By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



miércoles, 9 de octubre de 2013

Las minas de Guadalcanal a través de los tiempos 2



Historia de la mineria de nuestro entorno 2/2
 
SIGLO XVIII.- Este siglo nace bajo el signo de la Guerra de Sucesión no ofrece grandes cambios respecto al pasado anterior en lo que se refiere a una reactivación de la minería española en general y andaluza en particular, al menos en su primera mitad. Haría falta el acceso de Carlos III para que, siguiendo modelos europeos, se tomasen las iniciativas adecuadas en orden a un mejor conocimiento y aprovechamiento de los recursos minerales; así, a mediados de siglo el Marqués de la Ensenada daba los primeros pasos para la regeneración de la minería y se iniciaban tímidas gestiones para la implantación de la enseñanza oficial de esta minería, que no se vería materializada hasta 1777 con la creación de la Escuela de Minas de Almadén.
La historia más sugerente en materia minera en Andalucía se produce a partir de 1725, cuando el súbdito sueco Liberto Wolters Vonsiohielm, antiguo buzo dedicado - infructuosamente - a la búsqueda de galeones hundidos en al ría de Vigo, obtuvo licencia para explotar las minas de Riotinto, así como las de Guadalcanal, Cazalla, Aracena y Galaroza, durante el plazo de treinta años, con la sola condición de que a su término pasasen a la Real Hacienda todos los edificios, ingenios y demás utensilios que allí se hubiesen establecido. Para ello, redactó un documento proyectando la formación de una compañía explotadora de 2000 acciones de 500 dólares cada una, el asunto se puso de moda especialmente entre la clase alta de la Corte, participando varias damas ilustres. Este Manifiesto provocó una dura polémica a nivel nacional en la que participaron personas tan ilustres como Fray Martín de Sarmiento. Francisco Antonio de Ojeda y otros que con gran empeño y sarcasmo ridiculizaron el referido Manifiesto, llamado «bobos» a los españoles que se interesasen en el tema y calificando a Riotinto de «río revuelto para pescar incautos».
Al fin la compañía se constituyó, encargándose un informe sobre los criaderos al ingeniero alemán Roberto Shee, quien concluyó de manera favorable. De ahí que se afirmara la Compañía de Minas y se recaudaran los fondos necesarios para acometer la explotación, lo que no pudo evitar el que las desavenencias entre los socios y el común deseo de eliminar al fundador extranjero retrasaran el comienzo de los trabajos y a que, por último, la empresa se dividiera en dos: una, destinada a trabajar en Guadalcanal, y otra, en Riotinto, centrándose la labor de Wolters en esta última.
A la muerte de Wolters, las minas de plata de Guadalcanal pasó a la dirección de María Teresa Harbert, hija del Duque de Powis y Par de Inglaterra, quien, tras un mandato irregular marcado por los pleitos, los herederos originales de la compañía provocó la disolución de ésta. Y no fue hasta el año 1768, después de numerosas tentativas de reactivación, cuando, una compañía francesa, bajo el dominio del Conde Clonard y la dirección de Luis Lecamus de Limase, volvía a intentar el beneficio de estas minas, aunque con similar resultado. La falta de resultados favorables, tras una inversión estimada de 80.000 ducados, obligó a la compañía a contratar en 1775 los servicios del hábil perito sajón Juan Martín Hoppensak, quien, investigó el cruce de los filones y organizó el desagüe, anunciando asimismo la proximidad de la falla en las labores más profundas de la parte de Mediodía; a pesar de los esfuerzos, la empresa quebró como consecuencia de las dificultades del desagüe, paralizándose la actividad en 1778.
Con posterioridad, el 14 de septiembre de 1796, el mencionado Hoppensak tomaba por su cuenta el beneficio de estas minas de Guadalcanal y Cazalla, proporcionándole el Gobierno el azogue necesario al precio de 500 reales el quintal, siendo esta concesión por tiempo limitada para él y su familia mientras se cumpliesen las condiciones establecidas.
