Álvaro de Mendaña,
Pedro Ortega e Isabel Barreto 3/3
Mendaña había expresado
el deseo de ser enterrado en la iglesia que se había empezado a levantar en
Santa Cruz pero su cuerpo fue llevado en la “Santa Catalina” hasta que
se pudrió igual que el de todos los tripulantes que murieron a bordo 12.
Nuestro bravo marino, a
pesar de su perseverancia, característica de todos aquellos valientes, murió
sin conseguir su objetivo de llegar a las islas Salomón. En este sentido su
expedición fue un fracaso pero debemos calificarlo como tal si consideramos los
descubrimientos de nuevas islas que realizó.
Mendaña fue el último
gran navegante en el Pacífico de ese gran rey que fue Felipe II, y que moriría
tres años después de la suya.
A partir de aquí se
forja el personaje épico de Isabel Barreto que toma el mando de la armada después
de la muerte de su esposo.
Lorenzo, el hermano de
Isabel, moriría en un enfrentamiento con los indígenas a los pocos días de la
muerte de Mendaña con lo que Isabel quedó como autoridad con poder absoluto en
la accidentada expedición, y en cumplimiento de la voluntad testamentaria de
Mendaña. Los desembarcados en Santa Cruz pidieron continuar la navegación, pero
en vez de ir a las Salomón proponían ir a Filipinas, dado que era el lugar más
próximo y civilizado además de menos azaroso que las islas que estaban
encontrando a su paso en la Polinesia.
Isabel Barreto accedió
a esta petición aunque no está claro si tuvo que acceder dadas las
circunstancias, lo cierto es que ejerció el mando, decidió la retirada y se
comprometió a sí misma, una vez llegase a Filipinas, a gestionar una nueva
expedición de regreso a las Salomón para cumplir el plan de su difunto marido y
las capitulaciones.
Al mes de la muerte de
Mendaña los tres barcos que quedaban zarparon de Santa Cruz rumbo a Filipinas
bajo el mando de Isabel Barreto que desde el primer momento ejerció su
autoridad con mano de hierro, siendo ella misma quien guardaba la llave de la
despensa en la que llevaban los víveres y el agua que sólo daba a los que
obedecían ciegamente y bajo amenaza de horca a los que se rebelasen. El
trayecto duró tres meses escasos en los que recorrieron las mil leguas que
desde allí hasta Luzón en Filipinas. Podemos imaginar, sin temor a
equivocarnos, que no se trató de una navegación nada placentera.
El Piloto Mayor Fernández
de Quirós lo refleja así en su diario:
“La paz no era mucha,
cansada la gente de la mucha enfermedad y poca conformidad. Lo que se veía eran
llagas, que las hubo muy grandes en pies y piernas; tristezas, gemidos, hambre,
enfermedades y muertos, con lloros de quien les tocaba, que apenas había día
que no se echasen a la mar uno o dos… Andaban los enfermos con la rabia
arrastrados por lodos y suciedades que en la nao había. Todo el pío era agua,
que nos pedían una sola gota, mostrando la lengua con el dedo, como el rico
avariento a Lázaro. Las mujeres, con las criaturas a los pechos, los mostraban
y pedían agua, y todos á una se quejaban de mil cosas. Bien se vio aquí el buen
amigo, el que era padre ó era hijo, la caridad, la codicia y la paciencia en
quien la tuvo, y se vio quien se acomodó con el tiempo y con quien así lo
ordenaba”.
Estas son las palabras
con que Fernández de Quirós describe el estado de la nao: “Por tener
las jarcias y velas podridas, por momentos había que remendar y hacer costuras
á cabos; era el mal que no había con qué suplir. Iba el árbol mayor rendido por
la carlinga; el dragante, por no ser amordazado, pendió á una banda y llevó
consigo al bauprés, que nos daba mucho cuidado. La cebadera, con todos sus
aparejos, se fueron á la mar, sin cogerse cosa de ella. El estay mayor se
rompió por segunda vez: fue necesario del calabrote cortar parte y hacer otro
estay, que se puso ayudado con los brandales del árbol mayor, que se quitaron.
No hubo verga que no viniese abajo, rompidas trizas, ostagas, y tal vez estuvo
tres días la vela tendida en el combés por no haber quien la quisiese ni
pudiese izar, y trizas de 33 costuras. Los masteleros y velas de gavia, verga
de mesana, las quitamos todas para aparejar y ayudar las dos velas maestras con
que sólo se navegaba. Del casco del navío se puede decir con verdad, que sólo
la ligazón sus tentó la gente, por ser de aquella buena madera de Guayaquil,
que se dice Guatchapelí, que parece jamás se envejece. Por las obras muertas
estaba tan abierto el navío, que á pipas entraba y salía el agua cuando iba á
la bolina.
