¡Qué
vientos los de esta Sierra!
Corría el año 1847. Un fuerte vendaval
arrastró una piña ladera abajo en la alta serranía.
Durante el verano, seco y caluroso
piña se abrió. Parte de sus piñones esparcieron por el suelo, algunos de ellos,
los más recios, tan aferrados al vientre de la piña.
Un gran cuervo, negro-azulado, recogía ramajes para su tosco nido, y entre éstos iban
los restos de la piña En su posterior vuelo, ascendió con el poderío de sus
alas y aprovechando la térmica otoñal, parte del ramaje que llevaba entre
patas, cayó en la cima de la Sierra.
En ese ramaje caído iba mi embrión,
el piñón, que al caer enconó la tierra abierta por el pasado estío, penetrando
en la misma a la justa profundidad. Pocos días después descargó la primera
tormenta otoñal, qué llenó la grieta de agua, y se dieron en la sierra las
necesarias adiciones para el constante seguir de la vida vegetal: tierra
cálida, agua y yo, el piñón.
Así, en la primavera de 1848, asomaba
yo tímidamente mis primeras ramitas fuera de la tierra...
Aunque nadie me lo ha dicho, creo
ser un Pinus Melis (una variedad de pino) .
Mis antepasados eran muy apreciados
por los árabes para la carpintería desde los tiempos en que por aquí andaba
Muladi insumiso Merwan, hasta por los carpinteros en la actualidad.
¿Dónde estoy? Estoy en la cima de
una sierra preciosa, desde donde se ve un paisaje maravilloso, y aunque mi
pequeño tamaño aún me impide ver todo lo que me rodea, veo abajo, a los pies de
esta Sierra donde crezco, un pueblo blanco, pequeño, del que oigo sus campanas,
el susurro de su vida cuando el viento está del Sur. Hasta veo gente, y aquí,
cerca, a mi lado, pastores y ganados pasan junto a mí. También viene a mis
parajes un señor con libros, que se sienta a leerlos algunas veces cerca de mí,
y otras se pasa el tiempo mirando arriba, abajo, a la sierra de enfrente, para
detrás, donde, aunque mi tamaño no me lo permite ver, sé que hay otros pueblos,
por las conversaciones que D. Rafael (así le llaman al señor de los libros)
sostiene con los pastores.
Mis ansias de saber son
infinitas. Presto gran atención a estas charlas, y por ellas me entero de cosas
para mí extraordinarias por su novedad. Así voy aprendiendo. Este país, España
le llaman, tiene quince millones de habitantes y posesiones en Ultramar. El
pueblo, mi pueblo, blanco, en la base de mi sierra es Guadalcanal. Le cuenta D.
Rafael a Antonio, el pastor, que lejos, muy lejos, al otro lado de España han
puesto unas vías de hierro y unas máquinas con vagones, que en una hora
recorren el camino de un caballo en tres...
¡Qué vientos los de esta Sierra! Tengo diez años ya.
Don Rafael, un poco mayor, espacia
más sus subidas hasta la Sierra, pero por él, en estos años, me he ido
introduciendo poco a poco en el conocimiento de este país y de mi pueblo.
Han pasado en estos años parte de
lo que llaman la Década Moderna y el Bienio Progresista. Ha caído Espartero.
Narváez declara mayor de edad a Isabel
II, y la casan con su primo. Francisco. Nuestro pueblo tiene 7.000 habitantes,
y hay mala racha. Hay Peste en otros lugares y la gente, mucha gente se
amontonan aquí huyendo de ella.
Soy ya un pino esbelto. Ya veo
por detrás la torre de Valverde, Azuaga, Ahillones, Berlanga, y vislumbro
Granja. Esta, de 1857 es, a pesar de todo, una bella primavera, después de un invierno
crudo, frío y lluvioso.
Brotan flores por todos lados de
romero, jara, ruda; una sinfonía de olores y colores. Mis amigos los pastores y
sus ganados recuperan las alegrías perdidas.
1899. Final de Siglo. (Para no cansaros,
doy un salto grande en mis memorias). Don Rafael murió. Fue un gran educador.
Sin medios enseñó a medio pueblo. Culto, humano, sensible, creyente, venerador de Nuestra Señora de Guaditoca. Por aquí sube
frecuentemente don Alejo de la Hera, amigo de don Rafael, y con muchas de sus
buenas virtudes. Desde mis anteriores recuerdos, muchas han sido las
vicisitudes pasadas: Estado Unidos nos declaró la guerra. Perdimos Cuba y Filipinas.
En el 68 cayó la monarquía. Nuestro pueblo sigue bonito, alegre, orgulloso, y su
gente nuestra gente, asimismo humilde pero con ahínco y tesón, arranca tierra y sus ganados su sustento. Hacia 1890,
a mis pies hicieron un túnel y tendieron unas vías. Empezó a funcionar el
ferrocarril, con locomotoras jadeantes, echando chorros de vapor y nubes de humo
y carbonilla... Esto es lo que contaba hace tantos años don Rafael a los
pastores que habían puesto Cataluña en 1848...
No quiero cansaros. En la próxima
oportunidad os seguiré contando cosas que desde aquí he visto desde entonces
hasta nuestros días.
Ahora os dejo en vísperas de feria.
Que lo paséis bien, y lo único que os pido, es que me eche miradita...
El Pino de la Sierra
Revista de feria 1985
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