¿Por qué tus lamentos? ¿Por qué
tus quejas? ¿Por qué tus qué tú pena?
Era una tarde cualquiera de
primavera. Discurría yo por un frondoso olivar, que agradecido, recibía gozoso
las beneficiosas caricias del sol, cuando de entre ellos, oí salir una voz cuya
procedencia ignoraba. Me paré, escuché una y otra vez hasta que observé que, desde un
pequeño olivo, remedando frases Calderorianas, salían estas lamentaciones "!Ay mísero de mí, ay infelices! Apurar
gobernantes y procuradores pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí
contra vosotros produciendo..."
Entre el estupor y la curiosidad,
dudando si era real o soñado, me acerqué a él y le pregunté: ¿Por qué tus lamentos? ¿Por qué tus quejas?
¿Por qué tus qué tú pena?
Suspira, calla durante unos
segundos y prosigue: ¿Y preguntas tú eso?
¿Es qué acaso ignoras mi situación?
Le contesté, ¿ignoras tú que no soy
olivarero? Con una cordura digna del mejor olivo, me invitó a que no nos
perdiéramos en interrogantes —cual ser humano— y que le escuchara
con atención.
Entre dubitativo y curioso, como la tarde era apacible y grata,
me senté a la sombra y me dispuse a escuchar y comenzó su relato:
He nacido en esta soleada tierra
andaluza, rica y pobre a la vez, explotada y olvidada; me plantaron, eché
raíces y crecí. Me asignó Dios como misión parir todos los años un producto que
los hombres denominan aceituna. Desde que mi desarrollo me lo permitió, he cumplido
fielmente esta con una regularidad cronométrica, y, cada día, encuentro más
dificultades llevarla a cabo y los hombres se benefician de ella, y lo más
lamentable, precisamente cuando la riqueza que genero es en su beneficio, hay
muchos que no sólo fomentan esta riqueza, sino que la olvidan o la obstruyen.
El tema es interesante le
contesté, pero tendrás que explicármelo al detalle, para que pueda tener
elementos de juicio más claros sobre tus lamentaciones.
Claro, prosiguió, a ello voy...
Estaremos de acuerdo, en que lo
que yo produzco es una riqueza más país
y que cual otro producto cualquiera debo ser protegido fomentado, mutado, con
una planificación minuciosamente estudiada, que desemboque en una producción a tope y en unos precios
rentables.
Pues no es así, me dijo, porque
el precio de lo que con tantos dolores de parto doy a los hombres, es ruinoso,
con lo que mi propietario, se limita a alimentarme y medicinarme lo mínimo
indispensable con el objeto de que subsista y evitar que los costos de mis
hijas las aceitunas, sean superiores a los ingresos que les puedan proporcionar.
Al objeto de evitar el endeudarme limitarse mi dueño a hacer en mí lo estrictamente
indispensable, yo, raquítico y enfermizo, no puedo cumplir la misión de
producir en plenitud, por lo que tampoco puedo dar las jornadas de trabajo que
quisiera y que tanta falta hacen a los hombres y mujeres andaluces, y, éstas,
serán peor pagadas, con lo que dejo Crear riqueza; la casi nula rentabilidad
y la disminución de puestos de trabajo,
impide movilizar el dinero circulante a mi propietario y al trabajador y a la carencia
de dinero circulante —quien no tiene no
puede gastar— impide el crecimiento del comercio y su proliferación y
expansión, dejando por tanto la creación
de riqueza; desaparecen en potencia las posibilidades de implantara y ampliar
industrias derivadas, con la paralela incapacidad para que nazcas nuevos puestos
de trabajo, con lo que se deja de crear
riqueza.
Entiendes ahora mis
lamentaciones, entiendes mis penas, ¡tú,
hombre con raciocinio!, lo que yo arbusto puedo lamentar, porque lo estoy
sufriendo, pero no puedo comprender porque carezco de la facultad de pensar.
Comprendo si, tus justas
lamentaciones le contesté, pero por más que pienso, no puedo saber el porqué de
la situación, el de las inhibiciones de los hombres, el desinterés o lo que es
peor el olvido de aquellos, que desde su atalaya pueden remediarla, máxime si se trata de una
comarca que como la nuestra, está deprimida y abandonada, no obstante tener los
mismos derechos a ser atendida como cualquier gran urbe o zona industrial,
aunque de estas salgan la mayoría de votos en unas elecciones.
Así será, me contestó. Por mi
parte, ahí queda mi dolor y mi lamento.
Adiós frondoso olivo y gracias,
porque has sabido y ha sido capaz de denunciar
una situación injusta —como ahora se
dice— aunque entiendo, que mientras no haya consenso, nada habrás logrado.
Lorenzo Blanco Cabria
Revista de feria 1978
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