Amadeo de Saboya |
Capitulo XV
Bajo el cetro de Amadeo
Otros montpensieristas, menos acomodaticios,
hicieron asesinar a Prim para vengar el que ocupase el trono de España Amadeo
de Saboya en vez del esposo de la Infanta Luisa Fernanda. Y con ello, si no
remediaron lo irremediable, que era el haber dejado sin corona al Duque de
Montpensier, consiguieron que volvieso a ser ministro el más significado de sus
partidarios. El entusiasta montpensierista Adelardo López de Ayala supo
aprovechar la ocasión mira formar parte del Consejo de ministros de Amadeo I
Fué así. El Duque de la Torre
había llamado a sus amigos para exponerles las circunstancias criticas por que
atravesaba el país con la muerte del caudillo demócrata. Aquel partido que
trajo al nuevo Rey, habiendo quedado sin jefe, estaba en malas condiciones para
gobernar. ¿Se ayudaba a los demócratas, o
no?... Esta era la pregunta que se hacía Serrano y les hacía a sus amigos.
Y Ayala contestó por todos.
Pues Ayala asistía a la reunión.
Ya había dejado de ser amigo de Montpensier, pasando a ser amigo del Duque de
la Torre. Y, además, estaba dispuesto a hacerse amigo de don Amadeo. Eso fué lo
que vino a decir.
Porque dijo textualmente: "Nosotros hemos introducido la
agitación en este país, y no responderemos a la obligación que hemos contraído
sino asegurando el orden o dejando nuestros cadáveres en las calles."
Y asegurar el orden, para tan antiguos y acreditados monárquicos, era sostener
el trono, ocupáselo quien lo ocupase, a fin de que no pudiera llegar esa cosa
terrible y horrible que se llama República.
Convinieron, pues, Serrano y sus
amigos en unirse a los demócratas bajo el cetro de Amadeo. Y el Duque de la
Torre decidió que Ayala obtuviese una cartera en el Gobierno de concentración a
formar. Esto era justo, ya que Ayala dió la fórmula de la unión, ¡ y la dió tan pátriótica!...
Pero además era útil. Lo era para
la situación que se creaba, demostrando lo amplio de la concentración
gubernamental con la entrada en el Ministerio hasta de un montpensierista. Y de
que lo era para Ayala no hay que decir...
Ofreció, así, , Serrano una
cartera a Ayala en el primer Gobierno de Amadeo, y Ayala la aceptó con sumo
gusto y fina voluntad. La cartera era la de Ultramar, naturalmente, puesto que
ya vimos podía considerarse al ex ministro del ramo como un técnico en los ultramarinos
asuntos. Por ello, Ayala, al volver al ministerio de Ultramar, siguió
cumpliendo sus métodos, incluso .aumentados.
Dió por fracasada la política de
transigencia de sus antecesores e hizo frente con toda energía a los cubanos
rebeldes. Confirió Facultades extraordinarias, al nuevo, capitán general de
Cuba, Conde de Balmasedá para que, al substituir a Caballero de Rodas, militar
liberal y transigente, procediera despótico y feroz. De perderse la isla, se
perdería honrosamente.
¡La honra sobre todo!
Indignado habló Ayala en el Congreso para negar que fuese a hacerse, que
hubiese pensado en hacerse siquiera, algo que habría sido la salvación de
muchos españoles hasta el año 1898 y de muchísimos cubanos hasta la consumación
de los siglos. Pero vale la pena de referir en extenso el caso.
Fué que el diputado por Guernica,
Sr. Vildósola, previa la venia del presidente de la Cámara y del ministro de
Ultramar, pues aun no estaban constituidas las Cortes amadeístas, por tratarse "de un caso extraordinario que
afectaba hondamente al crédito del país y a la dignidad del Gobierno",
preguntó si era cierto que se hubiese ofrecido a los Estados Unidos la venta de
las Antillas, según, había dicho un periódico de Nueva York, con referencia a
cierta nota, que se suponía enviada al Gobierno de Wáshington por el ministro
norteamericano de España.
Y Ayala se alzó como un león para
rugir todo lo que sigue, pues el discurso merece copiarse íntegro:
"Yo hubiera querido, señores diputados, que la indicación que ha
hecho el periódico a que se ha referido el Sr. Vildósola no hubiera necesitado
para su señoría el mentís del ministro de Ultramar; yo hubiera querido que la
hubiese desmentido previamente su conciencia de ciudadano español”. Pero
puesto que el Sr. Vildósola ha creído que debía traer la pregunta a este sitio,
yo doy las gracias a su señoría. Pero siento, repito, que no haya empezado su
señoría por desmentirla; porque para acudir a la defensa de la dignidad de
España todos los ciudadanos españoles son ministros de Ultramar.
