Castillo de Triana |
Capítulo IV del libro “El legado de Palium
Virginis”
Primera parte del resumen del
capítulo de mi libro inédito “El legado de Palium Virginis”
Este capítulo está construido en la historia y referencias a la cita de un libro que leí hace tiempo sobre los herejes de Sevilla que fueron quemados vivos en el Prado de San Sebastián en la víspera de la Navidad del año 1560, en la relación de herejes consta un tal Bassin Khadel Kashan (Joaquín de Atalaya), nacido en Guadalcanal sobre el año 1520. Fundada sobre hechos y lugares reales de la época, bien le pudo suceder a nuestro paisano por su condición de mozárabe y arriero.
Bassin Khadel Khasan mozárabe converso hijo de una familia media
de moriscos que vivía en la calle de los Olleros, en el barrio de los gremios
de la villa y con el nuevo nombre cristiano de Joaquín de Atalaya, salió de
Guadalcanal por la puerta del Jurado, apenas 20 leguas le separaban de su
destino, el Convento de San Isidoro del Campo de Sevilla, aquella mañana
soleada de Abril del año del señor de 1557 con su hijo Nicolás, el pollino
Canastero y la reata de mulos.
Joaquín creyó conveniente que le acompañara su hijo mayor
Nicolasillo, tenía que hablar con él de un asunto muy importante, un secreto de
familia.
- Nicolasillo
tú eres mi hijo mayor, nuestra familia ha heredado un secreto que se nos ha dado
en custodia, algún día tú serás el depositario, para ello nunca debes vender el
huerto del camino de San Francisco.
- No es el momento de darte más detalles, tendrás que estar ojo
avizor por si me pasa algo.
Transportaban un par de tinajas de vino en cada serón de doble
seno de sus acémilas excepto en dos de ellas que estaban destinadas a la carga
de vino “ojo de gallo” de Constantina que producían los frailes de la Orden San
Basilio y debían cargar en el Convento del Tardón.
Al llegar a la vecina localidad después de dos jornadas de sol
habían recorrido 8 leguas y 160 varas por un camino de retamas, alcornoques,
viñedos y olivos, al llamar a la puerta del convento les recibió un fraile de
avanzada edad, rechoncho, con la cara inexpresiva y redonda en la que se le
dibujaba una sonrisa permanente.
- A la Paz de Dios Joaquín y la compaña, ¿qué de bueno os trae a
esta humilde morada del señor?
- La Paz del señor sea con vuestra merced fray Modesto, nos
dirigimos a la ciudad de Sevilla y venimos a completar la carga.
El fraile de la sonrisa permanente los hizo pasar con su numerosa
prole de bestias a un patio interior y les ofreció agua fresca del pozo,
- El
sol ya hace justicia a la hora primera y tendréis sed, (les comentó fray
Modesto). Acto seguido abandonó el patio con un andar poco armonioso, casi
saltarín dejando a padre e hijo embelesados en el bonito artesanado y abundante
arbolado florecido de frutales varios del patio principal del convento.
No pasó a penas un cuarto cuando volvió fray Modesto y otro fraile
más joven, barbilampiño, larguirucho, de mirada huidiza y una altura poco común
con una bandeja llena de viandas, entre ellas dos grandes rebanadas de pan de
cereal blanco untadas de aceite y arrope, fruta confitada, un cuartillo de vino
para el adulto y un jarrillo de leche con miel para el zagal, comentando el
fraile de la sonrisa eterna:
- Mientras hacéis honor a este manjar que os ha traído fray Miguel
nos llevamos las dos acémilas a la bodega interior para cargarlas.
- Cuidado fray Modesto, Pajera la torda es cabezona como un
pollino sin domar, lleve delante a la Lovera es vieja y dócil (Repuso el arriero).
Una vez devueltas las caballerías con su correspondiente carga,
emprendieron la marcha con la intención de acometer una nueva jornada para
llegar a Cantillana, visitar a un familiar y reponer fuerzas, ellos y bestias.
