El Chepa
Un Reclamo de Perdiz de Capricho
y Caprichoso 15
Capitulo 19
A partir del cuarto celo, la fama
del excepcional campeón que ya era El Chepa, empezó a correr entre mis amigos pajareros,
no sólo en Sevilla, donde vivía, o en el luminoso pueblo de la Sierra Norte de
Sevilla, Guadalcanal, donde ejerciera los
primeros años de mi Magisterio y donde dejara, después de mi traslado a
Sevilla, muchos y grandes amigos, por lo que aún seguía acudiendo a él como
cazador, sino entre otros muchos y buenos amigos también que, por circunstancias
de la vida, tuvieron que abandonar estas nuestras sureñas tierras de Andalucía,
para afincarse en otros lugares, más o menos alejados, como en Alcalá de
Henares, por ejemplo, o en Hospitalet de LLobregat, donde emigraron, incluso,
familiares y paisanos míos de allá del granadino y bendito pueblecito, donde yo
naciera, Alicún de Ortega, o del también granadino pueblo de Pedro Martínez,
también muy entrañable pueblo para mí, porque, además de que de él era natural
la santa de mi madre , en él me criaría y me haría un hombre de bien. Y es que,
de una u otra manera, todos los mencionados sabían de la valía de tan
excepcional Reclamo.
Claro que esta fama del Chepa no
lo era de forma gratuita, pues al margen – que también – tuviera en su dueño y
señor todo un "Crisóstomo" que, a la menor ocasión que se le ofrecía,
ante cualquiera de los amigos pajareros, ya estaba predicando las excelencias y
virtudes de tan colosal Reclamo, lo era también por los hechos, por sí solos,
los que lo proclamaban como tal en todos y cada uno de de los lugares a los que
éramos invitados a cazar celo tras celo.
A propósito de esto que estoy
diciendo, se me viene a la memoria que, por aquellos entonces, contrajo su
enlace matrimonial nuestro muy querido ahijado Edy, y para asistir a la
ceremonia y consiguiente ágape, tuvimos que trasladarnos, mi esposa y yo, a la
histórica ciudad de Alcalá de Henares, donde este nuestro ahijado vivía con sus
padres y, lógicamente, compadres nuestros, José y Antonia, desde que el
mencionado hijo entrara en el Cuerpo de la Policía Nacional, con destino en
Madrid.
Eran de Nerva, importante
población de la Cuenca Minera de Riotinto, donde nacieran y vivieran hasta que
Edy, su hijo, aprobara como miembro de la Policía Nacional -como termino de referir - teniendo que
marchar a Madrid, ya que allí fue destinado, aunque se afincaron en Alcalá de
Henares como ciudad dormitorio.
Sería en Nerva donde hice una muy
estrecha y sincera amistad con tal familia, a lo que contribuyó la muy buena vecindad
y mucha estima que mutuamente había entre ellos y la familia de la que, por
aquellos “antaño”, era mi prometida y que llegaría a ser mi esposa.
José Maestre Negrete, nombre del
padre de esta tan extraordinaria familia, que además de tan buen amigo, llegara
a ser compadre de mi esposa y mío, ya que apadrinamos a su hijo en El Bautismo,
era en eso de la escopeta, en general, y en esto otro del pájaro, en
particular, todo un maestro. Tanto que, en el mejor sentido de la palabra, había
que echarle de comer aparte.
¡Qué pocos cazadores he conocido
- y son muchos estos mis colegas – que atesoraran la sabiduría, la afición, la
resistencia y el sacrificio, en una palabra, el bien y buen hacer en todo esto
de la escopeta, que éste tenía ejerciendo este tan atractivo y sacrificado
deporte de la caza!
Tan buen vecino de mi novia y su
familia, siendo además tan aficionado a la caza, fueron las credenciales de
emprender nuestra amistad, además, por supuesto que sí, de la excelente persona
que siempre fue.
Cuando lo de la boda de su hijo y
ahijado nuestro, - ya hace sus años de eso - hacía ya bastantes años que no nos
veíamos, por lo que rato al que le podíamos echar el guante durante el ágape de
la boda, rato en el que se nos iba el santo al cielo, recordando aquellos ya
algo lejanos años de Nerva, así como contándonos nuestras respectivas y más
cercanas andanzas caceriles. Por cierto que me comentó que el policía, como buena
astilla del tal palo de su padre, se había hecho un montero de campanillas,
recorriendo magníficos cotos por esos Montes de Toledo, para lo que le había
entregado, como regalo de bodas, un "todoterreno", que le había
costado un "güevo" y parte de otro.
A modo y manera de mi Pepita
Adoración, también tenía este buen hombre una especial gracia para con los
animales, y así, entre otras muchas cosas al respecto, recordamos a "Yago",
un loro cenizoso y de cola roja, al que enseñó a decir y a hacer cosas tan
pícaras y rocambolescas, que sin duda alguna, hubiera sido el número estrella
del mejor circo del mundo.
