EPILOGO
A lo largo de
tantas páginas hemos ido asistiendo al despertar del control y la reglamentación
de la minería, proceso que aparece durante el reinado de los Reyes Católicos que
es la culminación de una marcha que se había iniciado en el siglo XIII dirigida
a la relación del subsuelo como derecho privativo de la Corona, pero que sólo
pasa de la las disposiciones a la realidad de los hechos cuando la Realeza comienza
a sentirse sufrientemente fuerte como para llevarla a la práctica. Este proceso
abarcará prácticamente todo el siglo XVI
La primera mitad
del 500, época de atonía en la actividad minera, se caracterizará por progresiva
cesión del uso y la posesión de las reservas metálicas a la oligarquía burocrática
nobiliaria hasta llegar a abarcar la práctica totalidad del reino, manteniendo
el Monarca unos más bien teóricos derechos de propiedad y la reserva de una
parte de la producción en concepto de reconocimiento fiscal de esos derechos.
La conjunción de
las influencias centroeuropea y americana, del interés de los Fugger y de los
eventos fortuitos: el descubrimiento del proceso de extracción de plata por medio
de azogue y el hallazgo de la mina de Guadalcanal producen un giro sustancial
en el devenir de la minería al filo de la mitad de la centuria. La Corona toma
conciencia entonces de las posibilidades de ingresos que le ofrece el sector y
por una parte invierte en él importantes recursos, mientras por otra se dedica
a una revisión legislativa tendente fundamentalmente a controlar de forma más
estrecha los recursos minerales. Pero la concepción regaliana lleva a la Real
Hacienda a considerar las explotaciones de particulares como una especie de
cesión, un contrato de compañía en el que la Corona participa beneficios pero
no en los gastos, con lo que aplica unas retenciones sobre los beneficios de
los empresarios realmente desmesuradas. Ello unido a la .conjunción de las influencias
deslumbradoras de Guadalcanal y de la floreciente minería argentífera americana
hacen centrarse el objetivo de los interesados en la minería únicamente en la
búsqueda de oro y plata, dos minerales de los que los recursos en el subsuelo
hispano son pobres y el segundo además se halla en un proceso de progresiva
depreciación. Ello acarrea el fracaso del amplio movimiento de interés por la
minería que se produce en la década de los 60.
La minería entre
1560 y 1570 va a definirse por el contraste entre un sector de explotación real
en el que se produce una fuerte inversión, una importante renovación técnica y
una organización de la producción caracterizada por la división del trabajo y
la escisión entre este y el capital y un sector privado en el que las
transformaciones son mínimas o a la primera mitad del siglo.
A fines de los años
70, la Corona constata el fracaso de la incorrecta política seguida hasta entonces. El reino no produce metales
preciosos, pero además se ve obligado a importar la mayor parte de los metales útiles
que demanda, salvo el mercurio. Se impone un cambio de rumbo y de éste es
principio la nueva legislación y reglamentación de 1583, punto de partida de
una nueva política minera más volcada ya hacia el mejor conocimiento de las
posibilidades del país y la explotación de minerales hasta entonces poco
apreciados —cobre, estaño, azufre—.
El período que se abre en los años 80 inicia ya cualitativamente diferente. La
Corona pone fin a la asfixiante política intervencionista de gestión directa de
los yacimientos por la administración real y sólo de forma por particulares y
de fiscalidades extorsivas y da paso a una acción de mayor iniciativa privada.
Por otro lado, el
atraso técnico que caracterizaba a la minería de los años 50 se había superado
con la recepción de la tecnología alemana, de la que España serviría en dirección
a las colonias americanas, mientras que en el campo de la metalurgia, el contacto
de las experiencias centroeuropeas y americanas, produce un bagaje propio que,
a pesar del evidente atraso en campos como el de la fusión del cobre, capaz de
hacer frente a problemas específicos de los minerales peninsulares y correcta
aplicación del procedimiento del mercurio, desconocido en la Europa central
hasta doscientos años después. La forma de hacer frente a los ensayes o el
propio lenguaje que usan los mineros y metalurgistas de fin de siglo, revelan
un salto cualitativo que en 1600 respecto al panorama de 50 años antes. La
época de Jerónimo de Ayanz o de Córdoba Canales abre una etapa en la que la
técnica española, punto de encuentro entre Centroeuropa y las colonias,
adquiere autonomía y personalidad frente a la alemana
Los resultados, sin
embargo, se harán esperar y pasará tiempo antes de que comience a producir
plomo en cantidades tales que Castilla deje de ser un país importador y en
Hellín se extraiga azufre en cuantía bastante como para que el reino pase de
ser netamente importador a exportador. El talón de aquiles, y ello todavía por centurias
será el cobre, del que España seguirá importando durante los primeros cincuenta
años del siglo XVII casi el 100 % de sus necesidades.
La revolución de 1550-1560 sirvió para elevar
extraordinariamente la producción de plata sólo durante diez años; poco
después, todo se había convertido en humo. La de 1580, mucho menos
espectacular, sentará las bases para hacer de España un país con una producción
interna, si no extraordinaria, sí al menos notable de varios minerales útiles.
Pero la transformaciones
de 1580 no se hubieran podido producir sin el precedente de las de 1550-60, que
abren la puerta de las transformaciones técnicas que van a posibilitar aquella.
De
Minería, Metalúrgica y Comercio de Metales
Julio Sánchez Gómez
Julio Sánchez Gómez
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