
provocó haber disuelto las Cortes Sartorius. Pero esto fue la salvación de
Ayala como autor, pues le hizo dar al Teatro las suelas Los comuneros, con música de Arrieta, y el El
Conde de Castralla, musitada por 0udrid. Ambas obras estaban llenas de alusiones
políticas, tanto que la primera provocó una manifestación pública de los
oposicionistas al Gobierno, y la segunda fue retirada de la escena por orden de
la autoridad. No necesitó más Ayala para que sus correligionarios pudiesen convertirle
en autor famoso. Si sus obras dejaban de representarse no era porque no
gustaran sino porque los gobernantes las prohibían.
Y apareció El Padre Cobos. Fue éste periódico de oposición, hecho
exclusivamente para combatir al Duque de la Victoria y a sus ministros, que
desde el primer número obtuvo el favor del público. Con la consiguiente enemistad,
claro es, del Gobierno.
Portada del Padre Cobos |
Las sátiras, crueles y
graciosísimas, dedicadas por el citado semanario a los personajes de la situación, al partido progresista entero,
a la milicia nacional y al jefe de todos, Espartero, hicieron retorcerse de
risa a sus lectores y temblar de
indignación a los aludidos. Las famosas "indirectas"
de El Padre Cobos tenían una
violencia y una saña que destrozaban vivos a los prohombres progresistas, los
cuales se defendían por todos los medios posibles, acometiendo a los redactores
del periódico con la ley y contra la ley.
Ayala formaba parte de la
redacción de El Padre Cobos, y hasta se decía que su íntima amigo, el músico
Arrieta, fue quien proporcionó los fondos necesarios para lanzar a la calle
esta publicación. Y no resistimos la tentación de copiar algunos párrafos de un
artículo del que se declaró autor Ayala, para que se vea cuán esmerada prosa y
cuanto comedimiento usaba el que llegaría a ser académico de la Lengua y
ministro en el primer Gobierno de Cánovas del Castillo. El artículo referido se
titulaba "Relinchos" y se
publicó el día 25 de mayo de 1855, comentando la sublevación de dos escuadrones
de Caballería en Calatayud:
"Tres secciones de Caballería del Ejército, pertenecientes al
escuadrón de Bailén, han salido desbandadas por los campos de Aragón,
relinchando con toda su fuerza: ¡Viva el Rey!
"Tal vez esos mismos caballos relincharon no ha mucho en los
campos de Vicálvaro: ¡Viva la Libertad!
"Está visto que la raza caballar preside la dirección de los
negocios públicos de España: Nos, legislan las Cortes Constituyentes, nos
gobierna O'Donnell..."
Semejantes madrigales hicieron
que los con ellos favorecidos decretaran la muerte de la publicación en que se
insertaban. El sistema de apalear a los redactores de El Padre Cobos no dio resultados, pues los golpes hubo de
recibirlos un pobre señor Salgado, empleado en la Administración, quien, claro
está, no tenía nada que ver con los escritos del periódico. Y entonces se
acudió a que el promotor fiscal, Massa y Sanguinetti, presentara una seria
denuncia ante los Tribunales contra ciertos versos que contenían injurias a la
representación nacional.
Ayala respondió de los versos
dichos para hacer la defensa de El Padre
Cobos ante el Jurado. Si verdaderamente había escrito tal engendro poético,
no obtendría una fama de versificador, pues la composición era detestable.
Pero, en todo caso, con defender el derecho a publicar eso y todo lo demás iba contra
las mismas ideas por que batallaba.
En el proceso de El Padre Cobos los campeones luchaban
cambiadas las banderas. Los progresistas, defensores de todas las libertades,
pretendían reducir la libertad de Imprenta. Y los moderados intentaban que la
libertad de imprenta se salvara, siendo opuestos a todas las libertades. Mas
esto, si fue un inconveniente para Massa y Sanguinetti, hombre de convenciones
firmes, no lo resultaba para Ayala... Ayala, que sabría luego no ya cambiar de
casaca, sino conservar la casaca de ministro de uno a otro Gabinetes opuestos,
por semejante pequeñez no vaciló. Así el triunfo fue suyo, derrotando de
aplastante manera al desdichado promotor fiscal.
Los versos denunciados eran un
supuesto "Himno a Espartero", ridiculizando el deseo de los diputados
adictos de prolongar por tiempo indefinido la vida de las Cortes Constituyentes
para mejor servir a sus amigos y aun lucrarse ellos, ya que muchos a más del
acta tenían cargos en el Gobierno. Y Ayala preparó la defensa con una estratagema,
que sus amigos consideraron habilísima, aunque fuera bastante simple, pues
consistió sólo en hacer que el diario Las
Novedades publicara unos sueltos políticos contra el empeño de no disolver
el Parlamento y abogando por que se cumpliese el reglamento de
incompatibilidades. Estos sueltos, escritos sin injurias, no fueron
denunciados, claro es, por lo que se podía decir que a Las Novedades se le permitía publicar aquello que, impreso en las
páginas del semanario perseguido, reputábase pecaminoso.
Podía decirse tal, aun cuando no
fuese enteramente cierto. Unos versos procaces y una prosa ponderada contendrán
lo mismo en el fondo; pero la forma hará que se diferencie enormemente su
significado. Sin embargo, Ayala dijo eso. Y lo dijo empleando todo lo sonoro de
su voz y lo ampuloso de su estilo. "Nunca
los odios políticos son más repugnantes que cuando visten la toga",
clamó.
Anonadando con frases así a los
acusadores, conminó a los jueces advirtiéndoles: "Si después de lo que
habéis escuchado condenar os lo juro por .i honor, más lo sentiría vosotros que
por mí. Seguro estoy de vuestro fallo, porque lo estoy de vuestra
rectitud. “¡Id juzgad!"
Este latiguillo final remachó el
efecto del ardid, no muy lícito, empleado para presenta: El Padre Cobos como perseguido injustamente por político
aborrecimiento. Y el Jurado dictó un veredicto de inculpabilidad, que fue no solo
eso para el semanario oposicionista, sino, a más, sentencia condenatoria para
el Gobierno.
Luís
de Oteyza
Vidas
Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932
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