HISPANIA Y LOS HISPANOS EN EL SIGLO I d.C
Hace dos mil anos, en el siglo I
de la era cristiana, la
Península Ibérica , pacíficamente sometida a Roma toda ella y
en avanzado proceso de asimilación cultural, llego a ser, el mas importante y
desarrollado territorio de la mitad occidental y Latina del Imperio, después de
Italia. Plinio el Mayor (23-79 d.C.) así lo afirma al final del último libro de
su Historia
Natural, tras proclamar que Italia —su patria— “rectora y segunda madre del
mundo”, era la corona de la naturaleza, por sus riquezas, sus gentes,
su cultura y su estilo de vida. Pero para el estudioso de tierras y pueblos que
fue siempre Plinio, el segundo lugar, si se exceptúan las fabulosas riquezas de
la India (que ningún
romano había visto), correspondía a Hispania, especialmente en sus regiones
costeras. Aunque la península, dice, tiene amplios espacios desiertos, sus
regiones productivas son feraces en cereales, aceite, vino y en la cría de
caballos, así como en toda clase de metales.
Plinio conocía bien España. Bajo el
emperador Vespasiano desempeño funciones administrativas y de gobierno entre el
69 y el 77, probablemente en Tarragona, y en esos años tuvo la oportunidad de
recorrer las tres provincias de entonces: Citerior o Tarraconense, Betica y
Lusitania.
En el último tercio del siglo I
era bastante hacedero viajar por España. Se habían construido “vías”
en las principales direcciones. El llamado Itinerarium Antoninianum, una amplia
guía de rutas probablemente elaborada para los movimientos de tropas, que se
compiló doscientos años después, describe unos diez mil kilómetros de caminos “oficiales”
sólo en la península. Es seguro que bastante más de la mitad de ellos eran
operativos en el siglo I de la era cristiana. En las dos centurias siguientes
se amplió todavía la red hasta la extensión que había alcanzado cuando se hizo
el Itinerario.
Algunos competentes historiadores
modernos opinan que la detallada enumeración de las distintas clases de
ciudades y localidades menores, mas los “pueblos”, o agrupaciones de aldeas
o gentes no urbanizadas de Iberia, que ofrecen los libros tercero y cuarto de la Historia Natural
de Plinio es anterior a este autor y proviene de censos de una época
precedente: quizá del llamado censo de Agripa, el yemo de Augusto,
que murió el 18 a.C. Aunque esto fuera así, hay que pensar que en sus años de
responsabilidades administrativas en Hispania, un escritor tan meticuloso como
Plinio los habría sometido a revisión.
En total son casi un millar las
poblaciones y un centenar los populi enunciados en la relación pliniana, lo
cual es una prueba incontrovertible de la romanización de Iberia en el último
tercio del siglo I d.C.
No por eso habían desaparecido
social y culturalmente la
Hispania prerromana, ni sus lenguas. En los primeros tiempos
de la era cristiana, mayormente en zonas rurales, los nativos continuaban
empleando su propia lengua. El historiador Tacito cuenta que en el año 25 d.C.
un campesino de Temeste, una localidad o comarca de la Hispania Citerior ,
asaltó de improviso al pretor de la provincia, de nombre Lucio Pisón, al que
odiaba todo el mundo por sus abusos de poder y lo asesinó Cuando fue apresado y
sometido a tortura para que denunciara a sus posibles cómplices el temestino respondió
a gritos en su lengua natal (sermone patrio) que sus verdugos no esperaran que
dijera ningún nombre. Por fin, logró escapar de sus guardianes y se suicidó rompiéndose
la cabeza contra una roca. El hispano entendía el latín de los soldados
romanos, pero el se expreso en su propio idioma. Parece que el justiciero
campesino era un celtibero y que esos temestinos probablemente habitaban cerca
de Numancia, al norte de Soria.
