En este nuestro caminar hacia la
eternidad divina no es poco, aparezca o no así, el dolor
interior, la aflicción, el pesar.
No parece sirvo que cuando niño
hemos de ir recopilando, uno tras otro, bellos sentimientos, bienes
del espíritu de impresión gratísima, para
andando el tiempo ser ésta una y otra vez recordada, vuelta a
saborear con el mismo sabrosísimo deleite de la vez primera,
hasta que cualquier externa circunstancia, no siempre importante, al
desaparecer de la realidad nos deja privado, al menos, así lo
creemos, de ese nuestro encantador bien espiritual, pérdida
tristísima causante de descorazonado pesar.
Se le quita al guadalcanalense sesentón
aquella novena de la Virgen del Carmen, comenzada en el día de
San Fermín y celebrada allá arriba, en ese otro
atrayente Monte Carmelo que en nuestro pueblo es el lugar del templo
de Santa Ana, y experimenta pesar.
Por el desbordado río de luz de
flamante y capitalino alumbrado general, del quinceño en
adelante quedan imposibilitados de rondar nuestro Guadalcanal en esa
oscuridad en que domina más la luz del cielo que la de la
tierra, y abrigan pesar.
Se ocupa el ferial rodeo del “Coso"
para que nunca más vuelva a él el ganado que de siempre
acudió allí durante las fiestas septembrinas de nuestro
pueblo, y se siente pesar.
Enmudecen, por causas diversas,
campanas parroquiales de sonidos inimitables por las de fuera de este
lugar tan nuestro, y se tiene pesar.
Se destruye la fisonomía urbana
de años en reconstruir casas o partes de ellas, como la puerta
de la posada de la calle de Mesones, y produce pesar.
Y es que, de grado o no, nuestra vida
desgrana cuentas de un rosario de pesares.
PEDRO PORRAS IBAÑEZ
Revista feria 1972
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