Una expedición que ya forma parte del Registro de la Memoria del Mundo
La Ítaca
de los pueblos ibéricos fue, durante la baja Edad Media, la costa india de las
especias.
Los
portugueses se llevaron la palma –y la canela
– y entre unos y otros, queriendo enlazar por mar Europa y Asia, terminaron
conectando los cinco continentes e inaugurando la Edad Moderna. En
justo reconocimiento a un “catalizador”
de la globalización “que cambió la
historia”, la crónica del primer viaje de Vasco da Gama, que se conserva en
Oporto, ha sido inscrita por la
UNESCO en su Registro de la Memoria del Mundo.
Aunque
la admisión se produjo a las puertas del verano, el calor estival invita a la
lectura de este auténtico libro de aventuras marítimas repleto de encontronazos
culturales y de rocambolescas primeras veces. Por ejemplo, la primera jam
session de la historia bien podría haber sido la improvisada por los
marineros de Vasco de Gama y la tribu africana con la que se toparon en la
costa de la actual Sudáfrica en 1498.
Los
nativos no tardaron en sacar una especie de flautas y la marinería marinería portuguesa
se unió al buen rollo con sus trompetas, admirados por el sentido musical de aquellos
hombres semidesnudos.
Todavía
no habían superado el cabo de Buena Esperanza y la singladura ya prometía.
Este es
uno de los muchos episodios increíbles de la crónica del primer viaje de Vasco
de Gama a la India ,
destacada ahora por un programa de la
UNESCO que desde hace veinte años vela por la conservación y
difusión de documentos fundamentales de la humanidad.
Aunque
se trata de una obra sin ambición literaria, escrita en portugués por un
miembro de la expedición cuya identidad todavía se discute –Álvaro Velho o João de Sá, ambos escribanos
–, es un testimonio de primera mano que echa por tierra muchos lugares comunes
sobre la época de los descubrimientos – léase
la codicia y el afán evangelizador como únicos motores –. Aunque la crónica
difícilmente pueda ser objetiva, lo cierto es que es difícil no conmoverse ante la humanidad, la valentía,
la tenacidad y la curiosidad de aquellos pioneros.
No hay,
por ejemplo, ni un ápice de racismo en el encuentro entre ibéricos y africanos,
o entre ibéricos e indios. “Venimosa
buscar cristianos y especias”, le dijo un marinero que sabía árabe a uno
del lugar, al ser interrogado.
La
gracia es que los portugueses encontraron auténticos cristianos indios
(malabares) en la costa africana, donde comerciaban.
Estos
les recibieron con una enorme alegría –los
portugueses también dispararon no pocas salvas – al grito de “Cristo, Cristo”, viéndolos como aliados
en una época en que el poder islámico en India estaba a punto de llegar a su
apogeo.
Sin
embargo, por escasas millas, el almirante de Gama y los suyos no dieron con
ellos en la costa India, a la que llegaron tras secuestrar a un piloto nativo o
árabe. El adelantado ducho en algarabía (quizás
un judío converso) al que mandaron a tierra certificar que, efectivamente,
había moros en la costa, se llevó una sorpresa mayúscula tras verificar que,
efectivamente, habían alcanzado la
India.
Tras
casi un año de navegación plagada de peligros, en gran medida en aguas nunca
surcadas por europeos –aunque sí por
árabes, indios y hasta chinos – cuando este hombre llega finalmente a su
Ítaca –el emporio de las especias de Cálicut – le sale al paso un individuo que
al reconocer su indumentaria se le dirige con estas palabras literales y en
castellano: “¡Por todos los diablos! ¿Qué
te trajo aquí?”. Luego en el barco, aquellos marineros curtidos no daban
crédito a sus oídos, y según otras crónicas, se les saltaban las lágrimas. Aquel
providencial informador era un antiguo cautivo tunecino, Monçaide, que además
de árabe hablaba castellano y genovés y al que, tras muchas peripecias, finalmente
se llevarían de regreso a Lisboa Un regreso que se hizo esperar y que estuvo apunto
de no producirse.
Luego
encontraron otra fuente todavía más útil para la corona portuguesa en un
comerciante judío asentado en la costa malabar pero que era nativo de Alejandría,
hablaba veneciano y conocía todos los intríngulis económicos y políticos de
India.
El
reyezuelo hindú de Cálicut recibió a los portugueses desdeñosamente en su corte
–escupiendo en su enorme escupidera de oro
– y era tan rico que sus visires rechazan sumariamente los regalos de
aquellos pobretones llegados de Europa.
Desde su
escala en la costa africana, los portugueses habían tenido tiempo de darse
cuenta de que su animadversión hacia los musulmanes era justamente
correspondida por estos. En más de una ocasión salvaron la piel sólo porque
creyeron que eran turcos.
Y no
cabe duda de que la gasolina de dicha animadversión es la rivalidad comercial.
Los
portugueses salvaron el pellejo por los pelos y gracias a la enorme astucia del
almirante Vasco da Gama. El zamorín o rey de Cálicut, a instancias de los mercaderes
árabes, que eran conscientes de lo que se les venía encima si los ibéricos
llegaban directamente a la India
–esto es, la pérdida del monopolio de las
cotizadísimas zadísimas especias, que también iba a significar el declive de
Venecia –, mandó una armada para liquidarlos.
No lo
lograron las armas, pero sí, en parte, el escorbuto.
Aunque
los portugueses ya conocían los efectos de la falta de vitamina C, cuando
logran hacerse con naranjas en África, ya es demasiado tarde para gran parte de
la tripulación.
Entonces,
como ahora, abundaban los malentendidos. Los portugueses no dieron con los
cristianos en la India
–y eso que en Malabar los había a miles
desde hacía un milenio – y en su lugar, toparon con los indios conversos al
Islam y con los hindúes. ¡Confundieron un templo de Vishnú con una iglesia!
Creyeron que sus ídolos eran santos desconocidos y que sus deidades femeninas
eran versiones locales de la Virgen María.
A pesar
de ello, Vasco da Gama demuestra astucia en la crónica, aunque por otras
fuentes conocemos su rigidez. Uno de los pocos brotes de crueldad es el
bombardeo al navegar frente a Mogadiscio, puro despecho ante el acoso que acaba
de sufrir, instado por los árabes, en su huida de la
India. La derrota de Vasco de
Gama (derrota en el sentido original
de ruta, no de fracaso) fue publicada hace apenas un par de años en
excelente versión castellana con un prólogo de la especialista de la UB Isabel Soler en
Acantilado.
Una
refrescante lectura veraniega y una odisea ibérica verídica, de ida y vuelta,
donde Ítaca huele a pimienta, canela y jengibre.
Aunque
el Portugal de la época de los descubrimientos tiene su verdadera Odisea
literaria en Los lusíadas, de Luís de Camões, el afán mitificador de
este a veces enturbia la imagen de la
India , por mucho que el escritor tuviera un conocimiento de
primera mano del subcontinente.
JORDI JOAN BAÑOS
JORDI JOAN BAÑOS
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