Los marineros, por lo
mucho que tenían á que acudir, y por sus enfermedades, y por ver la nao tan
falta de los remedios, iban ya tan aburridos, que no estimaban la vida en nada;
y uno hubo que dijo al piloto mayor que para qué se cansaba y los cansaba; que
más valía morir una que muchas veces; que cerrasen todos los ojos y dejasen ir
la nao á fondo. Los soldados, viendo tan largos tiempos (porque ninguno es
corto á quien padece), también decían su poco y mucho; y tal dijo que trocaría
la vida por una sentencia de muerte en una cárcel, ó por un lugar de un banco
en una galera de turcos, adonde moriría confesado, ó viviría esperando una
victoria ó rescate…
La Salve se rezaba á la
tarde, delante de la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, que fue todo el
consuelo en esta peregrinación. Por tan escasas se tenían las probabilidades de
que esta nao llegara á salvamento, que la galeota y la fragata la abandonaron
hurtando el rumbo de noche. Sin embargo, así y todo, pasó entre las islas de
los Ladrones, y recaló al cabo San Agustín en la de Luzón, donde acabaron de
alborotarse los expedicionarios, pretendiendo embarrancaría por no emplear
algunos días más barloventeando para entrar en la bahía de Manila, y por
vengarse de la avaricia de la Gobernadora perdiendo el bajel. Lo impidió un
alcalde de la costa, que trajo á bordo refrescos y sirvió de práctico hasta
fondear en Cavite el 11 de Febrero de 1596. La gente de mar fue á visitar la
nao como cosa digna de ver, admirada de que hubiese llegado al término del
viaje.
Habían fallecido desde
la salida de la isla Graciosa 50 personas, cifra que, unida á la de los muertos
allá y á la de los desaparecidos, arroja un total de 270, al que hay que
agregar las que embarcaron en la fragata, que nunca más pareció. La galeota fue
á parar á Mindanao con extrema necesidad de vitualla.
A pocos días de la
llegada á Manila murieron diez de los enfermos; otros cuatro acabaron para el
mundo entrando en religión, y dio fin la tragedia como las comedias suelen
acabar; pues siendo por entonces pocas las españolas que había en las islas
Filipinas, las que llegaban viudas en la nao San Jerónimo se volvieron á casar
á su gusto con hombres principales, sin excepción de la gobernadora Doña Isabel
Barreto, que entregó su mano y jurisdicción á Don Fernando de Castro, caballero
de Santiago y general de galeones de la Carrera de las islas, al cumplir el año
de tocas.
Reparada en tanto la
nave San Jerónimo, volvió á dar la vela de Cavite el 10 de Agosto de 1597,
conduciendo al matrimonio y al piloto mayor Fernández de Quirós, algo tarde ya
con relación á los tiempos de la derrota, como lo experimentaron, sufriendo
tormentas é incomodidades; mas llegaron sin accidente al puerto de Acapulco el
11 de Diciembre, y antes que se dispersaran los testigos, en 23 de Enero
siguiente, se formó en Méjico expediente é información de ocurrencias de la
jornada”13.
La expedición mandada
por Isabel Barreto alcanza Cavite en la bahía de Manila el 11 de febrero de
1596, allí Doña Isabel contrajo nuevo matrimonio a los pocos meses con Fernando
de Castro, caballero de Santiago y general de galeones de la carrera de
Filipinas, noble oriundo del partido judicial de Becerrea, gallego como ella,
de tan solo 26 años es decir notablemente más joven que ella.
El matrimonio cambió la
vida para ambos y al poco tiempo parten de Filipinas. El 10 de agosto del mismo
año de la boda, en 1596, zarparon rumbo a Nueva España. El galeón que les
acompañaba naufragó pero la pareja pudo llegar a Acapulco el 11 de diciembre
acompañados en el viaje por Pedro Fernández de Quirós.
Tras la llegada a Nueva
España el virrey Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, ordenó a
Fernando de Castro regresar a Filipinas para participar en la defensa del
archipiélago, arte dejando a Isabel en Nueva España, pero tras su regreso
juntos se trasladaron a Perú, donde Isabel tenía abierto pleito para que los
derechos otorgados a su anterior marido Álvaro de Mendaña, que solicitaba ahora
Pedro Fernández de Quirós, fuesen mantenidos y reconocidos a favor de los hijos
que pudiera haber tenido con Mendaña o fuese a tener en su segundo matrimonio.