Recordamos también y en especial,
a aquel perdigón que, por aquellos años en que nos conocimos, le seguía por las
calles de Nerva como un mimoso perrillo faldero, y al que cazaba a estilo
compadre: aquí me siento y allí me levanto, según iban mandando las
circunstancias, hasta llegar a colgarlo en seis o siete pulpitillos diferentes.
Y el reclamo,
entre tanto, como si tal cosa y
tan conforme y feliz, "trabajándose el artículo" como los buenos.
Fue entonces cuando le empecé a
hablar de mi Chepa, y he aquí entonces al "Crisóstomo", con el más
excelso de los panegíricos en los labios, loando las gloriosas y grandiosas gestas
de su tan fenomenal reclamo. Sin embargo, cuando le hablé de su tipo de
liliputiense y de aquella sus feos caprichos de saltarse en la jaula, a mi
compadre se le pusieron, de súbito, los ojos como alpargatas, al tiempo que me
decía que imposible de los imposibles que un perdigón, tan esquivo y con tan
poca nobleza en el trato, pudiera llegar a ser el colosal reclamo que yo le
estaba describiendo.
De momento, ahí quedó la cosa,
pero miren ustedes por donde, ese año, mi compadre tuvo que venir a Nerva, en
el mes de Febrero precisamente, a arreglar no sé qué asuntillo.
De vuelta a Alcalá, al tener que
pasar por Sevilla, lógicamente, se llegó a casa a saludarnos. De cajón era que,
en aquella su visita - ¿cómo no? - le enseñara mis pájaros y, en especial,
aquel soberbio campeón, del que yo le hablara, allá en Alcalá de Henares. Por
cierto que, temiéndome que sus endémicos saltos fueran aún de mayor
contundencia que los que solía dar normalmente, ante la presencia de tan
extraño forastero, se lo enseñé como “furtiveando” a través de la puerta
entreabierta de la terraza.
Cuando el bueno de mi compadre se
echó a los ojos aquel pájaro con tipo de pigmeo y con la cabeza desplumada y transparentando,
entre las plumas dislocadas, una calvicie en la que la sangre estaba llamando a
la puerta, me miró y, con irónica sonrisa, -exclamó.-
-¡Hombre, compadre, déjate de
bromas, ¿no?
-Mañana es Sábado.- Acudí a
decirle, totalmente decidido.-El día lo tengo libre y como, por otra parte, tú
tampoco tiene nada que hacer por obligación allá en Alcalá, ¿ por qué no te quedas,
para acercarnos a las sierras de Nerva, allá por "La Horceta", por
ejemplo, lugar en el que tanta querencia siempre tuviste para tus cacerías,
para darle el puesto de mañana? En el coche eso está a
ahí, a un “santiamén”. Con ello puedes matar varios pájaros de un tiro. Varios
pájaros te digo, como el que tú vuelvas a disfrutar de lugares tan queridos por
tí y que, seguramente, tanto debes añorar, como también el que, después de
tantos años sin cazar el pájaro, puedas volver a gozar de esa afición, tan
maravillosa y tan tuya... y cómo, por fin, podía ser el que, de una vez por
todas, te pudieras desengañar por tus propios ojos, si lo que te digo del
pájaro es verdad o es mentira.
Mi compadre se quedó
pensándoselo, con los ojos como perdidos en el vacío. Reaccionó de pronto y me
dijo.- Pues sí, ¡qué coño!, me voy a quedar-.
Y, en efecto, a unas horas
bastante madrugadoras del Sábado, nos encontrábamos los dos compadres en
aquellos enmarañados y bravíos parajes de "La Horceta", con la escarpada
Ribera de Huelva a nuestros pies, construyendo un espacioso y cómodo tollo para
ambos, con jaras, retamas y demás malezas de aquellos prietos matorrales, en
tanto que El Chepa, ya enarbolado en una achaparrada madroñera, que le adaptamos
como pulpitillo, se encontraba a la espera de que le quitáramos la sayuela,
para meterse en "el fregao".
A los reclamos de cañón, que El
Chepa emitió de salida, tan pronto se vio despojado de la sayuela, se nos vino
sin previo aviso y de vuela una viuda, al parecer, desesperada y ardiendo de celo,
en busca de aquel inesperado y sorprendente galán.
El compadre, a quien le entregué
los trastes de matar, quedando yo a su lado como mero espectador, viendo que la
pajarilla estaba en plena sazón y que no se separaría de aquel encarcelado
novio tan fácilmente, me dio a entender por medio de gestos, que la iba a dejar
durante un tiempo, por allí merodeando en torno al reclamo, con el doble
objetivo de poder disfrutar durante el mayor tiempo posible de la grata tensión
del lance, y, por otro lado, poder analizar y comprobar, con mayor
detenimiento, a aquel campeón que en
tan grandes dudas le tenía, desde
que, allá en la boda del hijo, le hablara, por primera vez, de sus extrañas e
inconcebibles manías.