Por fin a primera hora de la sexta jornada cuando el sol se ofrecía por el
horizonte, cogieron el camino de la margen izquierda del Guadalquivir, un
paisaje totalmente distinto al anterior les acogía en dirección a Sevilla,
grandes valles de frutales esplendidos y cereales a punto de cambiar su intenso
color verde por el amarillo que anunciaba su próxima siega.
Tras una intensa jornada montados en Canastero encabezando la partida,
llegaron a las murallas de Sevilla, el zagal se impresionó por la majestuosa
imagen de la Torre Mayor que se alzaba altanera por encima de las
murallas,
- Nicolasillo, bordearemos los muros de la ciudad para evitar el
pago del portazgo y salvar posibles menguas de la mercancía, le comentó su
padre.
Caminaban paralelos al río entre un espeso arbolado que conducía a
Córdoba camino del Convento de San Isidoro, cuando apenas quedaba medía legua
para llegar a su destino y descargar el buen liquido preferido por el mítico
dios Baco fueron abordados por un grupo de hombres a caballo custodiando un
carruaje.
En el carruaje negro con el escudo inquisitorial iba un
representante de la iglesia, arropado por una túnica púrpura a pesar del calor,
bajo, enjuto y de edad avanzada del convento de San Pablo, acompañado por cinco
caballeros en briosos corceles pertenecientes a la Inquisición, pulcramente
vestidos y de modales toscos que contrastaban con el sencillo hábito, voz tenue
y educación del clérigo, les cortaron el paso espadas y estiletes en mano,
después de unos segundos confusos y silencios cómplices, el monje de hábito
raído y túnica púrpura bajó lentamente del carruaje con un pergamino en la mano
que entregó Joaquín de Atalaya para que lo leyese, estando éste en romance y no
entendiendo la lengua el modesto arriero se lo devolvió al fraile con una leve
inclinación de cabeza.
- Vuestra merced perdone excelencia, mi escasa cultura no me
permite leer tan conciso escrito.
- No te preocupes hijo, contestó el anciano fraile, yo te
resumiré…
- Queda confiscada la mercancía y estás detenido en nombre de la
Santa Inquisición por tenencia de libros impíos y prohibidos y portador de un
gran secreto que inducen a la herejía a los buenos cristianos de fe.
- Todo será más fácil para ti y tu retoño si nos los entregas
voluntariamente, ya habrá tiempo para que nos diga ese secreto tan guardado.
El arriero quedó perplejo por tal acusación y armado de valor
contestó a los asaltantes con un escueto,
- Perdonen, soy un pobre arriero que transporto mi mercancía desde
Guadalcanal y Constantina para el Convento de San Isidoro y un fiel cristiano
convertido.
Con una mirada incisiva pareció el clérigo dar una orden a los
jinetes y estos sin mediar palabra alzaron sus espadas y comenzaron a romper
con furia las tinajas y derramar el líquido elemento, las mulas empezaron a
correr despavoridas, de una de las tinajas salieron varios paquetes envuelto en
piel curtida de oveja que los hacía impermeable y conteniendo cada uno de ellos
varios libros “prohibidos”.
Instantes después, Bassin Khadel Khasan (Joaquín) se encontraba
maniatado y arrastrado por un caballo en dirección a los calabozos del Castillo
de San Jorge de Triana, las acémilas esparcidas y algunas heridas de muerte por
las inmediaciones del lugar y su hijo Nicolasillo abandonado a su suerte,
llorando y montado en Canastero sin saber qué dirección coger, fue el rastro
que dejaron en aquel espeso bosque..
Pocas horas después se encontraba el reo en los sótanos del
Castillo de Triana, éste que en tiempos fue un bastión de construcción
cuadrangular y sirvió para la defensa del barrio de las embestidas morunas,
ahora era utilizado por la Inquisición como cárcel y salvaguardia de la
religión.