Todavía en tiempos del emperador
Marco Aurelio —siglo II d.C.— Cornelio Frontón, que fue maestro de Retorica de
los príncipes de Palacio, dice que en determinadas regiones de Hispania se
hablaban las lenguas primitivas.
ROMA
EN ESPAÑA.-
Los romanos habían puesto pie por
primera vez en la península, que llamarian Hispania, el 218 a.C. en el curso de
la renovación de sus enfrentamientos con Cartago que dieron lugar a la Segunda Guerra
Punica.
A lo largo de los primeros años
de esa conflagración, Anibal, que había partido de la península Ibérica, estaba
venciendo a cónsules y legiones romanas en suelo itálico hasta amenazar a la Urbe. Para responder a
ese reto, Roma emprendió operaciones militares contra los punicos en España,
que era el principal lugar donde los cartagineses obtenían recursos, soldados y
caballos —tan necesarios para la guerra—.
Cónsules, procónsules y otros
altos jefes militares, como el entonces joven imperator Publio Cornelio
Escipion, que después añadiría a sus “tres nombres” el sobrenombre de “Africano”,
iban derrotando a los cartagineses en la península hispana, hasta expulsarlos
totalmente de ella en sucesivas campañas que duraron casi una docena de años.
Seguidamente, para asegurar su
control —o su dominio— de ese territorio terminal de la ecumene, bien fuera por
la vocación imperialista que con la victoria sobre Cartago se había apoderado
de la republica y del senado (l'appetit, como dicen los franceses,
vient
en mangeant), bien simplemente para defender los espacios de que se habían
adueñado sus legiones, los romanos acometieron la conquista y ocupación política
y militar de toda Iberia.
No fue empresa fácil ni de corta duración.
Pero Roma lo consiguió. Bajo Augusto, tras las campanas del propio Emperador —años
27 y 26 a.C.— y de su yerno y general Agripa (año 19 a.C.), Hispania,
administrativamente dividida en tres provincias, era una parte muy valiosa —quizá
el florón— del Imperio.
Pronto, desde los primeros años
de Nerón —el quinquennium Neronis— en que tanto mandaba el filosofo cordobés
Séneca, hasta los días de los emperadores hispanos Trajano (98-117) y Adriano
(17-138), que eran de Itálica, casi al lado de Sevilla, y después, bajo Marco
Aurelio, que también tenia abuelos y familiares de allí, hubo siempre en la Urbe , como algo habitual,
personalidades hispanas en los ámbitos del poder, de la cultura o de la
influencia.
Intelectuales, políticos y
escritores no hispanos de generaciones anteriores al siglo I d.C., se
interesaban por las cosas de España. Existía el lejano precedente de Polibio,
(c. 200-c. 118 a.C.), un griego del siglo II a.C., historiador de campañas
militares y cuestiones políticas relacionadas con Hispania.
Un siglo mas tarde el filosofo
estoico Posidonio de Rodas (nacido en Apamea, junto al Orontes c. 130
a.C.-Rodas c. 52-50 a.C.) —que era reconocido como el primer intelectual del
mundo romano de su época— había visitado y recorrido buena parte de la península
y escrito libros que se ocupaban de ella, aunque de estos solo se conserven
citas e informaciones sueltas, pero del mayor alcance e interés. Su estancia en
Hispania fue larga, y finalmente, antes de marcharse, paso un mes seguido en
Gades (Cádiz).
Posidonio seria una de las
principales fuentes del libro tercero de la Geographia de
Estrabón (c. 65 a.C.-c. 20 d.C.), dedicado a Iberia. Esta obra, compuesta en
los primeros años de la era cristiana, y la Historia Natural
de Plinio, que se escribió entre el 74 y el 77 de la misma centuria, son las
dos fuentes principales para el conocimiento de la realidad física, económica,
cultural y política de Hispania en ese siglo I.
Antonio Fontán (Marqués de Guadalcanal)
NUEVA REVISTA de política, cultura y arte.
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