Juan Prim y Prats |
Capitulo 7
Culminación literaria y político descenso
Mientras pausadamente iba haciendo
así su camino por el terreno de la política, el deseo de avanzar con rapidez
volvió a Ayala al terreno de la literatura, que tan lejos conduce con los
triunfos escénicos.
Desde el fracaso rotundo de La Estrella de Madrid y los éxitos nada
más que relativos —si se habló de tales obras fué sólo protestando de que el
Gobierno las persiguiese— de Los
comuneros y El Conde de Castralla, Ayala no había dado nada al Teatro. Pero
conocidos nos son sus cambios, que para la personalidad del escritor antes poco
favorecido por el público y la crítica, trajeron los cinco años comprendidos
entre 1856 y 1861, haciendo populares sus artículos y sus poesías, sobre
proporcionarle la consideración de los periódicos. El momento de estrenar una
obra era acaso llegado, y "por las
dudas", como dicen los americanos, Ayala estrenó dos: El tejado de vidrio y El tanto por ciento.
Un buen éxito de público y de
crítica obtuvo la primera de las citadas producciones; pero fué obscurecido por
el triunfo clamoroso de la segunda, del que todo lo que se diga hoy resultará
poco, pues al correr de los tiempos no puede llegarse a comprender...
Al terminar la representación de El tanto por ciento, todos los
espectadores, puestos en pie, aplaudiendo y vitoreando, tributaban al
dramaturgo un homenaje delirante. Y fué que, de pronto, a los pies de Ayala,
que saludaba en el escenario, cayó un ramo de flores, entre las que se veía un
papel. Recogido éste, se leyeron en él los siguientes versos, escritos con
lápiz por ignorado autor:
Al eminente poeta
Quien estas flores te arroja
el alma entera te da;
¡no serán dignas quizá
de que Ayala las recoja!
Ninguno a tu ingenio iguala,
que se eleva más que el sol.
¡Salva al Teatro español,
y Dios te bendiga, Ayala!
Y al siguiente día la Prensa,
abundando, en el mismo entusiasmo, prodigó los elogios. Con decir que hubo
crítico que llegó a manifestar que Calderón había resucitado y que la fecha del
estreno de El tanto por ciento jamás
se olvidaría... Hoy sabemos que Calderón continúa difunto, y para recordar que
esta obra de Ayala fué estrenada el 18 de mayo del 61 hay que actuar de
erudito. Pero entonces, tal vez el autor de ese juicio había tenido en cuenta
la condición de ministrable de Ayala y aspiraba a un destino del Estado. Todo
cabe en lo posible con los críticos teatrales y los revisteros taurinos.
Sin embargo, siempre quedaban los
versos anteriormente reproducidos, que pudo no escribirlos el empresario, y los
aplausos y los vivas de los espectadores, aun cuando se descontase lo que
aplaudiera y lo que gritara la claque. Y a esta manifestación del pueblo, los
intelectuales pensaron que debían sumarse, para lo cual se formó una Comisión,
tan nutrida como seleccionada, según vamos a consignar. En ella estaban, por la
Academia Española, D. Tomás Rodríguez Rubí y D. Severo Catalina; por la
Universidad Central, D. Emilio Castelar; por la Junta de Autores Dramáticos, D.
Juan Eugenio Hartzenbusch y D. Luis Mariano de Larra; por la Prensa, D. Nicolás
María Rivero, D. Francisco de Paula Madrazo, D. Ramón de Navarrete, D. Daniel
Movara, D. Amalio Ayllón, don Juan de la Rosa, D. Juan Valera y D. Carlos
Navarro; por los publicistas, D. Miguel Agustín Príncipe y D. Ramón de
Campoamor; por los compositores, D. Emilio Arrieta y D. Francisco Asenjo
Barbieri; por los actores, D. Julián Romea y D. Joaquín Arjona, y por los
empresarios, D. Francisco Salas y D. Pedro Delgado. Esto es, cuanto entonces
significaba algo en el mundo de la intelectualidad y aun nombres que todavía
significan bastante.
Esta asamblea decidió abrir una
suscripción para regalar a Ayala una corona de oro y entregarle también un
álbum con poesías de todos los congregados. La suscripción produjo 25.433
reales, con lo que pudo encargarse la corona al artífice y esmaltador Jaime
Fábregas, que hizo una verdadera joya. Y el álbum se nutrió de versos, si no
buenos todos, por lo menos todos ponderativos, apologéticos, pindáricos. La
entrega de ambos obsequios constituyó una manifestación pública, pues a los
comisionados se unieron, en el acto de hacerla, otros muchos escritores y
artistas y buen golpe de aficionados.
Ya había logrado Ayala su
propósito de ser dramaturgo laureado. Y continuó dando obras a la escena,
seguro de triunfar siempre. Así consiguió ser aplaudido y alabado con El agente
de matrimonios, zarzuela que musicó Arrieta, y hasta con un juguete cómico: El nuevo Don Juan. Mas como había tomado en serio lo de la
resurrección de Calderón, encarnado nuevamente en su oronda persona, quiso
arreglar lo que en ese avatar le hubiese quedado flojo. Releyó, pues, El alcalde de Zalamea, y decidió
refundirlo.
