By Joan Spínola -FOTORETOC-

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Villa de Guadalcanal.- Dió el Sr. Rey D. Fernando a Guadalcanal a la Orden de Santiago , e las demás tierras de la conquista, e de entonces tomó por arma una teja o canal, e dos espadas a los lados como así hoy las usa.



sábado, 10 de diciembre de 2016

Disculpen las molestias

Los telediarios eran herederos del NO-DO

El día 1 de Octubre de 1961 se inauguró el Centro Emisor de Guadalcanal, un pueblecito de la sierra de Sevilla, y este hecho, aunque entonces no lo supimos, cambió nuestro ocio para siempre. Llegaba la televisión a Andalucía. Lo primero que vi en un televisor, de puntillas detrás de un corro de curiosos, fue un trozo de corrida de toros en el escaparate del Hogar Moderno. Venía yo de una de mis clases particulares y me sorprendió ver tanta gente amontonada sobre el cristal.

Al acercarme me di cuenta de que el objeto de la expectación era un cajón de madera con una pantalla, en la que un picaor borroso y gris se esmeraba en la faena con un toro negro aún más desvaído. Unos días después, con algo más de nitidez, pude presenciar la ofrenda de flores a la Virgen del Pilar, en el Bar Madrid. Aquello era maravilloso, y nos atrapó desde el primer momento. 
A partir de entonces, quienes podían pagar 20.000 ptas por un aparato de televisión desfilaron por Briones, Lozano o el Hogar Moderno para encargar su Philips o Telefunken. Los demás sólo tuvimos televisores prestados. Se consideraba normal en esos primeros años el ir a ver la tele a casa de amigos y parientes, que ejercían su paciencia con las visitas diarias.
Recuerdo una familia a la que su generosidad les llevó a consentir que los vecinos se llevaran su propia silla, y en la emisión de las “Gran Parada” o “Los amigos de los lunes” su salón parecía el gallinero del Salón Alambra. Con las ventas a plazos y el progreso económico de aquellos años, todos terminamos por acceder al nuevo invento, aunque algunos tardamos bastante. Ya veías la tele en tu casa, pero en esa época se iba la señal muy a menudo, y aparecía un odiado cartelito de “Disculpen las molestias”, con fondo musical aburridísimo, y maldecíamos a ese pueblito de la sierra de Sevilla cuando nos privaba de diez o doce minutos de emisión en pleno Perry Mason, y cuando volvía la señal ya se había descubierto si el acusado era culpable o inocente, y nos teníamos que acostar sin saberlo. Como dije, la televisión cambió nuestras vidas. Olvidamos la radio, a Boby Deglané y a Pepe Iglesias “El Zorro”.
Comenzamos a abandonar el hábito de la lectura nocturna y trasnochamos más. La gente tenía un nuevo tema de conversación, que le ayudaba a superar los momentos de silencio con desconocidos. “Bonanza”, “El Fugitivo”, “El Virginiano” o la perrita Marylin daban siempre tema para el día siguiente. Nos gustaban incluso los anuncios: “Omo lava blanco…”, “..Cafés La estrella… al tostadero”, “Vamos a la cama”, “Está como nunca…” Una gran novedad fue el fútbol televisado.
Nos llegó tarde para disfrutar con las cinco primeras Copas de Europa del Real Madrid, pero vimos el gol de Marcelino. En esa época también transmitían muchas corridas de toros y se adaptaban novelas clásicas y obras de teatro. Por las tardes había programas que ahora calificaríamos de aburridísimos, que trataban de libros, cultura, religión o música española.

Los telediarios eran los herederos del NO-DO, con las mismas inauguraciones, bailes gallegos y uniformes del Movimiento. Era una tele oficialista y algo ruda, pero la única que teníamos. Después llegaría el UHF, las conexiones por satélite, el poder ver imágenes de América, y el presenciar, en una noche de verano, cómo un pie vacilante pisaba el acogedor polvo de la Luna. Quizás ese día terminó para nosotros la niñez de la televisión, y comenzamos a integrarla en nuestras vidas con naturalidad, pero tal vez con un poquito menos de magia.

www.antonioroldan.es

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