Duque de Montpensier |
Capitulo VIII
UN AGITADOR COMEDIDO
UN AGITADOR COMEDIDO
Las esperanzas que pudieron
quedarle a Ayala de escalar los pináculos
gubernamentales se desvanecieron completamente. O'Donnell fué arrojado de Palacio,
primero, y después, bajó a la tumba. El partido que el Duque de Tetuán acaudillara
no gobernaría nunca. Y si Ayala, desde las deshechas filas de la Unión Liberal,
pretendiera pasarse a los reaccionarios, éstos no le habrían readmitido.
Pero Narváez murió también, y
González Bravo, su sucesor, no inspiraba aquel espanto que contenía a los
revoltosos. Se empezaba a conspirar contra Isabel II, juzgándose posible
revolver el río, con ganancia segura para los pescadores. Y hemos explicado que
nadie tenía tantos y tan ardientes deseos de una pesca de cargos públicos como
nuestro biografiado.
Ayala se dedicó, pues, a
conspirador. Pero afiliándose al grupo de los conspiradores sensatos. Esto es,
de los que no querían arriesgarse a salir de la Monarquía, ni de la borbonería
siquiera. De aquellos que se contentaban con pasar la corona a la Infanta Luisa
Fernanda, y a su esposo, el Borbón-Orleans Duque de Montpensier, organizando
una revolución familiar. La familia real seguiría reinando y continuaría
gobernando la familia gobernante, sin más que los naturales ascensos en los
miembros postergados de ambas familias. Este era el proyecto que cautivó a
Ayala.
No hemos de decir nada sobre lo
elegante de proyecto tal. Aunque sí defenderemos un poco a Isabel II,
perfectamente defendible contra sus adversarios de la aludida banda. La Reina
era un tanto absolutista y otro tanto la ladrona, y como mujer resultaba un
perfecto pendón. Y atacarla por su manera de reinar y aun por su modo de vivir
estaba bien que lo hiciesen quienes jamás le hubieran tolerado ninguna de ambas
cosas. Pero ¡caramba!, que lo hiciesen políticos que el Gobierno y la
Administración ocuparon con ella, acaudillados por un hombre que con ella ocupó
el lecho... A esos les molestaba solamente que Isabel II tuviese otros
ministros y otros favoritos. Iban nada más que a probar fortuna con
Montpensier, y aun con Luisa Fernanda, si le daba por ahí.
Ayala formó con estos nobles y
honestos caballeros, haciendo ascos no más que a Prim y a los republicanos. Con
los republicanos todavía transigió algo, porque creía firmemente, y así lo
declaró después, que no podrían aspirar a traer la República. Pero con Prim no
quiso trato ninguno, mientras fué ello posible, adivinando que el general
demócrata se impondría y que consideraría incompatibles la democracia y los
Borbones. E hizo más que no querer tratos con el héroe de los Castillejos: procuró eliminarle de la acción
revolucionaria.
Mas antes de hablar de esto queda
algo y aun algas por decir. Montpensier había repartido su confianza entre
Ayala y el general Dulce, y éste, guerrero mejor que intrigante,, dejó todos
los manejos de la conspiración a su colega político. Así fué Ayala quien pactó
con Serrano, el general bonito, que decía Isabel II cuando fué su amante,
deshonrando el movimiento que en nombre de la honra iba a hacerse. Sin
perjuicio de redactar después el célebre Manifiesto de Cádiz, que todo lo
atribuye a la defensa del honor público y privado. La jefatura de la Revolución
por Ayala la tuvo el Duque de la Torre.
De la habilidad, de la astucia,
del arte con que conspiró Ayala hay que hacer elogios. Siendo el alma de los
trabajos prerrevolucionarios; consiguió que no sintiese la, tierra los pasos
que daba en esa dirección. Cierto que fué desterrado a Lisboa; pero en aquellos
momentos se desterraba a todo el mundo. Y a Ayala se le permitió volver pronto
a España, fijándole la residencia en Guadalcanal, y aun consintiéndole que
pasase en seguida a Sevilla, donde estaba el Duque de Montpensier. Allí no
visitó una sola vez a éste, bien que estuviese a diario en contacto con él.
Gertrudis Gómez de Avellaneda les
servía de agente de enlace. Pues Ayala utilizaba una vez más de su doble
profesión. Entonces escribió como nunca había escrito, publicando multitud de
artículos y poesías, para encubrir con sus trabajos literarios sus políticos
manejos. Y a casa de la poetisa llegaba todos los días en clase de colega.
