General Serrano |
Capitulo XIV
A fuerza de arrastrarse
Momentos terribles debió de pasar Ayala al verse
clavado en tierra por efecto de tan tremenda caída. Pero fueron sólo momentos,
pues pronto de la semi-sepultura en que yacía hecho una masa se arrancó. Y si
no pudo alzarse del suelo aún, por el suelo fué arrastrándose.
Avanzaría nuevamente en política,
aunque tuviera que tomar otro camino. Aquello le ocurrió por seguir fiel al
Duque de Montpensier. Considerándolo, debió de reírse sarcásticamente Ayala en
los mismos dolores del porrazo. Haberse caído él por semejante cosa... Se acabó
su montpensierismo, como se había acabado su isabelismo, tras de agotar los
diversos matices que fué adoptando mientras a Isabel II sirvió. Si fuera del
Gobierno había quedado, pondríase por lo
menos, al lado del Gobierno.
Y lo hizo inmediatamente. El
Duque de la Torre, cuarenta y ocho horas después de la catastrófica sesión, al
dar cuenta de la renuncia (?) del ministro de Ultramar, tuvo en el Parlamento
las consiguientes frases laudatorias para el hombre que tanto hizo por la causa
revolucionaria. Recordó Serrano el viaje a Orotava de Ayala a bordo del
Buenaventura; aludió a los conceptos expresados por su autor en el manifiesto
de Cádiz, y significó los peligros que había corrido el parlamentario de
Alcolea. Presentó, finalmente, la dimisión de Ayala como un homenaje de respeto
a la Asamblea, para acabar diciendo que esperaba poder contar siempre con la
ámiatad y aun con el concurso dé bien al Gobierno perteneció.
Podía Ayala haber guardado
silencio, excusándose de dar las gracias por el elogio después del sacrificio.
Y acaso debía, si en su monttensierismo fué sincero, recordar a Serrano que del
destierro lo trajo en nombre de Montpensier. Pero lo que hizo fué decir que
seguía unido al Ministerio del general y Duque, dispuesto a servirle como
cuando desempeñaba en él una cartera.
Esto lo dijo con tanto fervor que
hasta se excedió diciéndolo. Para presentarse tan revolucionario como el que
más, aun cuando protestara contra los excesivos avances de la Revolución, quiso
manifestar que no retrocedería. No; no se iría con los que ya empezaban a
pensar con una restauración. "Cualesquiera
que sean los azares del porvenir, yo no cometeré nunca la indignidad de buscar
un refugio entre los escombros de lo caído." Tal frase pronunció en el
calor del entusiasmo por lo que las Constituyente votaran.
No podía entonces suponerse que,
si no Isabel II, su hijo el Príncipe Alfonso llegaría a reinar. Claro está que,
de haber podido suponerlo, se hubiera guardado bien de lanzar tal frase. Pues "entre los escombros de lo caído"
iba a buscar más que refugio, siendo ministro con Alfonso XII.
Pero a su debido tiempo
hablaremos de las indignidades futuras de Ayala. Quedémonos ahora en la
indignidad presente: en la que el ex ministro y ex montpensierista estaba
cometiendo. Que era duplicada, ya que dejaba de defender la causa por que
abogó, y hasta de defenderse él mismo, agraviado personalmente al abogar por
aquella causa. Abandonando para siempre la candidatura de Montpensier, ofrecía
incondicional apoyo al Gobierno que le arrojó de su lado.
Como diputado de las
Constituyentes, ayudó desde entonces con su voto al general Serrano. Votó la
Constitución, con el Regente que al país se daba, y votó a Amadeo de Saboya
para Rey, hasta dejándose designar miembro de la Comisión que fué a Italia a
ofrecer la corona. Más hubiera votado si más se le hubiera pedido que votase.
Estaba dispuesto a, con una absoluta, completa y definitiva sumisión, hacer
méritos para lograr cualquier cosa.
Y el Duque de la Torre hubiera
querido dársela. Le estaba agradecido porque no le hubiese puesto en mal lugar
recordándole ciertas cosas de la época prerrevolucionaria... Pero en política
no podía ser aún. Dentro de las Cortes mismas que contra Ayala se habían alzado
como un solo hombre, resultaba imposible. Por fortuna, el político fracasado
tenía otra significación.
De nuevo sirvió a Ayala su doble
personalidad. Aunque llevase varios años sin cultivar la literatura, podía
recordarse que literato fué. El dramaturgo antes aplaudido era posible que
cobrase el premio de los aplausos. E influyó el Gobierno, que siempre tuvo,
tiene y tendrá la Academia bajo su dominio, para que Ayala fuese elegido
académico. Era una compensación. ¿Justa?
¡ Oh, desde luego que justa, justísima!
Para ser ministro, Ayala se había
hecho revolucionario. Y por no saber acompasarse al ritmo de la Revolución tuvo
que dejar de ser ministro. Pero ya rectificaba su error, y al Gobierno
revolucionario servía. Se arrastraba vencido. Y pues que a la Academia se
llega, por lo general, a fuerza de arrastrarse...
Claro que ni la equivocación la
tuvo en literatura esta vez, ni sus servicios retractadores los prestaba con la
pluma. Más todavía; ya ni siquiera hablaba, con lo que la oratoria no le hacía
limpiar, fijar, dar esplendor al lenguaje. No había vuelto a tomar la palabra
en el Parlamento más que para decir "sí"
y "no" cuando que votase se le pedía. Sin embargo, académico
podía ser, aunque sólo fuese porque no podía ser otra cosa.
Y académico fué. ¡Inmortal! Se le eligió en la vacante de
un político, D. Antonio Alcalá Galiano, para que no se dudase de que políticos
eran el fracaso y las rastrerías que a la docta casa le llevaban. Pero Ayala
quiso hacer creer que sus triunfos dramáticos eran los que le otorgaban la inmortalidad. Para ello, como de él
se había dicho que reencarnaba a Calderón, con la gloria de Calderón hubo de
cubrirse.
Ayala hizo su entrada en la
Academia el 25 de marzo de 1870, y su discurso versó sobre el teatro de
Calderón de la Barca, del que habló con el entusiasmo de la obra propia. Fué
muy aplaudido por los asistentes y bastante elogiado par los periodistas
amigos. No obstante, la animosidad que despertó en muchos periódicos el ex
ministro de Ultramar con aquel discurso tremendo duraba aún y hubo sus
críticas.
Pero odian atribuirse los
regateos de mérito al autor dramático como influidos por la política. Aun
cuando, precisamente, el influjo de la política era lo que encumbraba al
retirado autor.
Con todo, en el camino de los
puestos y honores estaba Ayala otra vez. Por él iría adelante dé nuevo, hasta
donde había estado y aun más allá. Y, efectivamente, con su táctica, última
llegó a coger la cartera de ministro por vez segunda.
Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del
Siglo XIX
Madrid,
1932
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