El abastecimiento a la mina 2
Caxa de Leruela, clarividente en
su apreciación de lo abusivo y dañino de tantas roturaciones a costa de las
masas forestales, afirmaba:
G. Bowles recogía atónito dos
opiniones muy comunes entre los campesinos hispanos de su tiempo: que la sombra
de los árboles, aunque hace crecer las mieses con mucha lozanía, no las deja
granar y valiendo más el grano que la paja, no debe haber árboles en los campos
que hagan sombra —opinión que conecta con la recogida por Caxa— y que los árboles
solo sirven para multiplicar los pájaros, que comen el grano y arrasan la
ganancia de los labradores. 125
La conciencia por parte de los
poderes públicos de la regresión del bosque y de su casi irreversibilidad hizo
que la reglamentación, uno de los más evidentes índices de la progresiva
escasez de cualquier bien, fuera tan temprana como poco eficaz. Reglas para
defensa de los montes aparecen ya en el fuero de Soria y son sucesivamente
promulgadas por Alfonso X, Pedro I, los Reyes Católicos, Carlos V y Felipe II.
Ninguna comprobación mejor de su efectividad que reproducir la voz de alarma de
una provisión real expedida por el segundo Felipe en 1567:
“los montes antiguos están desmontados i talados i arrancados i sacados
de cuajo i de nuevo son muy pocos los que se han plantado. La tierra en la
mayor parte destos reinos está yerma i rasa i sin árboles ningunos, que la leña
y maderas ha venido a faltar, de manera que ya en muchas partes no se puede
vivir”.
Junto a las noticias
documentales, la constante elevación de los precios de la madera por encima de
los índices del conjunto de mercancías en Andalucía y Castilla la Nueva tal
como son recogidas por Hamilton, suponen también una escasez indicadora de desforestación
126
Pero, para entender totalmente
los problemas a los que se enfrenta la mina de Guadalcanal y cualquier mina,
actividades que son siempre grandes consumidoras de madera, es preciso
comprender un mecanismo muy arraigado en la sociedad de la época. Si bien las
colectividades agrarias —y en el siglo XVI lo eran la inmensa mayoría—
son predadores de sus propios recursos forestales, suelen ser en igual grado
sus celosas defensoras frente a las predicaciones ajenas.
Ya hemos indicado arriba que la
mina precisaba madera, tanto en entibación y construcción como para convertirla
en energía. Ambos usos demandaban dos clases de madera diferentes. Para la
factura de ingenios se utilizaba la madera de encina —ya vimos que construir un
ingenio de desagüe se utilizaron en 1569, 23 encinas—. La misma materna se
empleaba también en la entibación en lugar de la madera de álamo habitual empleada
por los mineros alemanes, quienes aquí comienzan utilizando roble para ese menester,
pero pronto comprueban que se pudre con mayor facilidad. Hemos hallado cálculo
hecho en 1576 de la cantidad de madera de encina que se había enterrado en los
pozos entre 1555 y 1576: 25.000 carretadas. Dado que el peso de la carretada equivalía
muy a grosso modo, a unas 40 arrobas, del cálculo de los oficiales puede
deducirse un consumo de la increíble cifra de 11.000 toneladas métricas de
madera. Aunque a primera pueda parecer exagerado, hay que tener en cuenta que
se trataba de varios kilómetros de pozo y galería totalmente forrados de madera
de encina y que sólo en 1557 se habían comprado a la villa de Guadalcanal —que
ya veremos que no era la única fuente suministradora, ni siquiera la más
importante— 7.509 carretadas de madera de la dehesa sus propios.
Pero no menos espectacular era el
consumo de leña que se efectuaba en las fundiciones transformadas en carbón
vegetal. En este caso, las especies arbóreas empleadas eran diferentes. En un
principio se empleó encina, pero la necesidad de reservar esta madera de mejor
calidad para construcciones y entibaciones, llevó a emplear otra materia prima
cedente del monte bajo, con un poder calorífico menor, pero también de más bajo
precio; se emplearon entonces, junto con algo de carbón de encina, carbones
derivados brezos, carrascos y madroños. De todas maneras, la riqueza forestal
de la Sierra Morena centro occidental era un auténtico lujo en el uso de
materia prima carbonera frente a la que estaba a disposición de los mineros de
Vera —hoy Almería—, cuyo ecosistema sólo .permitía hacer carbón con
lentiscos, acebuches, coscojas, madroñales, jarales, romeros y atochas.
