By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 26 de enero de 2013

Hispania y el Imperio Romano 1



HISPANIA Y LOS HISPANOS EN EL SIGLO I d.C

Hace dos mil anos, en el siglo I de la era cristiana, la Península Ibérica, pacíficamente sometida a Roma toda ella y en avanzado proceso de asimilación cultural, llego a ser, el mas importante y desarrollado territorio de la mitad occidental y Latina del Imperio, después de Italia. Plinio el Mayor (23-79 d.C.) así lo afirma al final del último libro de su Historia Natural, tras proclamar que Italia —su patria— “rectora y segunda madre del mundo”, era la corona de la naturaleza, por sus riquezas, sus gentes, su cultura y su estilo de vida. Pero para el estudioso de tierras y pueblos que fue siempre Plinio, el segundo lugar, si se exceptúan las fabulosas riquezas de la India (que ningún romano había visto), correspondía a Hispania, especialmente en sus regiones costeras. Aunque la península, dice, tiene amplios espacios desiertos, sus regiones productivas son feraces en cereales, aceite, vino y en la cría de caballos, así como en toda clase de metales.
La Galia en algunas cosas esta casi a la misma altura. Sin embargo, según Plinio, Hispania, con sus despoblados, la superaba por su riqueza en esparto, tan empleado en las industrias y artesanías de sogas y tejidos bastos, y por los transparentes minerales de los que se hacen el vidrio y los espejos.
Plinio conocía bien España. Bajo el emperador Vespasiano desempeño funciones administrativas y de gobierno entre el 69 y el 77, probablemente en Tarragona, y en esos años tuvo la oportunidad de recorrer las tres provincias de entonces: Citerior o Tarraconense, Betica y Lusitania.
En el último tercio del siglo I era bastante hacedero viajar por España. Se habían construido “vías” en las principales direcciones. El llamado Itinerarium Antoninianum, una amplia guía de rutas probablemente elaborada para los movimientos de tropas, que se compiló doscientos años después, describe unos diez mil kilómetros de caminos “oficiales” sólo en la península. Es seguro que bastante más de la mitad de ellos eran operativos en el siglo I de la era cristiana. En las dos centurias siguientes se amplió todavía la red hasta la extensión que había alcanzado cuando se hizo el Itinerario.
Algunos competentes historiadores modernos opinan que la detallada enumeración de las distintas clases de ciudades y localidades menores, mas los “pueblos”, o agrupaciones de aldeas o gentes no urbanizadas de Iberia, que ofrecen los libros tercero y cuarto de la Historia Natural de Plinio es anterior a este autor y proviene de censos de una época precedente: quizá del llamado censo de Agripa, el yemo de Augusto, que murió el 18 a.C. Aunque esto fuera así, hay que pensar que en sus años de responsabilidades administrativas en Hispania, un escritor tan meticuloso como Plinio los habría sometido a revisión.
En total son casi un millar las poblaciones y un centenar los populi enunciados en la relación pliniana, lo cual es una prueba incontrovertible de la romanización de Iberia en el último tercio del siglo I d.C.
No por eso habían desaparecido social y culturalmente la Hispania prerromana, ni sus lenguas. En los primeros tiempos de la era cristiana, mayormente en zonas rurales, los nativos continuaban empleando su propia lengua. El historiador Tacito cuenta que en el año 25 d.C. un campesino de Temeste, una localidad o comarca de la Hispania Citerior, asaltó de improviso al pretor de la provincia, de nombre Lucio Pisón, al que odiaba todo el mundo por sus abusos de poder y lo asesinó Cuando fue apresado y sometido a tortura para que denunciara a sus posibles cómplices el temestino respondió a gritos en su lengua natal (sermone patrio) que sus verdugos no esperaran que dijera ningún nombre. Por fin, logró escapar de sus guardianes y se suicidó rompiéndose la cabeza contra una roca. El hispano entendía el latín de los soldados romanos, pero el se expreso en su propio idioma. Parece que el justiciero campesino era un celtibero y que esos temestinos probablemente habitaban cerca de Numancia, al norte de Soria.
Todavía en tiempos del emperador Marco Aurelio —siglo II d.C.— Cornelio Frontón, que fue maestro de Retorica de los príncipes de Palacio, dice que en determinadas regiones de Hispania se hablaban las lenguas primitivas.