No existe ciencia
cierta de si antes de morir Isabel fue a España al igual que no está claro si
murió en Perú en 1612 y está enterrada en el convento limeño de Santa Clara.
En el año 2012 se llevó
a cabo una exposición muy interesante en el Museo Naval de Madrid dedicada a la
gesta española en América con el expresivo título: “No fueron solos”. En
el panel principal a la entrada de esta exposición figuraban los nombres de
cinco mujeres bajo el lema “Mujeres de armas tomar”. Por orden
alfabético estas cinco mujeres seleccionadas eran Ana de Ayala, Isabel Barreto,
Mencía Calderón, Catalina Erauso e Inés Suárez. Con toda seguridad hubo en
América muchas más de cinco mujeres que merecieron esta distinción pero en
cualquier caso el nombre de Isabel Barreto estaba bien elegido en esta
selección.
La persona de Isabel
Barreto ha llamado mucho la atención de estudiosos y curiosos, fue la primera
mujer almirante de la armada española. Casada en dos ocasiones con navegantes
españoles, Álvaro de Mendaña y Fernando de Castro. Isabel lideró la expedición
encargada de buscar el quinto continente tras los descubrimientos de Colón.
Su apasionante historia
ha sido recuperada por la escritora francesa Alexandra Lapierre en la novela Serás
reina del mundo, en la que describe la vida de esta mujer pionera, a quien
define en una periodística como “llena de libertad, coraje y curiosidad por
el mundo”.
Su gesta fue haberse
atrevido a soñar lo mismo que los hombres de una época “en la que las
mujeres pertenecían a sus padres cuando eran vírgenes, a sus maridos cuando
estaban casadas y a sus hermanos cuando eran viudas”.
Los hombres de su vida “hicieron
posible su aventura”, dice la autora. “Primero su padre, quien la
escogió entre sus hijos para llevar su apellido y continuar su obra, después su
marido, Álvaro de Mendaña, quien osó lo que ningún navegante, llevarla con él”,
el mismo que a su muerte “intentó protegerla de sus propios hombres
confiriéndole todos los poderes”. Fue su segundo marido quien la “emancipó
legalmente de su tutela, dándole la gestión de su propia fortuna”.
Así pues, Lapierre no
tiene duda de que, de no haber sido por la “conducta revolucionaria” de
estos tres hombres, Barreto “nunca habría podido hacer lo que hizo”.
Pese al reconocimiento
que merece hoy esta navegante, Lapierre se apresura a afirmar que no fue la
única heroína “entre las pioneras del Nuevo Mundo”, si bien sus nombres
han pasado inadvertidos.
Tampoco ha gozado de
toda la atención que merece el nombre de Isabel Barreto. Lapierre explica los
motivos por los que ha sido olvidada: “Era una mujer y su palabra no tenía
peso social, económico y legal.
Su peor enemigo, que
era también su capitán, se esforzó por desacreditarla al escribir un texto
terrible contra ella porque quería erigirse como el único héroe y conseguir así
el nuevo mandamiento del rey. Y, por fin, influyó el silencio exigido a todos
los navegantes, bajo pena de muerte, sobre sus descubrimientos para que las
naciones enemigas no se sirvieran de sus hallazgos, conservados en cartas que
se perdieron durante siglos”.
Isabel “no dejó
nunca de ser una mujer que reivindicó su belleza y feminidad”, explica
Lapierre, quien considera que fue una mujer entregada tanto en las aguas como
en sus relaciones. “Cuando amó lo hizo con pasión. Sus matrimonios fueron
verdaderas historias de amor”.
Los tres años de investigación
invertidos por la autora en dar forma a esta novela le han deparado gratas
sorpresas. “La visita que hice al convento de clausura de Santa Clara de
Lima, donde Isabel vivió y quiso ser enterrada, fue la experiencia más emotiva
y especial para mí”, afirma Lapierre. “Lo que más me impacta es que
desde que conocí a Isabel mi vida ya no es como antes”, sentencia.
Hoy el recuerdo de
Álvaro de Mendaña se mantiene en el pueblo de Congosto en el Bierzo leonés
donde nació. El embajador Carlos Fernández Shaw se preocupó de la colocación de
una estatua de Mendaña en este pueblo y llevó a una comisión de alcaldes de
pueblos de las Islas, que descubrió Mendaña, para que la visitasen con motivo
del IV Centenario del descubrimiento. En esta visita fue la primera vez que
esos alcaldes polinesios vieron la nieve. En Honiara de Isla Guadalcanal,
capital de las Islas Salomón, hay un hotel que recuerda al descubridor español
con el nombre de “Solomon Kitana Mendana Hotel”.