Estas minas habían sido visitadas por el físico y naturalista Guillermo Bowles, venido de Alemania, por los años de 1752, por encargo de Carlos III, y en su < Introducción a la Historia Natural y a la Geografía Física de España >, publicada en 1775, da cuenta del reconocimiento practicado en el Pozo Rico y en el denominado Campanilla a la vez que hace una reseña histórica de las mismas; asimismo refiere la existencia de dos planos antiguos, uno con diez pozos y otro con once, entre 80 y 120 pies de profundidad. Por otra parte, describe otras diferentes minas situadas en la zona de su entorno, algunas de ellas en trabajos, entre otras las localizadas en el mismo Guadalcanal, así como en Alanis; en los parajes de Puerto Blanco y Cañada de los Conejos, en Cazalla, y en Fuente de la Reina, en Constantina, todas ellas de minerales argentíferos. Transcribiendo noticias anteriores Nicasio Antón del Valle, en «El Minero Español» de 1841, también se refiere a la existencia de las minas de Guadalcanal y Cazalla y a las situadas en Alanis y que se denominaban de Onza y La Beltrana, y en los lugares de Cervigueros de Huesma, Cerro de la Hermosa y Fuente de la Reina, en Constantina.
SIGLO XIX.- Diversos factores negativos incidirán notablemente en la creación de un marco propicio para la reactivación del sector extractivo tan maltrecho durante los siglos anteriores. Guerra de la Independencia, situación de hambre y miseria, que se acentuó por las series de epidemias que acaecieron en la primera mitad de este siglo. A esta disminución de los recursos humanos se sumó el factor de la emigración a tierras americanas.
Esta no envidiable situación se vio continuada por las Guerras Carlistas así como por continuos conflictos políticos, internos y externos, a los que no fueron ajenos la progresiva pérdida de las colonias americanas que culminaba en 1898 con la pérdida de Cuba.
En las minas de plata de Guadalcanal, en 1806 se continuaban los trabajos, así como en Cazalla, por cuenta de Juan Martín de Hoppensakque las había tomado en arriendo en 1796. En 1822 la Comisión Especial de Recaudación del Crédito Público encargó el levantamiento y estudio de la zona a Fausto de Elhuyar y Francisco de la Garza, sin que el informe emitido abriese nuevos horizontes al desarrollo de este criadero. De nuevo en 1830 bajo el reinado de Fernando VII, intentó resucitarse este histórico tema encargándose al presbítero Tomás González el reconocimiento de la bibliografía concerniente a Guadalcanal, fruto del cual en 1831 publicaba la la Real Hacienda
>; esta información, en dos tomos de 600 y 724 páginas, constituyen una recopilación curiosa y prolija por orden cronológico hasta finales del siglo XVII de todos los documentos oficiales a que dio motivo el arriendo, explotación y beneficio de estas famosas minas de plata.
En la década de 1840 se reanudaron las labores en Guadalcanal por parte de una compañía británica y que fueron abandonadas en corto plazo a pesar del informe favorable que poco tiempo antes había dado el capitán John Rule, negociante minero de gran reputación, como resultado de su visita personal.
En término de Guadalcanal, en la Sierra de la Jayona, se explotaron una serie de concesiones bajo la titularidad del Marqués de Bogaraya a finales del siglo; el criadero se trabajaba a cielo abierto y los productos se enviaban como fundentes a la fundición de plomo de Peñarroya.
SIGLO XX .- Empieza este siglo bajo la óptica de una gran demanda de los recursos minerales por parte del mercado europeo, muy especialmente en los años que anteceden a la Primera Guerra Mundial y que a la minería andaluza afectó en sectores tan importantes como el plomo, el cobre y el hierro. Por otro lado, esta etapa no estuvo exenta de profundos conflictos políticos, sociales y laborales que culminaron con la Guerra Civil (1936-1939).
