¡Qu'anochecer
más güeno!
Canchales y jaras, brezos
y peñas, barrancas y zarzas, retamas y laderas con «triníos»
de cogutas y arrullos de tórtolas, chirríos de
gorriones y cantos de grillos y ranas hacen los campos de nuestro
Guadalcanal.
Quiso y supo Chamizo
captar esta belleza que aquí nos embriaga. Y la dijo. Y porque
la dijo es todo un bello decir.
Se le va la tarde,
estando él a una legua del pueblo, y la ve y la oye:
Bruñó
los recios nubarrones pardos
la lus del sol que
s'agachó en un cerro,
y las artas
cogollas de los árboles
d'un coló de
naranjas se tiñeron.
A bocanás el
aire nos traía
los ruíos
d'allá lejos
y e! toque
d'oración de las campanas
de l'iglesia del
pueblo.
Bandás de
gorriatos montesinos
volaban,
chirriando, por el cielo,
y volaban pal sol,
qu'en los canchales
daba relámbres
d'espejuelos.
Los grillos y las
ranas
cantaban a lo
lejos,
y cantaban tamién
los colorines
sobre las jaras y
los brezos;
y, roando, roando,
de las sierras
llegaba e! dolondón
de los cencerros.
¡Qué
tarde más bonita!
¡Qu'anochecer
más güeno!
Le
alcanza, de pronto, la zancada de la noche y siente que:
No cantaban las
ranas;
los grillos no
cantaban a lo lejos,
las bocanás
del aire s,aplacaron,
s'asomaron la luna
y el lucero,
no llegaba, roando,
de las sierras
el dolondón
de los cencerros...
¡Daba tanta
qu¡etú mucha congoja!
¡Daba yo no
sé qué tanto silencio!
Vuelve el sol a su
andadas. He aquí la impresión del silencio roto:
Venía
clareando;
s'oían a lo
lejos
las risotás
de los pastores
y el dolondón
de los cencerros.
Y de la siesta, se vive,
leyendo, su sonar tan nuestro:
Jue'n la joya las
Torbiscas una siesta,
cuando'l sol
achicharraba;
una siesta
qu'entumía a los sentíos
el bochorno de la
calda;
sin arrullos de las
tórtolas
ni continos
sonsonetes de chicharras,
sin triníos
de cogutas
y sin roncos
gurrapeos de las ranas;
una siesta pa
dormía baj'un chopo,
panz'arriba,
junt'al agua.
Tan siquiera
los oíos
barruntaban,
con la zumba de los
negros moscardones
y las negras
telarañas,
chorrear los
goterones derretíos
de la pringue de
las jaras.
Páecen
muertas las laeras de los cerros,
y las joyas d'al
reor, y las barrancas.
Páecen
muertos los pastores, los zagales,
los mastines y los
borros y las cabras.
Acaso merecería un
permanente recuerdo en nuestro pueblo quien tan bellamente habla de
sus encantos.
Pedro Porras Ibáñez
Revista de feria 1973
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