Mario Vargas Llosa, IV Premio de
periodismo político Antonio Fontán
El Patronato de la Fundación Marqués
de Guadalcanal ha acordado conceder el IV Premio de periodismo político Antonio
Fontán a D. Mario VARGAS LLOSA, por su artículo “El derecho a decidir”
publicado en EL PAIS el 22 de septiembre de 2013.
El articulista premiado
sostiene que el soberanismo catalán avanza y no hay una movilización contra los
mitos, las mentiras y la demagogia. Aunque en España hay muchas cosas que no
funcionan, lo más importante es que ahora es un país libre. Y si los
nacionalismos siguen creciendo pueden destruir otra vez el porvenir de España,
y la llevarán de nuevo al subdesarrollo y el oscurantismo. Y termina haciendo
un llamamiento a “combatirlos sin complejos y en nombre de la libertad”.
El Premio se entregará
al ganador en un acto público a celebrar la tarde del día 30 de septiembre de
2014, seguido de una cena. La hora y lugar se comunicará oportunamente.
Allí se explica
que, en una democracia, la libertad no supone que un ciudadano pueda ejercerla
sin tener en cuenta las leyes que la enmarcan y decidir, por ejemplo, que tiene
derecho a transgredir todos los semáforos rojos. La libertad no puede
significar libertinaje ni caos. La ley que en España garantiza y enmarca el
ejercicio de la libertad es una Constitución aprobada por la inmensa mayoría de
los españoles (y, entre ellos, un enorme porcentaje de catalanes) que
establece, de manera inequívoca, que una parte de la nación no puede decidir
segregarse de ésta con prescindencia o en contra del resto de los españoles. Es
decir, el derecho a decidir si Cataluña se separa de España sólo puede
ejercerlo quien es depositaria de la soberanía nacional: la totalidad de la
ciudadanía española.
Ahora bien,
Cercas dice, con mucha razón, que si hubiera una mayoría clara de catalanes que
quiere la independencia, sería más sensato (y menos peligroso) concedérsela que
negársela, porque a la larga es “imposible obligar a alguien estar donde no
quiere estar”. ¿Cómo saber si existe esa mayoría sin violar el texto
constitucional? Muy sencillo: a través de las elecciones. Que los partidos
políticos en Cataluña declaren su postura sobre la independencia en la próxima
consulta electoral. Según aquel, si Convergencia y Unión lo hiciera, perdería
esas elecciones, y por eso ha mantenido sobre ese punto, en todas las consultas
electorales, una escurridiza ambigüedad. Al igual que él, yo también creo que,
a la hora de decidir, el famoso seny catalán prevalecería y sólo una
minoría votaría por la secesión.
¿Por cuánto
tiempo más? Cara al futuro, tal vez Javier Cercas sea más optimista que yo.
Viví casi cinco años en Barcelona, a principios de los setenta –acaso, los años
más felices de mi vida- y en todo ese tiempo creo que no conocí a un solo nacionalista
catalán. Los había, desde luego, pero eran una minoría burguesa y conservadora
sobre la que mis amigos catalanes –todos ellos progres y antifranquistas-
gastaban bromas feroces. De entonces a hoy esa minoría ha crecido sin tregua y,
al paso que van las cosas, me temo que siga creciendo hasta convertirse –los
dioses no lo quieran- en una mayoría. “Al paso que van las cosas” quiere decir,
claro está, sin que la mayoría de españoles y de catalanes que son conscientes
de la catástrofe que la secesión sería para España y sobre todo para la propia
Cataluña, se movilicen intelectual y políticamente para hacer frente a las
inexactitudes, fantasías, mitos, mentiras y demagogias que sostienen las tesis
independentistas.
El nacionalismo
no es una doctrina política sino una ideología y está más cerca del acto de fe
en que se fundan las religiones que de la racionalidad que es la esencia de los
debates de la cultura democrática. Eso explica que el President Artur
Mas pueda comparar su campaña soberanista con la lucha por los derechos civiles
de Martin Luther King en los Estados Unidos sin que sus partidarios se le rían
en la cara. O que la televisión catalana exhiba en sus pantallas a unos niños
adoctrinados proclamando, en estado de trance, que a la larga “España será
derrotada”, sin que una opinión pública se indigne ante semejante manipulación.