"Pero ya que así no haya sido, su señoría ha hecho un verdadero
servicio al Gobierno trayendo aquí esa calumnia; pues, aunque me repugna
ocuparme de ella, aprovecho esta ocasión para que quede para siempre sepultada
en este sitio”.
"Cúmpleme, ante todo, defender al representante de los Estados
Unidos en España. Yo niego terminantemente que semejante noticia tenga este
origen. Y después, ya que ha cundido la calumnia, ya que ha llegado a este
sitio, para que dondequiera que se levante puedan perseguirla estas palabras,
yo anuncio aquí solemnemente, en nombre del Gobierno y en nombre de la nación
española, que lo mismo Cuba que Puerto Rico, que Filipinas, que todas aquellas tierras
donde ondee la bandera de España, para el que quiera comprarlas no tienen más-
que un precio: la sangre que hay que derramar para vencer en campo abierto al
ejército, a la marina, a los voluntarios, lo mismo insulares que peninsulares,
que han tomado las armas resueltos a perderlo todo menos la honra."
Como toda rectificación
ministerial, ésta de Ayala negaba noticia cierta. El proyecto a que se
refiriera la Prensa neoyorquina existió. Prim había pensado deshacernos por
venta de la isla de Cuba; del asunto habló con el ministro de los Estados
Unidos, y hasta llegó a fijarse el precio en cien millones de reales. Pero
muerto Prim, el nuevo ministro de Ultramar no quería sino que las colonias
siguiesen existiendo para seguir él ministrándolas.
Y del modo que en su rugiente
rectificación señalara: dispuesto a que se perdiese todo menos España su honra
y él su cartera. Para evitar estas dos catástrofes correría la sangre del
ejército, de la marina y de los voluntarios, "tanto insulares como peninsulares", y, además, la de los
cubanos, tan exigentes y abusivos, que no se satisfacían con que sus
reclamaciones autonómicas se contestasen a estocadas y balazos. Así encauzó
Ayala su gestión ministerial, declarándolo paladinamente reiteradas veces.
En el Congreso, contestando a
sendas interpelaciones de los diputados Trelles y Labra, y en el Senado,
respondiendo a una incitación del señor Méndez Vigo, dijo Ayala una y otra y
otra vez que Cuba sería gobernada con mano de hierro hasta que los cubanos
dejasen de reclamar o de vivir.
Muy largos son los tres discursos
pronunciados por Ayala y por eso no juzgo posible transcribirlos. Sobre que
sería inútil hacerlo, pues cuanto contienen de enjundioso dicho quedó en la
furibunda réplica a Vildósola. Antes que ceder de modo alguno, el pleito
colonial se resolvería anegándolo en sangre propia y ajena.
Y como lo decía, Ayala lo mandaba
hacer. Siguiendo sus instrucciones, el intendente Alba oprimía y el general
Balmaseda mataba. A eso llamaban los sostenedores del ministro de Ultramar
ejercer "una política levantada y
justiciera, digna de las gloriosas tradiciones de España, que así afirma y
consolida la estrechaunión de la Metrópoli con sus provincias ultramarinas,
como aleja para siempre todo propósito o tendencia a su separación de la madre
patria". Pues Ayala, justo es decirlo, tenía quienes le sostuvieran
con las palabras citadas precisamente.
Ayala, por sus declaraciones y
los actos con que los delegados del ministerio de Ultramar las hacían buenas,
en Cuba llegó a ser el ídolo de los elementos españolistas de la isla
desdichada. Y señalado esto, ya se marca qué clase de ministro resultaba Ayala,
pues bien sabido está la especie de gentes que tales elementos, los verdaderos
autores de la pérdida de Cuba, eran por nuestro mal.
Pero no se trata tanto ahora de
significar lo airado de la gestión de Ayala en esta su etapa ministerial del
reinado de Amadeo, como de otra cosa indiscutiblemente peor. El transcurso de
los años ha podido borrar las equivocaciones de una ministerial gestión; pero
no borra ni borrará la inconsecuencia de una conducta política. Y aun cuando
Ayala hubiese sido un excelente ministro de Amadeo, habría que reprocharle el
que ministro con ese Rey hubiera sido, mientras Montpensier quedaba, defraudado
y a los montpensieristas se perseguía.
Con esto Ayala acabaría de
deshonrarse políticamente si no fuese porque todavía le quedaba por hacer algo
más bajo en su vida política, que ya sabemos, y aun cuando no lo supiésemos podríamos
suponerlo, hizo después.
Porque Ayala estuvo bajo el cetro
de Am, dispuesto a ponerse bajo el cetro de cualqu que a continuación lo
empuñara.
Luís de Oteyza
Vidas Españolas e Hispano-Americanas del
Siglo XIX
Madrid,
1932
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