¡Ministro por
fin!
Triunfalmente la Revolución en
toda España, se formó un Gobierno provisional,
bajo la presidencia de Serrano, siendo ministros: de Estado, Lorenzana; de
Gracia y Justicia, Romero Ortiz; de Guerra, Prim; de Marina, Topete; de
Hacienda, Figuerola; de Gobernación, Sagasta; de Fomento, Ruiz Zorrilla, y
Ayala, de Ultramar.
¡Ya era ministro Ayala!
Desde hacía ocho años venía esperando la cartera, que se le alejaba más y más.
Pero, al cabo, se había puesto a su alcance, y Ayala la atrapó.
¿Tuvo para ello que claudicar en
sus propósitos?... No en sus propósitos de ser ministro, claro está. Nos
referimos a los propósitos de elevar al trono a la Infanta Luisa Fernanda y, por ende, al Duque de Montpensier. Y la
contestación de la pregunta ha dé ser un rotundo sí.
Cierto que el Gobierno
provisional se establecía convocando a unas Cortes Constituyentes que
decretarían los Poderes por que había, de regirse la nación y la persona que
había de ocupar el trono, suponiendo que se votase el régimen monárquico. Pero
no era menos cierta, que Prim estaba en el Ministerio, y con la cartera de
Guerra, que ponía en sus manos las fuerzas militares, factor decisivo para las
de terminaciones que pudieran tomarse en aquellos momentos.
Ayala no podía seguir creyendo,
como cuando se agrupó al Estado Mayor del Duque de la. Torre y fué hasta
afrontar las balas en Alcolea, que triunfaría su plan. Ya no había sino el plan
de Prim, asomando, en todo caso, otros planes, de los que, si antes pudo no
hacerse aprecio, en la actualidad eran de considerar y aun de temer. Pero Ayala
quería ser ministro, y fué ministro, plegándose a lo que Prim imponía y
dispuesto a combatir lo que querían los republicanos.
Y conseguido así el obtener una
cartera, ¿qué, tal la desempeñó?... En honor a la verdad, sin favor ni
injusticia para Ayala, decimos que como, la hubiese desempeñado cualquiera. Fué
un ministro del montón, y no del montón de los ministros de aquel Ministerio,
sino del montón de todos los Ministerios habidos y por haber en España. En
España sólo casualmente puede salir un ministro bueno.
Pues aquí hubo, hay y habrá
costumbre de formar los Gobiernos con
los hombres que las situaciones traen, repartiendo entre ellos las carteras al
buen tuntún. Ayala había organizado el levantamiento, tomó parte activa en él
por mar y tierra, con su navegación a Canarias y su expedición a Andalucía,
luego merecía ser ministro. Y si le tocó serlo de Ultramar, aun cuando,
posiblemente, no sabía por dónde se iba a nuestras colonias de entonces, y,
acaso, creyera que Cuba y las Filipinas estaban próximas, ya que de una y otras
islas oyó decir que hacía mucho calor...
Para juzgar la labor de Ayala
como ministro de Ultramar, dentro de la totalidad de la labor suya y de sus
antecesores y sucesores, queda el hecho de que las colonias se perdieron. Y
para formar juicio del trabajo en particular de Ayala, limitado a esta su etapa
primera de gobernante ultramarino, existe la Memoria que, como sus demás
compañeros, presentó a las Cortes Constituyentes como justificación de las
medidas adoptadas y las reformas realizadas durante el interinato. Pero, claro
está, que el juicio que se forme leyendo tal Memoria habría de ser equivocado
por completo, ya que Ayala diría en ella sólo lo que le conviniese, callándose
todo lo demás.
De todos modos, hemos leído de
cabo a rabo la Memoria en cuestión. ¡Lo juramos ante el Altísimo!
Puestos a documentarnos, no reparamos en sacrificio alguno. Y hasta se lo impondríamos
a nuestros lectores, reproduciendo aquí el documento entero, si albergásemos
siquiera la duda de que pudiera servir para algo su conocimiento. Pero, por
dolorosa experiencia; sa1 remos que conocerlo no sirve para nada.