El cálculo del consumo de carbón
es relativamente fácil de hacer. Una información de 1560 calculaba un gasto de
100 arrobas de carbón por cada tres fundiciones. Puesto que tenemos datos de
las efectuadas a lo largo de los años de explotación, la deducción es sencilla;
puede calcularse, sólo para fundiciones, un consumo de carbón entre 1556 y 1576,
ambos inclusive de —insistamos siempre, muy grosso modo— 231.300 arrobas de carbón,
cifra que pudimos refrendar con la procedente de otros cálculos mucho más
aplicados. Esta cantidad, equivalente a 2.544.300 kg., procedió de
aproximadamente 721 toneladas métricas de madera. A esta cantidad habría que
unirle el consumo en raciones, que nos es desconocido, pero del que tenemos
datos de que era también muy importante; en 1556 se compraron en la dehesa de
Fuente del Arco 750 encinas para combustible de afinación.
El abastecimiento de madera para
construcción y entibación se realizó en un principio los montes de propios de
Guadalcanal, pero el pronto arrasamiento de sus existencias, las protestas
airadas de su Concejo, desvían el lugar principal de provisión al que entonces
parece que debía ser la más importante masa forestal de la Sierra Morena
sevillana, denominado “robledo de
Constantina”, en término de ésta última villa y de sus propios
“que es muy grande y de mucha madera y que aunque se saque del lo que
sea menester para las minas, no hará falta a las cosas para que está reputado”;
las cosas “para que está reputado”, es decir, los aprovechamientos
principales a que estaba asignado, eran, además del carboneo y la saca de los
propios vecinos, que según informaciones vivían en una buena parte de ello, al
reparo de los puentes, las ataraza, los alcázares y las fortificaciones de la
ciudad de Sevilla. Las cédulas reales a la administración de la mina por las
que la autorizan para que usen de ese monte, ponen acento siempre en instar a
que se pague al concejo la madera extraída y que se que el monte no sufra daños
a causa de abusos:
“debéis mirar que no se traya más de lo que fuese nescesario, porque
conservar el monte lo más que ser pueda”.
A pesar de ello, la competencia
en que entra la administración minera con ambos usuaríos anteriores, los
concejos de Sevilla y Constantina, levanta sus inmediatas protestas basadas en
razones conservacionistas, a pesar de que el cuidado que manifestaba para su conservación
parecía bastante deficiente. En 1556, escribía Mendoza a la Princesa Gobernadora:
“de la çédula real sobre lo de la
madera, he husado hasta agora lo más blandamente que he podido y han dado
quebraderos de cabeça, así los de Constantina como los de Caçalla, pero todavía
habré de venir a rigor en lo que más será menester, porque se les haze muy mal de darla
y se que ellos y el cabido de Seuilla
han de suplicar de la çédula (de autorización real)”.
Efectivamente, pronto el concejo
de Sevilla expedía orden al de Constantina para que no dejaran cortar leña, lo
que obliga a la Corte a enviar nueva cédula desautorizando al concejo
hispalense. No eran sin embargo muy cuidadosos los usuarios habituales con el monte que tan celosamente querían guardar del
aprovechamiento por la administración minera:
“en el dicho robledo hay tanta
desorden en el sacar de la dicha madera, ansí para Sevilla, donde es muy
ordinario llevar cada un año una muy gran suma de carretadas, como para el
dicho lugar (de Constantina) y para otras parte se lleva hurtadas unas vezes y
otras vendidas y lo que peor es, suele haber de hordinario quemas en el dicho
robledo que lo destruyen y abrasan y últimamente hubo este verano uno que
destruyó la mayor parte del, de donde podrá venir a perecer y faltar la dicha
madera, que sería grandísimo ynconbiniente yrremediable a esta mina y a otras
algunas que en esta sierra se podrían halla”
El transporte de la madera desde
el robledo de Constantina, desde el monte de Guadalcanal e incluso desde los
montes de Azuaga y Aracena, a los que también se recurría con frecuencia, se
aseguraba con una especie de continua cadena confiada a 20 carretas y 63
bueyes, al cuidado de un maestro carretero y diez criados. Pero estos medio de
transporte de la plantilla fija de la mina no eran suficientes y se hacía
imprescindible recurrir continuamente a los carreteros de Constantina, donde
había más de 200, que vivían hasta entonces fundamentalmente de la corta y
acarreo de leña a Sevilla.