ROMA EN ESPAÑA.-

Los romanos habían puesto pie por primera vez en la península, que llamarian Hispania, el 218 a.C. en el curso de la renovación de sus enfrentamientos con Cartago que dieron lugar a la Segunda Guerra Punica.
A lo largo de los primeros años de esa conflagración, Anibal, que había partido de la península Ibérica, estaba venciendo a cónsules y legiones romanas en suelo itálico hasta amenazar a la Urbe. Para responder a ese reto, Roma emprendió operaciones militares contra los punicos en España, que era el principal lugar donde los cartagineses obtenían recursos, soldados y caballos —tan necesarios para la guerra—.
Cónsules, procónsules y otros altos jefes militares, como el entonces joven imperator Publio Cornelio Escipion, que después añadiría a sus “tres nombres” el sobrenombre de “Africano”, iban derrotando a los cartagineses en la península hispana, hasta expulsarlos totalmente de ella en sucesivas campañas que duraron casi una docena de años.
Seguidamente, para asegurar su control —o su dominio— de ese territorio terminal de la ecumene, bien fuera por la vocación imperialista que con la victoria sobre Cartago se había apoderado de la republica y del senado (l'appetit, como dicen los franceses, vient en mangeant), bien simplemente para defender los espacios de que se habían adueñado sus legiones, los romanos acometieron la conquista y ocupación política y militar de toda Iberia.
No fue empresa fácil ni de corta duración. Pero Roma lo consiguió. Bajo Augusto, tras las campanas del propio Emperador —años 27 y 26 a.C.— y de su yerno y general Agripa (año 19 a.C.), Hispania, administrativamente dividida en tres provincias, era una parte muy valiosa —quizá el florón— del Imperio.
Pronto, desde los primeros años de Nerón —el quinquennium Neronis— en que tanto mandaba el filosofo cordobés Séneca, hasta los días de los emperadores hispanos Trajano (98-117) y Adriano (17-138), que eran de Itálica, casi al lado de Sevilla, y después, bajo Marco Aurelio, que también tenia abuelos y familiares de allí, hubo siempre en la Urbe, como algo habitual, personalidades hispanas en los ámbitos del poder, de la cultura o de la influencia.
Intelectuales, políticos y escritores no hispanos de generaciones anteriores al siglo I d.C., se interesaban por las cosas de España. Existía el lejano precedente de Polibio, (c. 200-c. 118 a.C.), un griego del siglo II a.C., historiador de campañas militares y cuestiones políticas relacionadas con Hispania.
Un siglo mas tarde el filosofo estoico Posidonio de Rodas (nacido en Apamea, junto al Orontes c. 130 a.C.-Rodas c. 52-50 a.C.) —que era reconocido como el primer intelectual del mundo romano de su época— había visitado y recorrido buena parte de la península y escrito libros que se ocupaban de ella, aunque de estos solo se conserven citas e informaciones sueltas, pero del mayor alcance e interés. Su estancia en Hispania fue larga, y finalmente, antes de marcharse, paso un mes seguido en Gades (Cádiz).
Posidonio seria una de las principales fuentes del libro tercero de la Geographia de Estrabón (c. 65 a.C.-c. 20 d.C.), dedicado a Iberia. Esta obra, compuesta en los primeros años de la era cristiana, y la Historia Natural de Plinio, que se escribió entre el 74 y el 77 de la misma centuria, son las dos fuentes principales para el conocimiento de la realidad física, económica, cultural y política de Hispania en ese siglo I.

Antonio Fontán (Marqués de Guadalcanal)
NUEVA REVISTA de política, cultura y arte.

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