Las minas de hierro de El Pedroso aparecen en 1901 en manos de la firma Sota y Aznar de Bilbao, que intentó proseguir la explotación entre 1901 y 1907, teniendo que abandonar las labores en el último de los años mencionados; otra parte de las minas estaban arrendadas a los señores Latorre que en diferentes ocasiones se propusieron poner de nuevo en marcha la fábrica siderúrgica y las minas, correspondiendo el más reciente intento a los años de la Primera Guerra Mundial en que los minerales de esta zona, altos en sílice, eran bien aceptados por el mercado alemán; entre 1918 y 1921 volvió a funcionar la instalación siderúrgica, si bien se vio obligada a paralizar ante la primera reacción del mercado por causa del elevado coste de transporte que grababan los minerales procedentes de la mina La Jayona, en la vecina región extremeña y que eran necesarios para proceder a las mezclas oportunas que permitían la utilización de las menas de estas minas de El Pedroso.
En 1923 y al amparo de la Ley de Nacionalización y Organización de Industrias, se intenta de nuevo la puesta en marcha del asunto en base a la fabricación de lingote de acero, ferroaleaciones, bronces y latones militares, etc., barajándose la combinación de estos minerales de hierro silíceos con otros de la misma naturaleza de Cazalla y Constantina, los básicos de la Jayona de Guadalcanal, las magnetitas de Navalázaro en esta zona de El Pedroso y las de Zufre en Huelva, los coques de Peñarroya (Córdoba) y las hullas de Villanueva del Río e incluso las de Valdeinfierno y Hornachuelos , en Córdoba. No progresó esta intentona que de nuevo se planteó en 1927 de la mano de una nueva compañía formada a tal efecto bajo la denominación de Siderúrgica del Huelan, que convocó una suscripción pública de acciones sin llegar a cubrir ni el 30 por 100 del capital requerido para el desarrollo del proyecto.
En Guadalcanal siguieron en activo la minas de hierro de La Jayona, que en 1902 instalaron un tranvía aéreo de 5,6 kilómetros de longitud hasta la estación de Fuente del Arco con una capacidad de 400 toneladas a la hora. Una gran parte de los minerales procedentes de estos yacimientos situados en el Cerro de las Herrerías y que desde tiempos remotos habían sido utilizados como fundentes en el tratamiento de los minerales de plata de Guadalcanal; durante esta época reciente eran adquiridos por la SMMP para ser empleados con igual fin en su fábrica de función de plomo de Peñarroya y otras, existiendo por aquel entonces la creencia general de que contenía altas leyes en plata, si bien este dato nunca fue comprobado ya que la posible documentación al respecto desapareció en el incendio de los archivos de la SMMP en el año 1920.
Para la explotación del grupo minero del Marín cerca de Guadalcanal y en término de Alanis, se constituyó en 1902 la Sociedad Argentífera Sevillana que dos años más tarde terminaba la instalación de cinco sistemas de extracción en sus correspondientes pozos maestros, así como un lavadero mecánico en el grupo Norma, construyendo - dada su lejanía de núcleos urbanos - cuarteles para trabajadores, talleres, escuelas, etc.; el transporte del mineral se realizaba a lomos de caballería hasta la estación de Azuaga (Badajoz) distante 15 kilómetros. La actividad de esta compañía cuya producción se inició en 1905 con 1241 toneladas de concentrados, cesaba en 1910.
En 1916 hay constancia de la actividad del grupo minero de plomo Laberinto también en Guadalcanal, que en ese año ocupaba a 48 operarios en el pozo Ernestina, 22 en La Cierva, 12 en San Luis y 9 en Norma: su máxima actividad tuvo lugar hasta 1927 cuando las labores se situaban a 140 metros de profundidad, transportándose el mineral a la estación de Berlanga.
Rafael Remuzgo Gallardo
Asociación Cultural El Torrejón

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