El carbón llegaba a la mina
mediante una multitud de contratos con pequeños carboneros de una amplia zona
que llegaban a diario hasta la mina llevando el producto elavarado desde
Fuenteovejuna, Constantina, Cazalla, Alanís, San Nicolás del Puerto, El Pedroso,
Azuaga, La Granja, Fuente el Arco y los pueblos de la Sierra de Aracena. La fabricación
de carbón para Guadalcanal, según los informes, constituía un importante medio
de subsistencia para un amplio colectivo de habitantes de aquellos pueblos serranos
de agricultura muy pobre, para los que el carboneo era una actividad
tradicional abastecedores de la gran metrópoli sevillana, pero a los que la
aparición de la demanda minera les lleva a dedicar una parte mucho más
importante del tiempo de la actividad a la transformación de madera de carbón.
Precisamente esta demanda lleva al inicio la transformación en esta actividad
que hasta entonces seguía las pautas más tradicionales la aparición de los
obligados, personas que contrataban con la mina el abastecimiento de partidas
del producto puestas en la mina que a su vez adquirían in situ a los pequeños
productores, fueran aquellos obligados productores o no. La transformación era
importante porque apuntaba a la
aparición de la intermediación entre productores y el gran consumidor. La parte
.más importante del consumo carbonífero provenía de Fuenteovejuna donde la
administración minera había destacado un representante asalariado que se encargaba
de adquirir allí a precio más bajo el carbón de los pequeños productores.
Frente a la demanda de plomo, el
consumo de madera era un problema con dos caras. Si una parte ejerce un
beneficioso efecto multiplicador desde un punto de vista económico, ya hemos
visto cómo proporciona ingresos a un elevado número de personas de los pueblos
serranos, por otro lado, el efecto ecológico fue muy grave, no en balde la metalurgia
fue la actividad más nociva para la riqueza forestal en los comienzos de la
Edad Moderna, hasta la progresiva aplicación del carbón mineral a las
fundiciones. En 1557, el fiscal Venero,
visitador de las minas, escribía a la Corte:
“en las dichas minas (de
Guadalcanal), Su Magestad ha hecho grandes gastos (...) y ha quemado
innumerables montes en benefiçiallas”.
125 CAXA DE LERUELA: Restauración de la abundancia
en España, introducción, p. 30. BOWLES, C Op. cit., p. 541.
126 Sobre el problema general de la madera y el de
la madera en España, cfr. ALCALÁ ZAMORA, «Producción de hierro y altos
hornos...», p. 186. Mismo autor: España, Flandes..., p. 201; ARM Y VIL FAÑE,
J.: Quilatador..., p. 9. BILBAO, L. M.; FERNÁNDEZ PINEDO, E.: «La siderometalúrgia...»,
p. 1 CIPOLLA, C. M.: “Sources d'energie et histoire...”, Historia Económica de
la Población Mundial; Historía Económica de Europa, Vol. II. COLMEIRO, M., Op.
cit. dedica amplio espacio a la madera en España Vol. I, p. 335 y 701-709.
GONZÁLEZ VÁZQUEZ, E.: “La riqueza forestal española y la ingeniería forestal”
HAMILTON, E. J., Op. cit., p. 239. VÁZQUEZ DE PRADA, V.: «Historia Económica
y...», Vol. III, p. 4 NEF, J. U.: La Conquista del mundo material.
De Minería, Metalúrgica
y Comercio de Metales
Julio Sánchez Gómez
Julio Sánchez Gómez
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