Plinio el Viejo compuso su Historia
Natural en el último cuarto del siglo I, entre el 74 y el 77 d.C. En el
primero de estos dos años suelen situar los historiadores la concesión por el
emperador Vespasiano del derecho latino (ius Latii) a todos los hispanos, de
la que Plinio da cuenta en el libro tercero, y del 77 es la larga carta de
dedicaci6n de toda la
Historia
Natural al futuro sucesor de Vespasiano, Tito Flavio
Vespasiano, emperador del 79 at 81, que era unos años mas joven que el autor,
pero que había compartido con el tiendas de campana en operaciones militares.
El libro I de Plinio es un índice de toda
la obra. En el II se tratan cuestiones generales de carácter filosófico: que es
el mundo, cuales sus elementos, su forma, etc., incluso que es Dios “algo
distinto de la naturaleza, todo él percepción, todo él visión, todo él
audición, todo él alma, todo él inteligencia, todo él, el absoluto”. En
el III, empieza Plinio ya su recorrido por tierras y mares, partiendo “de Poniente
y del estrecho de Gades, por el que el Océano Atlántico irrumpe y se derrama
por los mares interiores”. Para el, como para toda la cultura de la
época, las partes del mundo son tres, Europa, África y Asia. Inmediatamente
después de enunciarlas, pondera la importancia de la principal de ellas: “en
primer lugar Europa, nodriza del pueblo vencedor de todas las naciones (es
decir, del pueblo romano) y con mucho la mas hermosa de las tierras”.
Dentro ya de Europa, lo primero que encuentra Plinio es “la Hispania llamada Ulterior y también Betica”.
En los treinta y cinco capítulos siguientes se ocupa el de toda esta provincia
Ulterior y, a continuación, de la
Citerior o Tarraconense.
Igual hace en el libro IV con la Lusitania , cuando,
después de dar la vuelta, por así decir, al continente europeo de entonces, su
texto regresa a los territorios occidentales de la península. Al terminar de
explicar las Galias, llega a los Pirineos, en “cuyas estribaciones”,
dice que “comienza Hispania”. Tras unas paginas dedicadas a los pueblos
del norte, que pertenecían administrativamente a la provincia Citerior o
Tarraconense, Plinio pasa a describir de norte a sur la tercera y mas reciente
de las provincias hispanas, la
Lusitania. “A partir del Duero comienza Lusitania”.
La geografía de Plinio comprende así toda la Península Ibérica
de oeste a este y de sur a norte. Por su ordenación y su estilo es una
geografía política —provincias, conventos
jurídicos, poblaciones o ciudades de las diversas clases y estatutos existentes
bajo la Republica
y bajo el Imperio de Roma—. Pero junto a esas sistemáticas y completas
enumeraciones de localidades de nativos o de romanos, se mencionan los
accidentes geográficos: el mar o el interior, los ríos, los montes, valles y
cordilleras con bastante precisión, de modo que una gran parte de ellos han
podido ser identificados por los estudiosos modernos.
Un alto funcionario romano de amplios
saberes como era Plinio, que disponía de la documentación oficial de la
ordenada y sistemática administraci6n romana, ofrece en sus libros tres y
cuatro un retrato muy creíble de lo que era la Hispania de la época, en
unos anos y un lugar donde reinaba la “paz de las provincias”.
(En la Roma de este siglo I los
conflictos políticos —incluso los mas graves y sangrientos, como los
magnicidios y sus consecuencias—, ocurrían en la Urbe y en Italia y las
guerras tenían lugar en las fronteras del norte de Europa o en Asia).
Las poblaciones de una provincia romana,
como las de Hispania, tenían, según Plinio, uno u otro de los estatutos
jurídicos y administrativos diferentes que se suelen corresponder con la
distinta condición política y legal de las personas. Por ejemplo, en la Betica hay ciento setenta y
cinco poblaciones, “de las que nueve son colonias, diez municipios de ciudadanos romanos,
veintisiete de derecho latino antiguo, seis libres, tres federadas y ciento
veinte tributarias”.