Ella, todas las noches, acudía a la tertulia de la Infanta Luisa Fernanda. De
este modo iba conspirándose, entre floridos párrafos y musicales estrofas.
Además, Ayala, por si la política
le salía una vez más torcida, preparó entonces mucha de esa labor teatral, que
ya le resultaba siempre a derechas. En aquel tiempo planeó y escribió trozos de
una obra sin título, con la que se proponía ridiculizar las formas del Yo más
idólatras; una zarzuela en tres actos, que titulaba El cautivo, y cuyo
protagonista sería Cervantes durante su africana esclavitud; un drama lírico,
El último deseo, en el que avanzó mucho, y otro drama, El texto vivo, del que
sólo hizo el argumento, que por cierto coincide con el de la novela Incesto, de
Zamacois. Pero no terminó nunca ninguna
(.le estas obras, pues la
Revolución lo hizo ministro, y ya no se ocupó más de la literatura. Sólo mucho
después había de acudir, y como cosa excepcional, al Teatro, con su comedia
Consuelo.
Ocultando así la labor
revolucionaria bajo el pretexto de sus trabajos de escritor, llegó Ayala a
formar el frente único contra el trono de Isabel II. Ya no era posible
prescindir de Prim, r` pues incluso con
los republicanos se había puesto de acuerdo, encargándoles de la tarea de
preparar las guarniciones de Ceuta y Melilla. Vallín, Peralta, Rancés, Sánchez
Silva, Salvoechea, Cala y La Rosa estaban al fin en contacto con Ayala. Y
todavía éste ni se comunicó con los' progresistas de Madrid, ni habló con
Merelo, que representaba a Prim en Sevilla. El mismo Montpensier .tuvo que
advertir, alarmado, a su segundo del peligro que encerraba semejante
apartamiento.
La Avellaneda llevó el recado.
"Se sabe que, de no traerse a Prim,
vendrá solo y por su cuenta." Ayala, entonces, envió el barco en que
había de hacer el viaje desde Londres hasta Gibraltar el refugiado en
Inglaterra. Pero todavía quiso hacer que el movimiento se produjese antes de la
llegada de Prim. Y, al efecto, se precipitó personalmente en la acción.
Con el otro barco, que salía para
traer de Canarias a los generales desterrados Duque de la Torre, Caballero de
Rodas, Serrano Bedoya y López Domínguez, partió el propio Ayala. No quiso
encomendar a nadie el cuidado de recoger a Serrano y sus lugartenientes,
temeroso de que cualquier falta de celo ocasionara siquiera un retraso. Tal era
su impaciencia por tener quien se pusiese a la cabeza •del movimiento, dejando
a Prim en un puesto secundario, desde donde no pudiera torcer el rumbo apetecido.
Ese rumbo, que conducía a la continuación del régimen monárquico, con también
una hija de Fernando VII en el trono y un Orleans consorte en clase de
borbónico incremento.
Semejante mínimo cambio era todo
lo que pretendía Ayala; para hacerlo, y que no se hiciera nada más, conspiró, y
a una revolución que solamente eso trajera fué a la que se lanzara. Si luego
las cosas vinieron de otro modo, trayendo, cuanto trajeron, no ocurrió por
culpa de Ayala, en verdad, quien al actuar de agitador procedió con perfecta
mesura.
Claro que, como entre lo que
traían las cosas al venir desbordadas estaba una cartera, no resultaba posible
resistir la tentación de tomarla a un aspirante a ministro con múltiples años
de antigüedad. Y el más convencido de los montpensieristas admitió formar parte
del Gobierno provisional, aun cuando ya no era de creer que al hacerse
definitivo el Gobierno ocupase el trono Luisa Fernanda.
Pero antes de terminar con Ayala conspirador,
queda un dato que añadir. Y lo añadiremos, pues revela su prudencia y apunta su
probidad.
Tenía Ayala, mientras duró la
conspiración, abiertas las cajas del Duque de Montpensier. Sin obligación ni
posibilidad de dar cuenta de su empleo, manejaba fondos cuantiosísimos. Y vivía
muy pobremente, en casas de huéspedes baratas, no permitiéndose lujos ningunos.
Así probaba a los espías del
Gobierno que su vida era la de un escritor, sin otros ingresos que los de su
trabajo. Y así hacía ver a los compañeros de conspiración que del dinero dado
para hacerla nada distraía en provecho propio.
Conspirando fué, pues, Ayala
prudente y probo, á la par. Un hombre de orden que el desorden fraguaba muy
ordenadamente.
Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932
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