By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 21 de diciembre de 2013

Para una americana de Iowa

Historia de España en dos folios

España “nace” cuando entra en el escenario de la Historia que representaban entonces Grecia y, sobre todo, Roma para colonizarla.
España fue la primera expansión colonizadora romana, como consecuencia de su enfrentamiento con Cartago para la dominación de la cuenca mediterránea. Aquella Hispania poblada por hoy desconocidos indígenas, íberos y celtas después, que se relacionaban formando una diversidad en la que los historiadores y geógrafos vieron una cierta unidad, que denominaron Hispania.
La dominación romana supone la incorporación a la cultura greco-latina, la romanización, condensación del mundo clásico; el gran legado a la civilización occidental. Tan romanizada fue Hispania, que de sus familias salieron poetas, filósofos e incluso emperadores. En este período Hispania fue también cristianizada. Se aporta la romanización y la cristianización: los factores culturales básicos.
Después, los movimientos de los pueblos germánicos, al instalarse en los territorios del Imperio romano, dieron lugar al nacimiento de las Monarquías medievales. Y los visigodos, instalados en Hispania, al replegarse tras su derrota frente a los francos, crearon el primer Reino independiente del Imperio romano.
La Monaraquía visigoda, que, por excesivamente romanizada quizá, llevaba en su seno la descomposición, desapareció por las diferencias internas, que condujeron a reclamar como aliados para sus luchas a los pujantes islámicos. Desapareció el Reino visigodo y, en las zonas que los musulmanes no habían ocupado, surgió un movimiento para recuperar las tierras ocupadas por ellos. Fue una forjadora lucha de ocho siglos, que se denomina Reconquista, aunque los musulmanes no habían conquistado. Fue un período importante en la forja de lo hispánico o, si se prefiere, de su manera de estar en la Historia, también por la aportación cultural judía y musulmana de entonces.
La recuperación de la perdida España se hizo independientemente, y así surgieron los Reinos de León, Navarra, Castilla y Aragón después, que hicieron recordar la pluralidad pre-romana, pero que realmente parecen ser el origen de las “diversidades”, cuerdas de la lira o Huesca de una España invertebrada, que se dijo.
Las distintas Monarquías se unieron con el matrimonio de Isabel y Fernando; lo que vino a constituir una única Monarquía y unos Reinos.
Terminada la recuperación del territorio peninsular, los españoles, quizá sobrados de fuerzas y afanes, no se contentaron con descubrir mundos, sino que los conquistaron; los más para mayor gloria de sus ideales, aunque el peonaje pensara más bien en enriquecerse.
España se había ido forjando de espaldas al Orbe cristiano medieval, pero en su expansión europea y por los matrimonios de la realeza se vio involucrada en el Imperio, y se desangró y se arruinó defendiendo el Catolicismo romano frente a la Reforma, primera manifestación de la modernidad. Y terminó vencida por los Estados nacidos de aquellas guerras confesionales. Pero sólo un hombre, Quevedo, parece haberse dado cuenta de aquella derrota. El español no se enteró de ser vencido y, por ello, no pudo reflexionar acerca de las causas.
Mientras tanto, los españoles, buscando otros caminos de vuelta, habían descubierto nuevas tierras en el nuevo mar Pacífico, que también habían descubierto, a las que dieron nombres de Filipinas, Carolinas, Marianas, Correjidor, Guadalcanal, que hicieron imperecedero el nombre de España.
Pero los españoles estimaron que el Nuevo Acontecimiento por ellos protagonizado era la aparición de nuevos espacios terrestres, cuando en realidad era la apertura de los espacios marítimos. Lo comprendieron, sí, sus enemigos desde la modernidad, que se preocuparon de la apropiación de los mares; mientras que los sabedores teólogos hispanos seguían defendiendo la libertad de ellos.
En el último acontecimiento configurador del Mundo cultural occidental, la Revolución francesa, España parece haber jugado un desafortunado papel. Las ideas superadoras del Ordo medieval, del vituperado feudalismo, fueron vencidas en la lucha contra el difusor Napoleón. Los españoles se consideraron vencedores, y siguieron “defendiéndose” contra las nuevas ideas. Vencedores, pero vencidos, continuaron siéndolo durante el siglo XIX, defendiendo aún dentro de casa las ideas tradicionales; mientras no veían que hasta las Américas se le iban por desacuerdo de los criollos, precisamente.
Pero se debe tener en cuenta que España no tenía tantos hombres; no podía repoblar tanto como sus evangelizadores y sus escasos constructores ambicionaban. Así, por eso quizá, quedaron sin repoblar Arizona, Nevada y Nuevo Méjico; y así vendieron por dólares edificios maravillosos como Florida. Otros, como Tejas, fueron consecuencia de una acción que ya no es Historia de España; es ya, comienza a ser, una triste Historia universal USA-céntrica.
Y, sin quererlo ni imaginármelo siquiera, me he topado con los “gringos”. No me son simpáticos, porque desde que irrumpieron en la Historia la han desencadenado; no han sabido ser katechon.

Para una americana de Iowa
Alfonso Otero Varela

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