Si en Estados Unidos se
habla de la epopeya que vivieron los pioneros en busca del "Far
West", los españoles, cuatro siglos antes, también tuvieron un "lejano
Oeste" que les empujó, a partir de Cristóbal Colón y el descubrimiento
de América, a la conquista de un Nuevo Mundo.
Los primeros europeos
que tuvieron contacto con los habitantes de las islas polinésicas fueron
españoles. Todavía quedan sus huellas, sus recuerdos, aunque otros que llegaron
más tarde hayan querido ignorarlos o despreciarlos. En el inmenso Pacífico, la
presencia española ha dejado enigmas y misterios que esperan ser
desentrañados 14.
Álvaro
de Mendaña personifica como nadie el esfuerzo explorador de España en el
pacífico meridional 15. Fue Álvaro de Mendaña quién capitaneó en 1567 las
naos que descubrieron el grupo insular de salomón, y en 1595 los archipiélagos
de las Marquesas, Danger, Ellice, Tuvalu y Santa Cruz.
Esta última campaña en
la que perdió la vida significó el acicate y precedente para que el Piloto
mayor, Pedro Fernández de Quirós, emprendiera en 1605 y con los intentos de
Luis Váez de Torres, a los avistamientos de Nuevas Hébridas o Vanuatu, la costa
sureña de Nueva Guinea y los territorios septentrionales de la propia
Australia 16.
12 LANDÍN CARRASCO, Amancio; SÁNCHEZ MASIÁ, Luis: Archipiélagos
de Marquesas y Santa Cruz, en Descubrimientos Españoles en el Mar del
Sur, Tomo II, Cap. XVI, Editorial Naval, 1992.
13 Hay copia en la Dirección de Hidrografía, A-I.a,
Expediciones de 1519 a 1697, tomo 11.
Instituto de Historia y
Cultura Naval, X, Islas Marquesas y de Santa Cruz, 1595-1598.
Existen tres relaciones
de la expedición escritas por Fernández de Quirós, una que insertó D. Antonio
de Morga en su obra Sucesos de Filipinas; otra que insertó Cristóbal
Suárez de Figueroa entre Los hechos de D. García Hurtado de Mendoza,
Marqués de Cañete, Madrid 1613, y la más extensa, publicada por D. Justo
Zaragoza, con titulo de Historia del descubrimiento de las regiones
australes, hecho por Pedro Fernández de Quirós, Madrid, 1876-1882; tres
tomos que forman parte de la Biblioteca Hispano Ultramarina.
14 Misterios en el “Lago español”, por Alonso Ibarrola y
Francisco Mellén, La Aventura de la historia, Nº. 52, 2003, págs. 70-75.
www.laaventuradelahistoria.es
15 La expedición última de Mendaña y sus sucesores tiene en la
historia de los descubrimientos una significación especial, porque cierra el
ciclo de los grandes viajes llevados a cabo en el mar del Sur durante el
reinado de Felipe II, muerto en 1598. Lo que viene después, incluidas las
estupendas campañas de Quirós y Váez de Torres, son destellos de un panorama
decadente, cuando España, agotada por un esfuerzo apenas concebible, pierde su
protagonismo en el mayor de los océanos. He aquí los hallazgos de la empresa
que acabamos de recordar: islas de Fatu Hiva, Mohotani, Hiva Oa y Tahuata, en
el archipiélago de las Marquesas; islas de Pukapuka, Motu Koe y Motu Kavata, con
el cayo de Toka, en el grupo de las Danger; la isla de Nurakita, la más
meridional del archipiélago de Ellice o
Álvaro de Mendaña
personifica como nadie el esfuerzo explorador de España en el pacífico
meridional15. Fue Álvaro de Mendaña quién Tuvalu; las islas de Nendo, Tinakula,
Tomuto Neo, Tomuto Noi y el grupo de Swallow, todas en el archipiélago de Santa
Cruz, y las islas de Ponape [hoy Pohnpei], Pakin, Pagenema y otras menores, en
el grupo de Senyavin, zona oriental del archipiélago de las Carolinas (Los
hallazgos españoles en el Pacífico, de Amancio Landín Carrasco en Revista
Española del Pacífico, Asociación Española de Estudios del Pacífico
(A.E.E.P.), Nº. 2, Año II, 1992).
16 LANDIN CARRASCO, Amancio: La cuna de Álvaro de Mendaña,
Revista de Historia Naval, Año XI, nº41, 1993.
José Antonio Crespo-Francés es Coronel del ET en Reserva
Carta de España de Bachiller con todas sus posesiones de ultramar e islas adyacentes 1858, Fragmento se sustituya por estas de asentamiento y poblamiento.
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