¡Es mucho cielo el de Sevilla!
Siempre he pensado que los
pueblos, como las ciudades, por sí solos no sin nada. Son sus habitantes, sus
hijos quienes le imprimen carácter. ¿Cómo
Sevilla habitada por bilbaínos? o ¿cómo sería Bilbao habitada por gaditanos?
¿Y si Guadalcanal estuviese ocupada por cualquier otro tipo de
habitantes o no fuesen sus hijos, cómo
sería?
Mi paisano Pablo, ese amigo que
todos tenemos, ejemplo de hombre práctico, con los pies bien asentados en el
suelo, me interrumpe: "Déjate de
cosas raras —me dice—, lo importante es saber cómo es Guadalcanal habitada por
Guadalcanalenses".
-¡Hombre Eso lo sabe todo el mundo... ¡A la vista está, con nuestros defectos
y nuestras virtudes!
-Sí —continua Pablo que me recuerda un poco a aquél célebre Séneca que creara
D. José María Pemán— a la vista está. Sólo que no siempre es fácil, eso que está tan a la vista...
Pablo
detuvo sus pasos para encender otra vez el puro barato —¿pero hay puros baratos?—,
ese puro que se fuma todas las mañanas, y se quedó contemplando el azul
purísimo del cielo sevillano.
-Fíjate
en ese cielo. Aunque vinieran vascos aquí, no podrían con él. No. lograrían
emborronarlo con el humo de sus altos hornos. ¡Es mucho cielo el de Sevilla!
Y se quedó tan contento, cachazudo, satisfecho
de sí mismo, bien plantados sus grandes pies sobre el piso de esa calle Sierpes
que se nos ha metido a cosmopolita desde que la han invadido los "hippis"
—ácratas los llaman algunos, mira tú por
donde— con sus mugrientas compañeras, sus tenderetes de baratijas, sus
drogas, sus piojos y su inconformismo facilón, de vivir sin responsabilices ni
civiles ni morales.
Yo miré
al cielo y lo vi tan limpio, tan diáfano que me dejé convencer por mi amigo
Pablo y repetí, satisfecho yo también: “Sí...
¡Es mucho cielo el de Sevilla”
-Pues
igual pasa con nuestro pueblo —enhebró
Pablo— ¡es mucho pueblo Guadalcanal!
Y si no a ver, de aquellos contornos, tan entrañables y llenos de tradiciones, ¿quién tiene un pasado más glorioso? ¿De
dónde era Ortega Valencia por ejemplo?, ¿y Adelardo López de Ayala?, ¿y dónde
echó sus raíces Luis Chamizo el poeta de Cuareña? Y en la actualidad,
cuando toda la Serra Norte se descapitaliza y la emigración hace estragos en
todo nuestra bendita Andalucía.
Guadalcanal todavía saca fuerzas
de su flaqueza y construye una piscina pública y un cine sin rivales en la
región; florecen las industrias metálicas y de carpintería, monta una granja de
cría porcina, una gasolinera, fábricas de ladrillos refractarios que se
exportan a otras regiones, y hasta planta una urbanización en terrenos colindantes
al Coso. Remoza sus calles, su Plaza y su paseo secular, el Palacio; edifica
una biblioteca pública y su feria agranda sus casetas de festejos.
Tiene una revista de Fiestas
sacada adelante con el esfuerzo y la ilusión de un puñado de
Guadalcanalenses... En lo político, Dan Antonio Fontán preside el Senado, reverdeciendo
antiguos laureles. En lo militar, fue ayer cuando los "marines” americanos
nos visitan para rendir homenaje al pueblo todo donde vino al mundo el
descubridor de la isla de Guadalcanal... Y tantas y tantas otras cosas que me
dejo en la mochila por no hacer interminable la lista.
—Sí claro —balbucí yo--, tú quieres a Guadalcanal como yo porque es
nuestro pueblo y lo llevamos en la masa de la sangre, pero cosas como las que
me cuentas, supongo que hay en la historia de todos los pueblos...
—¿Sí? Y una Virgen como la nuestra, como la Virgen de Guaditoca,
que por tenerlo todo tiene lo que ninguna otra, un lunar como un trozo de noche
en su divina mejilla... ¿también la
tienen todos los pueblos? Convéncete, somos el pueblo más alejado de la
capital el de más difíciles comunicaciones, de acuerdo. Pues bien, el que pueda
presentar un palmarés como el nuestro que de un paso al frente.
Y allá se quedó plantado,
desafiante, en mitad de la calle Sierpes, con el puro, otra vez apagado, en su
mano y conmigo al lado entre orgulloso y satisfecho de tenerlo por paisano. Sí
en él veía encarnado el espíritu de Guadalcanal alegre, esperanzado, fuerte,
sereno y sencillo en su grandeza de hombre de bien. Mientras mi pueblo dé
hombres así —pensé—, Guadalcanal no
morirá. Y sus hijos dispersos por el mundo, cuando nos pregunten, todavía
podemos decir que somos de un pueblo en el que un pastor vio a la Virgen a
orillas de un río, rio bendito porque el manto divino se mojó en sus aguas.
Sí señor, puede que unos u otros
acaben por cargarse a Guadalcanal, incluso que algunos renieguen de él. Son las
ovejas negras que hay en todos los rebaños, pero frente a ellos sorno muchos,
unos de origen, otros de adopción, todos amamos a Guadalcanal. Y sería triste
que alguna vez, por nuestras propias culpas, cuando nos preguntasen de dónde
somos, hubiésemos de contestar:
—Yo.., soy de un
pueblo que ya no existe.
Plácido de la Hera
Revista de feria 1878
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