Antonio Vico-Actor |
Capítulo XXI
El presidente del Congreso a
escena
Y sin más, en el empinado sillón,
sobre la larga mesa, y desde el alto estrado, el excelentísimo e ilustrísimo
señor presidente del Congreso se puso a dialogar en verso una comedia dramática.
Decimos sin más, porque juzgamos que tarea debió de emprenderla Ayala, si no el
mismo día de su elección, al siguiente cuando menos. Téngase en cuenta que fué
elegido el 16 de febrero de 1878 y considérese que Consuelo se estrerenó el
30 de marzo del mismo año. Claro que obra es como es; pero tiene tres actos y
versificada de punta a punta. Dejemos un par de semanas para los ensayos y
quedará un mes escaso para escribirla, que no es mucho ciertamente.
Pues probado está que Ayala
escribió Consuelo siendo presidente del Congreso. El plan de la comedia
se trazó mucho antes: en Lisboa, durante el destierro de su autor. Fué uno de
tantos proyectos de Ayala, para, si la revolución salía mal, triunfar en la
dramaturgia. Pero la revolución salió bien y el revolucionario triunfante no se
ocupó más de los asuntos escénicos. Sólo diez años después, según indicado
queda...
Vió, con arreglo a esta
indicación, el partido que todavía podía sacar del "tablado de la antigua farsa". Y en el tablado de la
farsa política se puso a desarrollar el argumento que tenía trazado.
Las sesiones del Congreso, si
alguna vez eran tumultuosas, la mayor parte de las veces se deslizaban en paz.
Muchos ratos de ellas, y aun algunas de ellas enteras, se transcurrían
tranquilamente. La palabra de cualquier orador, fría y monótona divagaba sobre
un asunto vulgar y falto de interés en la soledad de escaños y tribunas. Sólo
los taquígrafos oían para tomar sus notas. Un secretario se entregaba a los
recuerdos de la niñez. Los ujieres dormitaban. Y el presidente, aprovechando
este recogimiento general, escribía renglones cortos con sus consonantes en los
extremos.
Así lo afirman testigos
presenciales y así lo recogen biógrafos documentados. Algunos de los primeros
dieron a uno de los segundos la anécdota que sigue:
El presidente, entregado a la
tarea de versificar, versificaba ya sin darse cuenta. Un diputado alude a otro
en forma descomedida. Este protesta contra que se le trate así. El primero dice
que no fué su propósito ofender al segundo. Y a Ayala, al intervenir, se le
escapan dos octosílabos:
Con tan franca explicación,
queda el agravio deshecho.
El diputado que ha de hablar se
contagia del metro y del consonante y declara:
Yo me doy por satisfecho.
A lo que el presidente agrega,
completando la redondilla:
Se levanta la sesión.
Entregado a la tarea de escribir
Consuelo, hasta el extremo de poner en verso también el Diario de Sesiones, el
presidente del Congreso termina su obra. La termina con los maceros detrás,
igualmente, pues consta que la escena final fué escrita por Ayala durante los
Ruegos y Preguntas del día 18 de marzo. En plena sesión del Congreso, que, sin
duda por referirse a reclamaciones regionales, no estaba muy concurrida, hubo
de escribirse aquel verso concluyente:
¡Qué espantosa soledad!
Y en seguida.., ¡a
estrenar se ha dicho! Pero ¿todo
un presidente del Congreso de los Diputados iba a exponerse al fallo del
público de los estrenos? ¿Por qué no? Ese fallo tenía que ser favorable.
A las gentes sencillas de
entonces no les parecía así. Copiamos de una de ellas: "El elevado puesto que en la política había alcanzado tendría
forzosamente que restarle aplausos, si acertaba, o que provocar sátiras de las
que más dañan un prestigio y una gloria, en caso de error. Si triunfaba el
drama, poco añadía al autor de tantas otras producciones valiosas; pero si
Consuelo fracasaba, el fracaso sería, más que para el autor equivocado, para el
político que ocupando tan alto puesto exponía la rígida seriedad del cargo a
una exhibición entre telones y bambalinas." Y decimos a continuación
que en aquellos felices tiempos se sabía poco del asunto.
Ayala estaba mejor enterado. ¿Cómo había de fracasar el drama de un
personaje de la situación ?... ¡De ningún modo! Los espectadores
irían al teatro convencidos de que el autor tenía mucho talento, ya que la
presidencia del Congreso había obtenido. Después hemos visto que libros de
literatos, para los que jamás hubo un lector, han tenido lectores al conseguir
quienes los escribieron puestos en la rebatiña de la llegada de la República.
El público se deja deslumbrar por cualquier espejuelo.