En substancia viene a decirse
allí que se tenía el deseo firme de conceder muchas cosas a los coloniales;
pero que esto no podía hacerse mientras hubiese entre ellos rebeldes alzados en
armas. ¡Como si los rebeldes no se hubieran alzado en armas porque se les
negaban esas cosas precisamente! Por lo demás, daba cuenta de que se
había enviado como gobernador político de Cuba al general Dulce.., con tropas
de refresco. Y también de algunos cambios en el personal de las Audiencias y de
las Tesorerías, con gente de refresco asimismo. Pero, ¡ ah!, se daba en 1a
Memoria una noticia importante.
Que el Ministro, "mirando
con especial solicitud a la benemérita
clase de curas párrocos,", les había otorgado ciertas ventajas. Si
con esto no se arregló el problema de Filipinas, habrá de pensarse que era
porque no tenía arreglo.
Algo más hay, sin embargo, que
puede darnos a conocer al Ayala en
funciones de ministro. Es Conrado
Solsona, su panegirista, quien va a hablar. Escuchemos lo que dice, pues aun diciéndole
uno que a elogiarle se dedica...
"No gustaba Ayala del
quehacer burocrático y del expedienteo; era gobernante y definidor, y el oficio
casi manual del escritor gane lucrando y del covachuelista le hubiera sido
intolerable. Por no firmar, delegó la firma; por no escribir, dictaba a su
taquígrafo; para no hablar, se rodeó de subordinados avisadísimos."
Y todavía añade "el
hombre bueno", que, como en la anécdota de Camprodón, resulta "hombre
malo":
"No era puntual en las
contestaciones a las cartas que recibía, porque decía que esta costumbre
aumentaba la correspondencia de un modo extraordinario."
¿No vemos con esto retratado a nuestro eterno ministro?... Un
político llega a ocupar ministerio, cuya especialidad desconoce en absoluto; va
dejando que todo quede en la situación que estaba, pues las cuestiones graves
ya se resolverán cuando mejoren; delega la firma, dicta precipitadamente lo que
debiera escribir con reposo, confía en los subalternos más o menos avisados, y,
por fin, deja de contestar a las cartas para que así dejen de escribirle. Es,
como dice ese bueno de Solsona, "gobernante y definidor".
Y que Ultramar se hunda, como se hundiría Hacienda o Instrucción pública, si
tales carteras se le hubiesen dado.
Pero, ¡ ah!, se ocupó y hasta se
preocupó Ayala, al llegar a ministro, de otra cosa. Llenó el ministerio de
Ultramar de literatos y poetas, clase de gente que en cuestiones coloniales
siempre fué utilísima. Para ello organizó la sección política de su ministerio,
colocando al frente de ella a Sanjurjo, periodista influyente, y al lado de
este Hernán Cortés del artículo de fondo, a Núñez de Arce, a Avilés, a Luceño,
a Antonio Hurtado, a Castro y Serrano,- a todos los que podían, si no volver a
conquistar América, por lo menos bombear al ministro.
Por lo demás, siempre "gobernante
y definidor", no llevó ningún proyecto de Ley las Cortes ni casi
habló en ellas. Se limitó la labor parlamentaria de Ayala a la lectura de la Memoria
de que hemos hecho referencia y a contestar a una interpelación de cierto
diputado, que pedía la supresión del ministerio de Ultramar. El ministro de
Ultramar claro es que se opuso a esa supresión que le dejaría sin ser ministro.
Llegó, pues, Ayala al Ministerio
tras larga espera; para alcanzar la cartera, finalmente, cedió en sus proyectos
de revolucionario; fué ministro de Ultramar, como lo podía haber sido de Marina
o de Fomento; se preocupó de dar destinos a sus camaradas, agradecido y
previsor, y sus únicas palabras en las Cortes tendieron a conservarse en el
cargo.
¡Ejemplo de ministros españoles!
Ejemplo, desde luego, que no puede decirse que sea ejemplar, Pero del que,
desgraciadamente, ha de decirse que es ejemplo.
Como Ayala, han sido ministros
tantos en nuestro país… Y los que lo serán aún, pues la racha continúa. Al
presentar este arquetipo de la ilimitada sería sólo cabe pedir a los hados una
cosa: ¡Que la serie se quiebre alguna vez y de una vez!
Luís
de Oteyza
Vidas
Españolas e Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid,
1932
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