No parecía sino que se lo habían
dicho al bueno del Chepa, pues mientras la viuda estuvo allí, dando vueltas en
su entorno, se lució con tal arte, con tal maestría y con tal galanura, que
obligó a su incrédulo fiscal a hacerme como un incontenible gesto de rostro, en
el que reflejaba toda su complacencia y aprobación sobre los muchos y valiosos quilates
que, sorprendentemente, estaba viendo en aquel enano descalabrado.
Una vez saciado de tan bella y
tensa escena, abatió a la pobre y desesperada viuda, quedando con la baba caía,
viendo el aplomo, la delicadeza y hasta el señorío con que el pequeño trovador
se quedó “haciéndole el entierro”.
El Chepa, tan pronto como cumplió
con su respetuosa "mortuoria" hacia la que acababa de morir a sus
pies, volvió a salir de cañón, buscando un nuevo lance. No tuvo que insistir
mucho, pues, al poco, conectó con un campesino que, por el ronco y bravío tono
de sus reclamos, tenía que ser todo un señor verraco de exposición. No se
amedrentó, sin embargo, el pigmeo, sino que, por el contrario, insistió, echándole
a la cosa aún más "reaños". Los diferentes cantos del invitado nos
iban delatando, con toda claridad, su posición, e, incluso, de cómo iba
avanzando poco a poco y sin prisa, pero tampoco sin pausa.
Venía acompañado de su hembra,
pues la infeliz, seguramente que envalentonada por el bravo mocetón que traía a
su lado, también se dejaba caer, de vez en vez, con algún que otro jubiloso
"chachará".
Y El Chepa, entre tanto, - vuelvo
a repetir - parecía que le habían dicho que tenía allí un adusto e inapelable
juez examinándolo, pues daba la sensación de que estaba poniendo, con especial
interés, todos sus sentidos, para lucirse en todos y cada uno de sus cantos,
así como en la actitud que tomaba en los mensajes que en ellos quería
trasmitir.
Una vez que empezó a sentirlo
cercano, no le dejaba respirar, riñéndole impaciente con autoritarios e inquisitoriales
"guteos”, para que, desistiera en sus cantos y avanzara. Y el incrédulo
juez - ahora sí - espejeando una jubilosa sonrisa en los ojos, me miró,
volviendo a gesticularme, incontenible, que, en efecto, El Chepa, aunque no lo
pareciera, era todo un colosal campeón.
En sus riñas e impacientes
“cuchicheos” se encontraba el trovador, cuando, de repente, se rebajó lo
indecible en casi imperceptibles “cuchicheos y titeos”, a la vez que aquel garañón,
embolado y beligerante, entró arrastrando el ala. El recibimiento que entonces
le hizo El Chepa, no soy capaz de describirlo, por lo que sólo me limitaré a
decir que como para quitarse el sombrero y hacerle una reverencia.
Mi compadre me dio a entender
que, desobedeciendo un tanto las reglas que debe seguir el buen pajarero, iba a
tirar primero al macho, con la idea de tener la posibilidad de seguir disfrutando
de aquel tan delicioso pájaro, por aquello de que las hembras, por lo general y
una vez que se les mata el macho, suelen hacerse de rogar demasiado, para
volver a entrar al del pulpitillo, si es que llegan a decidirse a ello.
Fue exactamente lo que sucedió.
La hembra, una vez que viera morir a su amante, prácticamente, a sus pies, se voló
y por allí anduvo merodeando, astuta y recelosa, durante todo el largo rato que
aún teníamos por delante para finalizar “el puesto”, en tanto que el galán del
pulpitillo le hacía verdaderos malabares, intentando conquistársela. Muy a última
hora, la pudo abatir, por fin, aquel excelente aficionado que siempre fue mi
compadre José Maestre Negrete, aprovechando una de las pasadas de la
desconfiada viuda, en un pequeño claro que ofrecían dos tupidas aulagas.
Cuando todo terminó, se limitó a
exclamar emocionado.
-¡Increíble, pero cierto! ¡Qué
delicia de Reclamo!
Realmente, ha merecido la pena,
compadre.
Yo, por mi parte, lejos de
reprocharle su tozuda
incredulidad, me limité a
bromearle, diciéndole que, por lo menos, iba a poder comer arroz con perdiz de
"La Orceta", después de tantos años, junto a mi comadre Antonia y a
mi ahijado Edy, allá en su querida Alcalá de Henares.
©José Fernando Titos Alfaro
Nº Expediente: SE-1091 -12
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