En cuanto a lo de exponer la
seriedad del cargo en las tablas, Ayala iba a salvar ese trance con una
magnífica postura, de la que daremos cuenta a su debido tiempo. Y los que hasta
ese momento hayan dejado de admirar al colosal figurón, se entregarán,
rendidos, presos, a una admiración sin límites para él. Lo fío desde ahora, y
continúo mientras con lo que ahora estamos.
Ayala pensó que el público le
aplaudiría, que la crítica le elogiaría y que obtendría más aún. Aquellos
diputados que no quisieron votarle para presidente sufrirían remordimientos. ¡Tendrían pena de haber negado sus votos a
un autor ilustre! Esto ya debió de escocerles cuando leyeron los periódicos
al día siguiente de la votación; pero iba a escocerles luego del estreno más y
más. Eso quería Ayala, y eso logró.
El estreno de Consuelo
fué una sucesión de aplausos, no interrumpida por silbido alguno. ¡Como tenía que ser! Al teatro asistía
aquella noche Su Majestad. Y el Rey estaba obligado a aplaudir, porque hacer lo
contrario sería faltar a la Constitución. El que estrenaba era uno de los que
habían de aconsejarle en los casos de crisis ministerial. Imposible que el
Monarca patease al que tenía por consejero obligado para la regia prerrogativa
de separar y nombrar los ministros. Significar que ese hombre era un bruto,
temblaría el régimen, socava uno de sus cimientos.
Don Alfonso XII sabía que un
Soberano constitucional debe respaldar siempre a sus auxiliares. Su hijo, el
don Alfonso ex XIII, realizó la labor opuesta y dejó de ser constitucional,
primero, y Soberano, después. Pero el padre tenía más talento que el hijo,
entre otras razones porque tener menos fuera imposible.
Aplaudió, pues, el Rey desde las
primeras escenas de la obra. Y el resto del público, ¿iba a expresar opinión distinta
de la de su señor?...
Expresó la misma, y con entusiasmo,
con delirio, con convulsiones.
Llamado así por el Rey y sus
fieles súbditos, el autor de Consuelo había de pisar las tablas.
Tenía que exhibirse entre los telones y las bambalinas! Y entonces fué cuando
Ayala realizó el gesto que opinamos debieron perpetuar, si no escultores y
pintores, por lo menos esos artífices que construyen y coloran las figuras de
cera.
Para un museo como el de
Carnavalet estuvo el muñeco, imponente y ridículo.
Ayala salió al escenario sin el
acostumbrado acompañamiento de los actores. ¡Y
entre ellos se contaba Antonio Vico! Pero es sabido que, cuando éste
intentó atraerle con él ante los espectadores, Ayala soltó la mano que Vico le
asía y le dijo: "Hoy, yo solo; desde
mañana, vosotros solos." Hizo inmediatamente desalojar la escena a los
cómicos para, más cómico él que tunos los cómicos juntos, presentarse en
augusta soledad. Así apareció, vestido de levita, con el sombrero en una mano y
en la otra el bastón. Le faltó llevar una escolta oficial de hombres de maza.
Pero aun sin los maceros debió de
resultar imponente el presidente del Congreso en aquella ocasión. Demostró que
le venía chico el tablado; ese tablado tan enorme que puede contener las gigantescas
concepciones de Esquilo, Shakespeare y Calderón de la Barca. Para que cupiese
él, López de Ayala, el autor de Consuelo, tenían que salirse los
intérpretes de las obras, geniales a voces como las obras mismas.
Y aquella vez, claro, mucho,
muchísimo, infinitamente más geniales. Porque Consuelo... romo a la
obra cumbre de Ayala la dedicaremos un título aparte. Este tratará solamente
del hecho de que todo un presidente del Congreso estrenara como un simple
mortal. ¡Como uno de osos tres simples
mortales cuyos nombres figura en el párrafo anterior! Consignado queda sobre
el caso que Ayala, por presidir lo que presumía, no quiso rozarse con Vico, el
actor genial, borla de la escena española. Bastaría esto si no hubiese que añadir
algo.
Ayala condescendió a rozarse con
el Rey. Alonso XII, al terminar el acto primero, le llamó n su palco y le
invitó a que allí permaneciese. Y allí
quedó el autor, tan orondo, considerando puesto mejor junto al Soberano que
entre 1os actores. Se juzgaba más que otra cosa presides te del Congreso.
En lo cual, después de .todo, tenía razón. S:
quiera eso le había votado la mayoría de lo diputados. Indiscutiblemente eso
era, mientras que otra cosa...
Luís de Oteyza
Vidas Españolas e
Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932
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