Campaña de alfabetización de la Unesco Año de mil novecientos sesenta y tres
No quisiera generalizar pero se podría afirmar sin temor a
equivocarse que ese bien de que disponen hoy los países desarrollados que se
llama ciencia y cultura, ese caudal era un patrimonio muy escaso en la mayoría
de los pueblos andaluces.
La Unesco hacia los años sesenta realizó una campaña de
alfabetización que fue bien acogida por los campesinos y artesanos de la
población adulta.
Los alumnos que estaban cansados de ser analfabetos y
ansiaban con ahínco y desesperación asemejarse a otros países en cuanto a
cultura, asistían a las clases de adultos con una asiduidad y esperanza poco
común.
El método de lectura Sanabria, también llamado
onomatopéyico creado por un Maestro nacional, dio unos resultados inusitados.
Hombres y mujeres haciendo dejadez de su orgullo
gesticulaban al mismo tiempo que pronunciaban sonidos con los que iban
adquiriendo los rudimentos de lectura y escritura paulatinamente. Tres meses
eran suficientes para que esos hombres rudos y de vasta bondad y esas mujeres
en las que aun se notaba la beldad innata, consiguieran las bases de una
posterior superación.
Se pretendía que en tres meses podrían saber el nombre de
las calles sin preguntar a nadie y quien esto escribe asegura su positividad.
El único y escaso material consistía en una pizarra
cuadriculada colocada en la pared a ser posible de color verde con cuadrículas
de un aspecto resaltante.
Cada educando portaba su cuaderno también ajedrezado en el
que con paciencia y perseverancia se iban señalando puntitos en forma de cruz
con los que irían pariendo los garabatos con los que nacerían las palabras.
Era muy fundamental entretenerse en dibujar los pudibundos
para obtener una caligrafía uniforme y legible.
En España la asistencia a esas clase, algunos alcaldes la
hicieron obligatorias incluso poniendo castigos pecuniarios.
¿Era esta la libertad de la que habla Benjamín Franklin? No
seguro que no.
Creo que no estaría de más que intercaláramos algunas
anécdotas al respecto para quitar aridez a la exposición.
Los alumnos ya bastante mayorcitos pero con espíritu
juvenil, oliendo a rosa y a limpieza, limpieza con olor y sabor a mujer,
Limpieza vespertina posterior a una jornada de sudor y fatigas, acuden al
colegio de adultos donde les espera el maestro que se hace pasar por un
cachondo mental para captar la confianza de su alumnado.
El educado o el “profe” como cariñosamente le llamaban los
aprendices a europeos, sabe que con cariño y benevolencia se puede conseguir
mucho fruto y por ello cuando llega el “Mesa Gil” haciéndole con tono campesino
esta pregunta “maestro, ¿puedo hacer el cochinito”?, le responde: “Si Andrés
haz el cochinito y… luego vamos a aprendes dos letras nuevas”.
Con el “cochinitos” de Mesa Gil se entregaban a la meta que
se habían propuesto todos, que era dejar de ser analfabetos.
Fueron tres los educadores que la Administración había
destinado a nuestro municipio para que llevaran a cabo las pretensiones de la
Unesco: Don José María Mate, Don Juan Molina y Don Manuel Gómez Caro.
El edificio donde se impartieron las clases durante tres
cursos escolares es el colegio multiuso de las Hermanas Sevilla.
Eran dos los turnos de ciento cincuenta minutos cada uno
los que la delegación de Educación y Ciencia tenía asignado a los profesores de
la llamada Campaña de Alfabetización.
El resto de tiempo, por las mañanas, en el edificio del
Ayuntamiento los citados funcionarios educadores lo empleaban en revisar el
censo de personas iletradas.
Los discípulos cuya asistencia era satisfactoria recibían
un certificado de escolaridad en un principio, un certificado de estudios
primarios en un segundo turno y el graduado como final.
Fueron incontables los documentos que se expidieron durante
los años que duró la Campaña.
Actualmente no sé cómo está la educación en España pero en
los años que relato eran pocas las ciudades que tenia Institutos de Enseñanza
Secundaria y por ello se crearon los CLA (colegios libres adoptados) que eran
como filiales de aquellos, que ofrecían una enseñanza libre impartida por
licenciados y maestros nacionales acreditados, entre los cuales se encuentra
quien esto escribe.
Los alumnos eran evaluados o examinados por los profesores titulados
y acreditados de los Centros de los que dependían los colegios Libres
Adoptados, desde luego teniendo muy en cuenta los criterios de los enseñantes
respectivos.
También existía otra enseñanza llamada Formación
Profesional que fue considerada como una “salida” para aquellos estudiantes
cuyo cuya capacidad o rendimiento no fuera muy superior.
Los primeros licenciados que pusieron en marcha esta
institución que no por breve dejó de ser bastante fructífera, fueron don
Francisco Luego, licenciado en la rama de letras y don Melquíades, de la rama
de ciencia, director y secretario respectivamente.
Don Juan Ruiz, del que hablaré más adelante y don Pedro
Pérez, maestro nacional ayudaban a los señores licenciados en sustitución de
titulados de secundaria.
Don Manuel Gómez, maestro de Enseñanza Primaria interino en
un principio y propietario definitivo después, colaboraba impartiendo las
materias de Educación Física, Formación Política, Lengua latina y francés.
La lingua vernácula Ciceronis en los primeros cursos
consistía en el aprendizaje de las gravosas declinaciones, el estudio razonado
de los verbos con su raíz o radical y sus desinencias y formación de versiones
y traducciones.
En años posteriores unos grupos traducían “de bello gálico”
y otros “de bello civile.”
Aún hoy día algunos alumnos con sus cincuenta años suelen
recordarme el “Ordo verborun” y “la consecutio temporum.”
Manuel Gómez Caro.- Maestro jubilado
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