El nacionalismo
es una construcción artificial que, sobre todo en tiempos difíciles, como los
que vive España, puede prender rápidamente, incluso en las sociedades más
cultas –y tal vez Cataluña sea la comunidad más culta de España- por obra de
demagogos o fanáticos en cuyas manos “el país opresor” es el chivo expiatorio
de todo aquello que anda mal, de la falta de trabajo, de los altos impuestos,
de la corrupción, de la discriminación, etcétera, etcétera. Y la panacea para
salir de ese infierno es, claro está, la independencia.
¿Por qué
semejante maraña de tonterías, lugares comunes, flagrantes mentiras puede
llegar a constituir una verdad política y a persuadir a millones de personas?
Porque casi nadie se ha tomado el trabajo de refutarla y mostrar su endeblez y
falsedad. Porque los gobiernos españoles, de derecha o de izquierda, han
mantenido ante el nacionalismo un extraño complejo de inferioridad. Los de
derechas, para no ser acusados de franquistas y fascistas, y los de izquierda
porque, en una de las retractaciones ideológicas más lastimosas de la vida
moderna, han legitimado el nacionalismo como una fuerza progresista y
democrática, con el que no han tenido el menor reparo en aliarse para compartir
el poder aun a costa de concesiones irreparables.
Así hemos
llegado a la sorprendente situación actual. En la que el nacionalismo catalán
crece y es dueño de la agenda política, en tanto que sus adversarios brillan
por su ausencia, aunque representen una mayoría inequívoca del electorado
nacional y seguramente catalán. Lo peor, desde luego, es que quienes se atreven
a salir a enfrentarse a cara descubierta a los nacionalistas sean grupúsculos
fascistas, como los que asaltaron la librería Blanquerna de Madrid hace unos
días, o viejos paquidermos del antiguo régimen que hablan de “España y sus
esencias”, a la manera falangista. Con enemigos así, claro, quién no es
nacionalista.
Al nacionalismo
no hay que combatirlo desde el fascismo porque el fascismo nació, creció,
sojuzgó naciones, provocó guerras mundiales y matanzas vertiginosas en nombre
del nacionalismo, es decir, de un dogma incivil y retardatario que quiere
regresar al individuo soberano de la cultura democrática a la época
antediluviana de la tribu, cuando el individuo no existía y era solo parte del
conjunto, un mero epifenómeno de la colectividad, sin vida propia. Pertenecer a
una nación no es ni puede ser un valor ni un privilegio, porque creer que sí lo
es deriva siempre en xenofobia y racismo, como ocurre siempre a la corta o a la
larga con todos los movimientos nacionalistas. Y, por eso, el nacionalismo está
reñido con la libertad del individuo, la más importante conquista de la
historia, que dio al ciudadano la prerrogativa de elegir su propio destino –su
cultura, su religión, su vocación, su lengua, su domicilio, su identidad
sexual- y de coexistir con los demás, siendo distinto a los otros, sin ser
discriminado ni penalizado por ello.
Hay muchas cosas
que sin duda andan mal en España y que deberán ser corregidas, pero hay muchas
cosas que asimismo andan bien, y una de ellas –la más importante- es que ahora
España es un país libre, donde la libertad beneficia por igual a todos sus
ciudadanos y a todas sus regiones. Y no hay mentira más desaforada que decir
que las culturas regionales son objeto de discriminación económica, fiscal,
cultural o política. Seguramente el régimen de autonomías puede ser
perfeccionado; el marco legal vigente abre todas las puertas para que esas
enmiendas se lleven a cabo y sean objeto de debate público. Pero nunca en su
historia las culturas regionales de España –su gran riqueza y diversidad- han
gozado de tanta consideración y respeto, ni han disfrutado de una libertad tan
grande para continuar floreciendo como en nuestros días. Precisamente, una de
las mejores credenciales de España para salir adelante y prosperar en el mundo
globalizado es la variedad de culturas que hace de ella un pequeño mundo
múltiple y versátil dentro del gran teatro del mundo actual.
El nacionalismo,
los nacionalismos, si continúan creciendo en su seno como lo han hecho en los
últimos años, destruirán una vez más en su historia el porvenir de España y la
regresarán al subdesarrollo y al oscurantismo. Por eso, hay que combatirlos sin
complejos y en nombre de la libertad.
Mario VARGAS LLOSA, “El derecho a
decidir” publicado en EL PAIS el 22 de septiembre de 2013.
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