Siempre hablando de mi pueblo
Todos sabemos que de todos los animales de nuestro mundo es el hombre por su inteligencia el que predomina sobre los demás. También sabemos que es un ser sociable por naturaleza, pues salvo raras excepciones el hombre intenta siempre relacionase con sus semejantes, vivir en comunidad, crear amistad, etc. Pero aparte de estos rasgos naturales de la raza humana, el hombre con sus semejantes también tiene su parte negativa.
Una de ellas es la mofa hacia los demás, es decir, si vemos una persona muy fea y estamos con unos amigos, rápidamente salta el chiste, la burla o chanza que los rasgos físicos de esa persona nos proporciona para tal fin y la guasa que tal asunto comporta.
Otro caso muy corriente que es el que me lleva a escribir estas líneas, es el de calificar de cateto a una persona cuando la vemos con ropas de provinciano o de ademanes o andares toscos. Yo he a muchos “listos” de ciudad las miraditas entrecortadas y sonrisas irónicas al ver un tipo de esta clase.
A mí mismo, no hace muchos meses en Sevilla me ocurrió un caso con una persona que nació y se crió en el mismo pueblo donde me crié yo. Bajaba las escaleras de un centro social, cuando en la planta baja de dicho centro, me encontré con una familia de mi pueblo, como es natural, te embarga la lógica alegría de ver a unos paisanos. Cuando llegué a la altura de ellos profiriendo las muy naturales palabras de salutación, la respuesta de una de ellas fué: ¡Hombre el cateto!. Por supuesto que se referían a mí, pues no más lejos de pensar estaría yo que se refiriera a uno de los lados de la figura geométrica en que así le dio en llamar ese monstruo inmortal griego.
Claro que no lo tomé a mal y ni
jamás rozó tal cosa los barrios de mi cerebro, pero, posteriormente pienso que
a cualquiera le hieren cosas así en su orgullo, en esa arrogancia y vanidad,
exceso de estimación propia que queramos aceptar o no todos lo llevamos dentro
de sí. No sé si estas personas que subestiman a sus semejantes, que se
enorgullecen, que se empeñan “en no ser de pueblo” aún siéndolo,
se crearán superdotadas, y cuan equivocadas están, pues por no tener no tienen
ni la calidad humana de saber no reírse de los demás, de ayudarles en lo que
puedan y no menospreciar a un ser que a lo mejor tiene más valía que él mismo.
Yo la visión que tengo de todo esto
es totalmente lo contrario, pienso que nadie debe reírse de personas por
ejemplo, como dicen otras, que desde lejos “huelen” a pueblo, o porque te
pregunten por esta calle o la otra, porque no sepan “andar” por la ciudad, y
creo que no tienen por qué ser motivo de mofa o guasa, porque a la larga
cualquier “cateto” de estos tiene un coeficiente de inteligencia igual
o superior al tuyo, y pienso que para llegar a ser una persona culta y
responsable, creo que no hay necesariamente que vivir en la ciudad.
Y aquél que se marchó del pueblo
a la misma, haga más o haga menos tiempo, no se olvide que de cualquier manera
todos por mucho que vivamos, jamás olvidamos el mundo de las primeras cosas.
Las primeras sensaciones se van urdiendo unas a otras en una incesante línea
de vivencias imperecederas. Nunca sabemos lo que hicimos hace dos meses, pero
nadie deja de recordar horas y minutos de estrenos vitales.
No os sintáis más hombres por
proferir palabras soeces, ”no confundáis la hombría con la
grosería, leía yo una vez”. Y esto me da pie a pensar esto de: No os
sintáis más listos por vivir en la ciudad: No confundáis la sensatez con la
estupidez humana.
Yo he conocido “catetos”
muy listos y “listos” muy tontos. Y digo esto porque el lugar de nacimiento
no lo elegimos, como tampoco la vida, la vida se nos da, y en estos días en que
nos ha tocado vivir donde el hambre en el mundo, la miseria mezcladas con el
afán de protagonismo, el orgullo, el lujo, el egoísmo, la inmodestia y
principalmente la droga hacen ocupar al hombre de pueblo —me atrevo a decir— un
lugar envidiado en nuestra sociedad, en esta sociedad corroída por el paro,
porque el paro es una droga que mata el honor y la reputación moral de un
hombre y que en nuestro caso “siempre hablando de mi pueblo” el
trabajo es el que dignifica nuestra vida, pues todos demostramos nuestra
solidaridad humana defendiendo los auténticos valores de nuestro pueblo y nos
enorgullecen al en cumplir con nuestros deberes laborales, sociales y de convivencia que sirven
como ejemplo de civismo y educación para todos. Y si alguno piensa que cateto
puede ser sinónimo de ignorante, amigos míos, grandes ciudades se encuentran
llenas de ellos.
Revista de feria 1978
Revista de feria 1978
Un cateto
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