A punto de subir más
Hemos indicado que Ayala volvió a ser elegido
presidente del Congreso en las Cortes siguientes a las de su primera elesción
para puesto tan alto, y también que ello ocurrió ya sin dificultad ninguna,
diciendo que ni se pensó siquiera que pudiese substituírsele en el elevadísimo
sitial. Y es el momento de referir cómo y por qué fueron convocadas las nuevas
Cortes, para hacer ver no sólo
que el presidente del Congreso era
insubstituible, sino que, además, en él hubo de pensarse cuando se trató de
buscar substituto al presidente del Consejo de ministros, elevándole más de lo
que estaba todavía.
Cánovas del Castillo, el jefe
absoluto, completo y definitivo del partido conservador, creyó conveniente
retirarse del Gobierno, siquiera fuese momentáneamente, haciendo una de esas falsas
salidas que en el teatro llevan la acotación de "hace que se va y vuelve".
Martínez Campos había pactado con
los jefes de la insurrección cubana aquella paz de Zanjón, al estilo del
convenio de Vergara, cuyas estipulaciones tenía el Gobierno que convertir en
leyes. Y Cánovas, que no quería hacer semejante cosa, ni podía tampoco negarse
a hacerla sin disgustar al general pactante, dispuso que éste lo intentara. Sin
perjuicio, claro es, de trabajar solapadamente para que Martínez Campos
fracasase en el intento, aunque sin poder quejarse del fracaso.
Cedió, pues, la presidencia del
Consejo a quien se pronunció en Sagunto y firmó convenio en Cuba. Y el cándido
guerrero, que lo mismo sublevaba las tropas españolas y pactaba con las
partidas enemigas, creyendo igualmente fácil manejar a los políticos, empezó a
gobernar. Reunió sus Cortes, convencido de que éstas harían lo que él quisiese.
Así pareció al principio. El
propio Ayala, ex ministro de Ultramar, cuya actuación intransigente ya
conocemos, en el discurso con que tomó posesión de la presidencia de la Cámara
popular dedicó un especial saludo a los recientes diputados cubanos. Y
aludiendo inclusive a que iba a hacerles caso... Véase si no:
"Bien venidos sean, señores diputados, a intervenir con sus
hermanos de la Península en todos los negocios de la Monarquía, los
representantes de la gran Antilla. La madre patria los recibe con los brazos
abiertos, que hace ya tiempo que tenía acordada el derecho de que ahora se
posesionan; consignado está en la Constitución vigente;, guerra fratricida
impidió su ejercicio; la, paz lo facilita, y pues que han nacido con la paz,
bien venidos sean a ayudarnos a consolidarla, a armonizar todos los intereses,
a crear nuevos vínculos y a persuadir a todos que la sangre vertida no nos
divide, porque toda ha brotado del mismo corazón, y antes nos une y estrecha
con los lazos del común dolor que nos inspira."
Pero Martínez Campos no había de
lograr su propósito. Las mayorías del Congreso y del Senado estaban con
Cánovas, y Cánovas sabido es cómo pensaba y pensó hasta el día de su muerte
respecto a la autonomía de las colonias. El que gobernaba in partibus, como se empeñase en eso, dejaría de gobernar.
Y así se verificó. La discusión
de las capitulaciones de Cuba iba pasando sin grandes incidentes ni mayores
trastornos. Pero surgió la crisis. Una disconformidad entre dos ministros sobre
cierto proyecto de tributación. Poca cosa. Mas la suficiente para que el
Gobierno Martínez Campos cayera.
Entonces... Pero antes viene algo que en la biografía de Ayala no
hay que pasar por alto. Alfonso XII se casaba otra vez. Ya había olvidado a su
muy amada Mercedes. Y hasta la había substituido en su corazón con Elena Sanz.
Más no ha de tratarse aquí de las inconsecuencias de Alfonso XII, sino de las
de Ayala. Vamos, pues, con la última.
Alfonso XII se casaba .de nuevo
para dar un heredero legítimo a la corona de España. Y la elegida con este fin
era la Archiduquesa de Austria doña María Cristina de Habsburgo-Lorena., Buena
elección, ¿eh?... Pero a lo que
estamos, que no es cantar las glorias de la mamá del ex Monarca precisamente.
De eso, con anticipación, claro
está, había de encargarse Ayala. Presidiendo una Comisión de diputados visitó a
la futura Reina. Y le coloco un discurso, con el cual demostró que nada tenía
de debate, al menos en la significación de adivino que esta palabra encierra.
Pues dijo a la letra: "Acepte V. A.
benévolamente esta felicitación que hoy sale de nuestras almas y con igual
vehemencia saldrá con el tiempo del corazón de todos los españoles."
Si esto no es equivocarse, ustedes dirán.
Más no; no digan ustedes nada. Ya
¿para qué?... Y como Ayala fué el
primero en pagar su equivocación... La visita que hizo a El Pardo, donde la
futura Reina se alojaba, aquella frigidísima mañana del 28 de noviembre de
1879, le produjo un catarro que, complicándose con su enfermedad crónica del aparato
respiratorio, había de arrastrarle a la tumba. ¡Justo castigo a su perversidad! Esto, sin embargo, no había de
ocurrir hasta mes y pico después: Y antes, a los nueve días, el 7 de diciembre,
ocurrió lo otro. Martínez Campos se veía precisado a abandonar el Poder, ¿Quién le substituiría en` la presciencia de
Gobierno? Cánovas pensaba —y pensaba bien, según veremos enseguida–
que era pronto para terminar su medio mutis. Aconsejó, pues, al Soberano la
formación de un Gobierno presidido por Ayala. El Rey dio a ello su conformidad,
y, llamó al presidente del Congreso a
Palacio.
Dejando el lecho en que yacía
acudió Ayala al requerimiento del Monarca. Conferenció con don Alfonso
largamente... Y cuando todos daban por seguro que un Ministerio Ayala-Jovellar
o Ayala-Quesada se encargaría del Gobierno; otra vez subió al Poder Cánovas del
Castillo. Ayala había declinado el honor de formar Gabinete que el Rey le hizo.
Fué el pretexto su estado de
salud. Pero la causa se la reservaba. Ayala no atribuía gravedad a su
indisposición. ¡Y estaba herido de
muerte! Mas acostumbrado a vencer su dolencia constante... Sobre que se
sentía fuerte siempre, y era joven aún, pues apenas contaba cincuenta años. En
cambio, sí que consideraba grave la situación política.
Por ello aconsejó a Alfonso XII
que fuese Cánovas, “el jefe insubstituible del partido conservador", quien
sucediera a Martínez Campos en las labores del Gobierno. Y se libró él así de
la mala acogida que en el Congreso tuvo cuando, apremiado para que diese explicaciones
sobre la crisis, no atinó a hacer otra cosa que ponerse el sombrero y
.marcharse. El conflicto llamado del
sombrerazo, que produjo la retirada de las minorías parlamentarias, Ayala debió
tenerlo en vez de Cánovas.
No lo tuvo. Y hasta tuvo la
satisfacción de contribuir con sus buenos oficios de presidente del Congreso a que se resolviera. Pero tampoco
la gloria final de acabar siendo presidente del Consejo de ministros. Habíase
reservado en esa ocasión, esperando otra menor gravedad. Siendo la mayor gravedad estado.
Luís de Oteyza
Vidas Españolas e
Hispano-Americanas del Siglo XIX
Madrid, 1932
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