En aquella lejanísima tierra
gemela, fértil y cálida
Sobre la puerta que une el interior
de nuestra Iglesia Parroquial con la sacristía hay un pequeño y humilde cuadró,
muy deteriorado ya por el tiempo, que representa una Virgencita, toda rodeada
de haces de luz, a la manera de la famosísima Virgen guadalupana. Se trata de
Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, patrona de Colombia.
¿Que caminos; qué aventuras, qué azares
trajeron hasta aquí ese oscuro cuadro? ¿Qué vinculación representa esa imagen,
entre Guadalcanal y Colombia? En mi modesta búsqueda de datos he venido a
encontrarme con el hecho, sorprendente y gozoso de que, muy lejos de España al,
otro lado del Océano, allá por tierras de América, hay un trozo de la mejor y
más hermosa historia oculta de nuestro pueblo.
Nada he encontrado en los libros a
mi alcance sobre una mujer guadalcanalense que se llamó María Ramos y que contempló
con sus ojos a la Madre de Dios, al pie del cerro de San Lázaro, en pleno
corazón de la tierra colombiana, allá por el siglo XVI.
Muchos años antes, en mayo de 1.499,
Alonso de Ojeda se hacía a la mar en Cádiz con cuatro bajeles bajo su mando y
llevando por compañeros nada menos que a Américo Vespucio y a Juan de la Cosa. Aquella
expedición llega a Colombia pero no logra penetrar en sus selvas rechazada por
las tribus indígenas.
Son todavía los años del
descubrimiento y España entera vibra a impulsos de la fe, de la sed de
aventuras, del ansia de riquezas soñadas. Las expediciones al Nuevo Mundo se
suceden una tras otra y las enormes carabelas vuelven repletas de oro y de
historias increíbles. Es la hora de los guerreros, de los héroes y de los
santos. En 1537 Gonzalo Suárez de Rendón llega al Macizo Oriental colombiano y
funda la ciudad de Tunja en Boyacá y en 1586, a muy pocos kilómetros, surge un
poblado minero y agrícola que toma el nombre del valle donde se asienta: Chiquinquirá.
Hermosísima tierra de altiplanos
donde el viento que baja de las enormes montañas de los Andes, es celeste y el
frío colorea las mejillas. Bajo un sol radiante, los amaneceres de Chiquinquirá
van descubriendo los mil colores del día, las cien tonalidades del ocre y del
verde. Hasta allí ha llegado María Ramos a quien imagino desgranando las
cuentas de un rosario —¿de aquí el nombre
de la Virgen?— en el momento de la aparición. Tal vez recordaba a aquel
pequeño pueblecito español donde había nacido, donde sus seres queridos,
posiblemente, nada sabían de ella y aún mucho menos podían suponer que pronto
habría de levantarse un Santuario “en
aquella lejanísima tierra gemela, fértil y cálida”. Ermita blanca,
española, de sobria fachada y capillas que invitan a la oración y al
recogimiento, como ésta muy nuestra de la Santísima Virgen de Guaditoca.
María Ramos debió de sentir, en
lo más hondo, de su gran corazón de mujer buena, una intensísima emoción al encontrarse ante sí a
la Madre de Dios sonriéndole como sólo Ella sabe sonreír a los que la aman. Tal
vez también entonces, en la cálida mañana cumbreña, un regajo de agua clara
tocaba el manto de nuestra Señora, dulce Virgencita de Chiquinquirá, del
Rosario, de María Ramos, de la ciudad de Tunja, (la de las viejas casonas palaciegas del siglo XVI, de soberbias
portadas renacentistas), excelsa Patrona de Colombia.
En el cielo, aquella paisana nuestra,
que mereció el honor de conocer a la Virgen en este mundo, vive ya eternamente
en presencia del Buen Dios. Desde allí, estoy seguro que mira con cariño a su
tierra americana y a su tierra española unidas por su fe y por su amor.
Hoy, desde las sencillas páginas
de esta revista guadalcanalense, quiero decirte María Ramos que nunca te
olvidaremos del todo, que nos sentimos orgullosos de que nacieras aquí. Tal vez
los españoles no seamos lo suficientemente agradecidos, pero somos muchos los
que recordamos que allá, en tierras de América, llegaste a escribir, sin
saberlo siquiera “tal es tu sencillez y
tu grandeza” la página más bella de la historia de Guadalcanal.
—Bastián, tú que eres hombre de buena cabeza y muchos años, ¿oíste
hablar alguna vez de María Ramos?
Lo he encontrado al salir del
antiguo bar de "Los Pepes"
donde Antonio lo acaba de invitar a un vasito de tinto. Dicen que el vino de
balde los recuerdos borra, pero Bastián tiene buena memoria.
—¿María Ramos dices? Déjame pensar... si, yo no levantaba un palmo
cuando mi abuelo, o mi bisabuelo “que se llamaba como yo y llegó a los noventa
y siete” nos contaba esas historias antiguas. Esa mujer era joven, buena y
bonita, sí... Un día se fue a las Américas para el enseñar a los salvajes
aquellos a rezar el rosario y resulta que va y se aparece la Virgen y le dice
que quiere que le levanten allí mismo una ermita para que aquellas gente vaya
en peregrinación; igual que aquí con la Patrona ¿comprendes?
Este hombre no se ha acostumbrado
todavía al pitillo que se compra ya liado. Saca su caldo de gallina de una
petaca añosa y comienza a liarlo despacio, con mimo, entre sus gruesos dedos
llenos de nudos.
—Oye; la Virgen aquella ¿no es la que está sobre la puerta de la sacristía?
Sí, esa es...
—¿Y no te parece a tí que deberíamos tenerla mejor cuidada y. mejor
sitio?
—¡Claro que me parece!. Anda viejo amigo, vamos a tomarnos otro vasito...
Revista de Feria 1985
Plácido de la Hera
No hay comentarios:
Publicar un comentario