(Las
“colonias” como Corduba, Hispalis,
Itálica y las otras seis de la
Betica y en Lusitania Mérida, eran localidades de ciudadanos
romanos, antiguos soldados, y otros, también ciudadanos, cuyos mayores habían
venido de Italia, y fueron establecidos e instalados por la autoridad con
tierras en lugares nuevos o junto a poblaciones anteriores no romanas. Los
municipios se gobernaban a si mismos en cuestiones locales con magistrados
propios y bajo una lex municipalis. Sus vecinos disfrutaban ordinariamente del
derecho latino, que desde Vespasiano fue extendido a toda Hispania y que era
una especie de estadio intermedio entre la condición de peregrini o “extranjeros”
y la plena ciudadanía. Civitates
libres o federadas, en la practica eran algo semejante a las poblaciones
municipales en su capacidad de administrar los asuntos locales, y buena parte
de ellas conservaban esa denominaci6n como residuo histórico de prestigio.
Finalmente, las localidades “tributarias”
—en latín stipendiariae—, las más
numerosas, eran las poblaciones que en su correspondiente provincia estaban
sujetas al pago de tributo).
Eran “colonias”,
igual que numerosas ciudades de Italia, las capitales de los “conventos jurídicos”, como se llamaba
a los lugares donde habían de acudir para pleitos o problemas legales los
vecinos de las diferentes comarcas y localidades.
En la Betica estas circunscripciones judiciales eran
cuatro, las de Gades, Hispalio, Corduba, Astigis (Ecija). Seis eran las de la Tarraconense y tres
las de Lusitania.
A los centenares —casi un millar-- de
localidades que menciona Plinio con indicación de su status constitucional, hay
que añadir los que llama “pueblos», que en muchos casos, o no
tenían una situación legal consolidada o esta seria imprecisa y con vocación
transitoria. Probablemente no pocos de ellos abarcarían poblaciones dispersas
en zonas no urbanizadas. Pero la mera enumeración de estas agrupaciones étnicas
o locales demuestra que la administración romana llegaba hasta ellas, y que su
territorio y sus habitantes, quizá no del todo latinizados, eran algo conocido
por los magistrados romanos en tiempos de Plinio, o sea en los decenios finales
del siglo I.
LAS RIQUEZAS DE HISPANIA
Tanto Estrabón como Plinio ponderan las
riquezas minerales de España. En la
Betica —Turdetania para Estrabón— había
sobre todo plata al sur y al norte del Anas (Guadiana) y cinabrio, y también en
otra región no muy claramente identificada, «mucho cobre y oro».
Era particularmente importante la riqueza
minera de Sierra Morena, que en algún escrito tardio se llamo cordillera
marianica (montes Marian). La ponderan diversos autores contemporáneos.
Personajes procedentes de esa región, a la que Plinio y otros escritores llaman
la Beturia ,
que eran propietarios o explotadores de sus minas, llegaron a ser muy
influyentes en los principales y mas poderosos círculos sociales de la Urbe.
Uno de esos hispanos de tiempos de
Tiberio, el sucesor de Augusto (14-37 d.C.), fue Sexto Mario que habitualmente residía
en Roma. De el dice el ilustre historiador Cornelio Tácito que era el hombre
mas rico de las provincias de Hispania (ditissimus Hispaniarum) .
Por cierto, que este hispano tuvo un final
verdaderamente trágico, sobre cuyas causas y antecedentes hay versiones
contradictorias, alguna de las cuales no le deja del todo en mal lugar. Según
una de esas informaciones se le acuso de incesto con una bellísima hija suya, a
la que se había dejado de ver en los medios sociales de la Urbe. Según otras
informaciones había sido el padre el que se la había llevado fuera de Roma para
que no cayera en manos del emperador, cuyas intenciones estaban claras a todas
luces. Finalmente, Sexto Mario fue condenado a muerte por Tiberio como culpable
de incesto y se le ejecuto arrojándolo desde la roca Tarpeya, casi en el centro
de la Urbe , tal
como disponía el derecho penal romano vigente para ese crimen. Los bienes de
Sexto Mario fueron confiscados por el Príncipe y sus minas, riquísimas para
aquellos tiempos, pasaron a incorporarse al tesoro imperial. No se sabe con precisión
donde estaban esas minas de Mario. Muy probablemente seria en la Beturia y cerca de las «vías»
que atravesaban la parte central de Sierra Morena y enlazaban a Itálica e
Hispalis o a Astigis (Ecija) con Merida.
Antonio Fontán, Marques de Guadalcanal
NUEVA REVISTA de política, cultura y arte.
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