Dos días más tardes el zagal fue encontrado por Ignacio Monfote un
arriero, vagando por la zona con su pollino del cabestro, éste le reconoció
como hijo de Joaquín, pues se cruzaron en repetidas ocasiones ambos arrieros en
los alrededores del barrio de extramuros de San Bernardo. Después de recoger la
mitad de la reata de mulos que merodeaban por los alrededores, aprovechándose
de la abundante hierba y el agua cercana del Guadalquivir, trató de enterarse
por lo sucedido al padre zagal y a la carga, Nicolasillo estaba tan asustado
que no acertó a articular palabra, solo sollozaba y preguntaba por su padre.
El arriero se aprovechó de las circunstancias y se apoderó de los
mulos, dejó a Nicolás a buen recaudo en el Mesón de las Choperas del citado
barrio de San Bernardo propiedad de un amigo de su padre, allí fue acogido en
las cuadras trabajando para conseguir comida y techo de sol a sol.
Acercándose los menguados días de invierno, una tarde un hidalgo
con escolta y vestido al estilo de la más selecta nobleza en paños finos y seda
con sombrero a modo de tocado, entró con gran lozanía al mesón, se identificó
ante el mesonero como D. Luján recaudador de la Hacienda Real de las Españas y
preguntó por un zagal llamado Nicolasillo y que se comentaba que lo tenía de
mozo en las cuadras. Martín de los Gazueles, el mesonero, un hombre de edad
avanzada y abundantes arrugas, gordo, de aspecto desaliñado y la cara picada
por la viruela, abrió su gran boca con una fingida sonrisa en la que apenas se
le apreciaban dos o tres dientes someros y se dirigió al visitante, no sin
antes hacer una reverencia.
- Maese recaudador, le juro por la cruz de Cristo y la gloria de
nuestro magno rey que le deseo muchos años y ventura que yo pago mis impuestos y
que al zagal lo recogí por mayor desgracia de su padre y lo trato como a uno
más de mis hijos.
- Déjese de pamplinas, haga traer a mi presencia al muchacho y
póngame un jarrillo de buen vino tinto de Guadalcanal (respondió el visitante).
Segundos después se encontraba delante del caballero un chico de
altura superior a su edad, ojos negros vivos e intensamente penetrantes,
aspecto desaliñado y ropa sucia y raída.
Nicolasillo se postró ante el distinguido señor y dijo con voz
queda:
- Pa… padre, que hace Vd. de esa guisa vestido de caballero, yo le
hacía por las noticias que traen los arrieros encarcelado o algo peor.
- Pero hombre, yo soy D. Luján de Atalaya, tu tío y a la postre,
hermano gemelo de tu padre, que Dios bienaventurado y justo le ayude por la
atrocidad cometida contra nuestra fe y las normas de la santa iglesia.
D. Luján ante la sorpresa del muchacho, tomó de forma pausada el
jarrillo, refrescó su garganta con el preciado líquido y soltó una sonora
carcajada.
- Levántate, coge tu hatillo y acompáñame a Sevilla.
El mesonero que estaba pendiente de lo que sucedía a mediana
distancia de sus ojos, alzó la voz y trató de entrar en la conversación.
- D. Luján yo no pondré ningún inconveniente de que le acompañe
Nicolasillo, pero comprenda vuesa merced, con todos mis respetos, llevo varios
meses dándole comida y cobijo al zagal y creo que merezco al menos unas monedas
para resarcirme de los gastos, el chico es de buen comer y poco desarrollo en
el trabajo.
El caballero sin dirigirse a Martín sacó de la faltriquera del
jubón dos monedas de diez maravedíes se las tiró al suelo y le dijo que se
considerara pagado, sin reacción por los asistentes a la conversación el
séquito salió del mesón y el muchacho fue a las cuadras a cogió el hatillo, su
inseparable Canastero y siguió la comitiva a corta distancia hasta Sevilla.
Rafael
Spínola R.
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