Llegan los primeros días de
Septiembre, y Guadalcanal “traje nuevo de
cal rabiosamente blanca, aroma serrano de verano decadente” interrumpe su
cotidiano quehacer y se congrega en El Coso para vivir los días jubilosos de su
feria, feria, típicamente considerada, de escaso atisbo andalucista, pues aquí
no existen muchos de los pormenores de
montes abajo, pero —eso sí— capaz de hacer pasar días inolvidables a propios y
extraños, como lo acredita la nombradía de que goza en estos contarnos. Y es
que, por un lado, este pueblo dispone de un escenario —El Coso—, con un telón
de fondo —la Sierra
riel Agua—, que no se encuentra uno a la vuelta de cualquier paisaje; de otro,
aquí hay, en casi todo, una singular manera de hacer. Tal vez por su enclave en
zona de transición geográfica, tal vez por la almágana birregional que de ello
inexorablemente resulta, lo cierto es que Guadalcanal —nunca más exacto el
slogan turístico “es diferente”.
La feria de Guadalcanal, como
toda las ferias, nació —¿cuándo?— con el criterio mixto de religiosidad y mercadería que Domingo Manfredi ha seriado a propósito
del origen de tales celebraciones. Así, pues, en torno al santuario de Nuestra
Señora de Guaditoca, allá en la llamada Vega del Encinar, al norte del término
de la villa y no lejos del confinamiento con el de Azuaga, tenían lugar durante
los días de la Pascua
de Pentecostés la feria y fiestas en honor a la Patrona de Guadalcanal.
Allí, desde tiempo inmemorial,
devotos y traficantes de todos los pueblos comarcanos, sobre todo de la vecina
Extremadura, acudían anualmente a depositar sus ofrendas y peticiones a las
plantas de la Virgen ,
a obtener las ganancias de las ventas o vendejas, o a adquirir una pareja de
mulas, unas calma de cuero o una huta del buen vino de estos pagos. A medida
que la irnportacía y diversidad de las transacciones aumentaron en esta feria
diéronse cita gentes de los más apartados puntos de Andalucía y Extremadura.
Concretamente a la de 1781, según consta de un informe de la feria de dicho año
que se archiva en el Municipal, afluyeron personas de ciento veinte -villas o
ciudades, desde Badajoz hasta Jerez de la Frontera y desde
Villanueva del Fresno hasta Córdoba.
Los considerables beneficios que
esta feria proporcionaba repercutían así en pro de la hermandad que desde
antiguo allí estuvo radicada, como de los vecinos de Guadalcanal. De este modo,
pues, los mayordomos, y más tarde los administradores del patronato que
erigiera don Pedro de Ortega Freire (1605-1671), primer alférez mayor de la
villa, podían cómodamente sufragar los gastos del espléndido culto que a la Virgen se tributaba,
atendían y costeaban los reparos y la ornamentación de la fábrica del
santuario, e incluso les permitía adquirir alhajas y prendas de vestir para
adorno de la imagen. Y al propio tiempo, también en favor del pueblo,
redundaban los ingresos venidos de la feria, pues que parte del volumen de
tributos de los mercaderes se destinaba al pago de los impuestos que el común
de vecinos estaba obligado a abonar al Fisco.
La feria se desarrollaba en la
explanada delantera del santuario y en sus aledaños. En ellos había formadas
varias calles, en las que se hallaban las casas de las hermandades, las de la Justicia y Regimiento de
la villa, las del patronato y otras, y
los portales dónde se instalaban los comerciantes.
Esa el interior del templo, las
fervorosas súplicas, las sentidas gracias, las devotas emociones ante la Virgen de Guaditoca se
sucedían durante las jornadas de la feria. El segundo día, el clero de Santa
María la Mayor —filial perpetua de la basílica patriarcal
liberiana de Roma—cantaba la misa que el restaurado de la ermita, don Alonso
Carranco de Ortega (1586-1654) dejara dotada, y acto seguido se celebraba la
función principal. Culminaban los festejos cuando en la tarde del último día, la Virgen recorría el real
procesionalmente, en medio de los fervores de la muchedumbre, haciendo estación
en la orilla del arroyo Guaditoca, en el lugar mismo en que, según la
tradición, se apareció a un pastor esta Virgen que de toponimia tomo esa
advocación.
Pero he aquí que en las postrimerías
del siglo XVIII, motivos de diversa indole, y especialmente intereses
personales habidos en el seno de las altas esferas locales, dieron al traste con
la famosa feria de Guaditoca. Luego de los convenientes razonamientos
presentados a la superioridad, el año de 1792 el alcalde mayor de Guadalcanal
recibió una orden de la
Audiencia de Cáceres “para
que haga trasladara a ella la feria o mercado que ordinariamente se ha hecho en
la ermita de Nuestra Señora de Guaditoca y sus inmediaciones por el tiempo de la Pascua de Pentecostés”.
En cumplimiento de dicha disposición se trajo la Virgen a la villa “siendo así que sólo venía en los casos de
sequía o de calamidad pública” y en la Plaza Mayor se celebró
una feria, que no era, no podía serlo ni i un mal remedio de aquella otra de la
Vega del Encinar.
La feria, a partir de entonces,
fue a la deriva, pues a más de perder su enterior prestigio, se hizo sin fecha
ni emplazamiento determinados, y años hubo en que, por causas más o menos
justificadas, fue suspendida.
Hasta 1891 no fijó el
Ayuntamiento los días de su celebración, que son los que rigen en la
actualidad, Más tarde se ubicó el ferial definitivamente en el egido del Coso,
para cuyo efecto el Municipio construyó en él un magnifico paseo, donde hoy se
instalan las atracciones, bares, casetas, etc. Y en los terrenos inmediatos los
ganados encontraban “que esta faceta hay
que tratarla en pasado” pastos y abrevaderos suficientes.
Queda como recuerdo de los
primitivos festejos de Guaditoca el que enla tarde del tercer día la Patrona de Guadalcanal
recorre triunfalmente el recinto de la feria en solemne procesión formada por
su Real e Ilustre Hermandad y presidida por la Corporación Municipal.
Articulo publicado por A.M. el día
4 de septiembre de 1973
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