Refundidor refundido
Capítulo X
Hemos dicho que Prim preparaba una
adaptación de la obra de Ayala y mejor pudimos decir que tenía hecho ya el tal
arreglito. En refundir la Revolución de Septiembre se ocupaba el héroe de los
Castillejos, al tiempo mismo que el refundidor de El alcalde de Zalamea
escribía su magistral manifiesto. Y era que Prim debió de pensar que, si Ayala
arreglaba a Calderón, no tendría derecho a quejarse de que adaptasen lo que
salía de su pluma.
Las previsiones de Ayala habían
fallado. Antes que Serrano y los demás generales desterrados en Canarias llegó
a Cádiz el refugiado en Inglaterra. Y llegó en compañía de Sagasta, Ruiz
Zorrilla y Paul Angulo, por si que llegara solo hubiera sido poco.
Prim, apenas llegado, sin pararse
a tomar referencias ni a confirmar opiniones, abordó bravamente la fragata
Zaragoza, barco insignia de la escuadra, que formaban con este navío los
restantes, Tetuán, Villa de Madrid, Lealtad, Ferrol, Vulcano, Isabel II, Evetana,
Santa Lucía, Concordia, Ligera, Santa María y Tornado. Y
presentándose a Topete, a quien no conocía y del que no estaba seguro que fuera
a pronunciarse, le instó para que hiciese tal y para que lo hiciera sin
retrasar un instante más la sublevación de las tripulaciones, a la que seguirían
las del ejército y del pueblo.
Topete puso bastantes reparos.
Hizo constar que no quería servir a ningún partido político, avanzado y que
lucharía únicamente por el restablecimiento de una verdadera Monarquía
constitucional. Y añadió aún que el movimiento habría de hacerse para colocar a
la Infanta Luisa. Fernanda en el trono y que tendría el mando de la revolución,
como jefe absoluto, el Duque de la. Torre, quedándole todos los demás generales
subordinados. Así, y nada más que así, pronunciaría él las fuerzas de su mando.
Prim no se desalentó por
semejante acogida. Descontado tenía el que pudiera ser peor, ya que se había
entregado plenamente, al subir a la Zaragoza sin garantías ningunas. Por de
pronto se encontraba siendo el único general presente. Y pudo, pues, decir que
en la revuelta militar ocuparía el puesto que le correspondira, sin disputar a nadie el mando. Bien que
insistiendo en que había de hacerse el movimiento al punto. Para ello alegaba
que las autoridades de Cádiz y Sevilla podían enterarse de lo proyectado y
hacerlo fracasar. Por esto, aseguró, esperar a los generales desterrados en
Canarias era peligrosísimo.
Respecto a las otras cuestiones
que planteaba Topete, las soslayó diciendo que, por consideración a la propia
hermana de Isabel II, no debía hacerse la revolución en su nombre, reservando
el proclamar la Monarquía constitucional y el elegir la persona que hubiese de
ocupar el trono a las Cortes Constituyentes que se convocarían.
El bueno de Topete creyó
entender, de lo que Prim decía, tenerle sujeto a sus planes. E impaciente por
la tardanza del barco en que Ayala partió, temiendo que éste hubiese sido
detenido en Canarias, entregó a Prim, con carácter interino, el mando del
movimiento. Formó la escuadra en orden de combate frente al puerto, y convocó
en la Zaragoza a los jefes de barco Malcampo, Barcáiztegui, Arias, Guerra,
Uriarte, Montojo, Pardo, Pilón, Vial, Pastor y Landero y Oreiro para
que Prim los arengase. Prim lo hizo en la forma que le convenía. Se vitoreó a la Libertad y con veintiún
cañonazos de la fragata almirante fué anunciado el destronamiento de Isabel II.
Esto ocurría el 18 de septiembre.
Al día siguiente desembarcó Prim con Topete en Cádiz, y sin que el almirante
entendiese lo que ello significaba, el general sublevó al pueblo en nombre de
la Soberanía Nacional. Los derechos al trono de la esposa de Montpensier
quedaban desconocidos.
Aquella misma tarde llegó al
puerto gaditano el Buenaventura con Ayala y los generales que éste fué a buscar
para que las cosas salieran a su gusto. Prim y el Duque de la Torre conferenciaron,
entregando el primero el mando al segundo, aunque con la condición de que se
sostuviera lo realizado. En realidad, Serrano no podía hacer más que eso, y eso
hizo, reconociendo que su substituto procedió como él hubiera procedido.
Ayala acudió a Topete, haciéndole
ver que aquello no era lo que se había proyectado. Y aunque Topete se apresuró
a manifestar ante Prim y Serrano sus compromisos con el Duque de Montpensier,
no obtuvo otra respuesta que la ambigua de que lo primero era vencer y después
ocupar las posiciones que se conquistasen. El plan de Ayala de que la
revolución se hiciese en nombre de la Infanta Luisa Fernanda estaba fracasado.
¿Podría luego ponerse a ésta en
el trono? Nadie había dicho aún que no. Si acaso Paul Angulo, que deseaba
solamente la República… Pero a los republicanos nos les hacía entonces caso ni
Ayala. Con todo, malo era ya para los deseos de éste no haber comenzado como él
quería y sí como quería Prim. La puerta se había abierto para dar entrada a los
deseos del caudillo demócrata, enemigo de los Borbones.
Sin embargo, aunque Topete y
Prim, es decir, Prim solo, pues Topete, el pobre, no hacía sino dejarse llevar,
habían dirigido aquella mañana una alocución al pueblo de Cádiz, se convino en
que lo que se publicaría sería el manifiesto escrito por Ayala.
Prim lo leyó, y consideró,
indudablemente, que se prestaba a todas las interpretaciones que se le
quisieran dar. Por lo que puso su firma, dispuesto a seguir arreglándolo a golpes
de espada.
En seguida, para no continuar
bajo el mando de Serrano, partió a Cataluña, donde sin subordinarse a nadie
extendería la revuelta. Y Ayala, pegado a los talones del Duque de la Torre, se
encaminó hacia Sevilla para llevar la revolución hasta Madrid.
Esperaba aún influir sobre el
jefe nominal para que triunfase su proyecto primitivo. No se daba cuenta que el
alma de la Revolución era Prim y por ello quien la dirigía verdaderamente.
Todavía pensaba en comediógrafo, atento al argumento que trazó.
No quería recordar que hubo un
alguacil alguacilado, aun cuando sus conocimientos literarios debieron
hacérselo presente. Cegado por sus ansias políticas, no veía que se encontraba
en situación análoga: que era un refundidor refundido.
Luís
de Oteyza
Vidas
Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid,
1932
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