Se ha llamado traidores a los
traductores —tradutori traditori –, y
no sé qué cosa terrible habrá de llamarse a los arregladores, pues más que el
delito espantoso de traición cometen. Esto en general. En particular, el
arreglo que Ayala hizo de El alcalde de
Zalamea es igual a todas las refundiciones que de las obras clásicas se
hicieron el pasado siglo y aun en los comienzos del siglo presente. Ya se ha
comprendido que eso no se puede hacer; que las obras clásicas deben
representarse como sus autores las escribieron, o no representarlas, que es lo
más sencillo. Pero entonces gustaban adaptaciones semejantes y se aplaudió y se
elogió la sacrílega labor de Ayala.
Mantúvose la hipótesis atrevida
de que Calderón había resucitado, y partiendo de ella, se agradeció al genio
nuevamente encarnado que se molestase en corregir su obra magna para dejarla en
forma definitiva a la admiración de las generaciones presentes y del porvenir.
No es broma. Un panegirista de
don Adelardo ha escrito lo que sigue: "Ayala, en esta comedia de Calderón,
hizo lo que Leandra Moratín con las quintillas famosas de su padre don Nicolás describiendo
la fiesta de toros: que escritas por el padre, han quedado en la Literatura
como el “ hijo las corrigiera y
enmendara." ¡Ni más ni menos!
Es decir, que sin la ayuda de
Adelardo López de Ayala, ese pobre Calderón en vano, hubiese creado el carácter
de Pedro Crespo y construido la armazón pedestal de la altiva figura, pues se
habría quedado yaciendo dentro de la
tumba del olvido "por los siglos de los siglos, amén".
Exactamente como estaba a punto
de ocurrirle a Ayala respecto de la política. Su carrera en ese campo había
quedado detenida. Las buenas esperanzas de hacerle ministro que la Unión
Liberal le diera, se frustraban. Tras de cinco años de gobernar, cayó O'Donnell
sin haber incorporado a Ayala al Gabinete.
En las Cortes de 1863., formadas
por el Marques de Miraflores, de la misma situación unionista y pariente del
Duque de Tetuán, figuró también Ayala
como diputado, pero en una elección parcial por la ciudad de Badajoz, después
de haber sido derrotada su candidatura en Castuera. Y durante el breve tiempo
que duraron estas Cortes, sólo fué Ayala nombrado miembro de las comisiones
parlamentarias de corrección de estilo y asociaciones benéficas, que equivalía,
y equivale, y equivaldrá a no ser nombrado nada.
Vinieron luego las Cortes
moderadas del 64, y Ayala ya no fué ni diputado siquiera. Y si al volver
O'Donnell al poder el 65 nuevamente obtuvo Ayala el acta, no pasó de ahí. Era,
pues, Ayala únicamente un diputado de la mayoría cuando su partido gobernaba, y
cuando su partido estaba en la oposición, ni eso. Un diputado, en las veces que
lo era, de los de "sí" y "no", pues sólo votaba
con el Gobierno, cumpliendo obligación primordial. Ya no intervenía en los
debates. Alzar la voz durante la oposición le resultaba imposible, porque
entonces no tenía asiento en los escaños. Y haberse opuesto al Gobierno de su
partido fuera inútil. El moderado, del que defeccionó una vez, no volvería a
admitirle entre sus fieles. En cuanto al progresista, lo representaba entonces
Prim, al que Ayala siempre tuvo miedo. Ni el recurso de desertor le quedaba a
Ayala por carecer de campo al que pasarse.
Sólo podía esperar, y esperaba
desesperando, con desesperación que llegaría a arrojarle hasta extremos
verdaderamente extremados. Mas esto merece capítulo y aun capítulos aparte, por
lo que no hablaremos de ello en el capítulo presente. Terminaremos éste, pues,
consignando que, triunfante ya como literato, no triunfaba Ayala en la política.
Y todavía haremos notar algo más.
A Ayala, favorecido por la política para abrirse camino como literato, llegó la
política incluso a perjudicarle en su carrera literaria. Bien que esto porque
no era el maestro todo lo ventajista que a ser han llegado sus aprovechados discípulos,
los simultaneadores de hoy. Examinemos el caso.
Fué que el último Gobierno
unionista, para compensar a Ayala de no darle cabida en su seno, le nombró
director del Conservatorio de Música, y Declamación. Pero Ayala era diputado
entonces, y alguien señaló la incompatibilidad de tal cargo con la
representación parlamentaria. Y Ayala, sin intentar defender su permanencia
simultánea en ambos puestos, renunció a la dirección del Conservatorio y no
volvió a sentarse en el escaño durante el resto de aquellas Cortes.
Ser así político, además de
literato, dejó de resultarle beneficioso a nuestro biografiado. ¿Qué haría, pues?... Abandonar las
políticas actuaciones y actuar sólo literariamente parecía lo lógico. Pero lo
lógico era lo que Ayala hizo: abandonar la literatura y dedicarse a la política
únicamente.
En efecto; nada le quedaba por
ser en lo literario a quien, como dramaturgo, ocupaba la vacante de don Pedro
Calderón de la Barca, y en lo político, al diputado de la mayoría, que ni el
acta lograba cuando la oposición, le quedaban tantas cosas que ser...
A serlas todas iba a lanzarse
Ayala con la furia del tigre que salta sobre la presa.
Luís de Oteyza
Vidas Españolas e
Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932
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